Madrid, la gran ciudad que se resiste a serlo
La urbe monumental y artística se humaniza en cada una de sus tabernas de toda la vida o en la complicidad de sus habitantes con el que viene de fuera. Un recorrido por un Madrid cálido y callejero con las fiestas de San Isidro como telón de fondo
Ningún visitante dejará de recorrer lugares emblemáticos madrileños como la Plaza Mayor, la Gran Vía o, si es amante del fútbol, el Santiago Bernabéu: una receta turística estándar (pero muy atractiva) a la que se le pueden agregar aderezos en forma de lugares, historias y personajes sorprendentes que logran un eclecticismo muy poco habitual ya en las grandes urbes. Un Madrid que es imperial y popular, bullicioso y tranquilo, yanqui y latino que todavía sabe, san Isidro mediante, enamorar y mostrarse como genuinamente castiza.
Austrias castizos (y algo canallas)
De las cocinas reales a los caracoles a pie de calle
El Madrid de los Austrias guarda las esencias de la ciudad atávica e imperial. Nació como atalaya musulmana para vigilar a los cristianos y se transformó en urbe cuando Felipe II, rey de la dinastía que da nombre a la zona, la designó capital del reino y se fueron levantando los emblemáticos lugares que cada año fotografían ocho millones de turistas, como la Plaza Mayor y la Puerta del Sol o el imponente Palacio Real, el más grande de la Europa occidental, estos dos últimos ya proyectados por los Borbones. Pero los Austrias también es un barrio lleno de vida donde salir a tomar una copa y donde aún quedan negocios centenarios. Al lado, en la difusa zona que separa la ciudad más palaciega de la más callejera, los domingos se monta el Rastro, uno de los mercados al aire libre más populares de España en el que moverse entre gangas, antigüedades y objetos inverosímiles, nacido a mediados del siglo XVIII y, hoy, más vivo que nunca.
Entre esos lugares, indispensables en cualquier visita, se pueden descubrir rincones muy poco transitados en medio de uno de los monumentos más visitados: el imponente Palacio Real. Entre barroco y clasicista, cuenta con una de las cocinas palaciegas más grandes y mejor conservadas de Europa y que puede visitarse al margen del itinerario oficial. Cuenta con taller de repostería, botillería, cava y una pantagruélica sala de fogones donde Alfonso XIII mandó instalar un horno con una parrilla que permitía asar hasta 50 aves y piezas de ternera. Además, en ella se instaló una de las primeras neveras eléctricas del país a principios del siglo XX.
Junto al palacio, se abrió en 2023 la Galería de las Colecciones Reales, espacio que también refleja la imagen de grandiosidad que la monarquía hispánica buscaba irradiar a través de su obra expositiva: de pinturas de maestros como Tiepolo, Goya o Madrazo o su mobiliario opulento a medios de transporte únicos, como la fastuosa carroza negra de estilo francés donde viajaba la reina Mariana de Austria, esposa de Felipe IV. Cerca, el Museo de San Isidro (San Andrés, 2) muestra la otra cara de la ciudad, narrando su vida a través de su patrimonio paleontológico, arqueológico y artístico hasta el siglo XVI. En su colección se pueden contemplar piezas únicas como la célebre pintura de La virgen de la Leche, de Berruguete.
En los Austrias persisten negocios con varios siglos de historia. El más veterano es la Antigua Farmacia de la Reina Madre (Mayor, 59), fundada por un veneciano en 1578 y así bautizada por prestar sus servicios a la familia real, especialmente a Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V y madre de Carlos III. Las compras se realizaban a través de un pasadizo hoy sellado, pero que se puede observar a través de un cristal.
Al otro lado de la Plaza Mayor, Sombrerería Medrano, abierta desde 1832, es la más antigua de Madrid. En 1973 la adquirió el abuelo del dueño actual, Héctor Medrano. Mantienen su taller, donde han hecho sombreros míticos, como los de los Payasos de la Tele o los de superproducciones de Hollywood como Asesinato en el Orient Express (2017). Hoy lo que más venden son gorras, boinas y parpusas, la típica boina de San Isidro cuando llega el 15 de mayo.
Los Galayos, en el número 5 de Botoneras, es uno de esos restaurantes centenarios con solera que aún sigue abierto en los Austrias. Empezó a servir comida española en 1894 y fue testigo de la última reunión de la Generación del 27. En la foto que inmortalizó aquel momento, ocurrido el 29 de abril de 1936, figuran Federico García Lorca, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Pablo Neruda, María Teresa León y Concha Méndez, entre otros, que se puede ver en el local.
El escultor de la vida cotidiana
Esta zona de Madrid está llena de estatuas que cuentan historias pequeñas. Junto al Palacio de los Vargas, en la plaza de la Paja, un hombre de bronce lee el periódico sentado en un banco, una estampa hoy casi desaparecida. Cerca, en San Justo, 5, una figura rinde homenaje al historiador especialista en Madrid, Carlos Cambronero (1849-1913). Otra más, frente a la Imprenta Municipal, recuerda a los faroleros, encargados de prender las luces urbanas. Y una cuarta, en la plaza de Jacinto Benavente, homenajea a los barrenderos. Todas han sido concebidas por el escultor madrileño Félix Hernando, de 64 años, al que se le encargaron estas particulares estatuas a finales de los noventa. Como él mismo explica: “No están en pedestales, sino a pie de calle, a nivel del ciudadano, que se siente tan protagonista como la estatua y al mismo tiempo se pregunta: ‘¿Quién fue esta persona?”.
Todo viaje requiere algún momento de sosiego y verdor. En el centro de Madrid, aún quedan pequeños remansos de paz, como el Jardín del Príncipe de Anglona, situado al final de la plaza de la Paja, junto al Palacio de Anglona, que hoy es un restaurante. Es una pequeña joya del paisajismo, creada en 1750 y presidida por una pequeña fuente en torno a la que crecen olorosos bojs, árboles de las pagodas, granados, almendros y madroños.
Este Madrid tradicional está repleto de opciones cuando se trata de tomar una cerveza o salir de copas, especialmente en el barrio de La Latina. En el 42 de Cava Baja se encuentra Lamiak, un restaurante de comida española que es un símbolo para los amantes del rock español al ser, hasta los años 90, el Café La Mandrágora, en cuyo sótano se reunían a principios de los ochenta artistas como Forges, Luis Eduardo Aute y Teresa Cano y donde actuaron Joaquín Sabina junto a Javier Krahe y Alberto Pérez, que quedó inmortalizado en el mítico (y único) disco titulado, elocuentemente, La Mandrágora. Hoy, la bodega, que recuerda aquel esplendor con varias fotos, está cerrada al público, pero su dueño la enseña a petición del nostálgico que se acerque por allí.
Un palacio alberga dos locales con personalidad en la calle del Duque de Alba. Una de sus entradas da acceso al El Imparcial, un sofisticado restaurante que hereda el nombre del diario político fundado en 1867, cuya imprenta estaba allí. La otra puerta lleva a la Sala Equis, un bar con sala de proyecciones para películas independientes que hasta 2012 fue un cine para adultos. Su cierre fue recogido en el documental Paradisio de Omar Al Abdul Razzak (2013).
Si hay un lugar genuino es el Rastro, uno de los mercadillos más extensos y antiguos de España, nacido en 1740. Se extiende por la plaza de Cascorro y ribera de Curtidores y cada domingo reúne a parroquianos, turistas, curiosos y modernos en busca de objetos de todo tipo: de gomas para la cafetera a discos descatalogados o ropa vintage. Merece la pena visitar las tiendas del entorno cualquier otro día, con mucho menos bullicio: abundan los locales de decoración y las almonedas, con negocios que ya van por su tercera generación, como Antigüedades Palacios (Vara del Rey, 3).
Los caracoles del Rastro
Una taberna en plena plaza de Cascorro lleva décadas haciendo méritos para que los caracoles sean considerados un típico plato madrileño. Tanto, que muchos no conciben un paseo por el Rastro sin una cazuela de caracoles de Casa Amadeo, abierta en 1942 y donde siempre ha estado Amadeo Lázaro, burgalés de 96 años. Allí, este plato aún se elabora con la receta de su madre, que estuvo en los fogones cuando abrió: especias, codillo, manitas de cerdo y chorizo de Cantimpalos. Aunque está jubilado, aún se le ve por el local charlando y recogiendo algún plato bien rebañado, algo irresistible eso de mojar el pan en la salsa que, como repite Amadeo, es uno de los mayores deleites de la vida, como el amor.
La Gran Vía, la arteria que bombea vida
Tejados con vistas a la Vía Láctea
Pocas calles tienen tanta fama como la Gran Vía de Madrid. Todo el mundo la pisado alguna vez o, al menos, la ha visto en el cine, en Las chicas de la Cruz Roja (1958) durante un paseo en descapotable, en una escena de vértigo con los protagonistas colgados de los neones del edificio Carrión de El día de la Bestia (1995) o completamente vacía como en Abre los ojos (1997). Abierta a principios del siglo XX para conectar la plaza de Cibeles con la de España, es el lugar al que ir al teatro, pues cuenta con tres de los más grandes de la ciudad donde se programan musicales ininterrumpidamente desde hace más de dos décadas. O donde salir de compras, pues allí están las principales marcas populares al alcance de todos los bolsillos. Pero la esencia de esta avenida está, precisamente, en sus calles laterales, donde la uniformidad da paso a tiendas con estilo propio, mercados con los que viajar de verdad por el mundo y arte a la altura del Museo del Prado.
El arte está presente en Gran Vía según el punto desde el que se comience su visita. A 7 minutos andando de su inicio –en el esquinazo con Alcalá- se encuentra la Real Academia de San Fernando (Alcalá, 13), fundada en 1752 y que, desde 1773, ocupa su actual sede, el espectacular palacio de Goyeneche, diseñado por José de Churriguera y adaptado al gusto neoclásico por Diego de Villanueva. Ofrece un recorrido por pinturas de maestros como Velázquez, Rubens, Van Dyck, El Greco, Murillo o Goya -que fue uno de sus directores-, además de esculturas, grabados y fotografías y lugar de estudio de Julio Romero de Torres, Maruja Mallo o Antonio López.
Si el recorrido por la Gran Vía comienza por la plaza de España, el arte con mayúsculas se concentra en el Museo Cerralbo (Ventura Rodríguez, 17), un espacio singular que combina las antigüedades, muebles y pinturas – de Zurbarán o Tintoretto, entre otros- de la que fue residencia del marqués de Cerralbo con la casi inalterada estética de la época en la que se construyó, el cambio entre el siglo XIX y el XX. Finalmente, si la Gran Vía se aborda más o menos desde su mitad, a 6 minutos a pie de la plaza del Callao está la Iglesia de San Antonio de los Alemanes (Puebla, 22), un ejemplo del barroco madrileño, caracterizado por buscar un aspecto más sobrio en el exterior, pero con un interior profusamente decorado de suelo a techo con frescos de Juan Carreño de Miranda, Francisco Rizi y Luca Giordano, entre otros. Un auténtico y recomendado espectáculo.
El fotógrafo de las estrellas está en Gran Vía
Quien se pase por la tienda de fotografía de la plaza de los Mostenses, casi en plaza de España, podrá conocer a Joaquín Franco, una estrella local. Con 84 años, se proclama el último fotógrafo de Gran Vía, en cuyo entorno llegó a haber 12 estudios. Nieto e hijo de fotógrafos, empezó joven y a los 17 retrató a la actriz Ava Gardner. Decenas de artistas se han puesto ante su objetivo, tanto para hacerse fotos con las que actualizar el pasaporte –fue el favorito de Nino Bravo y la influencer Laura Escanes ha quedado cautivada por el retratista- como para elaborar un buen book. Estas son algunas de las anécdotas que cuenta con emoción y un toque de humor a todo el que entre y le pregunte. Franco asegura que continuará haciéndolo el tiempo que le quede hasta que san Pedro le llame porque necesite una nueva foto de carné, como bromea.
En el primer tramo de la Gran Vía, que va de Cibeles a la red de San Luis, en la esquina entre Clavel y Reina, una placa recuerda que en ese lugar vivió Víctor Hugo entre 1811 y 1812. El célebre escritor francés pasó dos años de su infancia en la capital, ya que su padre era oficial de José I Bonaparte, rey durante la ocupación francesa. Su estancia en España impactaría en un joven en pleno descubrimiento del mundo; tanto, que el especialista José Antonio Losada explica que Hugo se acordaría de sus compañeros del colegio de San Antón, en la calle Hortaleza (hoy Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid). De hecho, el personaje de Esmeralda en su novela Nuestra señora de París podría estar inspirado en un amor de infancia que conoció durante su estancia madrileña.
A la hora de ir de compras, hay dos barrios colindantes con Gran Vía que ofrecen un inabarcable repertorio de pequeñas tiendas singulares. En el barrio de Malasaña se concentran las tiendas de ropa de segunda mano. La calle de Velarde es el epicentro de la moda vintage, junto con Espíritu Santo, mientras que callejear siempre supone toparse con sorprendentes y extravagantes tiendas de decoración a la última, como La Moderna o Amén. En el vecino barrio de Chueca se encuentra una boutique de Taschen (Barquillo, 30) en lo que antes era mercería, de la que se conserva su mobiliario. Un lugar único para descubrir esos libros de arte y decoración que suelen ocupar un espacio especial en las mesas de té, porque son una obra artística en sí mismos.
Las terrazas también se han convertido en una seña de identidad de Gran Vía y su entorno: de hecho, hay una veintena aproximadamente, lo que permite una perspectiva privilegiada del casco histórico de la ciudad. Algunas coronan edificios emblemáticos como el Círculo de Bellas Artes o el Ayuntamiento, ambos edificios del arquitecto Antonio Palacios, de cuyo nacimiento se cumplen 150 años; o la del edificio España, que hoy ocupa el Hotel Riu, con unas vistas impresionantes. Otras culminan hoteles boutique como INNSiDE Meliá, Pestana CR7, Hyatt Centric o Vincci Capitol, e incluso albergues, como Generator, en la plaza de Santo Domingo. Aunque a veces hay que armarse de paciencia para hacer cola, son el mejor lugar donde tomar algo y disfrutar de un atardecer que ponga un broche de hora a la expedición por la Gran Vía.
Este recorrido por Gran Vía no puede cerrarse sin ir a dos de los pocos sitios míticos de la famosa Movida madrileña aún en activo, en el barrio de Malasaña: el Penta (Palma, 4) y La Vía Láctea (Velarde, 18), templos (estos, sí) de lo que fue el germen de algunos de los grupos más consagrados del pop y el rock español. A través de su decoración y fotografías se puede recorrer ese inicio de lo que, después, fue uno de los momentos más únicos de la historia reciente de la ciudad.
Un festín de comida latina
La Gran Vía guarda un secreto para los sentidos en el mercado de los Mostenses. Nada más entrar en él, la pituitaria se agita con el olor a ceviche peruano, a bolón colombiano o a encebollado ecuatoriano. En sus puestos se pueden degustar platos latinos a precios accesibles. También recetas asiáticas, especialmente chinas, elaboradas de manera casera: de fideos wanton a dim sum. Todo, junto a las carnicerías y fruterías para hacer la compra diaria. El de los Mostenses es uno de los pocos mercados municipales del centro que conserva su sabor popular, aunque a muchos pueda parecerle anticuado. Tras la peatonalización de la plaza, el edificio, con casi 80 años, va a ser remodelado. Los comerciantes esperan que no pierda la autenticidad que le caracteriza como punto de encuentro de las culturas que ya forman parte del ADN de la ciudad.
El sorprendente Madrid alrededor del Santiago Bernabéu
Entre la barra americana y ‘La casa de papel’
Las pasiones que levanta el fútbol, especialmente el Real Madrid, hace que pocos monumentos puedan competir con el estadio Santiago Bernabéu cuando se trata de visitas. Su museo está en constante ajetreo y, gracias a la monumental reforma a la que acaba de someterse este edificio de 1947, observarlo es una atracción en sí misma, con su nueva fachada envolvente en acero y sus sorprendentes innovaciones, entre las que llaman la atención el sofisticado sistema de césped retráctil y su cubierta replegable. Además, promete convertirse en el epicentro de la música en vivo, con conciertos de estrellas internacionales: Luis Miguel, Taylor Swift y Karol G actuarán este año. Pero alrededor del estadio, al norte de la ciudad, hay un curioso mundo por conocer.
Hacia el norte del estadio se extiende la calle del Doctor Fleming que, durante los años sesenta, fue una de las zonas de la ciudad consagrada a la vida nocturna más moderna y agitada. Tanto, que recibió el apodo de Costa Fleming por la relajación de costumbres y horarios. ¿La razón? En esa zona se instalaron a partir de los años cincuenta los militares estadounidenses de la base de Torrejón de Ardoz (Madrid). Con ellos llegaron bares, prostíbulos y restaurantes en el área comprendida entre las calles de Doctor Fleming, Félix Boix y Carlos Maurrás. Personalidades y estrellas se dejaban ver por allí y el régimen franquista, aunque no lo aprobaba, miraba hacia otro lado. El barrio inspiró una novela de 1973 Madrid, Costa Fleming, del periodista Ángel Palomino, convertida en película en 1976 por José María Forqué.
El barrio ha cambiado, pero aún siguen abiertos algunos locales testigos de ese Madrid con un toque americano como Knight ‘n’ Squire (Félix Boix, 9), una de las primeras hamburgueserías de la ciudad, si no la primera. Abierta en 1967, los vecinos la conocen como la Nait y sigue sirviendo comida al puro estilo estadounidense en un espacio-museo lleno de carteles de cine y objetos curiosos como un acuario dentro de una gramola o una motocicleta Harley Davison. Pese a que cambió de dueños tras la pandemia, ha mantenido tanto la estética como la carta. También Alfredo’s Barbacoa (Juan Hurtado de Mendoza, 11) a dos calles de allí, fundado en 1981, recuerda la influencia americana en el barrio con su decoración al estilo salvaje Oeste.
Al sur del estadio, El Viso es otro barrio con tintes internacionales. Residencial y formado por viviendas unifamiliares, se proyectó durante los años treinta del siglo XX y, tras la Segunda Guerra Mundial se convirtió en una guarida de nazis gracias al régimen franquista. Allí se ocultaron Otto Skorzeny, el hombre más peligroso del mundo, como le conocían, que trabajó como ingeniero representando a prósperas compañías acereras alemanas. También el bielorruso-francés Michel Szkolnikov, que vivió junto a su pareja berlinesa, Elfrieda Tietz, conocida como Hélène Samson, con quien había hecho negocio en la Francia ocupada traficando con el mercado negro para los alemanes.
Un remolino de cultura junto al Bernabéu
Entre las plazas de Gregorio Marañón y de San Juan de la Cruz se esconde el edificio donde coincidieron algunas figuras que modelarían la vida cultural y científica del país. Justo detrás del Museo de Ciencias Naturales, en la loma que Juan Ramón Jiménez bautizó como Colina de los Chopos, se encuentra desde 1915 la Residencia de Estudiantes, núcleo de efervescencia intelectual durante el primer tercio del siglo XX. En ella se alojaron figuras como Federico García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí y el nobel Severo Ochoa. Allí organizaban reuniones, lecturas y jaranas: “Mi cuarto está bañado por el sol desde que sale hasta que se pone, es amplio y tiene magníficas vistas hacia Madrid”, recordaba Lorca en una carta a sus padres. Hoy programa exposiciones y charlas y sigue siendo una residencia en la que puede que se esté formando un próximo gran poeta o director de cine español.
Y más Alemania en Madrid, en este caso, la de la reconciliación. A 15 minutos del Bernabéu se extiende el parque de Berlín, que el Ayuntamiento de Madrid construyó como homenaje a la República Federal de Alemania en 1967. En el parque se recuerda a figuras germanas célebres, como Beethoven al que, curiosamente, llamaban el Español, aunque nunca visitara España, porque su aspecto respondía al estereotipo de la época: robusto, con piel morena y el pelo y los ojos oscuros, modales toscos y muy apasionado. Pero si algo destaca en el parque son los tres fragmentos del Muro que dividió la capital alemana hasta 1989, colocados en una isla del estanque principal y cedidos en 1990, testigos mudos del final de la Guerra Fría.
Un poco más abajo del estadio madridista se encuentra el complejo de edificios conocido como Nuevos Ministerios. Fueron proyectados durante la Segunda República, pero no se terminaron hasta después de la Guerra Civil. El arquitecto que los proyectó, Secundino Zuazo (cofundador de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética), concibió la disposición del edificio, visto desde arriba, con forma de hoz y el martillo.
El conjunto de Nuevos Ministerios alberga el museo nacional de arquitectura, bautizado como La Casa de la Arquitectura. Emplazado en las arcadas del conjunto y de acceso gratuito, tiene el objetivo de concienciar sobre la incidencia de la arquitectura en la vida de los ciudadanos. Lo hace a través de maquetas de edificios relevantes situados en España y diseñados por arquitectos españoles, así como de fotografías y vídeos. Junto al museo, se encuentra un edificio que sonará a los amantes de la serie de Netflix La casa de papel, pues la fachada del Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible sirvió en la serie para recrear el Banco de España asaltado. Muchos turistas pasan por allí para hacerse una foto y concluir su visita con un lugar de película o, mejor dicho, de serie.
Callos de competición
Melosos, contundentes, bien amalgamados, suavemente picantes... Esos son los adjetivos que deben acompañar a un buen plato de callos, uno de los guisos más típicos de Madrid, según los que saben. Se elaboran con vísceras de ternera, pero también patas y morro y son tan populares que su receta se ha extendido por Asturias y Andalucía. No es extraño así que el Campeonato Nacional de Callos se celebre en un restaurante asturiano en Madrid, La Guisandera de Piñera (Rosario Pino, 12), a 20 minutos del Bernabéu. El ganador de la última edición fue un local de Ronda (Málaga), pero entre los finalistas estaba el madrileño Tres Por Cuatro (Montesa, 4) con una carta corta pero variada centrada en la gastronomía española.