Los socios urgen a Sánchez a que reactive su Gobierno con una agenda de medidas
El presidente da por hecho que el PP no renovará el CGPJ y promete buscar una salida en el Congreso
Con matices e intereses diferentes, los socios de Pedro Sánchez lo dejaron claro este miércoles en el Congreso: ha llegado el momento de gobernar. En tres semanas estará aprobada la ley de amnistía y las europeas cerrarán el extenuante ciclo de cuatro elecciones desde que comenzó el año, todo eso que ha mantenido la legislatura medio congelada desde su inicio. Tanto el socio minoritario del Gobierno como su base parlamentaria están impacientes a la espera de que se desplieguen medidas ya. Sánchez prometió ponerse manos a la obra tras las elecciones europeas del 9 de junio, empezando por el hasta ahora nebuloso programa de “regeneración democrática”.
Cualquier duda que hubiese quedado por el aparente desfallecimiento del líder socialista cuando hace tres semanas amagó con su dimisión se disipó en la larguísima comparecencia parlamentaria de este miércoles. Durante seis horas de debate volvió a verse al Sánchez enérgico, desafiante ante las críticas aunque estas incluyeran las actividades privadas de su esposa ―”tratan de quebrarme, pero van listos”, comentó en un par de ocasiones― y hasta en exceso triunfalista, en apreciación de algunos de sus propios socios. El presidente entró en faena reclamando “poner fin a la crispación” y al poco ya pasaba a acusar al PP de “estar cada vez más ultraderechizado”. Esa idea actuó como hilo conductor del debate y probable anticipo del gran reclamo socialista para el 9-J: alertar del avance de la ultraderecha en todo el continente y la supuesta complicidad en ello de la derecha tradicional. Con el corolario de que los “discursos de odio” acaban alimentando la “violencia política”.
El mensaje electoral tácito en el discurso de Sánchez se tornó en expreso en cuanto llegó el momento de Alberto Núñez Feijóo. El líder del PP remató sus dos intervenciones llamando a los españoles a castigar al Gobierno en las urnas y a participar en una nueva manifestación el próximo domingo en Madrid. Mientras Sánchez se extendía sobre Palestina y Ucrania, el gran interés de Feijóo se focalizaba en la esposa del presidente, Begoña Gómez. Sobre todo en su contrarréplica, acompañada por una eufórica escenificación de la bancada popular, que cada medio minuto prorrumpía en una atronadora ovación.
El jefe de la oposición sí dedicó algún tiempo a culpar al Gobierno de la crisis diplomática con Argentina y a acusarlo de aplicar una vara de medir diferente a la de otros casos. “¿Por qué referirse a su esposa pone en riesgo la democracia y que el presidente de México [Andrés Manuel López Obrador] ataque al Rey no?”, se preguntó. También el líder de Vox, Santiago Abascal, empleó buena parte de su intervención en defender frente a Sánchez a su correligionario y amigo Javier Milei, presidente de Argentina, tras los insultos de este al jefe del Ejecutivo español y a su esposa. “A Milei le han llamado drogadicto, fascista y loco y pretenden que no responda”, justificó. Y acusó al Gobierno de “coaccionar y tal vez sobornar” a los grandes empresarios que acudieron a una cita con el presidente argentino y lo repudiaron dos días después tras sus ataques a Sánchez.
Fue en el turno del resto de fuerzas cuando afloró la impaciencia de los socios de Sánchez y se encadenaron los llamamientos a poner en marcha de verdad una legislatura que hasta ahora solo ha podido avanzar a tientas. Las fuerzas más la izquierda exigieron activar ya medidas sociales en campos como el trabajo o la vivienda. Todos criticaron que el presidente siga sin concretar en qué debe consistir la cacareada “regeneración democrática”.
Sus socios gubernamentales de Sumar, además de ERC, EH Bildu y Podemos, le pidieron que busque alternativas para renovar el Consejo General del Poder Judicial esquivando el boicot del PP. Sánchez admitió que está llegando a la conclusión de que los populares tampoco pactarán esta vez y prometió que, tras las elecciones europeas, abrirá contactos con los grupos parlamentarios para estudiar esta y otras medidas.
Por Sumar, Íñigo Errejón urgió a “recuperar la iniciativa” con una “agenda política ambiciosa”. Errejón insistió en el discurso que viene prodigando últimamente: en España existe una “brutal asimetría de poder” por los resortes sociales e institucionales que controla la derecha y que, según él, coloca a la izquierda cuando gobierna en una “permanente actitud defensiva”. “¿Tenemos derecho las izquierdas a gobernar en España ejerciendo como tales?”, se preguntó retóricamente. Y de inmediato planteó la disyuntiva: “O seguimos cediendo hasta desilusionar a los que nos votaron o les plantamos cara”.
Gabriel Rufián confesó que Errejón se le había adelantado en el discurso. El portavoz de ERC no mencionó las elecciones catalanas ni su posible influencia en la relación con el Gobierno, pero algo del estado depresivo que atraviesa su formación se traslucía en la cruda autocrítica de la izquierda que esbozó. “Somos antipáticos, unos bordes”, reconvino Rufián. “Nosotros somos el límite del aire acondicionado y la derecha es la terraza de un bar”. Tampoco Míriam Nogueras, de Junts, planteó demandas concretas. Lo suyo consistió en rebajar la euforia de Sánchez por el triunfo del PSC en Cataluña, en criticar su “prepotencia” y en recordarle que sin Junts no podrá gobernar. “Usted necesita siempre los números de otros”, le advirtió en alusión tanto al Congreso como al Parlament.
Aitor Esteban, del PNV, y Néstor Rego, del BNG, reiteraron a Sánchez sus compromisos con Euskadi y Galicia. A cambio, Esteban garantizó la voluntad de su partido de asegurar la legislatura. También echó en falta “propuestas y medidas”, aunque él mismo excusó: “Con estas exiguas mayorías no está el horno para bollos”. Para definir el ambiente político, Esteban relató las conversaciones con sus amigos: “Me preguntan: ‘¿Qué tal por Madrid?’ Y antes de que yo diga nada, ya se anticipan: ‘¡Joder, mucho ánimo!”.
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