La incertidumbre sobre el resultado se apodera del cierre de campaña para el 9-J
Los socialistas alimentan la posibilidad de una victoria tras dos semanas en las que los grandes partidos acentuaron la batalla ideológica
Aquel Pedro Sánchez abatido, que se decía tentado a dimitir, vuelve a parecer estos días el confiado hombre de siempre. Entregado de lleno a la campaña del 9-J, los últimos días Sánchez ha aparecido otra vez como el líder que va derrochando seguridad allá donde pisa por muchos contratiempos que se le interpongan. Solo había que fijarse en la enorme sonrisa con que compareció este viernes en uno de los últimos actos electorales en Madrid, junto al secretario general de UGT, Pepe Álvarez. “Tengo buenas vibraciones”, fueron sus palabras de presentación ante la concurrencia. “Este es un final de campaña que ni habiéndolo previsto nos habría salido mejor”, se ufanó, casi eufórico.
Como si todas las anteriores previsiones para estos comicios europeos se hubiesen evaporado, en la acera opuesta a la de Sánchez, el PP se afanaba por achicar las expectativas. La palabra más repetida era “empate”. Una igualada que, según insistente advertencia de Alberto Núñez Feijóo en sus últimos actos, sería interpretada por Sánchez como un triunfo. Los populares reforzaron el mensaje en vídeos difundidos en las redes, con el hipotético empate como alerta de emergencia. Sánchez, mientras, regodeándose y retorciendo las palabras de sus adversarios: “Hace un mes decían que iban a arrasar y hoy están en ‘vamos a empatar”.
Solo el CIS se ha atrevido a vaticinar una victoria socialista el próximo domingo. Todas las demás encuestas publicadas sitúan a los populares por delante, sin diferencias abismales: tres puntos en el caso de la de 40dB. para EL PAÍS y la SER. Pero es cierto que un par de meses atrás la ventaja que todas las casas de sondeos daban al PP era mucho más sustancial. Y también es verdad que los datos de los últimos días que manejan los partidos, ya con el apagón demoscópico vigente desde el lunes, parecen confirmar que la distancia se ha acortado. Y otro dato a considerar es que al PP le ha salido un nuevo competidor por el extremo de su espectro ideológico, el difusor de bulos y delirios conspiranoicos Alvise Pérez, al alza durante toda la campaña. Y que las elecciones europeas siempre han ofrecido la oportunidad mejor para que la oposición castigue a un Gobierno, más a uno como este, que tanto y con tanta belicosidad ha sido cuestionado por sus pactos con el independentismo y por la amnistía que había prometido no aceptar jamás. Y que, por tanto, cualquier cosa que no sea un rotundo triunfo de los populares echaría por tierra su discurso de que los españoles están pidiendo a gritos acabar con este Gobierno.
En busca de una baza ganadora, Feijóo y los suyos han consumido la recta final de la campaña obviando el motivo estricto de las elecciones y entregados a pregonar una supuesta montaña de corrupción que asediaría al Gobierno, con la actividad profesional de la esposa del presidente como símbolo máximo. Pero la maniobra —sin precedentes en el debate político español— de colocar la diana de la oposición en la pareja del presidente no parece haber hecho mella esta vez en el ánimo de Sánchez. A la inversa, el presidente se pasea derrochando entusiasmo y en el PSOE aseguran que el PP ha accionado un bumerán cuyo verdadero efecto sería movilizar al electorado socialista. “¡Se van a llevar un sorpresón!”, dijo, uniéndose al coro, José Luis Rodríguez Zapatero, en el mitin de cierre de campaña.
Un plebiscito… sobre Begoña Gómez. Una calurosa mañana de principios de junio, a Feijóo se le apareció un juez. Los populares no daban con la tecla para subir el tono de su campaña, un “que te vote Txapote” para una nueva embestida contra el sanchismo. La amnistía ya no daba mucho más de sí, y el PP pregonaba que su gran apuesta eran las acusaciones de presunto tráfico de influencias contra Begoña Gómez. En esas estaban, a cinco días de las elecciones, cuando a Feijóo lo vino a ver el juez Juan Carlos Peinado al anunciar, con un mes de antelación, que citaba a declarar a Gómez como investigada.
“Esta es una campaña profundamente anómala”, se quejó este viernes en Valencia la líder de Sumar, Yolanda Díaz. “Se está hablando de todo menos de lo que necesita la gente”. El fenómeno va camino de convertirse en tradición. En mayo de 2023, el PP elevó a ETA a tema estrella de la campaña municipal y autonómica, asunto que, sin embargo, apenas abordó en la vasca, así como obvió la amnistía en la catalana. En estas elecciones que pillan a Europa en medio de una encrucijada existencial, el gran banderín han sido unas cartas de recomendación de una empresa escritas por la esposa del presidente.
Desde hace tiempo, el PP convierte cada elección en un plebiscito sobre Sánchez. Sus dirigentes no lo ocultan, como el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, que el jueves abría su intervención en el acto central de Feijóo en la capital con estas palabras: “Vuestro voto es el fin de Sánchez. Esa es la razón por la que hay que ir a votar el domingo”. Lo que nadie podía esperar era que el plebiscito acabase siendo sobre la esposa de Sánchez. “Este domingo, o Begoña o democracia”, escribía este viernes Federico Jiménez Losantos, transmutado en uno de los grandes jaleadores mediáticos de Feijóo. El PP ha llegado a introducir la imagen de Gómez en sus vídeos electorales. La sorpresa es que el PSOE le ha respondido haciendo lo mismo, mientras Feijóo lo acusaba de “apología de la corrupción”.
La amnistía ya no engancha. Después de meses y meses de encarnizada discusión, la ley de amnistía se aprobó en mitad de la campaña sin que acabase monopolizando el debate electoral. Los dirigentes del PP reconocen en privado que ya está exprimida políticamente hasta la última gota. Y, sin dejar de denunciarla, la han desplazado en favor de la presunta corrupción. Vox también ha preferido buscar otro foco, en su caso la inmigración. Para no meterse en líos, el PSOE ha evitado el tema y ha dejado su publicación en el BOE para la próxima semana.
Bipartidismo ideologizado. Una imagen de una silueta humana puño en alto bajo el lema “Vota con la zurda”; Sánchez, calándose una visera roja de obrero con las siglas de UGT; Teresa Ribera, animando al público a entonar el “No pasarán”… El PSOE ha prodigado gestos y símbolos izquierdistas como no se veían en mucho tiempo. Y desde el Gobierno ha manejado un asunto tan caro al electorado más a la izquierda como el reconocimiento del Estado palestino. El contexto europeo ha facilitado a los socialistas presentar las elecciones como una batalla para frenar a la ultraderecha. A eso se ha unido su poco disimulado propósito de aglutinar al máximo el voto de toda la izquierda, aun a costa de sus socios y aliados, para, en el peor de los casos, minimizar el triunfo del PP. El incomodado ha sido su compañero de Gobierno. “Zurdos hay que ser en las medidas, no en las palabras”, ha reprochado Yolanda Díaz.
Como en un espejo invertido, el PP también ha hecho todo lo posible por arrebatarle banderas a Vox. La consecuencia: una derechización del discurso de los populares sobre la inmigración o sobre el cambio climático. Feijóo se ha desgañitado hasta el último día reclamando la concentración de todo el voto antisanchista: “O votamos al PSOE o votamos al PP”
La otra izquierda. Arrasados en Galicia y el País Vasco, y sin comparecer siquiera en Cataluña, Podemos decidió jugar todas sus cartas en las europeas. Según las encuestas, puede salirle bien, porque tienes grandes opciones de entrar en el Europarlamento y además comiéndole terreno a Sumar. El partido fundado por Pablo Iglesias ha jugado la baza de la experiencia de Irene Montero, la más conocida de todas las candidatas, justo lo opuesto a la de Sumar, Estrella Galán, la menos identificable entre las principales formaciones. La guerra de Gaza ha sido el gran tema de Podemos. Sumar se ha visto en grandes dificultades para reconducir el debate a “los problemas de la gente” y hacerse oír en medio de la confrontación Sánchez-Feijóo. “Hay que defender el Gobierno, pero dándole fuerza a Sumar para ganar derechos”, pidió Díaz en el cierre de campaña en Valencia.
Otra criatura ultra. Donde no se esperaba batalla era en el campo de la extrema derecha. Pero por allí ha aparecido Alvise Pérez y su Se Acabó la Fiesta, con una colección de bulos, delirios y exaltaciones patrióticas que, según las encuestas, obtendrá premio en las urnas tras haberlo cosechado en las tenebrosas profundidades de las redes sociales. Vox ha tratado de ignorarlo y al tiempo dar otra vuelta de tuerca a su discurso, con la inmigración como gran asunto. Y con proclamas abiertamente racistas, como arremeter en sus redes contra candidatos socialistas europeos por sus nombres árabes o el “más muros y menos moros” que pronunció Santiago Abascal en un mitin mientras amenazaba con “enfrentarse físicamente” al Gobierno.
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