Javier Velarde: el artista del libro rescatado
Este santanderino crea ensamblajes, a partir de volúmenes muy deteriorados, que parecen estratos o representaciones topográficas. Son su obra creativa, pero también el germen de objetos funcionales.
Rescata libros en mercadillos o de organizaciones que vacían pisos, de los que se deshace la gente o se quedan desamparados, a veces sin ni siquiera haber tenido en cuenta si contaban con algún valor bibliográfico. En ocasiones se encuentra con ediciones buenas o ejemplares que le interesan. Esos los salva, pero normalmente están muy descuidados. Tanto, que los tiene que planchar antes de empezar a manipularlos. Primero corta sus páginas con una guillotina en tiras del ancho que necesita. Después las tiñe, las deja secar y con ellas crea diferentes tipos de obras. Algunas son composiciones a modo de retorcidos estratos, de una gran profundidad y dramatismo, con una hipnótica riqueza cromática. Otras son paisajes más sencillos, de pinceladas mínimas o una sola capa que cruza de un lado a otro y que parece estar iluminada.
“La obra de los pintores románticos siempre me ha inspirado mucho, con esas pequeñas figuras humanas en medio de paisajes absolutamente sobrecogedores. Sus personajes, ante la inmensidad y una naturaleza tan abrupta, representaban tomar consciencia de lo pequeñitos e insignificantes que se sentían. Y yo siempre he pensado que a mí me pasa todo lo contrario: ese sentimiento, más que en la naturaleza, a veces lo he experimentado en la soledad de mi casa cuando estaba pasando por un mal momento. Una tormenta interior de la que no tienes escapatoria”, explica Javier Velarde (Santander, 39 años). “Mis ensamblajes son una reinterpretación de esos paisajes y ese sentimiento de los pintores románticos, en los que como medio uso el libro como un objeto-pretexto”.
Sus obras, efectivamente, se manifiestan como conmovedores paisajes, construidos a partir de numerosas tiras de papel agrupadas por gamas cromáticas, ensambladas de tal forma que recuerdan a representaciones topográficas. Algunas las monta dentro un marco redondo de metal con un cristal; un proceso en el que va un poco a ciegas porque tiene que ir acoplando el papel por el envés de la obra, de modo que la parte teñida quede de cara al cristal. “Cuando dibujas a lápiz vas sobre seguro. Sin embargo, este proceso tiene un componente sorpresa que me gusta mucho”, apunta. Para otras obras, hace un vaciado en un bloque de madera y le incrusta el papel. “El efecto es como cuando pasas un pincel bien cargado de óleo y te deja un rastro muy grueso y con muchos volúmenes”.
Este tipo de composiciones las hace asimismo a lápiz, las fotografía o crea serigrafías a partir de ellas. Y también son el punto de partida para el diseño de objetos funcionales, como alfombras y tejidos para plaids o almohadones. “Todo empezó un poco como un plan B, ya que veía muy difícil salir adelante en el mundo del arte, porque siempre dependes de terceros”, admite. “En los últimos años de mis estudios en Bellas Artes ya me gustaba mucho el mundo del interiorismo. Fue entonces cuando empecé a explorar cómo podía trasladar mi trabajo en la pintura a un objeto utilitario. Lo más fácil que me salió fue llevarlo a una colección de textiles. Pero la alfombra, en concreto, me permitía hacer una pieza terminada, como cualquiera de mis obras”.
Para trasladar sus creaciones a un soporte tan diferente como una alfombra, Javier Velarde fotografía sus ensamblajes y, digitalmente, va reduciendo sus múltiples matices a colores planos. A cada franja de color le asigna un tono de la carta internacional Ars Colors, específica del ámbito textil. Con todo ello elabora un croquis, que funciona como guía de trabajo para los artesanos de la India y Nepal que las confeccionan, mediante la técnica de anudado a mano. “Los ensamblajes son obras con una producción muy manual, igual que las alfombras. Aunque estemos tan lejanos, me gusta pensar que ambos hacemos un trabajo manual que es muy parecido: tanto el papel como la lana primero los teñimos, y después vamos ejecutando la pieza línea a línea”.
Al terminar sus estudios de Bellas Artes se quedó en Madrid unos años. Pero, a medida que sus ventas iban creciendo, cada vez necesitaba más espacio para almacenar y trabajar. Esto impulsó su vuelta a Cantabria, con la idea de poder contar con un lugar que funcionara como vivienda, taller y showroom. Y así fue como terminó comprando un terreno en Pontones. “En esta zona hay muchas vaquerías, pero este era un terreno solo de cultivo. Por eso, a nivel arquitectónico me decanté por un estilo que pareciera una construcción agrícola, como de granero, de modo que no impactara mucho en el entorno y se integrara con el resto de las construcciones del lugar”, explica.
Aquí, Javier Velarde vive con su marido, Juan Álvarez, y su galgo. Las diferentes funciones se distribuyen a lo largo de tres edificaciones: una dedicada a vivienda y otra, a zona de exposición, que están seguidas y ambas tienen la misma arquitectura de granero. Aparte está el taller, con un estilo diferente, forrado en madera por dentro. El volumen destinado a la vivienda hace forma de ele, generando un porche y un espacio más íntimo para la piscina, de agua salina.
“Aunque mi obra artística ha ido evolucionando mucho a nivel de forma, desde el principio siempre he intentado contar una historia, algo personal. Me gustaba mucho abordar cuál era mi relación con mi casa, con mi espacio doméstico, mi espacio íntimo”, cuenta Javier. “Cuando empecé a trabajar en estos proyectos, el arte fue para mí terapéutico, porque a través de mis obras expresaba cuestiones o preocupaciones que, en ese momento, ocupaban gran parte de mi tiempo, pero no conseguía verbalizar. Siento que le debo mucho a mi profesión. Ha sido la herramienta perfecta para convertir todo aquello que me generaba dolor en algo bello. Mi situación personal ha cambiado mucho desde entonces y ahora, en este sentido, vivo en paz. Mi relación con esta casa es muy sana. Me he vuelto supercasero. Ahora disfruto e, incluso, necesito de esos tiempos en soledad de los que antes huía y me hacían tanto daño”.
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