Superpleno: efectos económicos (y sobre todo políticos)
Sánchez salvó este miércoles esa primera votación con esa extraña mezcla de audacia, resistencia y baraka que lo caracteriza, pero no sale de esta con todas las plumas
La primera votación clave de una legislatura es como la primera frase de una novela: anticipa el tono, nos ofrece un ángulo desde el que mirar, desde el que augurar por dónde van a ir planteamiento, nudo y desenlace. Sánchez salvó este miércoles esa primera votación con esa extraña mezcla de audacia, resistencia y baraka que lo caracteriza, pero no sale de esta con todas las plumas. El superpleno deja una sensación de enorme inestabilidad política recién estrenada la legislatura. En plata: el Gobierno de coalición tiene menos capital político del que parecía. El pacto de investidura entre PSOE, Sumar y los nacionalismos se vendió como algo más, como un acuerdo de legislatura, pero de las votaciones de este miércoles solo puede sacarse en claro que ese supuesto pacto de legislatura es más gaseoso de lo que parecía.
Si hubieran caído los tres decretos las consecuencias económicas habrían sido terribles: adiós a un buen puñado de medidas sociales con un fuerte impacto sobre la desigualdad y la inflación, y adiós a un buen mordisco de fondos europeos. El resultado final es menos dañino, pero su impacto no está nada mal. Parte de los 10.000 millones que tenían que llegar en fondos europeos corre peligro. Y hasta 730.000 personas seguirán cobrando un subsidio de 480 euros, y no de 570 euros: tres cuartos de millón de españoles pierden casi 100 euros al mes por la negativa de Podemos a aprobar ese decreto con malas excusas, un supuesto recorte en las cotizaciones más que discutible.
Y, sin embargo, ese no es el quid de la cuestión. Las lecciones del superpleno son mucho más políticas que económicas. Aquí van tres a vuelapluma:
Una: el pacto con los independentistas catalanes era una especie de “vamos a aprobar la amnistía y luego ya se verá”. Esos meses que podía tardar la tramitación como proyecto de ley, más la previsible catarata de recursos, daban en teoría tiempo suficiente como para que cada una de las partes empezara a fiarse de la otra: Junts ha iniciado un giro pragmático —como hizo ERC con los indultos— y el PSOE sigue adelante con las políticas para pacificar Cataluña después de unos años de padre y muy señor mío. Las hostilidades estaban reservadas para después de la aplicación de la amnistía. El mensaje de Junts, que finalmente amagó más que golpeó con esa abstención creativa, es que no comparte el programa de gobierno de la coalición: su lógica, más allá de la amnistía, se basa en centrarse en la competición con ERC de cara a las próximas elecciones catalanas, no en la gobernabilidad de España. Se suponía que eso no se vería con claridad hasta después de aprobar la amnistía. Junts no es, en fin, un socio fiable. Ese rey, como se vio ayer, está desnudo.
Dos: la misma desnudez vale para la izquierda a la izquierda del PSOE. Podemos rompió la coalición de partidos que quería ser Sumar y es una suerte de zombi a la espera de sobrevivir a las próximas elecciones europeas. Hasta entonces se suponía que iba a garantizar una cierta estabilidad al Gobierno de coalición, fustigando cuando pudiera a Yolanda Díaz. Pero tampoco es un socio fiable, ni siquiera cuando se trata de convalidar decretos cuya melodía suena bien entre sus votantes. El lío ha empezado antes de lo previsto y mucho peor de lo previsto: Podemos se pasó un lustro vendiendo las bondades del escudo social y a las primeras de cambio ha votado en contra de él. Su negativa al subsidio solo puede leerse como un golpe brutal contra Díaz. Y es a la vez un mensaje al PSOE: Podemos no negociará con Sumar sino con los socialistas, sus apoyos no están garantizados, y si es necesario seguirán en ese “cuanto peor, mejor” de los últimos tiempos. Más de 700.000 de sus potenciales votantes se quedan sin una subida del subsidio de casi 100 euros. Si para ello hay que retorcer las leyes de la gravedad económica y vender como excusa un recorte de las cotizaciones (más que discutible, porque la subida del salario mínimo interprofesional explicaba esa medida) no hay ningún problema. Podemos abandonó hace tiempo el pragmatismo y está subido a una ola emocional, que pasa por castigar a Yolanda Díaz, tratar de sobrevivir en una esquina del tablero político y hacerse notar incluso en medidas que van claramente en contra de su ideario.
Y tres: es de suponer que todas las alarmas acaban de sonar en el PSOE. Las primeras votaciones apuntan a una legislatura agónica e incierta en la que sus apoyos son poco sólidos. El eje izquierda-derecha está ahí desde la Revolución francesa; en España la particularidad es que la izquierda se ha hecho con el Gobierno, pero no con una mayoría impepinable en el Congreso. Hay un segundo eje divisivo: partidarios de la amnistía contra detractores. Un tercero: Podemos-Sumar. Un cuarto: Junts-Esquerra. Y hasta un quinto: PNV-Bildu. Parece claro que en función de la votación, y habrá votaciones mucho más peliagudas que la de este miércoles, las fisuras aparecerán en unos ejes u otros. El jaleo está tan asegurado que incluso es probable que el PSOE se acerque en determinados momentos al PP —lo ha intentado en esta votación— a pesar de los sintagmas “derogar el sanchismo” y “que te vote Txapote”.
La investidura parecía un enigma irresoluble, pero los auténticos problemas aparecen cuando llegamos a la tierra firme prometida: la legislatura. La primera frase de esta especie de novela que es la legislatura que acaba de arrancar es un trasunto de Tolstói: todas las mayorías parlamentarias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera.
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