Joan Didion: niños rompiendo la postal de la América idílica
‘Una liturgia común’ aborda la frivolidad y el escapismo de una clase media alta incapaz de afrontar la realidad
Joan Didion es una de esas voces que uno puede tardar en leer, pues sus grandes creaciones arrancan en los lejanos años sesenta y setenta, pero la laguna se puede volver océano si vamos dejando pasar demasiadas oportunidades para hacerlo. La autora nacida en Sacramento en 1934 y fallecida en Nueva York en 2021 se convirtió en mito al firmar en 2005 El año del pensamiento mágico, una vivaz historia sobre la muerte de su marido y la enfermedad también letal de su hija que le valió el National Book Award, entre otros premios, convertida en un clásico del duelo de la literatura contemporánea. Pero antes nos había dejado un buen puñado de novelas que Literatura Random House sigue recuperando en español. Una liturgia común, que ella escribió en 1977, es la más reciente publicación y, sobre todo, una excusa tan buena como las otras para iniciarse o seguir profundizando en Didion.
Una liturgia común es compleja pero, sobre todo, un rompecabezas perfecto en el que cada pieza depende de la posición exacta de las demás, lo que en literatura es un milagro. La autora ha buscado aquí a una narradora peculiar, una intermediaria que le va a servir para abordar una tarea ingente: se trata de contar la historia de Charlotte Douglas, una mujer de clase alta que se moverá constantemente entre la frivolidad y el drama que va dejando atrás, el escapismo de sus problemas y el amor a los lados más banales, pero también más luminosos, de la vida. El encanto es su único universo. La sordidez, solo algo que dejar atrás sin ni siquiera mirar. Menos aún pensar.
Con un aire de John Cheever y de Richard Yates, Didion da el salto de pértiga al inventar un país imaginario en Centroamérica donde la narradora, viuda del cacique local, gestiona la mayor parte del patrimonio. ¿Estrambótico? A la autora le sirve para despellejar a los norteamericanos que pasan por el lugar, para retratar la arbitrariedad del poder, la fatuidad de la riqueza y para generar una atmósfera en la que la protagonista, esa extraña Charlotte Douglas, va a recalar en su huida de los desastres a los que le ha llevado su forma de vida: sus relaciones con sus dos grandes amores; la evolución de su preciosa hijita querida, hoy convertida en terrorista en un descalabro generacional que más tarde también supo pintar Philip Roth en su escalofriante Pastoral americana. Niños desgajados de sus padres. Niños capaces de romper el ambiente idílico de la América del dinero, de las clases media y alta, de las apariencias felices, de las casas con jardín y una copa a media tarde. Y a media mañana.
Didion crea la voz de esa narradora, decimos, capaz de mirar a la protagonista desde la sensatez y la empatía y desde una cierta sensibilidad solidaria hasta que también nosotros, lectores tan ajenos a esa riqueza y esa extravagancia, empecemos a sentirla. De esa manera borda la creación de esa protagonista frívola que huye siempre hacia adelante, que se autoengaña, que retiene de su hija los detalles más superficiales (el vestido amarillo que vistió, el asombroso jardín que la llevó a ver), incapaz de verla crecer y de aceptar a la adulta que ya no juega con muñecas. Donde le preguntan A, la protagonista siempre responde B, en unos códigos de la frivolidad en los que pronto se cuela la violencia.
El milagro narrativo es que, además, logra que nos importe a través de una técnica indirecta, de espejos improbables donde las capas más vistosas se acaban descascarillando para mostrarnos realidades que no quisiéramos ver, pero que debemos ver. Didion nos las enseña.
Una liturgia común
Traducción de Olivia de Miguel Crespo
Random House, 2024
256 páginas, 20,90 euros
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