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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otra bala esquivada

Acaba aquí la política de bloques que ha paralizado Cataluña durante una década; es el punto final de la unilateralidad

Salvador Illa, en un pleno del Parlament.
Salvador Illa, en un pleno del Parlament.Albert Garcia
Claudi Pérez

A pesar de la miríada de apocalípticos, los indultos no rompieron España. La amnistía tampoco. La extrema derecha ha llegado al poder en medio mundo, pero Vox no consiguió gobernar con el PP tras el 23-J. Junts y ese objeto político no identificado que es Puigdemont pudieron hacer saltar por los aires la investidura de Pedro Sánchez; nada de eso ocurrió. La marea ultra estuvo a punto de provocar un tsunami en las europeas, pero no fue para tanto; en Francia, tampoco. Esa querencia por el Armagedón tenía este viernes una nueva bala a punto de ser disparada: las bases de ERC provocaron una sombra de inquietud en el PSC y el PSOE porque podían tumbar el acuerdo para investir a Salvador Illa y, de paso, dejar heridas en las inestables mayorías de Madrid; de nuevo se ha esquivado esa bala porque el Apocalipsis casi siempre defrauda a sus profetas. Siempre hay una bala extra: el pacto entre los socialistas y ERC es políticamente inflamable; la nueva financiación de Cataluña, nos dicen los pesimistas, esconde una reforma del Estado autonómico por la puerta de atrás con potencial para romper España por el flanco confederal. Romper España es uno de esos sintagmas-sonajero que aparecen una y otra vez en media docena de medios madrileños y en los informativos del duopolio televisivo de esta España tan diversa salvo por el ecosistema periodístico de su capital.

No, no habrá Apocalipsis. Aquel “el que pueda hacer, que haga” ha desatado el ruido y la furia en la política —y en la judicatura— nacional, pero parece que la legislatura se le va a hacer larga al autor de esa frase, José María Aznar, que en una vida anterior también fue casi confederal: subió al 30% el IRPF transferido a las autonomías, dio las competencias de tráfico a los Mossos y prorrogó indefinidamente el concierto vasco. Entonces no se rompió España. Ahora tampoco tiene pinta, pese a que la derecha practica el liberalismo como si fuera una mezcla de yudo y karate. Pese a un presidente cortoplacista que demasiado a menudo rehúye las explicaciones. Y pese a que España es incapaz de resolver el acertijo del modelo territorial: ese es el gran desafío político de este país.

Se avecina un cambio de ciclo en Cataluña, con el primer presidente no independentista en mucho tiempo. Salvador Illa, con esas gafas de pasta que parecen un antifaz y una mandíbula de acero que le permitió capear la covid como ministro de Sanidad y domar al independentismo como líder del PSC, será el nuevo president (siempre que no le alcance alguna bala perdida). Acaba aquí la política de bloques que ha paralizado Cataluña durante una década; es el punto final de la unilateralidad. Y a la vez, justo ahora empieza lo más difícil para Illa, que tiene que acertar con el Gobierno y con las políticas, tras unos años de empacho de ideología y mala o nula gestión.

El presidente Sánchez, propenso al regate corto y al resultadismo, tiene a media docena de barones socialistas en pie de guerra por el pacto con ERC, pero una vez más sobrevive al fuego cruzado y sigue viviendo en esa metáfora de los que son capaces de tirarse por la ventana y caer de pie. A Illa, en fin, le toca conseguir que el seny consiga empatar con la rauxa después de una década muy loca; a Sánchez, contarnos si de veras tiene un plan, un modelo de Estado que vaya más allá de las medidas (la amnistía, el concierto catalán) destinadas a proporcionarle investiduras. Y demostrar que la reconciliación de Cataluña no va a ser a costa de dividir España. “Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere”, escribió Sánchez Ferlosio. En Madrid, y en Barcelona, es hora de encontrar soluciones. Hagámosle caso a Ferlosio.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.
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