La cumbre oculta del Pirineo catalán
Ubicada entre dos grandes del turismo como Andorra y la Cerdanya (Girona), la comarca del Alt Urgell, en Lleida, traza su propio camino apoyada en una montaña apenas transitada, deportes acuáticos, quesos de vaca bruna y el parador de La Seu d’Urgell
La tentación al llegar a La Seu d’Urgell es continuar hasta Andorra, y así será durante toda la estancia en la comarca del Alt Urgell, en el Pirineo ilerdense. Resulta irresistible visitar un Estado fuera de la Unión Europea que se encuentra a solo 10 kilómetros, en el que no hay roaming gratis (no es fácil alejarse tanto sin coger un avión), hay tiendas y se atraviesa una aduana. Pero los que en La Seu se benefician del turismo, como el parador –como los guías, los monitores de deportes acuáticos, los productores de queso y embutidos–, están consiguiendo que muchos visitantes se vayan sin pisar el país de al lado.
De primeras, lo obvio: la catedral, a un minuto a pie del parador. Pilar Aláez, guía autorizada: “La talla de la virgen muestra un gesto menos hierático, una expresión menos confusa, porque es románico tardío”. Para cultura gastronómica, la quesería urbana L’Abadessa. Habla Judit Carreira, su dueña: “El [queso] fragua se elabora con leche de vacas brunas que pastan a siete kilómetros de aquí. Tiene aroma a bosque, a humedad. Representa el paisaje, es potente como los que vivimos en la montaña”. Si se busca acción, hay que dirigirse a Parc del Segre para practicar rafting. Este circuito de aguas bravas acogió las pruebas de piragüismo en eslalon de Barcelona 92. Xavier Travé es su responsable deportivo: “La Seu es una zona de paso. Contribuimos con las competiciones y con las actividades turísticas a que sea un destino por sí solo, a que la gente no solo se pare a ver la catedral”. Y si se quiere realizar una actividad al aire libre más pausada hay que llamar al geólogo Albert de Gracia: “Hemos vivido de espaldas al turismo. Los visitantes venían de paso en su camino hacia Andorra. Las rutas por la montaña aquí no se convierten en una romería. El que viene se queda impresionado”.
Dentro del parador
Todas estas actividades arrancan o se dan a una distancia caminable del parador, que se reinauguró en 2004, que desde entonces atrae visitantes en su deambular por el Pirineo catalán, grupos de turistas internacionales que se mueven de una comarca a otra en rutas ya organizadas. El hotel, y su claustro clasicista (siglo XVIII), también acoge a españoles que prefieren un paseo por la montaña en lugar de por la playa, que sacan tiempo para ir a una quesería y entran en las iglesias, que miran y preguntan, escuchan.
Myriam Rodríguez es la directora del parador. Nació en Bilbao, procede de Toledo y lleva un año en la zona. “¡Y también hay muchos aficionados a la bici! De carretera y de montaña”, apunta delante de unos medallones de ternera bruna del Pirineo: “La Seu es un lugar todavía por descubrir. Quiero que se conozca más la zona. Hay pocos visitantes que vengan expresamente aquí”, añade. Esto no es la vecina Cerdanya, ya en Girona, más concurrida, más ubicada en el mapa con sus 13 estaciones de esquí entre el lado español y el francés; ni Andorra, con su ministro de Turismo. En La Seu hay mucho por hacer, y eso es un lujo para poder hacerlo bien.
Actividades para todos en un entorno natural
Visitas culturales, turismo sostenible, dinamización de la zona…
Cómo sacarle el máximo partido a la zona en la que se ubica el parador de La Seu d’Urgell
Aláez, la guía, lidera el pateo por el casco antiguo. Tras ejercer como agente de viajes durante una década en Andorra (1.600 habitantes de La Seu, los conocidos como fronterizos, suben y bajan a diario al Principado a trabajar), lleva 11 años organizando visitas por La Seu: “Seremos tres guías en una ciudad de 12.000 y pico habitantes”, ilustra. A veces hace de anfitriona patrimonial y cultural con amigos o familia: “Cuando vives aquí te das cuenta del volumen de la catedral al pasar delante de ella, pero no te fijas en el detalle. Defiendo que los habitantes adopten la mirada del turista”, cuenta mientras señala los leones de piedra que protegen la portada del templo, un elemento muy reconocible en el románico lombardo del norte de Italia.
Dos vacas suizas cambiaron la región
Cualquier paseo acaba por situar al visitante delante de la sierra del Cadí. Helena Vila, jefa de Administración del parador, resume la influencia de esa sucesión de picos en torno a los 2.600 metros: “Cuando vas a alquilar o comprar un piso lo que buscas es que tenga vistas al Cadí, como cuando estás en la costa y quieres que dé al mar”. Y delante del Cadí (sus cumbres todavía guardan nieve a finales de mayo) se extiende un prado que hasta finales del XIX estaba cubierto de viñedos. La filoxera destruyó las vides y como sustitución trajeron dos vacas de Suiza y crearon un sistema de riego para convertir el campo en pasto: cambió la economía de la región. Aláez aporta cifras de un año normal: 10.000 vacas dan 200.000 litros de leche con los que se elaboran nueve toneladas de queso en las nueve queserías existentes en la comarca.
Una de ellas es Formatges de l’Abadessa, que se encuentra en el casco histórico de La Seu desde 2015. Cuenta Judit Carreira, su dueña, que la gracia es que es una quesería urbana, como sucede en Italia, donde la mozzarella se hace en las casas, o más recientemente en París, ya más sujeto a una tendencia, la de situar un oficio rural en medio de la ciudad. El local de Carreira se encuentra en un callejón. La planta baja es el obrador, en el sótano se encuentra la antigua bodega de vinos convertida en una cueva donde maduran las 15 variedades de vaca y cabra que produce (“Temperaturas frescas y constantes, humedad alta”, describe) y la de arriba es la vivienda, de donde baja con una calculadora para hacer las cuentas a un cliente que le acaba de comprar un cabraflor (en forma de torta, cremoso, de pasta blanda y blanca, uno de esos quesos que uno asociaría a Francia) y el mencionado fragua, el más típico de la zona, que se alista en la carta del parador.
Helena, Guillem y Marga recomiendan
Una excursión muy bonita a la falda del Cadí. Se deja el coche en Estana, donde empieza un camino que te conduce a una explanada donde pastan las vacas. Ves la montaña en todo su esplendor. Se tarda una hora y media en ir y volver. Es apto para niños.
Helena Vila
Jefa de Administración 15 años en Paradores
Un baño en aguas naturales que se filtran de rocas calcáreas en Coll de Nargó, en una zona que se conoce como las bassas (balsas) de Nargó. En este mismo pueblo se encuentra la Dinosfera, un museo con restos óseos de dinosaurios y huevos fosilizados.
Guillem Areny
Jefe de Mantenimiento 6 meses en Paradores
Existen 53 monumentos románicos en la comarca del Alt Urgell, donde se ubica el parador. Recomiendo la ermita de Sant Vicenç d'Estamariu, de 1019, o el campanario de Sant Martí de Bescaran, de estilo lombardo. La mayoría se visitan por fuera, pero merece la pena.
Marga Asensio
Jefa de Recepción 20 años en Paradores
Al estar en el centro de la ciudad, la quesería ejerce de tienda para los propios habitantes (“Me pongo muy contenta cuando una persona mayor me compra un tupí, un queso de aprovechamiento que lleva aguardiente”, cuenta) y atrae el interés de los visitantes, una forma de conocer la comarca, de buen turismo. El 30% de su venta es directa, ayudada también por las ferias que existen en la zona, entre las que se incluye la de Ermengol, que va por su 30ª edición y que se celebra en La Seu en octubre. Carreira no convierte la visita en un taller, sino en una clase de estilo de vida pirenaica. “Somos la capital del formatge”, se le escapa en catalán. “Todos los queseros y ganaderos tenemos un vínculo estrecho. Se les compra leche, aunque no necesitemos producir más quesos. Ellos tienen que seguir viviendo”, cuenta. “No existe la competencia entre queseros. Nos ayudamos”, añade con un ejemplar redondo y plano que recuerda al suizo gruyer.
Excursiones a la carta
De la historia de la tierra y de sus habitantes habla mientras camina el geólogo Albert de Gracia. Lleva a grupos de unos 5-8 personas a pueblitos de montaña, como Arsèguel o Ansovell. “Autenticidad”, resume este experto también en meteorología para ilustrar que el Alt Urgell está sin explotar, “que se ha vivido de espaldas al turismo”, que el de fuera es superbienvenido pero que La Seu se reconoce todavía más como ciudad dormitorio de Andorra que como lugar de vacaciones. “Esta comarca está virgen. Las excursiones son casi solitarias”, detalla asomado al mirador Pla de les Forques, con el Cadí al fondo. La ausencia de multitudes le permite ofrecer excursiones casi a la carta. Para el que no está muy acostumbrado a andar, más pueblos. Si el grupo lo forman andarines de ciudad, una salida sin mucho desnivel. Cuando se trata de montañeros preparados, una caminata de ocho o diez horas. ¿Marcha nórdica tal vez? Marcha nórdica y raquetas de nieve en invierno.
“Claro que voy a Andorra de vez en cuando. Voy al teatro, a algún concierto. El año pasado fui a ver el Cirque du Soleil”, cuenta este apasionado de las tormentas. “Vas, te agobias y vuelves”, resume entre risas este guía de montaña, que este junio va a abrir una tienda física en la calle Mayor de La Seu: “Se va a convertir en el primer local turístico de la ciudad”, asegura. El letrero dice Meteopirineus, como el alias de De Gracia en redes sociales, y por su puerta entrarán todos aquellos que no quieran moverse del Alt Urgell o incluso algunos que acaben prolongando la estancia cuando se enteren de todo lo que hay que hacer y pocos antes hicieron.