José Miguel Fernández Sastrón: “Vi llegar a todos los nuevos de la familia real”
El músico, expresidente de la SGAE y exmarido de Simoneta Gómez-Acebo, sobrina de Juan Carlos I y prima de Felipe VI, presenta el libro ‘¡Menos protocolo y más patatas!’, un ácido y divertido retrato de la clase alta que conoce bien desde la cuna
Llega, retrasado y apurado, a la cita en el Ateneo de Madrid, con su pinta casual pija —sombrero panamá protegiendo el cráneo privilegiado, gafas de sol, pañuelito asomando por el bolsillo de la chaqueta de lino—, se excusa y, como él también tiene prisa, nos ponemos al lío sin más ceremonia. El lío es comentar su vida y su última obra, ¡Menos protocolo y más patatas!, una “novelita” que ha escrito y autoeditado en la que recrea, a través de la vida de Tristán, un rico y haragán heredero de 38 años que vive con su madre marquesa, el ecosistema de la alta sociedad de la nobleza, la burguesía y la élite económica madrileña, con su flora, su fauna, su jerga, su hábitat de diario y de vacaciones, sus ritos de apareamiento y sus relaciones con sus pares e impares. La gracia del librito, además del lenguaje, consiste en jugar al quién es quién, tratando de adivinar qué trasuntos reales de los personajes habituales de la prensa del corazón se esconden entre sus personajes. El autor del divertimento no defrauda. Frente a frente, José Miguel Fernández Sastrón es un conversador ingenioso, rápido y divertido que no evita el bulto, aunque lo escurra con cintura. Lo más interesante, claro, es lo que calla.
Ahí, ahí: haciendo amigos con el libro.
No precisamente, porque mucha de la gente de la que hablo ya son amigos míos. Y muchos se han reído con él porque se han visto reflejados. Mi humor no es hiriente, sino mordaz.
No hace sangre, aunque supongo que podría.
No, porque no soy un vampiro. Y, sí, podría, pero para hacer sangre tendría que haber cadáveres, y yo no los he visto a mi alrededor. Lo que he visto son situaciones y prácticas graciosas que la gente no imagina en esos ambientes. Digamos que he hecho de infiltrado.
Bueno, usted, nieto del fundador de Galerías Preciados, también es un niño bien.
Podría entrar claramente en ese perfil: he nacido en una familia pudiente que se ha movido en un entorno social más o menos elitista. Pero he sido un niño bien bastante malo, en el buen sentido.
¿Y eso?
De joven, por mi vocación por la música y los amigos que frecuentaba, me movía también en ambientes más canallas, y eso en plenos años ochenta, una época, digamos, movida.
¿Sexo, drogas, rock and roll?
Bueno, había de todo. La heroína nunca suscitó mi curiosidad. Y sobre las demás, digamos que me movía en ambientes donde puedes haber probado algo. Me salvó que siempre me he preguntado antes de tomarlas si me compensaba y que nunca me he visto condicionado hasta el punto de engancharme ni, mucho menos, poner mi vida en peligro. Y he conocido casos muy cercanos.
Usted es músico. ¿Las drogas ayudan a componer?
Bueno, en mi caso, recuerdo que con un porro escuchabas música que no habías escuchado antes y digamos que se abría más tu sensibilidad y tu imaginación. Pero, vamos, no era usuario asiduo.
El protagonista de su libro, Tristán, considera el aburrimiento un arte. ¿Y usted?
El aburrimiento ahora ni se tolera ni se permite. Si nos aburrimos, nos ponen algo en la pantalla para entretenernos. El aburrimiento es el padre de la filosofía y de las grandes ideas. No nos quieren aburridos porque, así, no pensamos. Somos hormiguitas trabajando y, cuando paramos, nos ponen una peliculita o algo. Nos llenan de datos y no tenemos tiempo ni de procesarlos ni de distinguir los verdaderos de los falsos. Ahora mismo, el opio del pueblo son las redes sociales.
También parodia a influencers pijos. Sin señalar a Victoria Marichalar de Borbón. ¿Cuánta tontería hay en ese mundo?
Toda. Te están diciendo que vayas a un sitio que le paga para que te diga que vayas, pero la cosa es que hay gente que les sigue y acaba yendo. Hay ahí un exhibicionismo por parte de todos. Se trata de ser del club de los que molan, sea social, musical, deportivo o de moda. Son referentes para gente que considera que, si se parece a ellos, entra en el club de la élite. El rico quiere ser más rico; el deportista, el más rápido; el guapo, el más guapo. Todo el mundo quiere ser más y mejor. Ahora, cualquiera que demuestre un talento a la hora de vender cualquier cosa tiene mi admiración.
¿Aunque sea humo?
El humo es la cosa más difícil de vender del mundo. Hay verdaderos vende humos y lo hacen muy bien. La culpa es nuestra, pero el talento es suyo.
Se casó en 1990 con Simoneta Gómez-Acebo. Ha llovido.
Me casé con la hija mayor de doña Pilar y fui su primer yerno. Todos mis cuñados eran más jóvenes y creamos muy buen ambiente. Quise mucho a mis suegros y mantuve ese afecto hasta el final. Pero, sí, desde mi modesta parcela, fui el primer cuñado en llegar a la segunda generación de la familia real. Vi llegar a todos los nuevos.
Marichalar, Urdangarin, Letizia Ortiz. ¿Les dio algún consejo? ¿Había una especie de solidaridad entre ustedes?
Bueno, es que los siguientes que llegaron lo hicieron a primera línea. No es lo mismo ser el marido de la sobrina, que el yerno o la nuera del Rey. Entonces, yo no podía enseñarles mucho porque ellos entraban en una instancia mucho más complicada que la mía. Ahora bien, me hacía gracia, porque observaba sus entradas, sus posturas, cómo se manejaba el uno, la otra, sabiendo perfectamente por dónde tendrían que acabar entrando. Entonces, la veteranía siempre es un grado.
¿Cómo vivió el terremoto de la abdicación de Juan Carlos I y la proclamación de Felipe VI?
Eso ocurrió cuando yo estaba bastante fuera. Ya me había divorciado. Seguimos coincidiendo en citas familiares, les guardo mucho afecto, y creo que es mutuo. Personalmente, creo que eso es muy español. Vivimos en un país donde un día se está arriba y otro abajo. Hay una escena de la película ¿Dónde vas, Alfonso XII? que siempre me hizo mucha gracia. Una masa enfervorecida recibe a Alfonso XII cuando vuelve a reinar a España. Hay una mujer desgañitándose, diciendo: “Viva el Rey”. Una amiga le dice que no grite tanto, y ella le responde: “Más gritamos cuando echamos a la madre”. Pues eso. Tuve la oportunidad de tratar al rey Juan Carlos I durante 20 años y, si tengo que hacer un balance de su persona y su obra, es positivo.
¿El dinero quiere pedigrí y el pedigrí, dinero?
Bueno, el dinero compra lo que quiere, y el pedigrí ya no implica dinero. Antes implicaba patrimonio, pero, según van sucediéndose las generaciones, hay más para repartir. Si el noble tiene seis hijos y el patrimonio se reparte, si no se amplía, se va diluyendo. No hay fortuna que resista eso. Pero hay casuísticas de todo tipo. Tristán solo tiene una hermana y el futuro garantizado. Por eso se aburre: es muy difícil tener estímulos en la vida si lo tienes todo solucionado, entonces, recurres a otros estímulos. Pero también conozco a muchos tiburones, hijos de nobles, que han estudiado en Harvard y se matan a currar estando forrados.
Usted ya tiene una edad.
Y dos, incluso.
¿Cómo ha visto los pleitos en los que mujeres nobles le disputaban el título a sus hermanos varones?
Bueno, eso es porque ahora se puede. De todas formas, la nobleza es inconstitucional por definición. Si nos ponemos así, ¿por qué hereda el título el mayor y no el más pequeño? Eso no es igualdad de derechos. Se da la paradoja de que los nobles más recientes, como Vicente del Bosque, que fue nombrado marqués por ganar el Mundial de Sudáfrica, es considerado por los nobles viejos como un “marqués de antes de ayer”. Si tenemos que adaptar la aristocracia a la Constitución, se les acabó el cuento. Yo creo que no hay ni que hacer el esfuerzo. Lo que no debe tener la nobleza es ninguna transcendencia ni influencia en las cosas del comer. No proporcionar ninguna prerrogativa sobre el resto de los españoles, más allá de poder poner el título en las tarjetas de visita, aplaudirse entre ellos y jugar a ser los más elegantes, cosa que me parece maravillosa.
En el libro domina los nombres, los diminutivos y la jerga pija que da gusto.
Esos diminutivos son, muchas veces, para distinguir a la madre de la hija, o al hijo del padre. Son mundos endogámicos, pero, en el fondo, todos lo son. Tendemos a juntarnos entre nosotros. Los títulos se heredan, pero la clase unos la heredan y otros, no.
¿Sigue componiendo música?
Sí, alguna cosa. Y he compuesto muchas, pero me temo que pasaré a la historia por dos: la sintonía del programa Sorpresa, sorpresa y la del anuncio de Me gusta el fútbol, ¿te acuerdas? [se las tarareo] ¿Ves? Tampoco está tan mal.
¿Por qué nos fascinan tanto los ricos?
Creo que es una mezcla entre lo aspiracional, el fetichismo y el hecho de que, hoy, te los puedas encontrar por la calle, hacerte una foto con ellos y pedirles un autógrafo. Al final, las clases sociales, dejando aparte el dinero, no dejan de ser clubs. También hay una rutina y una endogamia. Y eso hace que, en el fondo, con todo el dinero que quieras, nos parezcamos todos bastante.
Ver que los ricos también lloran consuela bastante.
Bueno, eso explica que no son dioses. Cuando lo pasas mal, puede que el dinero ayude a no tener que preocuparte de ciertas cosas, pero la enfermedad, la física o la mental, duele igual. El desamor, que te deje la mujer o el hombre que amas, lo vas a pasar igual de mal, es la condición humana.
Usted mismo sobrevivió a un cáncer.
Un cáncer linfático, el mismo que tuvo mi suegro, el padre de Simoneta, Luis Gómez-Acebo. Mi suegro no lo pudo contar. Llegó ya muy enfermo a nuestra boda y le dio tiempo a ver la primera ecografía de nuestro primer hijo. Dijo: “Este se parece a mí”. Era un señor estupendo. Yo tuve más suerte: me lo detectaron a tiempo y aquí estoy. Me cambió bastante las prioridades, entré en una especie de carpe diem.
¿De ahí su divorcio?
Bueno, no. Mi cáncer lo tuve a los 42 y seguimos felizmente casados hasta los 50. Digamos que fue una mezcla de cosas. El carpe diem, la crisis de los 50 y circunstancias vitales de ambos. Después, al divorciarme, la primera discoteca a la que fui, Snobissimo, que sale en el libro, era a la que iba de joven con mis primos mayores, y, entonces, me encontré a todos los divorciados de mi edad con casi la misma música. Era como el túnel del tiempo.
¿Tuvo una segunda edad del pavo?
Sí, y te diría que exactamente igual de estúpida que la primera, en el sentido de que vas de gallito otra vez, y vas a pillar y eso, y ves a los mismos, era surrealista. Aquello me duró unos tres años, y digamos que pillé donde pude.
O sea que la pitopausia existe.
Pues claro que existe, y cuando la superas lo ves como una fase, y te das cuenta de que la adolescencia, ninguna de ellas, no es el estado más lúcido del hombre. Ni de la mujer, supongo.
PROTOCOLO Y PATATAS
José Miguel Fernández Sastrón (Madrid, 65 años) saltó a la popularidad por su boda, en 1990, con Simoneta Gómez Acebo, primogénita de la infanta Pilar de Borbón, hermana del rey Juan Carlos I. Sastrón, nieto de Pepín Fernéndez, fundador de los grandes almacenes Galerías Preciados, es músico y compositor, autor de conocidísimas sintonías de programas y anuncios publicitarios, como Sorpresa, sorpresa y Me gusta el fútbol, y fue también presidente de la Sociedad General de Autores. Ahora, vive de los réditos de sus composiciones y de la edición y dirección de la revista DW Magazine. "No soy multimillonario, pero tengo un pasar", sostiene Sastrón, autor de Menos protocolo y más patatas, un librito que ha escrito y autoeditado como "ejercicio de divertimento" entre dos novelas más ambiciosas que dice tener a medias. En él, pasa divertida y ácida revista, a través de una historia familiar, a los usos y costumbres de la clase alta española, sobre todo la madrileña, cuyos códigos domina desde que echó los dientes.
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