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tribuna
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Puigdemont se amarra a Pedro Sánchez

En esta nueva pantalla, Junts seguirá hablando de autodeterminación o llevando al PSOE al límite para no perder votos, pero el independentismo ya no es como en 2017

El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, junto al secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, en una reunión en la sede del Parlamento Europeo en Bruselas.
El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, junto al secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, en una reunión en la sede del Parlamento Europeo en Bruselas.PSOE/EFE
Estefanía Molina

Carles Puigdemont se ha amarrado a Pedro Sánchez. Con la luz verde a la ley de amnistía, lo siguiente pueden ser los Presupuestos Generales del Estado. Y es que Junts responde ya a una hipótesis clave: que haber enterrado la independencia para obtener la medida de gracia quizás no le esté provocando el mismo descalabro electoral que sufrió ERC en 2023, eso que tanto pánico le generaba. Una nueva pantalla se abre en Cataluña y hasta Puigdemont sabe que su relación con España —y con la derecha— también está cambiando.

Hete ahí la principal diferencia respecto a hace seis meses: muchos de los miedos de Junts sobre volver a la gobernabilidad se han ido disipando. De aquellos recelos a ser engañados por el PSOE, de aquella desconfianza en verano, Puigdemont ha encontrado lo que necesitaba: colgarse la medalla de haber llevado el pulso hasta el final por una amnistía “que no deje fuera a nadie”. Es decir, intentando diferenciarse de los republicanos —a sabiendas de que los indultos fueron entendidos como beneficios para la casta entre ciertos sectores del independentismo— cuando, en verdad, la ley ha tenido que perfeccionarse para no excluir, esencialmente, al líder de Waterloo y sus adláteres.

Así que Sánchez ha empezado a apuntalar la legislatura: a Puigdemont le conviene que el PSOE siga en el poder, al menos, hasta que la medida de gracia sea del todo efectiva en los tribunales. Y ello dependerá de los tiempos de la justicia, de si los jueces presentan cuestiones prejudiciales al tiempo que mantienen las órdenes de detención —no sólo de que el expresident quiera volver en verano—. Claro está: para el presidente del Gobierno sería más beneficioso que la ley se dilatase porque garantiza que el amarre de Junts, frente a la gobernabilidad, sea más estable.

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Sin embargo, Puigdemont ha encontrado una forma de metabolizar los pactos con el PSOE. El único objetivo detrás de llevar al Ejecutivo hasta el límite en cada votación en el Congreso ha sido vender a la base social del independentismo que todavía seguían en la subversión, que son más duros negociando que los de Oriol Junqueras. Podría estarles funcionando: Junts sigue todavía por debajo de ERC en intención de voto para los comicios del Parlament en muchos sondeos, pero algunos estudios apuntan a que están sabiendo rentabilizar mejor su protagonismo actual en la política española. Ello implica que, mientras puedan seguir salvando los muebles, no crecerá su miedo a seguir pactando con Sánchez.

En consecuencia, es probable que se repita la sobreactuación de Junts para los Presupuestos, pero que estos salgan adelante. La opinión pública se ha ido moviendo en Cataluña, quejándose de problemas graves, como la sequía o los malos resultados del informe PISA. El independentismo civil tiene ahora nuevas prioridades. Ese giro pragmático de Junts se ha hecho notar ya con la exigencia más autogobierno en materia de inmigración, o incluso, cuando ERC propuso negociar la financiación autonómica, y ahora, ante el auge de un PSC centrado en gestionar Cataluña.

Aunque Puigdemont tampoco puede zafarse aún de otros desafíos de corte independentista como la irrupción del llamado “cuarto espacio”; son esas fuerzas políticas que amagan con reventar el monopolio de los partidos oficiales del procés, al denunciar la renuncia tácita a la unilateralidad por parte de ERC y Junts, a cambio de su salvación judicial. Usando el chivo expiatorio de la inmigración en el caso de Aliança Catalana, o de la traición al movimiento —en el caso de la ANC o la exconsejera Clara Ponsatí— sus discursos influyen, podrían cosechar algunos diputados o desmovilizar a muchos votantes, ante la frustración que el fracaso del 1-O les dejó.

Por ello, Junts mantendrá la estrategia de llevar al límite al Gobierno de cara a la galería para minimizar cualquier pérdida de apoyos. Seguirán las declaraciones sobre enfrentarse al Estado, se dirá que ahora es tiempo de autodeterminación, habrá algún exabrupto a las puertas de las elecciones catalanas, quejándose por no haber obtenido el referéndum —algo que ya saben—. Pero la Cataluña de 2017 octubre nada tienen que ver con la actual. Sólo un 5% de catalanes cree hoy que la independencia será posible, mientras las nuevas generaciones cada vez están menos socializadas en la idea de la ruptura, a diferencia de los jóvenes que vivieron el 9-N de 2014. Puigdemont ha decidido adentrarse en esta nueva pantalla sin causas judiciales, pero su electorado ya no es el mismo que antaño: ni anhela tanto el Estado propio, que cae en apoyos, ni está tan movilizado porque tiene claro que sus líderes tienen pánico a ir a la cárcel.

Con todo, Junts se ha encontrado con un guiño inesperado en el PP nacional: cada vez parece menos casual esa filtración del “indulto condicionado”, mientras Alberto Núñez Feijóo destila nostalgia por aquellos tiempos del Pacto del Majestic. Decía Puigdemont que la “lucha antirrepresiva” dejará de ser ahora una prioridad: quizás no hablaba sólo por el esfuerzo de apaciguamiento desde el PSOE. Aunque de momento, Junts ha echado el amarre en Pedro Sánchez, y con ello, el presidente puede izar ya velas para intentar gobernar España.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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