<![CDATA[EL PAÍS]]>https://elpais.comThu, 05 Sep 2024 05:17:32 +0000es-ES1hourly1<![CDATA[Reír por no follar]]>https://elpais.com/opinion/2024-09-05/reir-por-no-follar.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-09-05/reir-por-no-follar.htmlThu, 05 Sep 2024 03:00:00 +0000¿Qué hay de nuevo, viejos? Por aquí, poca cosa. Las vacaciones son historia y eso de que la recarga de las pilas dura 15 días será para los que las tengan alcalinas, porque ciertas cabras tiramos al monte del estrés por las nubes en cuanto volvemos a las prisas. Regresé de la playa el sábado, tras comerme el atascazo de la Operación Retorno, y, nada más dejar las maletas en casa, volví a coger el coche para ir pitando al súper a llenar la nevera antes de que cerrara. Por lo que fuera, no quedaban piñas en la frutería. Se lo comenté a la cajera, y me contó que se agotaban a diario por el éxito de una supuesta campaña animando a acudir a ligar a sus tiendas entre las siete y las ocho de la tarde poniendo una piña del revés en el carro de la compra cual luz verde de los taxis. Lo dudo. Que sea todo tan banal, digo. Un tuit cualquiera, sea o no de parte interesada, solo se viraliza cuando el presunto virus nos revoluciona las defensas lo suficiente para provocarnos un pico de fiebre, la que sea: risa, llanto, cabreo. Emoción, a fin de cuentas. O sea, cuando nos mete el dedo en la llaga. Y eso, más allá de cualquier estrategia de marca, es lo que, para mí, ha pasado con la parábola del carro y la piña.

Nos apela porque nos retrata. Y reímos por no llorar al ver reflejado un modo de vida en el que el único hueco que nos deja el trabajo es para comprar comida y donde, hasta para quedar con un amigo, no digamos para encontrar pareja, hay que agendarlo y exponerse a dejar o a que te dejen tirado porque a uno se le complique la tarde o porque, qué pereza, tener que lucir guapo y simpático cuando estás tan reventado que lo único que te apetece es desplomarte en tu sofá y echarte al cuerpo lo que te quede en el frigo, y al alma lo que te echen en pantalla. Empezando por esas aplicaciones de citas que parecen catálogos de ofertas del mercado de la carne. Más que vivir, consumimos. Por eso, si no es verdadera, está tan bien encontrada la metáfora de la piña y el carro. Antes de la pandemia, el antropólogo Juan Luis Arsuaga se quejaba en este diario de que “la vida no puede ser solo trabajar toda la semana e ir al súper los sábados”. Seguimos igual. Y reír por no follar no es más, ni menos, que un mecanismo de defensa.

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shironosov
<![CDATA[Icíar Bollaín: “Hago las películas que veo tras las noticias”]]>https://elpais.com/cultura/2024-09-01/iciar-bollain-hago-las-peliculas-que-veo-tras-las-noticias.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-09-01/iciar-bollain-hago-las-peliculas-que-veo-tras-las-noticias.htmlSun, 01 Sep 2024 03:30:00 +0000El día que nos vimos, hace unas semanas, aunque después rematáramos la conversación vía telefónica el pasado jueves, hacía un sol infernal en Madrid, pero el sótano de la humilde manzana de bloques bajos del barrio de Carabanchel donde Icíar Bollaín supervisaba la sonorización de Soy Nevenka parecía una nevera. Está claro que la directora, que entonces lucía morenísima, relajada y contenta, lleva mejor el frío que el calor. Residente desde hace 12 años en Escocia junto a su pareja, el también cineasta Paul Laverty, y sus tres hijos, estaba de vacaciones en una playa alicantina y para ella, subir a la capital a rematar su obra era, más que un incordio, una fiesta. Antes de acudir a la cita, para entrar en harina, yo había visto lo que pensaba que era el filme ya terminado en un enlace digital facilitado por la productora. Así que una, lega en el oficio, empezó preguntando por lo primero que le chocó al saber que el pastel aún estaba en el horno.

Entonces, ¿lo que he visto no es la película, película?

Has visto el bruto. Falta añadir las músicas, los ruidos, el ambiente. El sonido es la mitad de la imagen. Y, a veces, un sonido vale más que mil imágenes porque, al oírlos, ves las cosas, aunque no aparezcan en pantalla. Ves a los niños jugar en la calle, ves los murmullos en el pleno del Ayuntamiento, ves el silencio ominoso en la procesión, ves el ambiente del pueblo, y, en esta película, el ambiente es fundamental, porque narra una historia coral. La de Nevenka y la del ecosistema del entorno y la época: la tela de araña de la sociedad que vio el calvario de su acoso por parte de Ismael Álvarez y ni dijo ni hizo nada al respecto.

O sea, que estos días está enriqueciendo su cocido, como en el anuncio.

Exacto. Esta es una fase gozosa, porque se trata de enriquecer lo que has filmado y montado. En el rodaje vas a la compra, escoges y preparas la materia prima. En el montaje, guisas esos ingredientes, los mezclas. Ahí puede haber cierta frustración porque te haya faltado algo o te hayas equivocado de alimentos, pero ya no te puedes arrepentir. En esta última fase, digamos que sazonas y emplatas el guiso para que el comensal lo disfrute.

¿Ha visto y catado ya el plato Nevenka Fernández, la protagonista de la historia?

Lo vio ayer. Se emocionó muchísimo. Estaba impactada y muy contenta. Hemos contado con ella, conocía el guion y vino al rodaje, pero, al final, lo que contamos es su vida y tenía miedo de verla en pantalla. Hubo escenas en las que se tapaba los ojos. Pero creo que salió feliz. Vino con su psicólogo y su abogado, que también salen en la peli, y se quedaron hablando horas. Fue precioso.

¿Y el alcalde acosador, Ismael Álvarez?

No. Pensamos en contar con él, pero todavía niega los hechos sentenciados en firme. Entonces, ¿para qué?

Creo que no les dejaron rodar en el Ayuntamiento de Ponferrada.

Ni siquiera contestaron a nuestra petición. Hubo silencio administrativo del gobierno municipal del Partido Popular, que era el de Álvarez cuando fue alcalde. Evidentemente, no querían que se volviera sobre el asunto. Pero, además, ocurrió algo curioso: ni siquiera a aquellos otros que sí nos ayudaron les hacía gracia que hiciéramos la peli. Puede haber ahí un deseo comprensible de no querer ver otra vez a Ponferrada en la crónica negativa. Pero no estoy de acuerdo. Nevenka también es ponferradina, y mira qué tía tan válida, tan valiente y con tantos arrestos. Ponferrada también es ella.

¿Siguió el caso en su día?

La verdad es que no. Y eso es alucinante. Entonces yo ya no era ninguna niña, tenía 37 años, pero no me sentí concernida. Era como que todo eso no iba con nosotras. Eso habla también de cómo se trató el asunto desde el punto de vista informativo. Por eso incluyo en la película imágenes de los telediarios de la época. En general, a Nevenka Álvarez no se la apoyó, ni dentro ni fuera de su pueblo, al revés, se la llegó a tachar de trepa mentirosa. Se la dejó muy sola. Fue una mujer joven que se atrevió a denunciar a un hombre poderoso con todo en contra y en una sociedad muy pequeña. Salirse del plato en Ponferrada entonces era liarla muy parda. Todo eso es lo que he querido contar.

Usted es actriz. ¿Cómo escogió a los actores que interpretan a Nevenka Fernández e Ismael Álvarez? En la película se transfiguran en ellos.

Escojo a actores que me conmueven y a los que me creo. Con Mireia Oriol, que hace de Nevenka, lloré muchísimo en la audición. Su cara era un recital. Sus ojos pasaban de parecer los de un cervatillo asustado a la determinación absoluta de tirar adelante en el mismo plano. Con Urko Olazábal, que interpreta a Ismael, ya había trabajado en mi película Maixabel. Ahí hacía de asesino y te lo creías. Aquí hace de alcalde acosador, sí, pero también encantador y seductor, y tenía que creérmelo. Entre ellos se establece una química brutal. Y, sí, me conmueven y me los creo.

¿En qué fuentes bebió para clavar la jerga y los enjuagues de la política municipal?

Hablamos con periodistas locales y, para recrear el habla del alcalde, tiré mucho también de vídeos de Jesús Gil [que fue alcalde de Marbella]. Álvarez, como Gil, fue un alcalde que, aparte de todos los apartes, hizo cosas por el pueblo y fue muy apreciado por muchos vecinos. Ese “yo no he venido aquí a chupar del bote”, ese “habla con Fulano de lo tuyo”, esa esplendidez y esa campechanía: todo ese populismo lo he sacado de ahí.

Sus películas suelen abordar hechos o tendencias sociales reales. ¿No le motiva la ficción pura y dura?

Me gustan las dos cosas, pero, a la hora de contar historias, me parece mucho más rico lo que hay en la realidad que lo que yo me pueda inventar. Está claro que elaboro esa realidad, la recreo, no hago documentales. Hago las películas que veo, o creo ver, tras las noticias. Me interesan las relaciones, las contradicciones, los conflictos de personas en tránsito. Intento ser sobria y huir del tremendismo, del sentimentalismo y del melodrama. Tengo una especie de termostato interno para alejarme de ellos. Para eso ya está la crónica negra, amarilla y rosa.

¿Qué noticias le inspiran lo suficiente para meterse en el lío de años que supone una película?

Las que, por muy oscuras que sean, tengan o se pueda sacar de ellas algo de luz. Primero me pregunto si voy a poder hacer la película, si me veo haciéndola, y, después, si puedo aportar algo contándola. Si Soy Nevenka hace pensar a los tíos, no a los ismaeles de la vida, que niegan que exista siquiera el acoso sexual, sino a los que puedan tener dudas sobre lo que es y no es tolerable; y a las mujeres que se puedan sentir en esa situación, me doy por satisfecha. Aspiro a aportar algo a la conversación pública. Creo que eso es, al final, la cultura.

¿Se podría sacar algo de luz en el crimen de Mocejón, en el que un chico de 20 años mata a un niño de 10 que juega al fútbol en su pueblo?

Con todo respeto, pienso que sí. La luz de la actitud con la que esa familia destrozada y su portavoz pidió que no se criminalizara a ningún grupo social. Y también se podría intentar arrojar luz sobre cómo se aborda la enfermedad mental y la discapacidad intelectual en España.

Bollaín, en el estudio madrileño donde, a primeros de agosto, trabajaba en la sonorización de su película 'Soy Nevenka'.

A los 57 años, ¿en qué momento vital se encuentra?

Pues estoy empezando a ser una persona sin el grillete de los hijos al tobillo, y eso es alucinante. Puedo improvisar, hacer cosas sin pensar en la logística de qué hay en la nevera. De repente, te encuentras con que tus hijos son tres tíos mayores con los que intercambiar cosas, y es una maravilla. Y también tengo más tiempo para mí y mi pareja. El otro día nos escapamos de viaje los dos solos y no me lo creía.

A veces, esos reencuentros de pareja tras liberarse de los grilletes de los hijos son casi entre dos desconocidos.

[Ríe] Bueno, nosotros vivimos y trabajamos juntos. Hemos tenido tres hijos, hemos hecho la crianza y tres películas juntos, y estamos preparando una cuarta. Entonces, estamos muy ligados y, para bien y para mal, ya no me sorprende nada. Conozco bien ese paño.

Siendo pelirrojísima y viviendo ya 12 años fuera, ¿se siente una guiri en España?

Empiezo a sentirme. A veces me encuentro con los pies fuera del tiesto en ambos sitios. En Escocia hay una cosa muy polite, de pedir por favor y dar las gracias por todo y, si no lo haces, eres un zafio. Antes yo metía muchísimo la pata. Pero ahora se me ha pegado y meto la pata aquí por lo contrario. Pido por favor y doy las gracias por todo, porque me lleven en coche, porque me pasen la sal, porque me den las gracias: entonces, la gente me mira raro, como diciendo: qué coñazo de tía.

Lleva casi 30 años detrás de las cámaras. ¿Se considera una senior?

Pues me pasa de todo. Como veo doscientas veces las películas antes de estrenarse, acabo tan saturada que después ya no las vuelvo a ver. Pero el otro día volví a ver Flores de otro mundo, porque fui a una conferencia en Estados Unidos y resulta que allí la ponen muchísimo en las universidades, y me dije: pues, chica, no está tan mal. Aunque siempre hay quien sale con que, como la protagonista es una inmigrante cubana que llega a un pueblo de Guadalajara y los viejos la miran con deseo, es una mirada colonial, sexualizadora y sexista de una blanca sobre la inmigración latina. Me lo llegué incluso a plantear, si era así o no, pero, mira, chica, esa película la rodé hace 25 años, y esa era la realidad. Hablábamos antes del símil de la cocina. Digamos que yo cocino cine y que, después de 30 años guisando y probando platos, tengo mano.

Para no ser menos, ahí va mi pregunta sexista: ¿qué se va a poner para la alfombra roja de San Sebastián?

Me cuesta un dolor de cabeza cada vez que tengo que pensar en esas cosas, pero, aprovechando el rodaje de la peli me compré un vestido en las rebajas en una tienda de Bilbao, que son tan estilosas, y que no se sabe si es de invierno o de verano o de esta temporada o de hace siete, y creo que me lo voy a poner. Además, voy con Mireia, la actriz de Soy Nevenka, que es una diosa, y asumo que todos los focos van a ser para ella. Tiro la toalla.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Camela: “Hemos cantado peleados y sin hablarnos”]]>https://elpais.com/cultura/2024-07-28/camela-hemos-cantado-peleados-y-sin-hablarnos.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-07-28/camela-hemos-cantado-peleados-y-sin-hablarnos.htmlSun, 28 Jul 2024 03:30:00 +0000Quedamos en el único hueco libre que tenían esta semana entre bolo y bolo de verano. Y nos vemos en la productora de Camela, un bajo en pleno barrio de Chamberí de Madrid que eligieron por su espacioso patio de vecinos, donde, además de los acogedores muebles de jardín, reluce un pequeño huerto con unos tomates hermosísimos en plena sazón. No es mala metáfora de su confeso deseo de no perder sus tomas de tierra. Dioni ya espera cuando llegamos y Ángeles acude poco después acompañada de una amiga que le atusa el pelo y le retoca el maquillaje para las fotos. Luego, charlamos en una salita: ellos, juntos en un lado de la mesa, y yo enfrente, como en un careo de juzgado. Es divertido observar, en su lenguaje verbal y no verbal, cómo se replican uno a otro, con esa confianza de familia de toda la vida que a veces da gloria y otras, no tanto. Dioni, locuaz, entusiasta, extrovertidísimo, remata cada frase con lo que parece su muletilla estrella: “y esto y lo otro”. Ángeles, más reservada, habla más con los ojos que con la boca, pero se le entiende todo.

Si hoy es lunes, esto es...

Ángeles (Á): Madrid. Casa. Sabemos que estamos en casa porque podemos hacer las cosas que hace todo el mundo: comprar, ir al médico, descansar. Tengo un calendario donde voy apuntando cada viaje y cada gala y está acribilladito de fechas. De aquí, me voy pitando al médico.

Llevan 30 años en la carretera, a razón de 100 bolos al año. ¿Qué necesidad, a estas alturas?

Dioni (D): El primer año hicimos 138, y, desde entonces, no hemos bajado de 90-100. Es cansado, pero, cuando estás a punto de salir y oyes al público que ha pagado por verte se te quita el cansancio, y esto y lo otro, y te entran unas ganas locas de salir al escenario. No hemos dejado nunca de sentir esa adrenalina.

Á: Es que esto es nuestra profesión. Nos dedicamos a esto. Por supuesto que, si no ganáramos dinero, no podríamos vivir de esto, pero hemos sido, y somos, uno de los grupos más asequibles para contratar. Hacemos capitales, pueblos grandes, pequeños, pedanías. Vamos a todas las plazas. No hemos subido nuestro caché. Queremos ser un grupo para todos los públicos y todos los bolsillos.

En 30 años viajando y actuando juntos, y siendo cuñados, habrán tenido sus más y sus menos.

Á: Pues claro, yo veo a Dioni más que a mi hermana, que es su mujer. Hemos salido muchas veces a cantar peleados y sin hablarnos y el público no se ha dado cuenta. Discutimos porque él es muy cabezón y yo soy muy cabezona. Ahora estamos más calmados. Si tenemos que decirnos algo, nos lo decimos con sinceridad y buenas maneras y ya está. Será la madurez.

D: Date cuenta de que cuando empezamos yo tenía 24 años y ella 19, éramos dos chavales, ahora, somos dos señores, y esto y lo otro, pero, aunque estuviéramos regañados y no estuviéramos de acuerdo en alguna cosa, nuestra obligación y deseo es disfrutar, divertirse y hacer disfrutar a la gente.

¿Notan ahora más respeto que antes entre los medios?

D: Desde hace unos seis años, nos pasan cosas que nos tenían que haber pasado hace 20. Nosotros nunca hemos dicho que no a una entrevista, currábamos antes igual que ahora, y ahora nos está llegando un reconocimiento general al que no estábamos acostumbrados.

¿Qué pasó hace seis años?

Á: Creo que van pasando las generaciones, en los medios y en la vida, hay mucha gente de la que estaba en esos medios que ya no está, llega gente nueva con otra mentalidad y a lo mejor sin aquellos prejuicios. A nosotros, por ejemplo, nunca nos habían llamado de Los 40 Principales, y ahora nos llaman, y vamos encantados de la vida. No tenemos ningún rencor con eso. Nosotros somos los mismos y seguimos aquí después de 30 años. Algunos de quienes no apostaban por Camela ya no están, pero no pasa nada.

¿Les duelen las críticas?

Á: Para nada, tenemos el culo pelao. Lo que nos ha importado siempre es la opinión del público. Mira, por ejemplo, nosotros, habiendo vendido millones de discos no tenemos ni siquiera una nominación a un Grammy. Pero tenemos al cariño del público. Ese es el verdadero premio de la música, el que no está comprado y es de verdad. Ha habido medios que nos ha llamado y respetado siempre, pero otros, no. La auténtica fuerza nos la han dado nuestros seguidores. Si no, no estaríamos aquí. Nosotros vamos por el mundo dando alegría y tocando los corazones de la gente.

Hay ganadores de Grammy cuyas canciones no recuerda la gente. Las suyas se las saben de memoria.

Á: Eso sí es un orgullo. Nos llena de alegría. La gente se viene arriba, y nosotros también. Ojalá dejar ese legado. Que la gente se sepa las canciones y las siga cantando cuando ya no estemos.

¿No creen que, en ese desprecio de algunos hacia su música y ustedes, hay cierto clasismo?

D. Somos de un barrio humilde. Igual algunos pensaban que todo nuestro público era de extrarradio y eso no es así. Siempre ha habido de todo y esto y lo otro. Mira, ahora que se habla del Orgullo gay, pues se puede decir que, como algunos, muchos fans de Camela estaban en el armario. Les gustaba Camela, pero no lo decían, o lo decían con la boca chiquitita. Como si hubiéramos matado a alguien.

Á: Igual que ese desprecio no nos quitaba el sueño, ahora estamos agradecidos por el éxito, pero sin fliparnos. Nunca hemos levantado los pies del suelo.

¿Qué hay en el suelo?

Á: Pues hormigón duro, duro, duro, donde todos pisamos, todos caminamos por el mismo suelo. Las estrellas están en el universo y nosotros solo somos artistas, tenemos la suerte de dedicarnos a lo que nos apasiona. Pero todos somos importantes. El panadero deja de hacer pan y yo cojo una depresión que me muero.

D: Eso no quita para que, al menos a mí, me guste que me reconozcan. Siempre hemos sido accesibles. Hago una vida normal, estoy en el barrio, si voy a una tienda, o a un bar, y me reconocen, yo firmo autógrafos y me hago fotos encantado, porque eso me retroalimenta, pero seguimos siendo conscientes de la vida cotidiana de la gente.

¿No se han cambiado de barrio? Algún lujo se darán.

D: Vivo en mi barrio de siempre. Como viajo tanto, para mí el lujo es ir al parque con mis nietos. Yo podría tener coche de alta gama, pero tengo un Dacia alemán que me costó 18.000 euros y tiene 16 años. No soy cochero.

Á: Yo vivo feliz, tengo mi gente y mis amigos de siempre, no me los he perdido. Eso, para mí es un lujo, hay otros artistas que se meten como en una burbuja y dejan de ser ellos, eso es una pena porque se pierden lo bonito. Estamos agradecidos, pero no flipados. Yo sí que tengo un Mercedes. La gente se cree que nos hemos forrado, pero siempre hemos tenido un caché superasequible, por eso hacemos tantos bolos, para que la gente pueda ir a vernos.

Ángeles Muñoz y Dioni Martín en el patio de su productora, en Madrid.

Los llaman de los festivales más ‘indies’. ¿Les halaga?

Á: Los más indies, en su día, fuimos nosotros. No empezamos de cero, sino de bajo cero. Ahora estamos de moda, bienvenida sea. Nosotros estamos igual de a gusto en todas partes.

Pues ahora son un grupo clásico. ¿Cuándo notaron ese cambio en la mirada de los otros?

Á: Pues mira, ahora que lo dices, a mí me emociona muchísimo que nos está haciendo entrevistas gente que nunca nos había entrevistado y a veces nos piden disculpas por no haberlo hecho y habernos juzgado de otra manera sin conocernos. Gente como Jordi Évole o Buenafuente, que nos llevó a su último programa en Movistar y nos dijo que no se perdonaba no habernos llamado antes.

Pues ya puestos, yo también les pido disculpas, porque también he pecado de esa soberbia.

Á: Pues muchas gracias [se emociona]. Ya te digo que nos pasa muchas veces y me llega al alma porque es muy bonito. Hay gente que no lo llega a decir nunca, aunque lo sienta. Yo también me equivoco muchas veces en la vida y pido perdón.

¿Hay una ‘fórmula Camela’?

Á: No tenemos el secreto de la Coca Cola. Creo que es la música, el empaste de las voces, el hablar de cosas que nos pasan a todos. Un estilo propio que creamos nosotros y que era totalmente diferente. Todo eso y el cariño y la energía de la gente al cantar las canciones todos juntos es lo que nos ha mantenido. No hay otra explicación.

¿Los Camela escuchan a Camela?

Á: Yo no, necesito desconectar. Oigo a Dire Straits, veo mucho cine, leo.

D: Yo oigo mucho flamenco, es lo que más me ha gustado de siempre.

Actuando tanto, no tendrán nunca ‘mono’ de escenario.

D: Yo sí. Cuando acabas una gira estás tan cansado que estás tan a gusto en tu casa, pero, luego, cuando a la semana ya has recargado las pilas, me empiezo a poner nervioso, esto y lo otro.

Á: Claro, tú cargas las pilas mucho antes porque no cocinas, no haces la compra, no lavas la colada.

D: Bueno, pero me pego unas caminatas que flipas por el barrio: cinco kilómetros seiscientos metros todos los días, y voy al gimnasio. Y al cine: la ultima que vi fue El planeta de los simios y La sociedad de la nieve, de nuestro amigo Jota Bayona, el director que nos hace los vídeos.

No tendrán el Grammy, pero sí vídeos dirigidos por el ganador de varios Goya y, casi, del Oscar.

D: Y lo mejor es que Jota es el mismo chico de siempre, con la misma ilusión, el mismo cariño por el cine y por los vídeos y esto y lo otro. Es igual rodeado de estrellas, o trabajando con nosotros y esto y lo otro. Es uno de los nuestros.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Aquel verano de... Luz Sánchez-Mellado: el primer y último bañador de mi madre]]>https://elpais.com/cultura/2024-08-04/aquel-verano-de-luz-sanchez-mellado-el-primer-y-ultimo-banador-de-mi-madre.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-08-04/aquel-verano-de-luz-sanchez-mellado-el-primer-y-ultimo-banador-de-mi-madre.htmlSun, 04 Aug 2024 03:30:00 +0000Cierro los ojos y la estoy viendo. Seria. Regia. Imponente. Elegantísima sin saberlo sentada en una silla de playa de aluminio y loneta cual reina en el salón del trono de su reino. De espaldas al mar y de cara al sol, porque el mar lo tenía muy visto y prefería la caricia del sol en el cutis a esa hora del ocaso en la que todos somos guapísimos por poco agraciados que naciéramos. No era su caso. Nunca la vi más bella. Descalza y desnuda, salvo por un turbante enmarcándole el rostro y un traje de baño negro con un haz de rayos multicolores cruzándole el vientre. Una señora cualquiera. Una mujer única. Mi señora madre, que, el verano de 2013, a los 71 años, estrenó el primer y último bañador que le vi puesto. Un prodigio de andar por casa.

Serían las cinco de la tarde de uno de esos días de agosto en los que se asan hasta las chicharras, cuando se obró el milagro. Íbamos toda la familia en procesión del coche a la playa cuando decidí volver a la carga sin esperanza ninguna. Me quedé rezagada con mi madre a propósito. La metí en uno de esos bazares chinos de la costa donde hay desde cebo de pesca hasta pescado congelado y, con la excusa de comprarle un cuaderno de sopas de letras para entretenerse, la llevé a la zona de bikinis y bañadores y le imploré por enésima vez en mi vida que aceptara que le regalara uno para poder, al menos, abrirse su bata playera y dejarle vía libre a la brisa. Esperaba su habitual estufido por respuesta. Pero, para mi pasmo absoluto, esta vez dijo que sí, que bueno, que vale. Casi me desmayo.

Mi madre odiaba la arena de la playa con pasión de soriana de secano que solo concebía la tierra para ararla. Así que, habiendo parido y criado a cuatro críos en una ciudad con el mar por bandera, y habiendo tenido que llevarlos a la playa por puro mandato materno, de mayor juró que no volvía a pisarla por gusto, y lo cumplió a rajatabla. Pero ese verano era distinto a todos los anteriores. En junio, con un cáncer súbito comiéndole las entrañas, le habían extirpado todo órgano no vital del abdomen, había pasado 21 días con sus noches en la UVI y, cuando, al salir, los médicos le dijeron que estaba limpia del bicho, se puso tan contenta que hizo su maletilla con cuatro trapos y cuatro mudas y dejó, esta vez sí, que sus hijos la llevaran donde quisieran.

Así llegamos a esa tarde en la playa de El Campello de Alicante. Estaba como nunca. La quimio y el quirófano la habían dejado en los puros huesos y, esa delgadez que nunca tuvo revelaba toda la belleza de su calavera de pómulos anchos como sus caderas de paridora nata. Le estaba saliendo, además, una pelusilla blanca, blanquísima, en lugar del pelo castaño oscuro casi negro que tanto le costaba mantener a raya con los tintes, y la camuflaba bajo uno de los turbantes de la quimio, que le daba un aire de diva de cine clásico. Ni siquiera el bañador de los rayos sobre las estrías de los embarazos y el costurón de la cirugía, de maruja, maruja, conseguía restarle brillo. Quise llevarla a la tienda más fina y regalarle otro más bonito, más bueno, más caro. Se negó en banda. Una cosa era estar fresquita y otra cosa era gastar a lo tonto. Lo lavaba ella misma cada noche, a mano, en el lavabo de casa, con una pastilla de jabón que compró al efecto, para ponérselo al día siguiente, recién recogido de la cuerda. Esa tarde, en fin, estaba tan feliz que hasta consintió en ponerse mis gafas de sol blancas de las vacaciones y posar para la pesada de su hija. Se vio guapa en la foto. Yo la vi divina.

Quizá porque no sabía que era el verano de sus últimas veces, o lo sabía y callaba, optó, en vez de darle gusto a otros, como había hecho toda la vida, por dárselo a sí misma. Fueron los últimos días con sus hijos y sus nietos jugando en el halda. Los últimos paseos del bracete por la orilla. Los primeros, y los últimos, baños hasta la cintura con el mar como un plato a la caída de la tarde, cuando mejor está el agua. Las últimas copas de agua de cebada con bola de mantecado en la heladería de siempre. El último arroz a banda con su alioli y su pescado aparte en la tasca marinera. Las últimas sardinas asadas en la parrilla de casa, con el consiguiente pestazo de mil demonios y la escrupulosa limpieza de la campana de la cocina hasta dejarla como para hacer autopsias. Las últimas habaneras y pasodobles en la verbena de turno. El último castillo de fuegos artificiales en las fiestas de moros y cristianos del barrio que estuviera en fiestas. Las últimas compras en el mercadillo de los jueves y los sábados, porque los melocotones y las picotas de huerta no tienen nada que ver con las del súper. Las últimas confidencias familiares con su hermana a sus faldas porque, cuando nosotros íbamos, ella ya había venido y estaba al cabo de todas las calles que creíamos haber descubierto o haberle mantenido ocultas. Ilusos.

Así fue. Ese verano, con la misma austeridad de soriana sobria, seria y seca con la que vivió siempre, la mujer de su casa que llevaba siete años viuda y que, a la vuelta de enterrar al único hombre de su vida, se puso a limpiar los barrotes del balcón porque su marido no iba a resucitar y nadie iba a limpiarlos si no los limpiaba ella, se dejó querer sin dejar de querernos a los suyos con todas sus células. Las mismas que se le habían rebelado meses antes y que no iban a perdonarle la vida.

A la vuelta tuvo un septiembre dulce, dulcísimo. Hasta fue con las vecinas a un concierto de Bertín Osborne, y tarareó el Buenas noches, señora con ellas a la caída del sol del membrillo. Luego vino lo que vino y lo que vino duró poco y fue durísimo, pero siempre recordaré aquel agosto en que mi madre se puso la primera de la fila después de haberse puesto la última toda su vida. Fue uno de los veranos más felices de mi vida, porque lo fue de la suya. O eso quiero creer en mi infinita soberbia de hija egoísta como solo lo son las hijas con sus madres al darlas por supuestas hasta que les faltan.

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<![CDATA[Paso olímpicamente]]>https://elpais.com/opinion/2024-07-25/paso-olimpicamente.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-07-25/paso-olimpicamente.htmlThu, 25 Jul 2024 03:00:00 +0000De justificarme por haber reservado una semana de vacaciones en un piso turístico, pese a creer como creo que, sin más brida que la oferta y la demanda, los pisos turísticos arrasarán las ciudades. De mentir diciendo que he pasado mala noche para no mandar al carajo a quienes, de buena mañana, me informan amablemente de que tengo mala cara al ver los estragos del tiempo en mi jeta de 57 años sin más retoque que el maquillaje y la hidratante. De meterme, o que me metan, en competiciones y comparaciones personales y profesionales que tengo perdidas de antemano por mucho que, íntimamente, crea que puedo ganarlas. De sentirme culpable por cobrarme yo misma en una caja automática para ahorrarme una cola de tres personas, pensando como pienso que es un chantaje del capitalismo para destruir empleo. De explicar por qué opino que la causa judicial contra la esposa del presidente del Gobierno tiene clarísimas intenciones políticas, a la vez que creo que recibir a un potencial cliente en la sede de la presidencia del Gobierno no está bonito, por mucho que sea tu casa. De tener, en fin, que ser coherente todo el rato o, al menos, parecerlo en estas líneas. Paso.

Aprovecho que empiezan los Juegos Olímpicos para anunciarles que paso olímpicamente de todo eso porque me voy a quitar de en medio hasta septiembre y, de aquí a entonces, no voy a mojarme más que el culo en la playa, ni a chapotear en más charcos que los de las tormentas de verano, ni a airear mis contradicciones más que en las sobremesas de las comilonas con amigos y familiares. Cuelgo el mono de trabajo y entrego mis lorzas a los vestidos sueltos y los pantalones de gomilla, que ya llegará la hora de volver a caber en las cinturillas de la vida y del oficio. Pues ya estaría, cielos, que dicen los chavales cuando dan algo por concluido. Hasta aquí la chapa de los jueves del curso 2023-24. Nos leemos a la vuelta. Ojalá, para entonces, haya ampliado aún más mi amplio espectro de dudas. Para certezas absolutas, palabra de dioses y enseñanza de rectos caminos ya están otros colegas.

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Alberto Valdés
<![CDATA[Víctor del Valle: “Me siento todopoderoso cuando logro cambiar el ánimo de mis clientas”]]>https://elpais.com/estilo/2024-07-21/victor-del-valle-me-siento-todopoderoso-cuando-logro-cambiar-el-animo-de-mis-clientas.htmlhttps://elpais.com/estilo/2024-07-21/victor-del-valle-me-siento-todopoderoso-cuando-logro-cambiar-el-animo-de-mis-clientas.htmlSun, 21 Jul 2024 03:30:00 +0000Víctor del Valle llega al vestíbulo del hotel Only You de Madrid, justo enfrente de la estación de Atocha, recién llegado de un AVE procedente de Sevilla, arrastrando un trolley con su arsenal de trabajo para actuar en un programa de televisión, y acompañado de Rocío, una joven asistente. La jovencísima y eficiente relaciones públicas del hotel, una chica de tez morena y pelo rizadísimo recogido en cascada sobre la frente, se pone a su disposición inmediatamente sin poder evitar un momento fan: “Le sigo en TikTok y me encanta su trabajo”, le confiesa. “Qué pelazo maravilloso tienes. Eres Whitney Houston de joven”, corresponde al piropo el piropeado. Luego, mientras charlamos en una suite prestada al efecto, me mira alternativamente a los ojos y al pelo, y una tiene la sensación de que le está haciendo un escáner capilar y emocional a la vez. Él no lo niega. Es su trabajo.

¿Siempre quiso ser peluquero?

Yo lo que quería es ser actor. Soy el primogénito y el único varón de cuatro hermanos. A los 13 me planté ante mi padre y le dije: “Papá, quiero ser actor de teatro y trabajar en La Cubana [compañía de variedades]”. Mi padre, que había estudiado Derecho y quería que yo también lo hiciera, y llevaba muy mal mi homosexualidad, me dijo que estaba loco. A los 14 decidí ser peluquero y fue mi abuela la que me pagó la academia por la tarde, mientras por las mañanas iba al instituto, porque con mi padre fue imposible. Decía que nunca iba a llegar a nada.

¿Qué vio en usted su abuela que no vio su padre?

A mí. Mi abuela me miró. No dejó de mirarme nunca. Empecé a trabajar de aprendiz en el salón de Miquel Planas, en Barcelona, donde nací. Entonces, había una edad dorada de la peluquería, estaban Llongueras, Cebado, el propio Planas. Fue un lujo formarme con ellos. Empecé a trabajar en el ambiente de la moda, de la pasarela Gaudí, peinando a modelos como Judit Mascó, aprendí muchísimo y, a los 19, me fui a Sevilla, la tierra de mi madre, para empezar de cero y ser yo mismo.

Dice que su padre llevaba mal que fuera gay. ¿Nunca estuvo en el armario?

Jamás. Lo tuve clarísimo desde siempre. Luego, me han querido meter, pero no me dejé. A mis parejas les decía: “Tú puedes salir del armario cuando quieras, pero yo no me voy a meter dentro”. A mi marido le costó mucho salir del suyo. Ahora, salió por la puerta grande. Estamos casados y tenemos un hijo adoptado. Encima de mi peluquería había un piso tutelado donde vivían niños en acogida. Una de las cuidadoras venía a la peluquería con este niño, nos enamoramos de él, y él de nosotros, y conseguimos la adopción.

¿Qué tiene que ver el teatro con la peluquería?

Las emociones. Lo que me gusta es provocar emoción a los demás, hacerles sentir bien. Y la peluquería es una forma de cambiar a alguien de forma rápida y hacerle vivir una emoción muy fuerte en muy poco tiempo. Soy impaciente. No puedo con eso de ponte esta crema de baba de caracol y verás los resultados en 30 años. Con la peluquería, cortas y cambias.

@victordelvalle_

Respuesta a @ElBoriPollo 🐔 “Quitar lo viejo para dejar entrar lo nuevo “ ✂️ @María Reus Huang está guapisima ❤️ #curlyhair #cobrizo #pelirroja #hairstyle #hairtutorial #hairtransformation

♬ She's A Rainbow - The Rolling Stones

A mí no me lo cuente. Explíqueselo a quien no lo entienda.

El pelo es el complemento que siempre te acompaña. Puedes cambiar de bolso, pero, para cambiar de pelo, necesitas ir a la peluquería, estar en otras manos. Cuando te hacen un corte, o un color, o un peinado que te hace sentir bien cada vez que te miras al espejo, eso no tiene precio.

Bueno, caro es un rato.

Digamos que no soy barato. Un corte de pelo son 50 euros. Un cambio de imagen total, con mechas, color y corte, puede superar los 200. La tercera parte de lo que cuesta en Alemania o en Estados Unidos. En España no valoramos lo buenos que somos.

También habrá hecho alguna pifia.

Bueno, en 36 años de carrera, algún trasquilón tengo. Y lo llevo clavado. Suele ser por el estrés de querer abarcar más de lo que puedes, por cansancio, o cuando no sabes decir que no, aunque últimamente no lo digo. Antes, intentaba cambiar a las personas y ponerlas como yo quería verlas. Pero ahora lo que me gusta es hablar, rascar un poquito en su corazón, escucharlas. “¿Qué te apetece?”, “¿Qué te molesta?”, “¿Qué necesitas?”. La gente te lo dice. Están cansadas de los rulos, o de teñirse continuamente.

Las canas son tendencia. Hasta la reina Letizia, o Alberto Feijóo y Cuca Gamarra se las están dejando. ¿Valentía o claudicación?

[Me mira la raíz oscura sobre las puntas claras] Bajo mi punto de vista, no hay ningún color que te quede mejor a tu piel y tus ojos que tu color natural. El blanco es luz, las arrugas, oscuridad. La naturaleza es sabia. Yo creo que la gente va buscando liberarse de la esclavitud de intentar que el pelo dorado le quede bien con una piel fría. Lo natural quedará siempre mejor.

Si dejamos de retocárnoslas una vez al mes, se quedarán sin trabajo.

No, porque ahora mismo el curro que tenemos es convenceros de que os dejéis ayudar para conseguir liberaros. Y de que vengáis a lograr el color perfecto, pero con un servicio de bajo mantenimiento. Ahora, si el color es importante, el corte de pelo lo es aún más. Y eso no lo puedes hacer en casa, ni con un robot, ni con inteligencia artificial. No se trata de tener cogido por el cuello a nadie, sino de que vengas porque te gusta cómo te dejamos y te veas guapa.

Ya lo dijo Hillary Clinton: “El pelo importa”, pero ¿cuánto?

Bueno, la imagen forma parte del valor de mercado de cada uno, y el pelo contribuye a ella en un porcentaje muy elevado. Yo mismo, ahora que salgo en mis redes sociales y en los medios, antes me cortaba el pelo cada cuatro o cinco semanas, y ahora me lo retoco todas.

¿Quién se lo corta?

Un compañero. Pobrecito.

Menuda presión, agradar al jefe.

Jaja, siempre es el mismo para que no haya problemas ni comparaciones si le toca a otro. Esto es como todo: cortarnos el pelo entre compañeros siempre es muy difícil.

Victor del Valle, en acción, atacando la melena de Rocío, una de sus 26 empleadas.

¿Le gusta que le llamen ‘peluquero estrella’?

Ni me gusta ni me disgusta. Eso lo dicen los demás. Yo sigo sintiéndome igual que cuando empecé, con más experiencia y mano, si quieres, pero si tengo que coger la escoba o lavar cabezas no se me caen las tijeras.

A su salón va gente de todo España, ¿cómo lo logra?

Hice un máster de empresa, allí me enseñaron que, si lo que haces no lo enseñas, y si lo enseñas y no se ve, no existes. Eso me voló la cabeza. Cuando empecé a usar las redes, solo subía trabajos con influencers y celebridades, chicas especialmente guapas. Pero leía todos los comentarios y me echaban en cara, con toda la razón, que a esas mujeres todo les quedaba bien, y que si una persona gorda, o con mal pelo, no podía aspirar a eso. Un día, subí el cambio de imagen de una persona normal, porque todos somos normales, y eso desató el bum. Para mí, todas las clientas son iguales.

Dice siempre ‘clientas’, ¿no atiende a señores?

Claro, pero para mí, son todas clientas, el plural genérico es femenino. He luchado siempre por crear un modelo mixto, pero lo mío es una peluquería, no una barbería. Yo corto y arreglo barbas, pero no soy barbero, soy peluquero. En Estados Unidos y en el resto de Europa esta profesión está muy valorada. En España, todavía no.

Dice que le gusta emocionar. ¿Se emociona usted trabajando?

Muchísimas veces. Hay cambios tan espectaculares, clientas que, cuando las giras y se miran, les afloran solas las lágrimas. No pueden dejar de mirarse. Cuando logro cambiar el ánimo de mis clientas me siento todopoderoso. Ahí sí te reconozco el ego. Me toca muchísimo la fibra ver cómo puedes ayudar a personas a levantar la cabeza, literalmente. En todas las peluquerías que he tenido hay un espejo. A la entrada, ni se miraban, con la cabeza gacha. A la salida, no podían dejar de mirarse, mientras pagaban. Habían crecido un palmo ¿tú sabes lo que es eso? Esa es mi satisfacción, por eso soy peluquero.

@victordelvalle_

Un cambio interior que necesitaba exteriorizar✨ #victordelvalle #curly #hairstyle #cambio

♬ Your Song - Live - Elton John

O sea, que hace milagros

Milagros impresionantes. Personas que casi no tienen pelo, o que no quieren mirarse en un espejo, que llevan toda la vida luchando contra la naturaleza de su cabello. De repente, les cambio el chip y se liberan. El cambio puede ser de dos tipos. Hay quien ha cambiado por dentro por una pérdida, gente que ha estado toda la vida cuidando a los demás, o ha pasado un cáncer, y quiere cambiar también por fuera. O, al revés, gente que quiere cambiar por fuera para ganar la seguridad que anda buscando. Mis clientas esperan meses para venir, no vienen solo a cortarse las puntas.

¿Cuánto de confesionario tiene una peluquería?

Todo, y el secreto de confesión es importante. Hay psicólogas que recomiendan venir a mi salón para motivar a sus pacientes. Piensa que tienes el poder de hacerles cambiar. Tú imagínate que estás con tu mejor amiga, que te está tocando la cabeza y tú no tienes nada más que hacer en ese momento más que relajarte y dejarte hacer: te entran ganas de hablar, suspirar y soltar lo que llevas dentro. La peluquería es un sitio donde te vacías.

También hay mucha tontería.

Como en cualquier otro gremio. Este oficio necesita una parte de arte y otra de técnica, y puedes disfrazar y adornar absolutamente todo. Pero a mí me encanta hablar con peluqueras mayores que siguen en activo, están al día y me encanta la gente que siente pasión por su trabajo. Anda que en la cocina no hay tontería.

Antes, las señoras mayores solo iban a la ‘pelu’ a lavar y marcar. ¿Eso ha cambiado?

Ahora se atreven a cortarse el pelo cortísimo, hacerse decoloraciones, de todo. Muchas veces son más atrevidas que sus hijas y sus nietas. Alucino cuando vienen personas mayores que han perdido al marido, o han superado una enfermedad, o se han divorciado y quieren un cambio importante en su vida, y las hijas le pagan un viaje y un servicio por su 80º cumpleaños. Eso me fascina y me encanta.

¿Cuál sería su clienta soñada?

Julianne Moore. A ver si viene a España a presentar la película de Almodóvar y se obra el milagro [ríe].

Ahora le cortará el pelo a su padre. ¿Le ha reconocido su éxito?

No se lo corto, porque él vive en Barcelona y tiene su barbero. Le cuesta reconocerlo verbalmente, no me lo ha dicho jamás. Pero soy consciente de que a los demás les habla con mucho orgullo de mí y su reconocimiento me llega a través de su voz, de su mirada, de su afecto y cariño. Yo, en broma, le digo: “Papá siempre ha habido buenos peluqueros y malos abogados”.

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bernardo perez
<![CDATA[El verano es un infierno]]>https://elpais.com/opinion/2024-07-18/el-verano-es-un-infierno.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-07-18/el-verano-es-un-infierno.htmlThu, 18 Jul 2024 03:00:00 +0000Así como en muchas casas el verano es el cachito de cielo por el que se reza todo el año, en otras, demasiadas, es el infierno que se teme como al mismísimo diablo. Precisamente porque se relajan cuerpos, mentes y agendas, en verano a algunas personas se les hacen insufribles las mismas cadenas que en invierno soportan bajo las acolchadas esposas de la rutina y las obligaciones. En verano, en fin, los días son eternos y, en 15 interminables horas de sol a sol inmisericorde, les da tiempo a pensar en cómo viven, en si tal cosa merece llamarse vida y, a veces, a las más valientes, a decidir obrar en consecuencia. Sí. Ahora mismo, a 40 grados a la sombra en la calle, tras los insonorizados ventanales de chalés con piscina y los ventanucos de aluminio de pisos donde se escucha a los vecinos hasta aliviarse los intestinos, hay mujeres rumiando, o intentando llevar a cabo, la hazaña de liberarse del yugo del hombre al que amaron, que quizá todavía aman, pero las maltrata, las humilla y las anula. A alguna, duele escribirlo, la hazaña puede costarle la vida.

El verano es la temporada alta de la violencia machista. Los días sin tregua, la convivencia sin alivios, las pantallas arreciando con imágenes de congéneres viviendo sin miedo, sin culpa y sin verdugos animan a algunas mujeres a decir basta. Y hay hombres que no soportan que quien consideran suya decida hacer su vida, la que sea, sin su permiso. Más de una decena de mujeres han sido asesinadas en España por sus parejas o exparejas en lo que va de estío. Y aún no ha llegado la estampida de agosto, cuando se dispersa la familia, los amigos, los compañeros y los vecinos y se quedan más solas que la una. Solo uno de cada cuatro testigos de violencia de género hace algo al respecto. Además del minuto de silencio del Congreso y de los días de luto tras cada asesinato, hagamos cada uno lo que podemos. Tengamos los ojos, los oídos y el corazón abierto para ver las señales y ofrecerles ayuda. Por bien que se esté en nuestro pequeño paraíso, su infierno también es el nuestro.

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Roberto Plaza
<![CDATA[Roberto Sánchez: “No puedes trabajar solo seis horas y media si aspiras a hacer radio de excelencia”]]>https://elpais.com/comunicacion/2024-07-14/roberto-sanchez-no-puedes-trabajar-solo-seis-horas-y-media-si-aspiras-a-hacer-radio-de-excelencia.htmlhttps://elpais.com/comunicacion/2024-07-14/roberto-sanchez-no-puedes-trabajar-solo-seis-horas-y-media-si-aspiras-a-hacer-radio-de-excelencia.htmlSun, 14 Jul 2024 03:30:00 +0000Quedamos para un café a las 7 de la tarde, su “media mañana”, en su barrio, uno de esos nuevos distritos a las afueras de Madrid de grandes avenidas y bloques con piscina. Nos guarecemos de la calorina en uno de los bares de la zona, con sus pantallas gigantes preparadas para ver la final de la Eurocopa de este domingo. Sánchez está feliz. A medianoche, la hora en que otros se van a dormir, se presentará en la radio para, de 4 a 6 de la madrugada, facturar con su equipo el último programa de la temporada de Si amanece nos vamos con público en el estudio para celebrar el fin de curso. Después, empezará sus vacaciones de mes y medio de estrella de la radio, medio en el que empezó a trabajar, sin cobrar, a los 17 años y en el que ha hecho de todo. Está como nunca, confiesa.

¿Cuánto guion hace falta para que su programa suene improvisado?

Todo. Desde que nos despertamos, mi equipo y yo estamos pendientes de la actualidad para darle la vuelta, contarla de otra forma y ser, a la vez, el primer periódico de la mañana. Eso son muchas más horas de las que estamos en antena. Me hizo gracia el otro día un tuit de un oyente. Decía que se sentía estafado porque, como emitimos en streaming, nos vio leer papeles y nos acusó de estar guionizados. La estafa es lo que hacen otros en otras radios: llegar y soltar lo que les da la gana. Se nota mucho cuando lo escuchas.

Y no mira a nadie...

No se trata de señalar a compañeros, porque tampoco lo achaco a la falta de profesionalidad. La radio ha sido el patito feo o el hermano pobre de los medios y, si no tienes equipo y muchas horas de trabajo detrás no puedes hacer el mismo producto, aunque seas el mejor profesional del mundo.

¿Cuánta piedra ha picado usted en las ondas?

Toda la del mundo, pero muy a gusto, y me ha servido para aprender muchísimo. No me quejo. Soy un privilegiado. Desde los 16 años he querido hacer esto. Mi padre tenía una empresa y yo podía haber tenido la vida resuelta trabajando con él, pero mi pasión era esto. Estudiando en el instituto, me iba los domingos por la noche a Radio Juventud de Barcelona a esperar a que un señor, que hacía un programa de motor, acabara antes de hora y meterme en el estudio de extranjis a presentar música.

Gratis, claro.

Claro. Y he sido la estrella de una radio municipal por 40.000 pesetas. Pero ya digo que no me quejo. Todo eso me permitió dirigir programas desde muy joven. Porque me gustaba. Tampoco creo eso que venden ahora muchos medios a la gente joven de que tienes que trabajar gratis a cambio de visibilidad: eso es una tomadura de pelo. El trabajo tiene que estar pagado dignamente y respaldado por derechos laborales, pero, más allá de eso, yo me tomo esto con la disciplina y la motivación de un deportista de élite. Es decir, no puedes trabajar solo 6 horas y media si quieres hacer una radio de cierta excelencia.

La jornada laboral en la cadena SER es de 7 horas.

Y está muy bien tenerlas aseguradas por convenio. Ahora, pregúntale a cualquiera de las estrellas, a [Carles] Francino, A Àngels [Barceló]. Esas horas las pasan casi en antena. Antes y después hay mucho más trabajo que todo eso.

¿Lo suyo es vicio, vocación, servicio público?

De todo eso un poco. Yo no llevaría tan bien la profesión y sus peajes ni me entregaría tanto si lo mío no fuera vocacional. Este trabajo ni puede ni debe ser como el de un contable de banca.

¿Y les exige lo mismo a sus colaboradores?

No creo que se deba exigir. Tú, al elegir a tus colaboradores, valoras esa predisposición, crees ver en ellos esa pasión y luego, poco a poco, se va produciendo una especie de selección natural. Los que se van quedando conmigo son los que se criban ellos mismos, entre los que tenemos este vicio y esta enfermedad, hay quien sigue tus ruedas y quien se va cayendo del pelotón. He tenido becarias que me han durado un día, porque esto era muy duro para ellas. Y a gente, que, teniendo todas las ganas del mundo, su naturaleza no le permitía este horario, este vivir al revés. Mejor que se den cuenta cuanto antes, esto no va de sufrir.

Sus colaboradores con gente muy joven. ¿Qué le aportan?

Me gusta rodearme de gente joven, vital, que tenga los ojos muy abiertos. En este oficio no se puede perder comba.

Con 58 años le llamarán ‘boomer’, claro.

No, te voy a dar una buena noticia. He estado haciendo una investigación sociológica y ni tú ni yo somos boomers [ríe]. Somos generación X, por los pelos. Y, por nuestra profesión, por ese tener que tener los ojos y la parabólica siempre alerta, somos casi milenials [se parte]. En serio, siempre he sido un poco friki de la tecnología y una de las cosas que hago para ponerme a su nivel, que me tomen más en serio, y no vean al boomer que dirige el programa es darles truquitos del iPhone que ni ellos controlan. A cambio, soy de los primeros que me entero de lo que significa PEC [por el culo] en su jerga y me hago el guay con mis hijas, que, a sus 27 y 28 años, han bajado la guardia y se creen al tanto de todo. Así todos ganamos.

Dicen que, trabajando de noche, se pierden años de vida. ¿Le compensa?

Llevo casi vida de monje, pero es la que quiero. De salud estoy de miedo, estoy mejor que nunca porque hago lo que me gusta. He desayunado a las 3 de la tarde, cenaré a las ocho y media, me echaré una siesta de nueve y media a 10 de la noche, entrará a currar a las 12 y me acostaré entre 7 y 8. Digamos que llevo una vida de Australia viviendo en España.

¿A quién se imagina al otro lado?

Tenemos 98.000 oyentes, muchos fieles, pero no son siempre los mismos. Desde el operario que está de turno en la planta de Firestone de Burgos, al ejecutivo que tiene que coger un avión a las 5, o la señora de Vilassar que nos escribió diciendo que se operó de una tontería de los ojos, se quedó ciega y, desde entonces, somos sus ojos y su antena al mundo. Hay muchas circunstancias de la vida que te pueden dejar insomne, o hacerte madrugar o trasnochar, y querer o necesitar compañía. Creo que la SER se dio cuenta de que cerrar mi primera etapa del Si amanece, que duró de 1994 a 2012 fue dejarle el camino libre a la competencia, y ahora estamos en el camino de recuperar ese público.

Con ese programa había ganado el premio Ondas en 2009. ¿Cómo vivió aquello?

Fue una decisión empresarial y lo viví como una injusticia. Hacia mí y hacia todo el trabajo que habíamos hecho. Creo que los hechos nos han dado la razón. Aquello me hizo tener alguna duda sobre si mi vocación tenía sentido. Aquello me obligó a cambiar totalmente mi sistema de vida. Si quería seguir en la élite, en la crema de la radio, tenía que venirme de nuevo a Madrid, teniendo a mis hijas en Barcelona. Tiendo a ver la parte positiva. Era lo que había que hacer, y lo hice.

Le hago la pregunta que nunca se le hace a los hombres. ¿Pensó en la conciliación familiar al hacerlo?

Está muy bien que me la hagas, porque he puesto mucho de mí para no perder el contacto con mis hijas. Cada fin de semana iba a verlas, o venían ellas, y algo habré hecho bien cuando siguen queriendo verme y viajar conmigo. Tengo todos los puntos del mundo del AVE. En el tren es donde más estaba conmigo mismo y donde he escrito el grueso de mis libros. Me han servido para apaciguar mi hiperactividad, mi incapacidad de dejar mi mente en blanco. En ellos he volcado mi mundo interior y algunos demonios. Me sirven de terapia.

¿Ha ido a terapia, a secas?

Sí, ha habido etapas de mi vida en las que las he necesitado, como quien necesita ir al traumatólogo. He pasado por un divorcio, por el divorcio profesional y de ruptura de vida de volver a Madrid. Y he tenido la gran suerte de que todos mis terapeutas han avalado la gran capacidad que tengo de sanar por dentro y de ver enseguida donde está la puerta de salida. Me han ayudado muchísimo.

Roberto Sánchez, con el micrófono de la Cadena SER, donde trabaja desde hace más de 35 años.

¿Dónde queda su ego?

Si te refieres a premios y reconocimientos, tengo mi vanidad cubierta. Al revés, creo que he pecado muchas veces de excesivamente modesto. Si hubiera sido más borde y hubiera pegado una patada en la puerta de un despacho, igual me hubieran ido diferente las cosas a corto plazo. Pero no soy así, he preferido ser bueno, y no me arrepiento. Por eso, a veces, a mis personajes les pongo esa pátina de mala leche que yo no he tenido, y tampoco les va bien, no te creas.

¿Ha envidiado a alguien o sentido envidia de otros?

Me dijo una vez un psicólogo de recursos humanos que hay dos cosas que nadie admite: ser desaseado o envidioso. Con esta premisa, te digo que lo que sí admito es que he sentido admiración de la admiración que despiertan otros, y he tratado de aprender de lo bueno de ellos.

Su libro ‘Líneas cruzadas’ tiene el Procés como telón de fondo. Llamándose Roberto Sánchez Ruiz y habiendo nacido en Barcelona, supongo que le habrán tachado a veces de ‘charnego’.

Muchas, y a mucha honra. Tengo ocho apellidos andaluces, mi familia es de Antequera. Por eso llevo tan mal que, diciendo lo mismo en Madrid y en Barcelona, en Madrid seas un peligroso nacionalista catalán y, en Barcelona, un españolista pijo cayetano al que le falta llevar la pulserita de España. Y yo soy el mismo aquí y allí. Esas contradicciones, que novelo a través de los personajes del libro, son las que tendríamos que analizar y hacérnoslas mirar.

¿Cómo llevó pasar de ser el ‘número 1′ de su propio programa a ser el segundo del de otra persona?

Depende de quién sea el 1. En mi caso fue Carles Francino, en La Ventana. Él me dio mi sitio. Me dijo: tú eres Roberto Sánchez, tú tienes un Ondas, tú no tienes que demostrar nada. Tuvimos la humildad de aprender y dejar conocernos. Me lo tomé como un máster y cuándo, en agosto del 2021, cerré La ventana y abrí el Si amanece lo hice más sabio y más fuerte. En cierta manera, creo que estoy cosechando lo que he sembrado. Haciendo una torre con toda la piedra que he picado.

Humor no le falta.

El humor es la puerta de salida de la que te hablaba. Y, mira, en eso no voy a ser modesto: yo bullo por dentro desde niño. No puedo dejar la mente en blanco. Mi madre decía que era un payaso, y en esto no voy a ser modesto. Soy un buen actor. Si no hubiera sido periodista, hubiera sido payaso.

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Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[Bilirrubina de la buena]]>https://elpais.com/opinion/2024-07-11/bilirrubina-de-la-buena.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-07-11/bilirrubina-de-la-buena.htmlThu, 11 Jul 2024 03:00:00 +0000Fui a mi primer concierto de Juan Luis Guerra hace treinta y muchos años, a mis veintipocos, con las hormonas en flor, el corazón en ascuas y todo el futuro por delante para comerme el mundo crudo o echarlo a perder eligiendo el menú equivocado. Fue en Benidorm y no fue un gran recital ―el recinto era malo y el sonido, pésimo―, pero sí una gran noche. A esa edad, la música la llevas dentro y nada ni nadie te agua la fiesta si no te dejas. Ni siquiera el aguacero que arrasó la gala y nos expulsó de ese paraíso al de la playa, del que salí bautizada cual neófita de un nuevo credo. Sí. Guerra me inoculó el veneno de La bilirrubina buena y, desde entonces, no puedo catarlo ni en la radio del coche en medio de un atasco del demonio sin que se me desmanden las caderas, o las lágrimas, según me vengan dadas esa racha.

Cuento todas estas cursiladas para que se entiendan las expectativas con las que acudí el martes a mi segundo concierto, después de tres décadas de victorias y derrotas de mujer privilegiada del primer mundo. Lo que vi y escuché me reconcilió con el prójimo y conmigo misma. Vi a 15.000 almas de toda edad y pasaporte poseídas por una energía irresistible. Escuché un rosario de himnos ante el que es imposible permanecer ni indiferente ni sentado. Ese Coste de la vida cuando la desigualdad te mata. Ese Te regalo una rosa cuando te arañan las espinas. Ese Ojalá que llueva café en el campo cuando solo llueven piedras. Esa Visa para un sueño cuando siguen llegando cayucos a Canarias y justo cuando Lamine Yamal, un chaval de 16 años, nieto de emigrantes africanos, marcó el gol decisivo y metió a España en no sé qué final de no sé qué Eurocopa y yo, la soberbia que se creía inmune a la pasión del fútbol, me puse a berrear el lololó de los forofos como si me fuera la vida en ello. Y claro que me iba. No es amor, no es sexo, no es poder, no es dinero, no es pan, no es circo, no es fútbol. Lo que nos mantiene en pie cada día es la alegría de estar vivos. Total, que salí del Wizink Center de Madrid en vísperas de los 60, con el corazón cansado, las hormonas mustias y algún que otro plato tóxico en la dieta, igual que de la playa de Poniente de Benidorm a los 20. En estado de gracia. Dicen que, hace no tanto, Juan Luis Guerra se cayó del estrellato, vio a Dios y jura que, ahora, es Jesús quien le dicta los temazos al oído. No seré yo quien lo ponga en duda. Pocos santos acreditan tal milagro.

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J P Gandúl
<![CDATA[Luis Bermejo: “Soy un payaso doliente”]]>https://elpais.com/cultura/2024-07-07/luis-bermejo-soy-un-payaso-doliente.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-07-07/luis-bermejo-soy-un-payaso-doliente.htmlSun, 07 Jul 2024 03:40:00 +0000Esta conversación es un atraco. Me explico. Alguien cancela a ultimísima hora la entrevista que tenía prevista para esta sección esta semana. Pido, como alternativa de urgencia, un encuentro con el actor Luis Bermejo, que estrena película el próximo 26 de julio mientras, simultáneamente, empalma dos obras de teatro en la cartelera madrileña. No solo dice que sí inmediatamente, sino que accede a vernos, aquí te pillo, aquí te grabo, a la hora de más calor de un día tórrido en el ruidoso vestíbulo de un hotel de la Gran Vía. Cuando llego, ya está esperando. No es un actor en promoción al uso. No parece tener más interés en venderse ni en vender su película que en charlar de lo divino y lo humano sin más prisas que las mías. Así da gusto.

¿Por qué le he visto tantas veces en el cine y no me sabía su nombre?

¿Qué me dices? Pues tengo que confesarte que mi nombre completo es José Luis Bermejo Prieto. De hecho, en mi familia me llaman Jose. Igual eso que dices tiene que ver con mi falta de ambición por figurar. Mi trabajo ha ido llamando a trabajo. Es verdad que voy por la calle y de vez en cuando alguien me mira como diciendo, este es el presidente de mi comunidad, o algo. Pero, sí, igual tengo deudas pendientes, como hacer esta entrevista, y me encanta ir saldándolas. A estas alturas, a los 55 años, ya no es la primera vez para casi nada, y esta es mi primera vez contigo.

¿Nunca ha cultivado las relaciones públicas ni las alfombras rojas?

Igual no lo he necesitado ni me he sentido capacitado para eso. Ahora me siento muy relajado, pero, en otra época, hubiera estado absolutamente tenso aquí, en esta situación, pensando que tengo que estar ingenioso y brillante. Cuando, en 2009, me nominaron al premio Goya a actor revelación por Una palabra tuya, fui con la directora, Ángeles González-Sinde, y las actrices Esperanza Pedreño y Malena Alterio, mi pareja de entonces y de muchos años. En un momento, una azafata se las lleva a las tres a la alfombra roja y yo, el nominado, me quedé allí, varado, perdido. Ese soy yo. Y este soy ahora, después de muchos años de terapia, de trabajo y de pelea conmigo mismo.

¿No ha pasado travesías del desierto laborales?

No muchas, porque cuando no me llamaban, me inventaba yo los trabajos. Con Animalario, el grupo de artes escénicas que montamos amigos en 1997, actúo y produzco. Hasta el 7 de julio estoy en el teatro con El traje, con Javier Gutiérrez. Y cuando acabemos, reestrenamos Los que hablan, que interpreto con Malena. Es un colectivo de trabajo fantástico.

Bermejo posa junto al cartel de la obra 'El traje', que protagonizó junto a Javier Gutiérrez en el teatro de la Abadía de Madrid, al que volverá a mediados de julio con 'Los que hablan', junto a Malena Alterio.

¿En qué momento supo que era bueno en lo suyo?

No hace tanto. Diría que entre los 45 y los 55 años empecé a sentir que soy actor, que puedo habitar un papel que alguien ha escrito para mí, o que le he pedido prestado a alguien. Por fin creo que puedo jugar a ser otro. Ya no me siento impostor. Este soy yo, con mis dudas, mis complejos, mis dificultades, yo. Por eso, ahora, he podido hacer de Norberta, este personaje que cambia de género en la edad madura. He podido hacer este viaje tan fantástico porque ahora siento que tengo billete, que ya no soy un polizón en esto.

¿Qué le pasó entre los 45 y los 55?

La gran pelea que tiene uno consigo mismo. Mira, mi padre era un guardia civil maravilloso, de Extremadura, un emigrante del campo extremeño, esa gente humilde que me ha formado y de la que me siento tan orgulloso que le he dedicado todas las funciones de teatro que hemos hecho de Los santos inocentes. Pues un día, me estoy acordando ahora, hice un monólogo que se llamaba El minuto del payaso, mi padre fue a verme y salió fascinado. Me dijo: ‘Pero Jose, cómo eres capaz de hacer eso, he visto al payaso y no a mi hijo’. Igual fue ahí cuando empecé a creerme actor. Quizá, inconscientemente, necesitaba esa bendición paterna.

Habla del viaje de Norberto a Norberta. ¿Cómo se preparó para hacerlo?

Abstrayéndome de todo y poniéndome a jugar con propiedad a ser otro. El arma más descomunal del actor es la intuición. Solo si falla viene la técnica, el oficio. Norberto-Norberta, al final, es una persona que no está a gusto, se siente ansioso, agotado, a disgusto. Yo puedo conocer esa sensación.

¿Se ha documentado sobre transexualidad?

Yo ya conocía la obra de Paul B. Preciado desde antes. Luego, he visto vídeos suyos de conferencias donde iba contando cómo hacía la transición de género. Solo viéndolo, se te abre la cabeza. Desafía tus supuestas certezas. Entonces, desde mi distancia y también mi inocencia me he ido acercando a ese mundo y supongo que también me ha inspirado.

Personalmente, yo me creo a Norberta por su mirada. ¿Cómo se modula eso?

Me emociona que lo digas. Tengo los ojos azules de mi abuelo. Al parecer, en Extremadura hubo una repoblación de holandeses, porque no tengo unos rasgos muy extremeños que digamos. Mi amigo Alberto San Juan, que me ha dirigido muchas veces, dice que tengo ojos dotados para el cine, y eso alimenta mi pequeño agujero de ego. La verdad es que, cuando vi la película, yo también dije: ‘Hostia, qué mirada tan luminosa, honesta y sincera’.

¿De dónde le viene esa melancolía?

He sido un niño con muchas dificultades, muy enfermo, muy de hospitales, tenía unas fiebres reumáticas que me han acompañado muchos años. Me quedaba paralizado en la cama largas temporadas. Imagino a ese niño creciendo en una casa cuartel extremeña, con una cultura muy patriarcal, de que los hombres no lloran. Me he comido mucho el coco. A mí me ha salvado la vida mi terapeuta y el teatro. Luego me separé, y eso fue también un cisma en mi vida, el separarme de una mujer que amo y que haya sido un éxito mi relación.

Habla de Malena Alterio, su compañera de tantos años. ¿Es difícil separarse enamorado?

Lo que es difícil, y nos pasó a los dos, es soltar a alguien sabiendo que, juntos, te puedes acabar haciendo daño, porque sois como hermanos. Eso es valiente. Luego he tenido otras relaciones. Estoy feliz con mi pareja, pero, ¿por qué te estoy contando todo esto?

Por la melancolía de sus ojos. Pero en Un amor, la película de Isabel Coixet sobre el libro de Sara Mesa, esos mismos ojos dan miedo. ¿Cómo hace tan bien de cabrón?

Joder, muchísimas gracias. Pues supongo que esos ojos melancólicos y dulces, también son dolientes. En el fondo soy un payaso doliente, como en el poema de José Emilio Pacheco. Para hacer del casero de Un amor pensé: ‘¿Dónde está esa violencia en los ojos de Miguel?’. Pues en esos lugares de la infancia donde uno ha transitado por el dolor. En ese cabrón que está ahí y que todos podemos llevar dentro. En este oficio puedes jugar a eso con impunidad, y es maravilloso.

¿Dónde guarda su poquito de ego?

El mejor antídoto contra el ego es la inocencia. Me gusta seguir sintiéndome inocente. Me siento pequeñito, dudoso. Nunca he tenido un ego muy fuerte.

Ha hablado de su amistad con Alberto San Juan. ¿Hay unos códigos de amistad masculina?

Con Alberto, o con Javi Gutiérrez, me siento relajado. Pienso que los hombres también tenemos como una carga: tienes que tener como una coraza, y salir a la calle acorazado [pone voz de trueno] y decir: soy masculino, soy un tío, y, a partir de ahí puedo coger un hacha y cortar un árbol...

... Y arreglar un enchufe. Porque se supone que los hombres tienen que saber arreglarlos.

Y ponerte una bombilla donde quieras. Y cazar ciervos, y no llorar nunca. Lo que es ser un tío, por cojones. Pues yo no soy ese tío. Nunca he puesto los cojones encima de la mesa. Al final esto de la enfermedad me ha regalado el permitirme sentirme frágil y vulnerable.

O sea, que es el nuevo viejo hombre en persona

¿Sí? El viejombre [se parte].

¿Está en transición, como Norberta?

Bueno, yo, durante mucho tiempo, me he sentido muy disfórico, también, como Norberta. No me gustaba mi cuerpo, mis manos, no me gustaba nada. Estoy operado de muchos lados, tengo muchas costuras. Entonces, con todo esto, con la terapia, con el teatro, con los amigos con los que puedes hablar y ves, que, en el fondo, les pasa lo mismo, he llegado aquí. Esas personas, esos lugares, esos momentos con la gente de Animalario me van a acompañar toda la vida y siempre quiero volver.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Biden y el psicotécnico]]>https://elpais.com/opinion/2024-07-04/biden-y-el-psicotecnico.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-07-04/biden-y-el-psicotecnico.htmlThu, 04 Jul 2024 03:00:00 +0000Unos amigos míos, hermanos entre ellos, llevan meses conspirando con su madre en contra de su padre. Se llaman, se mandan mensajes a escondidas, hablan en clave en la cocina tras las comidas de los domingos. Algo traman. No, no es una de esas guerras familiares por un divorcio o una herencia. Al revés. Justo lo que no quieren ni la madre ni los hijos es separarse ni heredar antes de tiempo. Los tres veneran al viejo, 83 años en octubre, pero, precisamente porque lo quieren con locura, les preocupa que siga conduciendo, habiendo tenido ya más de un susto al volante por sus despistes. Malo fue decírselo delicadamente al interesado. Primero, con indirectas. Luego, a las claras. Peor fue saber que pinchaban en hueso. El patriarca, con el carné renovado hace un año y vigente otros cuatro, se negó, ofendidísimo, a renunciar al coche, al que considera el penúltimo reducto de su libertad y su autonomía. Así que, ahora, cada vez que lo saca del garaje para darle una vuelta por el barrio para que no se atrofie, madre e hijos viven con el alma en vilo hasta que vuelve a casa ileso y sin haberse metido en una rotonda o en dirección contraria.

Me acordé de mis amigos la otra noche viendo a Biden no dar pie con bola en el debate con Trump en la carrera presidencial de Estados Unidos. Al poco, salieron su esposa, Jill, y su antecesor, Obama, a echarle un capote diciendo que el presidente y candidato a la reelección solo tuvo un mal día. Flaco favor le hacen, aunque puedo entenderlos. Debe de ser durísimo decirle a tu marido, tu padre o tu jefe que, por su bien, y el de todos, es mejor retirarse. Y no es edadismo. Es el dificilísimo momento de la vida en el que tienes que dejar de hacer cosas que te gustaban y que hacías con la gorra. Y si no lo decides tú, te lo deciden otros, o el destino. La vejez, con suerte, porque otros no llegan, es una sucesión de pérdidas y despedidas. En este lado del charco, la conspiración de mis amigos continúa. El último plan es birlarle un rato al padre las llaves, vaciarle el tanque del aceite para que lo queme en la próxima salida, y que le salga más caro arreglarlo que mandarlo al desguace. Lo malo de las comparaciones, además de ser odiosas, es que Biden tiene mal recambio. Y que Trump, como conductor, da aún más miedo.

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Brian Snyder
<![CDATA[José Miguel Fernández Sastrón: “Vi llegar a todos los nuevos de la familia real”]]>https://elpais.com/gente/2024-06-30/jose-miguel-fernandez-sastron-vi-llegar-a-todos-los-nuevos-de-la-familia-real.htmlhttps://elpais.com/gente/2024-06-30/jose-miguel-fernandez-sastron-vi-llegar-a-todos-los-nuevos-de-la-familia-real.htmlSun, 30 Jun 2024 03:30:00 +0000Llega, retrasado y apurado, a la cita en el Ateneo de Madrid, con su pinta casual pija —sombrero panamá protegiendo el cráneo privilegiado, gafas de sol, pañuelito asomando por el bolsillo de la chaqueta de lino—, se excusa y, como él también tiene prisa, nos ponemos al lío sin más ceremonia. El lío es comentar su vida y su última obra, ¡Menos protocolo y más patatas!, una “novelita” que ha escrito y autoeditado en la que recrea, a través de la vida de Tristán, un rico y haragán heredero de 38 años que vive con su madre marquesa, el ecosistema de la alta sociedad de la nobleza, la burguesía y la élite económica madrileña, con su flora, su fauna, su jerga, su hábitat de diario y de vacaciones, sus ritos de apareamiento y sus relaciones con sus pares e impares. La gracia del librito, además del lenguaje, consiste en jugar al quién es quién, tratando de adivinar qué trasuntos reales de los personajes habituales de la prensa del corazón se esconden entre sus personajes. El autor del divertimento no defrauda. Frente a frente, José Miguel Fernández Sastrón es un conversador ingenioso, rápido y divertido que no evita el bulto, aunque lo escurra con cintura. Lo más interesante, claro, es lo que calla.

Ahí, ahí: haciendo amigos con el libro.

No precisamente, porque mucha de la gente de la que hablo ya son amigos míos. Y muchos se han reído con él porque se han visto reflejados. Mi humor no es hiriente, sino mordaz.

No hace sangre, aunque supongo que podría.

No, porque no soy un vampiro. Y, sí, podría, pero para hacer sangre tendría que haber cadáveres, y yo no los he visto a mi alrededor. Lo que he visto son situaciones y prácticas graciosas que la gente no imagina en esos ambientes. Digamos que he hecho de infiltrado.

Bueno, usted, nieto del fundador de Galerías Preciados, también es un niño bien.

Podría entrar claramente en ese perfil: he nacido en una familia pudiente que se ha movido en un entorno social más o menos elitista. Pero he sido un niño bien bastante malo, en el buen sentido.

¿Y eso?

De joven, por mi vocación por la música y los amigos que frecuentaba, me movía también en ambientes más canallas, y eso en plenos años ochenta, una época, digamos, movida.

¿Sexo, drogas, rock and roll?

Bueno, había de todo. La heroína nunca suscitó mi curiosidad. Y sobre las demás, digamos que me movía en ambientes donde puedes haber probado algo. Me salvó que siempre me he preguntado antes de tomarlas si me compensaba y que nunca me he visto condicionado hasta el punto de engancharme ni, mucho menos, poner mi vida en peligro. Y he conocido casos muy cercanos.

Usted es músico. ¿Las drogas ayudan a componer?

Bueno, en mi caso, recuerdo que con un porro escuchabas música que no habías escuchado antes y digamos que se abría más tu sensibilidad y tu imaginación. Pero, vamos, no era usuario asiduo.

El protagonista de su libro, Tristán, considera el aburrimiento un arte. ¿Y usted?

El aburrimiento ahora ni se tolera ni se permite. Si nos aburrimos, nos ponen algo en la pantalla para entretenernos. El aburrimiento es el padre de la filosofía y de las grandes ideas. No nos quieren aburridos porque, así, no pensamos. Somos hormiguitas trabajando y, cuando paramos, nos ponen una peliculita o algo. Nos llenan de datos y no tenemos tiempo ni de procesarlos ni de distinguir los verdaderos de los falsos. Ahora mismo, el opio del pueblo son las redes sociales.

También parodia a influencers pijos. Sin señalar a Victoria Marichalar de Borbón. ¿Cuánta tontería hay en ese mundo?

Toda. Te están diciendo que vayas a un sitio que le paga para que te diga que vayas, pero la cosa es que hay gente que les sigue y acaba yendo. Hay ahí un exhibicionismo por parte de todos. Se trata de ser del club de los que molan, sea social, musical, deportivo o de moda. Son referentes para gente que considera que, si se parece a ellos, entra en el club de la élite. El rico quiere ser más rico; el deportista, el más rápido; el guapo, el más guapo. Todo el mundo quiere ser más y mejor. Ahora, cualquiera que demuestre un talento a la hora de vender cualquier cosa tiene mi admiración.

¿Aunque sea humo?

El humo es la cosa más difícil de vender del mundo. Hay verdaderos vende humos y lo hacen muy bien. La culpa es nuestra, pero el talento es suyo.

Se casó en 1990 con Simoneta Gómez-Acebo. Ha llovido.

Me casé con la hija mayor de doña Pilar y fui su primer yerno. Todos mis cuñados eran más jóvenes y creamos muy buen ambiente. Quise mucho a mis suegros y mantuve ese afecto hasta el final. Pero, sí, desde mi modesta parcela, fui el primer cuñado en llegar a la segunda generación de la familia real. Vi llegar a todos los nuevos.

Simoneta Gómez-Acebo y su entonces marido, José Miguel Fernández Sastrón, en la boda de Felipe y Letizia, el 22 de mayo en la catedral de la Almudena, en Madrid.

Marichalar, Urdangarin, Letizia Ortiz. ¿Les dio algún consejo? ¿Había una especie de solidaridad entre ustedes?

Bueno, es que los siguientes que llegaron lo hicieron a primera línea. No es lo mismo ser el marido de la sobrina, que el yerno o la nuera del Rey. Entonces, yo no podía enseñarles mucho porque ellos entraban en una instancia mucho más complicada que la mía. Ahora bien, me hacía gracia, porque observaba sus entradas, sus posturas, cómo se manejaba el uno, la otra, sabiendo perfectamente por dónde tendrían que acabar entrando. Entonces, la veteranía siempre es un grado.

¿Cómo vivió el terremoto de la abdicación de Juan Carlos I y la proclamación de Felipe VI?

Eso ocurrió cuando yo estaba bastante fuera. Ya me había divorciado. Seguimos coincidiendo en citas familiares, les guardo mucho afecto, y creo que es mutuo. Personalmente, creo que eso es muy español. Vivimos en un país donde un día se está arriba y otro abajo. Hay una escena de la película ¿Dónde vas, Alfonso XII? que siempre me hizo mucha gracia. Una masa enfervorecida recibe a Alfonso XII cuando vuelve a reinar a España. Hay una mujer desgañitándose, diciendo: “Viva el Rey”. Una amiga le dice que no grite tanto, y ella le responde: “Más gritamos cuando echamos a la madre”. Pues eso. Tuve la oportunidad de tratar al rey Juan Carlos I durante 20 años y, si tengo que hacer un balance de su persona y su obra, es positivo.

¿El dinero quiere pedigrí y el pedigrí, dinero?

Bueno, el dinero compra lo que quiere, y el pedigrí ya no implica dinero. Antes implicaba patrimonio, pero, según van sucediéndose las generaciones, hay más para repartir. Si el noble tiene seis hijos y el patrimonio se reparte, si no se amplía, se va diluyendo. No hay fortuna que resista eso. Pero hay casuísticas de todo tipo. Tristán solo tiene una hermana y el futuro garantizado. Por eso se aburre: es muy difícil tener estímulos en la vida si lo tienes todo solucionado, entonces, recurres a otros estímulos. Pero también conozco a muchos tiburones, hijos de nobles, que han estudiado en Harvard y se matan a currar estando forrados.

Usted ya tiene una edad.

Y dos, incluso.

¿Cómo ha visto los pleitos en los que mujeres nobles le disputaban el título a sus hermanos varones?

Bueno, eso es porque ahora se puede. De todas formas, la nobleza es inconstitucional por definición. Si nos ponemos así, ¿por qué hereda el título el mayor y no el más pequeño? Eso no es igualdad de derechos. Se da la paradoja de que los nobles más recientes, como Vicente del Bosque, que fue nombrado marqués por ganar el Mundial de Sudáfrica, es considerado por los nobles viejos como un “marqués de antes de ayer”. Si tenemos que adaptar la aristocracia a la Constitución, se les acabó el cuento. Yo creo que no hay ni que hacer el esfuerzo. Lo que no debe tener la nobleza es ninguna transcendencia ni influencia en las cosas del comer. No proporcionar ninguna prerrogativa sobre el resto de los españoles, más allá de poder poner el título en las tarjetas de visita, aplaudirse entre ellos y jugar a ser los más elegantes, cosa que me parece maravillosa.

Fernández Sastrón, fotografiado en Madrid

En el libro domina los nombres, los diminutivos y la jerga pija que da gusto.

Esos diminutivos son, muchas veces, para distinguir a la madre de la hija, o al hijo del padre. Son mundos endogámicos, pero, en el fondo, todos lo son. Tendemos a juntarnos entre nosotros. Los títulos se heredan, pero la clase unos la heredan y otros, no.

¿Sigue componiendo música?

Sí, alguna cosa. Y he compuesto muchas, pero me temo que pasaré a la historia por dos: la sintonía del programa Sorpresa, sorpresa y la del anuncio de Me gusta el fútbol, ¿te acuerdas? [se las tarareo] ¿Ves? Tampoco está tan mal.

¿Por qué nos fascinan tanto los ricos?

Creo que es una mezcla entre lo aspiracional, el fetichismo y el hecho de que, hoy, te los puedas encontrar por la calle, hacerte una foto con ellos y pedirles un autógrafo. Al final, las clases sociales, dejando aparte el dinero, no dejan de ser clubs. También hay una rutina y una endogamia. Y eso hace que, en el fondo, con todo el dinero que quieras, nos parezcamos todos bastante.

Ver que los ricos también lloran consuela bastante.

Bueno, eso explica que no son dioses. Cuando lo pasas mal, puede que el dinero ayude a no tener que preocuparte de ciertas cosas, pero la enfermedad, la física o la mental, duele igual. El desamor, que te deje la mujer o el hombre que amas, lo vas a pasar igual de mal, es la condición humana.

Usted mismo sobrevivió a un cáncer.

Un cáncer linfático, el mismo que tuvo mi suegro, el padre de Simoneta, Luis Gómez-Acebo. Mi suegro no lo pudo contar. Llegó ya muy enfermo a nuestra boda y le dio tiempo a ver la primera ecografía de nuestro primer hijo. Dijo: “Este se parece a mí”. Era un señor estupendo. Yo tuve más suerte: me lo detectaron a tiempo y aquí estoy. Me cambió bastante las prioridades, entré en una especie de carpe diem.

¿De ahí su divorcio?

Bueno, no. Mi cáncer lo tuve a los 42 y seguimos felizmente casados hasta los 50. Digamos que fue una mezcla de cosas. El carpe diem, la crisis de los 50 y circunstancias vitales de ambos. Después, al divorciarme, la primera discoteca a la que fui, Snobissimo, que sale en el libro, era a la que iba de joven con mis primos mayores, y, entonces, me encontré a todos los divorciados de mi edad con casi la misma música. Era como el túnel del tiempo.

¿Tuvo una segunda edad del pavo?

Sí, y te diría que exactamente igual de estúpida que la primera, en el sentido de que vas de gallito otra vez, y vas a pillar y eso, y ves a los mismos, era surrealista. Aquello me duró unos tres años, y digamos que pillé donde pude.

O sea que la pitopausia existe.

Pues claro que existe, y cuando la superas lo ves como una fase, y te das cuenta de que la adolescencia, ninguna de ellas, no es el estado más lúcido del hombre. Ni de la mujer, supongo.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Mar y Terelu, consuegras coraje]]>https://elpais.com/opinion/2024-06-27/mar-y-terelu-consuegras-coraje.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-06-27/mar-y-terelu-consuegras-coraje.htmlThu, 27 Jun 2024 03:00:00 +0000El otro jueves, atontada con los fastos del aniversario del reinado de Felipe y Letizia, me comí el notición del verano. Terelu Campos y Mar Flores van a ser abuelas del bebé que esperan sus respectivos hijos, Alejandra y Carlo, embarazados de cuatro meses, a los seis de conocerse, sin casa ni curro ni plan de vida fijo. El sueño de cualquier madre para sus cachorros. El bombazo, anunciado por los futuros papis mediante millonaria exclusiva en la revista ¡Hola!, convierte en consuegras a otras dos reinas de España. Terelu y Mar, Mar y Terelu, tanto monta, monta tanto, llevan 40 años en el trono de la crónica social ibérica más por sus vidas que por sus obras. La una, periodista, hija de una leyenda del oficio, haciéndose hueco a base de soltura, cabezonería y amor propio. La otra, modelo de barrio catapultada al gran mundo con el visado de su belleza y su habilidad para elegir compañías. Las dos, más listas que el hambre que nunca han pasado, pero que no les ha evitado ciertas cornadas de las que duelen aunque no maten.

En estas décadas las hemos visto gozar y sufrir en directo los embates de la vida cada una a su manera. Terelu, aperreada, levantándose cada vez más sonada después de cada caída, tras pasar dos cánceres, enterrar a su madre y bregar con la rebeldía de su hija. Mar, divina, mirando al infinito desde la altura de sus pómulos, y la sonrisa congelada de tanto llevar por dentro tremendas procesiones del silencio viendo a su hijo, en libertad condicional por estafa, acusarla de mala madre en un programa de máxima audiencia. Ambas, desfondadas vivas.

Otros se ríen. A mí me da hasta cosa mirarlas. Ellas, divas consentidas que pintaban para sus consentidos niños un futuro de notario para arriba, comiéndose, además de sus palabras, los sapos y los sables que tanto han criticado cuando se los han visto tragar a otras. Tampoco me apenan. Apuesto a que, si la cosa va para adelante, pronto posarán juntas en horror y compañía, exclusiva millonaria mediante, pintadas como armarios y vestidas en tonos crema, que siempre dan luz a los rostros y paz a la escena, proclamando lo encantadas que están de recibir al nietecito con los brazos, las casas y las cuentas corrientes abiertas, y lo fenomenalmente bien que se llevan entre ellas, o sea. Yo tampoco hablaría muy alto. Nos puede pasar a cualquiera.

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César Vallejo Rodríguez
<![CDATA[Alana S. Portero: “Aprendí a redactar leyendo revistas del corazón”]]>https://elpais.com/cultura/2024-06-23/alana-s-portero-aprendi-a-redactar-leyendo-revistas-del-corazon.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-06-23/alana-s-portero-aprendi-a-redactar-leyendo-revistas-del-corazon.htmlSun, 23 Jun 2024 03:32:00 +0000La entrevistada propone quedar en el centro comercial Las Rosas, un templo del consumo y las franquicias construido donde antes había un poblado chabolista, y relativamente cerca del pisito del madrileño barrio de San Blas donde creció la niña trans protagonista de su novela La mala costumbre, y donde la mujer madura que es hoy Alana S. Portero trabaja y cuida de sus padres. Cuando llego, ella ya está esperando con un café con leche con mucho hielo, lo mismo que pensaba pedir una misma y, una vez hechas las presentaciones, empieza a contar con un tono de voz dulcísimo los vericuetos de una vida a la vez tierna y dura, inocente y salvaje. La suya. Lo hace descarnada y delicadamente, sin entrar en detalles cursis ni lacrimógenos ni sórdidos ni escabrosos. No hace falta. Se le ve todo en los ojos.

Lo ha petado con su primera novela. ¿Con cuánta ambición la escribió?

Cero. Había perdido mi capacidad para la ambición. Daba mi vida profesional por muerta.

¿A los 44? ¿Por qué?

Porque, hasta ahora, solo he conocido el fracaso. Todo lo que he hecho me ha salido mal, entendiendo por mal que no había obtenido rédito suficiente para poder tener una forma de vida. Mis ambiciones habían muerto.

¿Qué le había salido mal?

Todos mis proyectos profesionales y muchas de mis relaciones personales. Toda mi vida he sido una persona mediocre, en el fondo lo sigo siendo. Soy una enamorada del arte, de mi vocación teatral, soy una actriz frustrada, he intentado muchas cosas muy fuertemente y no he conseguido nada. No he obtenido ningún reconocimiento público y muy poco privado.

¿Mediocre una escritora traducida a 15 idiomas?

Evidentemente, algo tendrá el agua cuando la bendicen. No creo que el éxito de La mala costumbre sea solo suerte, y la defiendo como una buena novela. Pero antes que escritora soy lectora, y mi peor editora. Dejé a medias una novela anterior porque entendí que necesitaba madurar como escritora. A mí me cuesta mucho trabajo todo en la vida.

¿Desde siempre?

Sí. En lo único que he podido destacar es en tener cierto carisma. Las personas me escuchan cuando hablo, creo que dejo cierto poso y fui muy buena estudiante. Tampoco hacía otra cosa. No tenía otra vida que no fuera estudiar, pensar, crear y fantasear. Mis fantasías y mi vida real tenían el mismo peso. Mi vida real era una inercia y la única forma de conectar con mi emoción, con mi verdad, era irme al otro lado: al arte, a las lecturas, a la ficción. He vivido toda la vida disociada.

¿No tenía amigos?

Muy pocos. No tuve una de verdad hasta los 17 años. Aún es mi mejor amiga.

¿Y sus padres y su hermano?

Mis padres eran los guardianes de esa puerta mía a la fantasía. Me permitían el espacio, nunca me forzaron a salir si no quería. Quizá no entendían muy bien, pero sabían que algo me sucedía, algo que no tenía nombre, pero me respetaban y me protegían. Y lo hicieron por amor. He sido una niña superquerida.

¿Quién le puso nombre a lo que le sucedía?

Yo. Escogiendo las palabras, porque ni ellos ni yo estábamos preparados, pero logramos comunicarnos y entendernos. Luego necesité una etapa de desconexión. Creo que es fundamental abandonar los lugares de tu vida donde has sufrido para poder volver feliz a ellos. De los 20 a los 30, me perdí a mis padres, fui injusta con ellos, pero la vuelta ha sido apoteósica.

Se fue de casa y se tiró a la piscina a vivir como una mujer trans, ¿había agua?

No, no había ninguna. Vivir mi vida tal y como yo la entendía, y ser quien yo era me ha costado perder a muchísimas personas. Todo el tiempo. Mi vida ha sido una sucesión de pérdidas, a veces por negligencia mía; otras, de los demás. Ser quien soy y llevar mi vida al terreno de lo real me ha costado mucha soledad.

¿Por rechazo? ¿A estas alturas?

Sí. No puedes obligar a nadie a que esté a tu lado incondicionalmente. En su momento, me ha enfadado mucho, pero ahora supongo que lo entiendo, de alguna manera. ¿Y si no comprenden cómo es tu vida? Si las personas se quedan, y lo único que hacen es aumentar la fricción que tú ya tienes con la vida, es peor para todo el mundo. Ahora solo aspiro a que me dejen un poco en paz.

¿Hasta dónde está de que los periodistas le preguntemos por su transexualidad?

A ver, lo entiendo. Pero me da mucha rabia ser reducida a eso. Preferiría hablar de otras cosas, sobre todo porque he hablado mucho ya. Y, cuando esa insistencia es mal intencionada, te lleva a decir cosas de las que luego te arrepientes. Cuando te ves obligada a defender tu posición natural en la vida, que además no puedes cambiar, y buscas cómo hacerlo, y no se entiende, y lo intentas desde la amabilidad, desde el enfado, desde la rabia, y no funciona, hay momentos en que pierdes los papeles. He sido injusta con personas a las que he respondido harta, cansada y herida.

Estamos en vísperas del Orgullo LGTBI. ¿Hay que seguir luchando por la T de transexualidad?

Claro, pero no solo por la T. Por todas las letras, por el activismo feminista en general, es importantísimo, pero yo no sé si puedo aportar más, Ahora soy una mala activista, puedo servir más como andamio que como bandera. Estoy cansada, harta y cabreada, dolida. Con la imposibilidad de tener una vida normal. Con que todo esté condicionado. Estoy satisfecha de haberlo intentado, pero creo que he fracasado.

¿Influye su dolor por el suicidio de Roberta Marrero, la artista que ilustra la portada de La mala costumbre?

Claro. Me hizo muy feliz tener su ilustración en mi libro, es un regalo muy hermoso. Al irse, Roberta me ha dejado uno de esos vacíos que sabes que no vas a llenar. Me duele como ese miembro que te falta. Para mí cumplía, además, el papel de referente personal. La mujer más fuerte, intensa, salvaje, despreocupada, fuerte, y divertida que he conocido en mi vida se ha ido y ahora estoy en un lugar extraño.

La escritora Alana Portero, en el barrio de San Blas (Madrid).

Estamos en San Blas, su barrio de niña. ¿Cuánto ha cambiado desde entonces?

En mi niñez, cuando caminaba de aquí al centro de Madrid en busca de libertad, había hasta una frontera real, tenía que atravesar los descampados que separaban mi barrio obrero, de casas bajas, ventanas pequeñas y calles ruidosas, donde siempre había una radial sonando, de los barrios elegantes, con calles limpias y cafeterías finas donde la gente habla más bajo y tiene menos prisa. Ahora no hay descampados, pero sigue habiendo un foso de desigualdad entre unos y otros.

Habla mucho en el libro del cansancio de sus padres trabajadores. ¿Tanto lo recuerda?

Claro. Es muy difícil que unos padres de clase trabajadora entiendan los retos de tener un hijo LGTBI en casa. No es que no puedan, es que no tienen energía para tener una conversación. No hay tiempo para pensar tranquilos, para hablar con pausa, para asimilar la vida. Mis padres no han hecho otra cosa que matarse a trabajar, y no podían sentarse a charlar al caer el día: no se tenían en pie.

¿Qué es ser trans?

[Silencio] Es una condición impuesta por un mundo que no sabe quién eres y no te pregunta. Yo no estoy transicionando, sino detransicionando. A mí me asignaron la masculinidad al nacer, pero yo siempre he sido quien soy y yo lo que estoy haciendo es volver a mi lugar. Ser trans, si quieres, es una rebelión contra los que te imponen. Pero yo no lo vivo así. Siempre he tenido muy claro quién soy, me di cuenta enseguida de que era algo que tenía que esconder y luego que luchar por ello, sin entender por qué. Ser trans es una inevitabilidad. Para mí ser trans es inevitable.

¿Qué siente al ver a determinadas feministas espetarle en las redes sociales: “Es un puto tío”?

Te lo digo: me duele. Pero he llegado a un punto en que estoy harta de sufrir: no puedo obligar a nadie a que me vea como no me quiere ver. Pido que no ejerzan violencia. Que me vean como si fuera un hombre me da pena. Yo sé que no es verdad. Con una persona que me habla en masculino no podemos ni iniciar una conversación: ya estas condenada. Es que es muy fuerte. Aunque sea una ficción, ojalá me dieran el gusto de tratarme en femenino ese rato y, al menos, pudiéramos intentar hablar.

¿Cuáles fueron sus referentes de niña?

Los personales eran mis tías y mis vecinas. Y luego tenía una relación muy estrecha con las estrellas del pop y las diosas mitológicas. Devoraba las revistas del corazón. Aprendí a redactar con ellas. Me maravillaba cómo, de algo supuestamente banal, lograban textos atractivos, enjundiosos y extensos. Esas visitas a casas fantásticas. Esas bodas. He admirado siempre muchísimo a las escritoras y escritores de prensa del corazón. Fueron mis primeros maestros literarios.

O sea, que es usted una petarda.

Absolutamente. Las divas pop y las diosas mitológicas me permitieron soñar con ser una mujer sublime. Esa Carolina de Mónaco, esa Bibiana Fernández, esa Circe. Eran mi mitología de andar por casa. Por eso no me gusta el abaratamiento de ahora. Me gustaba que ese mundo fuera vertical, inalcanzable, que vivía en paraísos absolutos y parecía no sudar ni mancharse. A las diosas no las quiero en la tierra [ríe].

Lo que no ha perdido es la alegría.

Sí. Soy una persona que nunca ha perdido el miedo, pero tampoco la esperanza, que han sido los principios rectores de mi vida. Por más que la vida me haya llevado por algunos territorios muy oscuros, por mucho que a veces haya querido dejar de vivir, siempre he pensado que iba a llegar a un lugar más luminoso.

¿Qué la ha salvado?

La ayuda de la psiquiatría y, sobre todo, de las personas que te quieren mucho, aunque eso no te libra de la soledad.

¿Cómo tiene la autoestima?

No la tengo, no he conseguido desarrollarla y no creo que sea recuperable.

Pero si la alaban desde Almodóvar a Vila-Matas.

Y lo agradezco muchísimo, pero he creado una especie de avatar al que le dicen eso, no a mí. Es como si estuviera disociada por completo. Sé que lo dicen de verdad, y lo aprecio. Pero hay un lugar de mí al que, por lo que sea, no acceden. Esa es una cosa en la que sí he perdido la esperanza. Lo oigo, lo vivo con alegría, pero luego me quedo sola, me enfrento a la vida, me siento frágil y sola y otra voz me dice: no es para tanto.

¿Cuánto ha cambiado su situación económica el éxito de La mala costumbre?

Mi vida ha cambiado por completo. Es la primera vez que conozco la tranquilidad de saber que puedo pagar mi alquiler, algo que no me había pasado nunca. Antes, a duras penas sobrevivía.

El otro día la reina Letizia citó su nombre en la Feria del Libro, ¿cómo se le quedó el cuerpo?

Fue muy divertido. No me sorprendió porque Letizia viene del periodismo y se le supone curiosa, pero me gustó comprobar que está al día. Y luego me hizo gracia la situación: el bajista de un grupo indie, Vetusta Morla, recomendándole a gritos a la Reina de España mi libro en una feria popular y que el público de alrededor tomara nota: eso es muy bonito.

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Pablo Monge
<![CDATA[Diez años y un día de Letizia y Felipe]]>https://elpais.com/opinion/2024-06-20/diez-anos-y-un-dia-de-letizia-y-felipe.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-06-20/diez-anos-y-un-dia-de-letizia-y-felipe.htmlThu, 20 Jun 2024 03:00:00 +0000El día de la proclamación de Felipe y Letizia como reyes de España casi no lo cuento. A las ocho de la mañana, dos horas antes del solemne acto en el Congreso, llegué al control policial con la acreditación de periodista cual Toisón de Oro al cuello, tropecé con mis tacones, rodé calle abajo y desperté abrazada a una farola isabelina con una costilla rota, la oreja desprendida del cráneo y cuatro policías de paisano placándome y diciéndome tranquila, señora, que ya viene la ambulancia. Así que, en vez de contándolas, pasé las primeras horas del reinado de Letizia y Felipe en el hospital, preguntándome cómo demonios había llegado allí y cómo diablos saldría de esa. Bajo toda la pompa y el boato del Estado, sospecho que Felipe y, sobre todo, Letizia pensaban lo mismo en la sede de la soberanía del pueblo.

Heredaban en vida una nave con una vía de agua del tamaño de la del Titanic provocada por las pérdidas del norte del patrón, el mismísimo rey Juan Carlos, que, poco después, hacía mutis por el trono dejándolos en el balcón de Palacio como diciendo: ahí os quedáis con el marronazo de reflotarla. De aquello hace hoy 10 años y un día. Así, como en las condenas, porque, desde entonces, los Reyes han tenido que ganarse el respeto a pulso y jornada a jornada. En esta década han logrado bien que mal sellar la grieta a base de atar corto al padre, alejar a las hermanas, vetar al cuñado, evitar a los sobrinos y bieneducar a las hijas. Pero la nave, lejos de la calma chicha, atraviesa un mar revuelto. Entre el baño de almíbar de muchos, el desafecto de no pocos y las lisonjas envenenadas de otros, una mayoría pide, nada más y nada menos, que cumplan su papel y no den guerra. Otra cosa es que Leonor, por muy pluscuamperfecta que sea, llegue a ser reina. Por lo demás, en todas las casas cuecen cosas, sean habas o caviar del Caspio. Y, sí, puristas, ya sé que Letizia no fue proclamada reina y que quien reina es Felipe. Pero para mí que quien gobierna esa casa porque sabe oler el peligro y anticiparse al ser el único espécimen no nacido en cautividad de la familia, es ella. Lo digo con la autoridad de quien derramó ese día su sangre por España.

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Juan Medina
<![CDATA[María Galiana: “En el Teatro Real la reina soy yo”]]>https://elpais.com/cultura/2024-06-16/maria-galiana-en-el-teatro-real-la-reina-soy-yo.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-06-16/maria-galiana-en-el-teatro-real-la-reina-soy-yo.htmlSun, 16 Jun 2024 03:15:00 +0000Al ambigú del teatro Infanta Isabel de Madrid, donde se representa La reina de la belleza de Leenane, de Martin McDonagh, se sube por unas empinadísimas y angostas escaleras. María Galiana, que interpreta a la tremenda madre de la obra, las salva, ágil, con más prisa que pausa, y pide una silla más blanda que las de madera pura y dura de los veladores para estar más cómoda durante la charla. Se la ve tranquilísima. Después de varios días de promoción por radios, teles y periódicos, se sabe todas las preguntas y todas las respuestas. Antes de ponernos a la faena, nos ofrecen un café y, una, que anda buscando frenéticamente un enchufe donde recargar el móvil y poder así grabar sin sustos la conversación, ni se entera. “Esta es de las que están de los nervios”, suelta la Galiana, así, al tendido, y una no puede sino estar de acuerdo. Así que tiro por esa vía.

¿Cala a la gente a ojo?

Otra cosa no, pero siempre he tenido muchísima intuición para conocer a la gente con la que trato. Quizá es por tantos años con alumnos. También tengo capacidad para saber el tono con el que me tengo que conducir según con quién y dónde esté. No es lo mismo hablar contigo, para EL PAÍS, que el otro día con [David] Broncano, en La Resistencia. He tenido muchas vidas y muchas épocas y tengo muchas posibilidades. Con David decidí ser la niña que se subía en lo alto de la mesa a hacer tonterías.

¿Y aquí, cómo va a ser?

Lo suficientemente seria y sincera. Pero eso no me cuesta trabajo, porque lo soy más de la cuenta. Por eso algunos han pensado que soy más conservadora y clásica que lo abierta, progre y lanzada que soy. Soy de izquierdas, pero tan respetuosa que puedo estar hablando con gente opuesta a mí sin que se me note. Tengo una capacidad de comprensión ilimitada. Por ejemplo, yo estudié con las monjas, y, ahora que tantos dicen que esa educación fue nefasta, yo digo que las quiero mucho y reconozco la cantidad de cosas que les debo.

¿Les debe la fe? ¿Es creyente?

He sido muy creyente, pero fui perdiendo la fe. No hubo ningún hito, ningún antes y después, pero la vida me ha llevado a un agnosticismo general. Soy profundamente escéptica y hay un momento en el que no creo nada de nada. Me cuesta muchísimo entusiasmarme con algo que no sea arte, literatura, música, cultura en general.

¿Qué le entusiasma a los 89?

Fundamentalmente, el trabajo, algo que suena rarísimo, ahora que muchos jóvenes dicen que trabajan como castigo. Yo he sido una gran trabajadora, gracias a Dios. Me han dado muchos premios, porque me tocaba...

Mujer, algo habrá hecho.

Bueno, me he portado muy bien, más que he hecho. Y los que me premian dicen: esta mujer cae bien, no molesta, da muy bien las gracias, sus discursitos son estupendos y dándole el premio a ella nos hace quedar muy bien. Me usan. No digo los grandes premios, que se los dan a todo el que brilla un poco, y yo estoy en ese grupo, sino los premios pequeños, que te usan para premiarse. Pero te decía que el único premio que valoro de verdad es la medalla del Trabajo. Se lo dije al ministro [Jesús] Caldera, cuando me lo dio: “Este me lo merezco”.

Ayer salí revuelta de verla en la función, haciendo de madre que manipula a su hija para que la cuide en la vejez.

Eso es porque eres hipersensible. Cuando estuvimos representando la obra en Valencia se me acercó una señora a decirme que ella estaba viviendo lo que estábamos contando. Tú y yo vivimos en un mundo civilizado. Yo vivo sola maravillosamente desde que mi marido murió hace 16 años y no quiero a nadie. Afortunadamente, aún me valgo.

Pero nadie le pregunta a esa madre cómo se siente ella.

Es una mujer dominante, como he conocido a alguna, fracasada e infeliz que, probablemente, ha echado tres polvos en su vida con su marido, un borracho irlandés, para engendrar a sus tres hijas. Y, como no ha tenido jamás un orgasmo, odia el sexo y le niega el derecho a gozarlo a su hija.

O ha fingido, como dice la actriz Lola Herrera, que tiene más o menos su edad, 88 años. ¿Hay algo generacional en eso?

Mira, yo he vivido, y lo digo sin drama, lo que era ser una mujer reprimida. Yo estuve siete años de novia con mi marido y me casé virgen, por supuesto. Fue a los 25, pero yo no me he acostado con más hombre que mi marido, ni antes ni después. He vivido ver que, si una mujer cambiaba de novio, se la despreciaba. Y también he vivido, y lo digo sin lirismo, lo que era la emoción y el erotismo de hacer manitas. Eso de que te morías, eso que era casi un orgasmo por dentro. Yo he gozado mucho con mi marido, ahora, también he aguantado mucho.

A Broncano le dijo que el amor de los hijos no compensa la ausencia del padre.

Claro que no. Los hijos no compensan lo que es la complicidad y la conversación y la capacidad amatoria de un marido. No hablo de afectividad. Yo tengo amigas maravillosas. Tengo grupos: el de tomar café, el de los viajes, el del Rocío. Hasta que llego a casa, y ahí no quiero a nadie. No me gusta convivir con nadie. Mis propios hijos y nietos, cuando me vienen a ver, estoy encantada con ellos, trabajo para ellos, pero hay veces que ni me acuerdo de verlos o estoy deseando que se vayan. Y por eso no pasa nada. Yo estoy tan ricamente viendo una película, o leyendo el periódico, o viendo los deportes, que me encantan. Prefiero un partido de fútbol o de tenis a un debate político.

María Galiana, ante el escenario del teatro Infanta Isabel de Madrid, donde representa 'La reina de la belleza de Lehanne'

¿A los 89, una es vieja, mayor, anciana?

A mí no me importa nada decir que soy vieja. Lo que sí me molesta es que me llamen para celebrar el día de los abuelos, a dar charlas y eso. Eso me pone mala. Primero, porque me pone de los nervios que haya un día para todo. Como el de la Mujer, como si no fuera todos los días. Y luego, porque yo siempre he dicho, como Picasso, que uno es joven hasta que se muere. Así que esto es lo que hay.

¿Pero usted qué se siente?

Una privilegiada. Mira, hija mía, me encontré hace tres años en el aeropuerto con la pintora Carmen Laffón, que era amiga y tenía mi edad, y hablamos de eso, de lo privilegiadas que éramos. Se murió esa noche. Amaneció muerta. No fue ni al tanatorio. La trajeron de su casa de vacaciones a una Iglesia de cuyo párroco era amiga porque le había pintado alguna cosa, y de ahí al cementerio. Una forma estupenda de morirse. Yo firmaba.

¿Tiene testamento vital, o algo pensado al respecto?

¿Qué voy a pensar? Yo tengo el testamento ese ante notario, para repartir mis cosas y mis casas, una en el centro de Sevilla, que es un bombón, y el piso de Madrid, que está en un edificio que construyó el Opus, no te lo pierdas, así que el ascensor siempre está limpio y todo en orden. También tengo un coche, y conduzco. De Sevilla a la playa voy en mi coche, de garaje a garaje.

¿Renueva el carné cada año?

Oficialmente, sí, pero me hacen la prueba, ven que veo bien y me lo renuevan por dos. Si voy a un oculista, seguro que me dice que tengo cataratas y tengo que operarme, pero voy a esperar.

¿A los 89, a qué espera una?

A no ver, porque veo perfectamente, mira [coge el cargador de móvil que he comprado sobre la marcha]. “Recarga al 100 en una hora”.

¿Se maneja bien con la tecnología? ¿Es el mayor cambio que ha visto en su vida?

¿Qué tecnología? Uso el correo y el WhatsApp, hasta ahí llego, pero nada más. Soy tan rebelde que no me quiero enganchar a nada. Ni siquiera lograron a Acción Católica, y mira que lo intentaron. El gran cambio ha sido ver llegar la democracia. Me acuerdo de ir a un mitin de Santiago Carrillo, del Partido Comunista en Dos Hermanas. Y a otro de Aldo Moro, en Sevilla, que luego apareció muerto por las Brigadas Rojas en un maletero. Eso sí que me causó impacto. Eso sí que hizo historia.

Ha dicho que no podría hacer de marquesa. ¿La nobleza no se lleva puesta?

Mira, hay una cosa en la clase social alta y que decimos mucho en Andalucía: que llevan siglos comiendo filetes, y eso se nota en la pinta, y yo tengo la pinta que tengo. Yo podría hacer de alguna marquesa basta, incluso de alguna reina, como Isabel II, la Chata, porque era gorda y chatunga, pero no de María Estuardo.

¿Y de nueva rica?

Perfectamente. A esas las calo rápido. Tengo una especie de visión de pintora, noto el más mínimo arreglo en la cara. Eso me parece una barbaridad para una actriz, se cargan la expresividad. Recuerdo a una actriz que murió, Julia Trujillo, que se hizo tantos que llegó un momento en el que no trabajaba porque no había papeles para su edad. Ahora, de vieja, vieja, en teatro, siempre habrá papeles, como este de La reina de la belleza.

¿Se considera buena en lo suyo?

Sí. Yo sé que tengo ese don. También fui buena profesora, mi verdadera vocación. Yo sé que tengo esos dones, pero también tengo un par de pegas gordísimas.

Usted dirá.

Complejo de niña pobre. Me da todo mucha vergüenza, entonces, no lo hago. Nunca pido el desayuno en la habitación en el hotel, por ejemplo. Omito cualquier tipo de servicio. Soy la negación del nepotismo, gracias a Dios, pero también soy mema. Me cuesta la vida decir que no. Me pongo atacada de los nervios si tengo que hablar con el director del banco. Entonces, todo eso que me cuesta ese estar en el mundo, lo suplo con la cultura.

¿Ha sido su llave maestra?

Totalmente. Yo, con la cultura, voy a todas partes. Yo, que te contaba que no podría hacer de según qué damas, en el Teatro Real soy la reina, porque ninguno de los de alrededor entienden, y yo sí. Yo tengo tablas, no como las señoras de las pieles que van a tomarse un champán en el vestíbulo para que las vean las otras señoras que han venido.

O sea, que es la reina del Real.

Y del Infanta Isabel, y de los auditorios, y de la Caja Mágica, que también me invitan a ver el tenis, y yo se lo agradezco muchísimos. Pero no te olvides de que tengo otra tara.

¿Cuál?

Que soy extremadamente tímida, aunque no te lo creas. Yo me lanzo hacia afuera, hacia el público, pero nadando y guardando la ropa. Yo acabo el teatro, cojo un taxi y para casa. Mío de verdad no cuento nunca nada.

O sea que no me ha contado nada en esta entrevista.

Nada de lo importante, pero confía en mí. Todo es verdad, pero yo tengo el alma en mi almario.

Estaría charlando con usted toda la tarde.

Sí, pero ya nos vamos, ¿no? Venga, Bernardo [se dirige al fotógrafo], échame las fotos, que me voy para casa.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Almudena Cid: “Me olvidé de mí en la pareja”]]>https://elpais.com/gente/2023-05-14/almudena-cid-me-olvide-de-mi-en-la-pareja.htmlhttps://elpais.com/gente/2023-05-14/almudena-cid-me-olvide-de-mi-en-la-pareja.htmlSun, 14 May 2023 03:25:00 +0000Llega a la Redacción de EL PAÍS al volante de su coche, un Mini de esos monísimos. El dato es relevante. Ella misma ha confesado que, más de un día, en lo peor de su duelo por su ruptura matrimonial con el comunicador Christian Gálvez, sintió la tentación de dar un volantazo y acabar con todo. Se asustó tanto que se mudó al centro de Madrid por no tener que conducir para llegar al teatro, donde representaba la obra Una historia de amor en plena debacle de la suya. Hoy, Almudena Cid (Vitoria, 42 años), simpatiquísima, parece animosa, incluso alegre, aunque, en algún momento de la charla, sus ojos amenazan agua. Intuyo que, contando lo suyo, cuenta menos de lo que calla.

¿Tanto duele el desamor?

Fíjate, yo no sufrí tanto por la pérdida del amor, sino por cómo ocurrió. Fue una ruptura sorpresiva, y esa forma de acabar unilateralmente con 15 años de vida conjunta, estando construyendo, literalmente, una oficina en nuestra casa, fue como que cayera una bomba. No sabes si te han amputado un brazo, si estás viva o muerta, oyes incluso un pitido. Cuando el polvo empieza a reposar es cuando tomas conciencia de lo que ha sucedido, empiezas el proceso traumático y a poder colocar, antes no sabes qué ha pasado, ni por dónde empezar.

Suena a que le hicieron ghosting, a que desaparecieron sin más.

Hubo falta de responsabilidad afectiva. Yo ya conocía el abandono y el rechazo. He rechazado y he sido rechazada. Abandoné a mis padres para ir a formarme a Barcelona, al centro de alto rendimiento deportivo, a los 14 años. Me rechazó la Federación. He abandonado y me han abandonado novios y amigos. Pero esa ruptura, así, no entraba en mi cabeza, no la contemplaba mi mente. No la entendía.

¿Necesitó ayuda psicológica?

Mucha. Yo soy de terapia a muerte. Durante mi carrera deportiva, iba para entender mi mente y sostenerme en la presión de tener que jugármelo todo en 90 segundos. Cuando me retiré, seguí para superar el duelo, la crisis de identidad. Cuando ocurrió mi ruptura necesité ir semanalmente porque estaba destruida, y ya ni siquiera tenía el asidero de la gimnasia.

Cuando todo estalla me quedo sin la admiración del otro y con la sensación de que todo se había ido con él”

Una gimnasta tiene que agradar a los jueces. ¿Eso le ha pasado también en las relaciones?

Puede. En el deporte mi persona quedaba en un segundo o tercer plano, a favor del objetivo que querías lograr. Necesitas que te admiren, aunque tú sientas que no vales nada. El final de mi carrera coincidió con el comienzo de mi pareja. Sentía que él me admiraba. Que tenía que hacerme merecer su amor. Ahora lo pienso y digo, ostras, no se puede vivir de esta manera. Cuando todo estalla me quedo sin la admiración del otro y con la sensación de que todo se había ido con él. Me sentía un despojo. Se me olvidaron mis diplomas, mis libros, mis actuaciones. Igual que cuando tenía 12 años y creía que era una mierda y luego, con los años, he visto que era sensacional, entonces pensé que era una inútil, una fracasada. Ahora sé que no. Pero de eso me he dado cuenta cuando he remontado.

Y, encima, fue a los 40 años, la edad de la supuesta crisis vital.

Fíjate, eso no me afectó tanto. Yo, a los 20, ya era considerada una vieja en la gimnasia, y seguí compitiendo hasta los 28. Mi lucha como gimnasta fue lograr una gimnasia sostenible, poder permanecer en la competición hasta que tu cuerpo aguante.

¿Se sintió maltratada?

Digamos que no me he tratado bien yo.

Dígalo como quiera decirlo.

Digamos que como deportista pude madurar en muchos aspectos de mi vida, pero no tuve tiempo para madurar en las relaciones personales y de pareja. Y he repetido un patrón desde el primer novio que tuve largo, de cuatro años, que coincide, exactamente, con el de mi última pareja.

Dígame cómo es ese patrón.

No puedo, por respeto.

¿Se arrepiente de algo?

No. La transición que hice como deportista fue la que pude hacer, y, personalmente, me confundí al sentir que me estaban protegiendo. Lo que he entendido en este año y medio desde la ruptura es que hice lo que pude con las herramientas que tenía. He podido seguir vinculada al deporte como comentarista, desarrollarme como actriz, como escritora...

Almudena Cid, en la sede de su editorial, Penguin Random House.

¿Y como Almudena Cid?

He pegado un gran cambio, a mejor. Después de esta experiencia soy la misma, pero soy otra.

¿Se olvidó de vivir, como cantaba Julio Iglesias?

Pues sí, me olvidé de mí en la pareja. Prevalecía lo que tenía que hacer, o cómo me tenía que comportar, o cómo tenía que perdonar y aceptar cosas, antes de pensar en que me estaba perdiendo yo, en que me estaba dejando mi esencia en todo ese proceso.

¿Cuánto dolor ha soportado en su vida deportiva?

Uf, tengo el umbral del dolor altísimo. Me he dado tantos golpes, he tenido tantos moratones, tantas heridas. He competido con el menisco y el corazón roto. Entonces, estaba orgullosa, porque eso era síntoma de esfuerzo, de sacrificio, de trabajo. En el deporte tienes que jugar entre esos límites, pero no excederte para poder seguir compitiendo, y eso es muy peligroso.

¿Y en la vida personal?

Trasladas esa falsa idea de que una tiene que aguantar todo, creyendo que luego hay un premio, un objetivo, la medalla, el podio. Y es un error. ¿Sabes la fábula de la gallina y el cerdo que quieren poner un restaurante, y la gallina pone los huevos y el cerdo, el bacon? El sacrificio no es el mismo. Yo me he sacrificado mucho.

Usted ha puesto el bacon y otros solo han puesto los huevos.

Exacto.

¿Cómo está ahora?

Estable. Se me ha pasado la amnesia. Tengo mucha información de mí, y ahora tengo la responsabilidad de escucharme, de prestarme atención, de respetarme. Un día, tumbada bocarriba en la cama, tuve una revelación. Me vi allí, sola, tristísima, todo se había desmoronado, pero, como ya no tenía nada, podía decidir qué hacer ese día, y el resto de los días. Sobre ese instante revelador se fue construyendo todo. Vas juntando instantes, señales de que estás mejor, y vas saliendo de la rueda.

Ahora quiero escucharme, no tanto priorizarme, sino tener la valentía de que, si algo no lo veo, no pasa nada por decir no”

¿Qué ya no quiere hacer?

No escuchar a mi intuición. Ahora quiero escucharme, no tanto priorizarme, sino tener la valentía de que, si algo no lo veo, no pasa nada por decir no. Priorizar mi tranquilidad y mi necesidad de ser coherente conmigo misma.

Aunque no le agrade al otro.

Exacto. Y aunque me preocupe que pueda explotar, porque creo que una decide no dar esos pasos porque sabe que eso va a generar un conflicto, y te frenas.

¿Usted callaba por evitarlo?

Sí. Crees que vas a generar una situación que signifique un antes y un después, y sigues sacrificándote, y no te escuchas. Ahora entiendo la vida como cambiante. Todas esas cosas de que todo es para siempre y esas frases de “este es el amor de tu vida”, de “no me falles nunca”, y esas cosas. Yo lo que quiero es una buena convivencia, un buen entendimiento, un poder hablarlo todo, una buena comunicación. Si estás mal, preguntar por qué, ponerlo en común. Ahora quiero comunicación y tranquilidad.

¿Por encima de la pasión?

Ahora mismo, sí, porque la pasión te puede confundir. Igual en otro momento me dará más igual, pero ahora mismo me estoy respetando muchísimo, porque antes, a veces, no lo he hecho. Necesito hacer este acto de generosidad hacia mí.


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Bernardo Pérez Tovar,Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[‘Alvisers’ anónimos]]>https://elpais.com/opinion/2024-06-13/alvisers-anonimos.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-06-13/alvisers-anonimos.htmlThu, 13 Jun 2024 03:00:00 +0000Uno de mis vicios es jugar a adivinar quién ha votado qué en las elecciones. Empiezo en la campaña, auscultando al personal en la calle, las redes y los bares. Sigo en el colegio, clasificando a ojímetro a los votantes, de presidente y vocales de las mesas para abajo. Y confirmo sospechas el día siguiente, exprimiendo esas aplicaciones que desgranan el voto por provincia, municipio, calle y, casi, cada WC de tu bloque, con lo que acabo de atar cabos y le cuelgo el sambenito a todo el que se me cruce. El caso es que, después del año de la marmota electoral que vivimos, estaba una aburrida con lo previsible del juego, cuando, en estas europeas, saltó la sorpresa en las urnas. Un tal Luis Pérez, Alvise para su mundo, ha reunido 15.000 firmas en Telegram y ha sacado nada menos que tres euroseñorías. Más allá del retrato robot del alviser que esbozan las encuestas, ya te aterrizo yo quién le vota, y lo hago en su idioma, para que me entiendan.

El alviser tipo es ese tío que está hasta el nardo de los políticos, todos corruptos. De los inmigrantes, todos sospechosos, cuando no delincuentes. Y de las feministas, todas locas del coño, enemigas de los hombres, que han logrado que, para follar, haya que firmar un contrato ante notario. Ese que demoniza toda ayuda pública, digo paguita, a todo colectivo, persona física, jurídica, animal o cosa, salvo si le beneficia a él mismo. y que presume de saber cosas que tú no sabes y que no verás en los medios. Pues sí. Resulta que más de 800.000 españoles en plena posesión de sus facultades mentales han decidido trolear al sistema votando a un sujeto que admite que se presenta para que el aforamiento le libre de ser juzgado por crear y difundir bulos y cuyo programa consiste en deportar migrantes, recortar derechos y meter en la cárcel a todo okupa de lo que consideran su cortijo, empezando por el presidente del Gobierno. Sí, soy consciente. El votante de Alvise se parece al de Vox como a un gemelo univitelino. Pero, quizá porque aún no han tocado poder, tienen aún menos pudor en exhibir su ultraderechismo. No deja de tener guasa que el partido autodenominado Se Acabó La Fiesta celebrara su pelotazo electoral en la discoteca Kapital de Madrid, paraíso de los reservados, los pases VIP y el canipijismo de quiero y no puedo. Ahí estaba el Pequeño Nicolás, que, otra cosa no, pero sabe a quién arrimarse. Son una caricatura, de acuerdo. Pero ciertas caricaturas dan más miedo que risa.

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Raúl Caro
<![CDATA[María Benjumea: “La cuna te facilita la entrada, pero arriba llegas sola”]]>https://elpais.com/economia/2024-06-09/maria-benjumea-la-cuna-te-facilita-la-entrada-pero-arriba-llegas-sola.htmlhttps://elpais.com/economia/2024-06-09/maria-benjumea-la-cuna-te-facilita-la-entrada-pero-arriba-llegas-sola.htmlSun, 09 Jun 2024 03:45:00 +0000A primera hora de la mañana, la rotonda del paseo de la Castelllana de Madrid donde tiene sus oficinas South Summit, la empresa de María Benjumea, bulle de tráfico, repartidores varios y empleadas domésticas paseando a personas mayores. Llego cansada y estresada después de hora y media del eterno atasco matinal para entrar en la ciudad desde la periferia. Benjumea, sin embargo, luce fresquísima. Sale en tromba de su despacho, saluda simpatiquísima y se pone a disposición con apabullante entusiasmo. Va con lo que parece su uniforme de faena: pantalón y top blanco y casaca roja. En un perchero cuelga un top exactamente igual al que lleva, por si un apuro. En cuanto acabe la entrevista, dice, saldrá pitando y no parará en todo el día, varios días, como alma madre del mayor encuentro europeo entre quienes tienen un proyecto de empresa y quienes tienen el dinero para ponerlo en marcha. Por ella, que no quede.

¿Qué ha desayunado?

Lo de siempre: un vaso de agua calentita, que es muy bueno para lo que tú sabes [guiña un ojo], dejo pasar 20 minutos y luego me tomo un té, fruta y tostadas.

Me refería a de dónde saca tanta energía. Yo quiero.

Pues la saco de creerme lo que hago. Creo que las cosas se pueden hacer y, entonces, me pongo a ello para que sucedan. Y ahora tengo por delante el gran encuentro del South Summit, que es para lo que trabajamos todo el año.

A los 70 y con su posición económica, ¿qué necesidad tiene de meterse en este fregado?

Porque es que no sabes cómo me lo paso. Esto es mi vida. Hago lo que me da la gana. Soy la menor de 10 hermanos, he tenido la mala suerte de que se me han muerto dos, que, además, han sido mis referentes, y, entonces, yo, que soy muy familiar, y ahora que tengo seis nietos, me llegué a plantear dejarlo, pero llegué a la conclusión de que no. Tengo mi vida llena y puedo hacer cosas. Hacemos cosas con impacto, pero esto es una empresa y tiene que ir bien. Es bonito juntar las dos cosas.

¿Qué es una ‘start-up’?

Es una nueva empresa que nace con un proyecto innovador, con el objetivo de crecer rápidamente y que tiene una visión global del negocio que propone, porque el mundo ha cambiado y las tecnologías permiten llegar desde a una aldea a todo el planeta.

Muchos de esos proyectos pinchan.

Sí, pero pasa una cosa divertida. En efecto, habrá un 56% de fracaso en la primera start-up, pero, entonces, aparece la figura del emprendedor en serie. Son especialistas en montar start- ups y son muy buenos. Del fracaso se aprende. Y, si has montado más de cuatro, ese porcentaje de fracaso se reduce al 8%

Usted junta a emprendedores con inversores. ¿Cuándo se produce el flechazo?

Cuando el tío o la tía que emprende se vende que te cagas. La idea es el 10% del éxito. Luego, influye el desarrollo y lo potente del equipo que se tenga detrás. En el mundo hay mucho dinero, mucho. Al South Summit vienen más de 300 fondos internacionales con una cartera de cuatrocientos mil millones de dólares. Lógicamente, el dinero es miedoso y quiere que le garantices que tu proyecto merece la pena, por eso es tan importante venderlo bien.

¿Ve a sus emprendedores como sus polluelos?

Bueno, la media de edad es de 35 años. No son niñatos. Son compañeros de viaje. Yo me considero una estartapera de 70 tacos. Y me parece que todas las edades son buenísimas. Te lo tienes que creer, en cualquier momento. Y eso no quiere decir que toda la vida te lo hayas creído, quiere decir que tú puedes cambiar tu visión en cualquier momento.

¿Usted cuándo empezó a creérselo?

Uy, tardísimo. Si me hubieras conocido de niña y jovencita, alucinarías, nada que ver con lo que ves. Nací en 1954 y, entonces, a las chicas nos educaban para casarnos y tener niños. Mi hermana mayor no pudo ni hacer el Bachillerato. Yo tuve la gran suerte de que me pilló el corte, el punto de inflexión y fui a la Universidad cuando muchas mujeres empezamos a ir. A mis padres les importaba todo un rábano, yo era insegura que te mueres y, como no entendía de matemáticas ni nada de nada, pues hice Geografía e Historia.

Una carrera muy de chicas, entonces.

Bueno, a mí me gustaba la Historia y, como yo lo que quería era trabajar, luego hice una oposición, no te lo pierdas. Suspendí, y nunca he agradecido más un suspenso. Como quería trabajar, y, a la vez quería tener niños y tiempo libre, me uní al proyecto de unos amigos y creamos un espacio de arte. Ahí, yo, que me creía un poco tonta, un cero a la izquierda, de pronto, me di cuenta de que tengo otras habilidades.

¿Cuáles?

Pues que, cuando te metes en un tema, eres capaz de gestionar el proyecto, porque sabes más de lo que crees que sabes, que te sabes expresar, que se te ocurren cosas, que se te da bien unir a gente y trabajar juntos. Yo no era el prototipo de nada, así que hice mi propio prototipo.

María Benjumea, en su despacho.

Nació en una familia acaudalada, ¿es consciente de su privilegio?

Lo soy. Soy muy privilegiada, lo agradezco muchísimo y estoy muy orgullosa, también. Pero también estoy en la calle, me relaciono con todo el mundo. Mi mundo es súperabierto. Claro que la cuna te facilita la entrada, hace que te miren, que te vean, pero, ojo, una cosa es entrar y otra llegar, y arriba llegas tú sola. Lo importante es que, hoy, el que viene de muy abajo hace lo que quiere.

¿En serio? ¿Me está diciendo que alguien de familia pobre puede llegar igual?

Sí. Necesitamos dos cosas. Mandar el mensaje positivo de que este mundo ha cambiado, y, también, se necesita talento y actitud. Es cierto que lo puede tener más difícil, pero, hoy, en este mundo privilegiado en el que vivimos, ¿quién no tiene acceso a la educación? Lo tenemos todos. Y, con talento y esfuerzo, tienes la posibilidad de tener becas para estudiar y vivir. ¿Qué falta? Lanzar permanentemente mensajes de que si quieres, puedes, todos podemos. Jamás negaré que, teniendo cuna, eso tiene mucho menos mérito, al principio. Pero luego te lo tienes que currar exactamente lo mismo. No sabes la cantidad de gente que conozco que, viniendo de dónde viene, llega lejísimos. Me encantaría presentártelos.

¿Ha oído la expresión ‘señoro’?

Sí, y comprendo perfectamente lo que se quiere decir, pero, ¿sabes qué pasa?, que no me importa nada. Siempre he jugado con las mismas bazas que los hombres. Ahora, cuando las mujeres se quejan de que les dicen un piropo, a mí no me importaba nada. Es más, para distender una reunión, les alababa la corbata, o el aspecto, y no pasa nada.

¿A eso se refiere con lo de jugar con las mismas bazas?

Claro, lo que pasa es que yo siempre he trabajado por mi cuenta y he sido mi propia jefa. La jefa de nada, pero la jefa. Y las reglas eran y son mis reglas. Siempre he tenido muy buen rollo, con tíos y tías.

¿Qué le parecen esas fotos de familia donde todos los empresarios son hombres?

Pues que es antiguo que te mueres, pero también te diré que, a nosotros nos cuesta horrores encontrar a mujeres para el South Summit. No sabes lo que sufro. Las emprendedoras son solo un poquito más del 20%. Y no es una cosa que pase solo en España

¿Y por qué cree que sucede eso?

Porque somos buenísimas, pero tenemos que creérnoslo. Yo me pregunto: ¿qué podemos hacer? Pues convencer a las mujeres de que, de verdad, merece la pena. Yo, en esto, soy de victimismo cero. Tenemos que convencernos de que la sociedad nos necesita, nos quiere, y nosotras lo valemos.

También tendrá que ver que el peso de los hijos recaiga en las mujeres y muchas releguen sus carreras para llevarlo.

Tomamos la decisión porque nos compensa. No conozco nada que sea perfecto. Uno de mis hermanos que murió siempre me decía “María, la balanza”. Conozco a madres extraordinarias que no han dicho que no a su carrera y están arriba. También conozco a mujeres que han sacrificado sus carreras por la del marido siendo potentísimas. Cada uno toma sus decisiones con sus consecuencias. También te digo que yo me encontraba una madrastra. Y eso que, a nosotros, nuestros padres tampoco es que nos hicieran tanto caso, y aquí estamos.

Muchos hombres no se plantean ese dilema.

Sí, pero, perdóname, ¿cuántos siglos llevamos así? Ahora que tengo un nieto, después de cinco nietas, veo a mi niño, cómo juega, cómo es, y es que no tiene nada que ver con sus hermanas y sus primas. No es eso de que le inculquemos los roles, tiendo a pensar que igual es que somos distintos, desde la biología, y bien está que seamos distintos. Entonces, de verdad, pensemos en la balanza.

Llamándose María Benjumea Cabeza de Vaca, ¿cuántas veces la han llamado niña, o señora, pija en la vida?

Pues mira, no sé, pero, si sucediera, no me ofendería en absoluto. Llevo toda la vida trabajando. No soy consciente de que nadie me haya atacado. Mira, esa es otra suerte o privilegio en mi vida: nunca me he sentido atacada. A mí solo me duele si soy consciente de que he hecho algo mal, aunque sea sin querer. Entonces, lo paso fatal.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Todos somos clase media]]>https://elpais.com/opinion/2024-06-06/todos-somos-clase-media.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-06-06/todos-somos-clase-media.htmlThu, 06 Jun 2024 03:00:00 +0000Tengo una querida amiga, jubilosa jubilada con dos pensiones máximas en casa, que, siempre que habla de los hijos de sus amistades, se refiere a ellos como “los niños” o “las niñas”, incluidas las mías, cosa que me pone mala. Ya pueden ser bebés de teta o cuarentones con canas en el pubis y sus propias camadas a cuestas. Da igual. Los vástagos de sus pares son y serán niños desde la cuna hasta que la palmen. A ver: mi colega, pija de izquierdas como tantos en mi gremio, no es ciega y sabe contar los años ajenos y los propios, aunque ella se quite unos cuantos. Podría pensarse que lo de “niños” es solo un modo cariñoso de nombrar a los descendientes de sus íntimos. Y lo es, claro. Pero además ahí hay, o mi paranoia me hace verla, la perpetuación de un sentimiento de clase que hace saltar mi complejo de pobre. De clase media, por supuesto. Porque mi amiga, más rica que pobre según las estadísticas, se considera pura clase media, aunque no lo sea. Como el 58% de los españoles.

Lo contó Sergio C. Fanjul en este periódico. Solo el 10% de los encuestados por el CIS se autopercibe como clase trabajadora, aunque, con sus oficios y sus ingresos en la mano, lo sean el 41%. O sea, que nos autoengañamos. Los de abajo, quizá, para darse el mérito que merecen, aunque no se les reconozca. Los de arriba, para quitarse la etiqueta de privilegiados, aunque se la merezcan. Naturalmente, nada es blanco ni negro. Hay cerrajeros que facturan más que doctores en Clásicas, y niños de papá que curran como condenados. Hay peces gordos y chicos en el estanque desde que hay agua. Pero el sistema quiere hacernos creer que somos todos medianos para tenernos narcotizados con nuestros juguetes en nuestras burbujas y que no salgamos a quemar contenedores para denunciar la desigualdad real y salvaje. No sé. No soy socióloga. Lo que sé es que muchos hijos de pobres, pobres, dejan de ser niños y niñas para convertirse en chicos y chicas para todo en el mercado en cuanto acaban la ESO, y eso si la acaban. Por cierto, mis niñas fenomenal, gracias. Este mes se me gradúa de la uni la pequeña. Ya tengo comprado el modelazo.

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PACO PUENTES
<![CDATA[Telmo Irureta: “Nadie me da la oportunidad de conocerme y enamorarse de mí”]]>https://elpais.com/cultura/2024-06-02/telmo-irureta-nadie-me-da-la-oportunidad-de-conocerme-y-enamorarse-de-mi.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-06-02/telmo-irureta-nadie-me-da-la-oportunidad-de-conocerme-y-enamorarse-de-mi.htmlSun, 02 Jun 2024 04:42:34 +0000Hace un calor infernal en Madrid y, aunque quisiéramos, no podríamos charlar dentro del bar donde hemos quedado porque las mesas son demasiado altas y rebasan la altura de Telmo Irureta sentado en su silla de ruedas. Así que optamos por la terraza. La persona que lo acompaña insiste en comprar y aplicarle crema solar en el rostro para que no se achicharre por los rayos de sol que se cuelan entre las rendijas de las sombrillas, y le da a beber cada poco sorbos de su refresco. Aquejado de parálisis cerebral desde que sufrió una encefalitis a los dos años, Irureta necesita ayuda para casi todo. El cerebro, sin embargo, le va más rápido que la lengua, y las ideas y las palabras se le amontonan antes de salir en catarata de su boca. Se desternilla con sus propios chistes. Brillante, más tierno que salvaje, da gusto escucharle.

Firma su obra Sexpiertos con Kepa Errasti. ¿Cómo es escribir a cuatro manos?

Queríamos hablar de discapacidad e intimidad, pero para no centrarnos solo en el chico protagonista, que interpreto yo, lo enfrentamos a una mujer no discapacitada, en crisis vital, que interpreta Aitziber Garmendia. Yo no puedo saber con objetividad cómo es vivir sin discapacidad. Así que, Kepa, que fue mi profe en la escuela de teatro y es mi amigo, aportó esa visión que me faltaba. Nos entendimos muy bien.

Pero son dos hombres, ¿y la visión femenina?

La tenemos. Los dos somos muy mariquitas y muy feministas, y tenemos a muchas mujeres alrededor. Voy a quedar fatal, pero creo que los hombres gais tenemos un plus de sensibilidad, una voz que se parece más a la de la mujer. Al menos yo creo que la tengo.

Le llovieron críticas por decir cuando ganó el Goya que el sexo es un derecho. ¿Cómo las ha procesado?

Al principio me hizo hasta gracia, porque se hicieron una idea muy equivocada de lo que quise decir. Desde perfiles anónimos de Instagram me llamaron violador, abusador de mujeres, putero. Fue muy curioso que, cuando dije que soy gay, se calmaron las aguas. El discurso les queda un poco más cojo cuando a quien pagas por sexo es a un hombre. Muchos de quienes critican el trabajo sexual, les importa menos cuando los trabajadores son chicos.

¿No había salido del armario hasta entonces?

Tuve una época de dudas, de conocerme a mí mismo. En el colegio me gustaba alguna niña, pero era porque me hacía caso, me miraba bien, me daba ternura, pero siempre he mirado más a los chicos. Cuando lo tuve claro, dije: voy a salir a lo grande. Mi madre me dijo que tampoco hacía falta que lo hiciera público, pero yo creo que sí hace falta.

¿Por activismo?

Por eso, y porque me gusta saber quién soy. Si la gente dice que le gusta la música de El canto del loco, yo no voy a callarme que soy gay. Hay gente en contra de las etiquetas, pero a mí me ayudan a saber quién soy. Yo soy vasco, soy gay y me gustan las Spice Girls.

¿La discapacidad forma parte de su identidad?

Me gustaría que no fuera así, pero lo es. No soy de los que dicen que la discapacidad les ha abierto otras puertas y les ha enseñado a ser fuertes y a tener otra visión de la vida. No, la discapacidad es una putada, yo soy como soy también en parte por la discapacidad, pero mira, no me compensa [se parte de risa].

¿Sueña que anda?

Una vez soñé que me seguía un toro y tenía tanto miedo que me tiraba por una ventana. Pensé: para una vez que corro, me mato. [se parte]. No, no sueño que ando, ni siquiera despierto. Creo que, cuando puedes caminar, la idea de la silla te parece más dura, más fuerte. En realidad, no es tan dura. O sea, es dura, pero no por no poder caminar, sino por cómo impacta en la gente.

¿Qué ve en los ojos de los demás?

Miedo y rechazo.

¿Y lástima?

También, pero eso me jode un poco menos porque, al menos, hay pena, y si doy pena, por lo menos es que has intentado ponerte en mi lugar, tienes un corazoncito.

¿A qué cree que tienen miedo?

No saben cómo hablarte, cómo tratarte. Y, en el tema de ligar, ven un cuerpo como el mío, que no es bonito, no es deseable, no encajas, y adiós. Me duele mucho porque mi infancia fue muy bonita, me siento muy querido y protegido. Pero luego viene el cambio: en casa te ves muy bien porque te quieren y te miran bonito. Y, cuando te miran bonito, tienes autoestima. Pero cuando sales de tu familia y conoces a gente nueva te das cuenta de que la discapacidad impacta y acojona. Hay comentarios que no te gustan y esa autoestima se te va bajando, piensas que igual no eres tan guay como pensabas.

¿Y cómo va de autoestima, a sus 35 años?

Un poquito mejor. Yo sé que valgo. Antes era bastante chulito, me miraba y me decía: bien guapo que soy. Si no gusto a los demás, igual es por este cuerpo que tengo, algo que no puedo cambiar. Yo puedo esforzarme en gustarme yo, pero no puedo luchar por gustar a los demás. Es complicado.

Telmo Irureta en el atrio del teatro Fernán Gómez, de Madrid, donde interpreta la función 'Sexpiertos'.

¿Ha estado enamorado?

Creo que no, pero porque no me dan motivos. La gente no está tan bien conmigo como para enamorarme. No me dan tiempo. A veces me enamoro de un físico bonito, pero me pregunto ¿qué ha hecho para tener ese cuerpo, o esa cara? No es mérito suyo. Me gusta la gente por dentro y ¿sabes qué es lo que más me duele?

¿Qué?

Que nadie me da la oportunidad de conocerme y de poder, quién sabe, enamorarse de mí, por el miedo y el rechazo que te decía antes. Al ser gay, el tema del sexo es más fácil, porque los hombres somos más de venga, ¿quieres follar?, vamos, adiós.

¿Sus contactos sexuales han sido siempre así?

Ha habido un poco de todo, pero, cuando no ha sido pagando, he tenido que conformarme. No he estado con quien he querido, sino con quien ha estado dispuesto a estar conmigo. Y solo han estado conmigo por morbo, por pena o pagando. En Internet, les digo que estoy en silla y que si les importa. Y, a lo mejor, no les importa, porque hemos hablado un poquito antes, en línea. Pero si te ven en la calle, ni te miran.

En la obra confiesa sus miedos y sus deseos sin filtro, ¿no le da pudor?

Yo soy muy exhibicionista, pero hay cosas que no cuento, no tanto por pudor, si no por no hacer daño a otras personas. A mí tampoco me gusta imaginarme a gente de mi familia follando, pero es importante que se hable para dar visibilidad a la sexualidad de las personas discapacitadas. Que la tenemos. A veces digo, qué necesidad tengo yo de estar aquí en público y que me vean todos. Pero cuando pienso que no hay actores discapacitados, que hay cuerpos distintos, y que hay gente a la que puedo ayudar, eso me anima a seguir.

¿Cómo cree que puede ayudar?

En la calle nadie se para a escucharte. Entonces, tengo un foco y lo aprovecho. Nadie se imagina a un discapacitado en toda su dimensión. Somos seres sexuales. Sexo y discapacidad no van unidos, como van discapacidad y barreras arquitectónicas. Las barreras no me interesan tanto como el sexo. Déjame entrar en el mundo sexual también. Es mío también, no solo tuyo. Las barreras físicas son más fáciles de derribar, quitas el escalón y ya está, pero las mentales, no.

¿Qué rampas pueden hacerles accesible el sexo?

Los que tenemos que adaptarnos somos nosotros. Los servicios sexuales, por ejemplo. La asistencia sexual. Yo creo que los trabajos se pagan, y el que es trabajador sexual está trabajando. Estaría guay que hubiera ayudas públicas, porque el sexo también es salud, y hay quien no puede pagarlo. Pero, si no se nos ayuda, al menos, que nos dejen pagar. No me digas que eso no está bien, se lo estoy pagando yo.

¿Y los derechos y la dignidad de la persona a la que paga?

El sexo es un derecho humano, una necesidad básica. Si eres enfermera y estás limpiando culos, ¿por qué es más limpia la caca que el semen, si eres un asistente sexual de forma voluntaria? Porque el sexo se relaciona con el deseo y la persona que te está ayudando a tener sexo no tiene ese deseo, entonces es como que la estás violando. Y la palabra prostitución es peligrosa porque crea confusión y la relacionamos con la explotación. Yo no defiendo eso. Yo defiendo a la gente que se dedica a eso porque lo ha decidido libremente, porque no quiere ser camarero, o por lo que sea. Pero de forma libre.

En Sexpiertos lanza al público una pregunta: “¿Masturbaría a un amigo que no puede hacerlo y se lo pidiera?”. Me voló la cabeza.

¿Tú lo harías?

Ummm. No. ¿Usted sí?

Yo sí. Pero te entiendo. Y no juzgo a nadie. Nadie ha vivido mi situación. Igual es que no me entiendes. Yo también hay muchas cosas que no entiendo de quien no tiene discapacidad. Puede que tus problemas me parezcan menos problemas porque no soy capaz de ponerme en tu piel. Pero luego yo también me quejo por chorradas.

¿Como cuáles?

Llegar tarde a los sitios. Yo puedo calcular el tiempo que tardo en que la persona que me asiste me asee, me vista, pero luego, por la calle, se me duerme la mano y tengo que esperar a que se me despierte para seguir andando con la silla. O cuando me duele la cabeza. Soy un poco insoportable, me quejo mucho.

Tiene un Goya, véndase como actor.

Me encantaría hacer de cabrón. De hijo de puta, porque los discapacitados podemos ser y hacer de lo que sea. Me gusta mucho desnudarme emocionalmente, pero, como no me llaman, me escribo yo los papeles. Ahora tengo en mente un documental sobre mí, para que me conozcan y encontrar novio. A ver si me lo compran.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Estoy cansada]]>https://elpais.com/opinion/2024-05-30/estoy-cansada.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-05-30/estoy-cansada.htmlThu, 30 May 2024 03:00:00 +0000Hace años, más de 15, entrevisté a la actriz Belén Rueda en su domicilio, un estupendo chalé en las afueras madrileñas. El que una estrella de su brillo abriera su casa a una periodista ya era insólito en la época y hoy es imposible, pero no es eso lo que quería contarles. No recuerdo la película que estrenaba Rueda ni de qué asuntos hablamos, sentadas en la alfombra de su salón porque así la entrevistada estaba más cómoda. Pero sí que Belén, cálida sin abrasar como es ella, me confesó algo que se me quedó grabado a fuego. Me dijo que estaba cansada de estar cansada y que había decidido no estarlo, aunque lo estuviera. Aquello me sacudió viva porque a mí me pasaba lo mismo. En casa de Rueda, como en todas, también cocían habas. Había enterrado a su bebé de 11 meses por una cardiopatía y, madre separada, criaba a dos niñas que querían jugar con mamá cuando volvía del trabajo y se quejaban de que siempre estuviera agotada. Como las mías.

Recuerdo a Belén ahora que, según quienes les ponen nombre a estas cosas, vivimos en la era del gran agotamiento, permanentemente ahogados en un frenesí de hiperconexión en el que se difuminan las fronteras entre lo laboral y lo privado y en el que, cuando llega el descanso, estás tan exhausto que el cuerpo se te rebela, te tumba y, por no quedar mal con nadie quedas mal con todo el mundo. Sobre todo, contigo mismo, que ves cómo se pasa la vida sin vivirla. No. No estoy comparando personas, situaciones ni nóminas. Claro que la fatiga de Rueda, por muchos madrugones, malas comidas y estrés que se coma en los rodajes, no es comparable al cansancio mortal de quienes se levantan a las cinco de la madrugada, todas las santas madrugadas, por el salario mínimo. En el fondo, sin embargo, estamos hablando de lo mismo. De la lacerante sensación de vivir para trabajar y no ser dueños de nuestra vida. Desde aquella mañana en su casa, he entrevistado a Belén un par de veces, en hotelazos y entre un careo de promoción y el siguiente. Siempre que la veo, frente a frente, en pantalla o apabullando al personal con su imponente fachada en las alfombras rojas, recuerdo lo que me dijo y quiero pensar que ella sí que lo ha logrado. Frenar, templar, mandar en su plaza. Yo no lo he conseguido.

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SANTI BURGOS
<![CDATA[Miguel de la Fuente, reportero de TVE: “Con la cámara no tengo corazón: soy un ‘killer’ de la imagen”]]>https://elpais.com/television/2024-05-26/miguel-de-la-fuente-reportero-de-tve-con-la-camara-no-tengo-corazon-soy-un-killer-de-la-imagen.htmlhttps://elpais.com/television/2024-05-26/miguel-de-la-fuente-reportero-de-tve-con-la-camara-no-tengo-corazon-soy-un-killer-de-la-imagen.htmlSun, 26 May 2024 03:32:00 +0000Nos vemos en su primer lunes al sol, como inminente jubilado, aunque hoy haya más nubes que claros a la hora del aperitivo en el endiablado follón del centro de Madrid, tomado por las obras y por una manifestación por la educación pública. A Miguel de la Fuente, sin embargo, no le ha pillado el atasco. Ha llegado en la moto con la que se ha peinado medio país y medio mundo, y ha dejado en el baúl la camarita digital último grito que lleva siempre encima, por si las moscas, aunque hoy no esté de servicio. Viene de punta en gris piedra, conjuntadísimo con un chalequillo acolchado bajo chaqueta y sobre pantalón de lino. Hablamos largo y tendido y, al llegar a la Redacción, descubro, horrorizada, que he eliminado en vez de guardar la charla en el móvil. Le llamo, lo entiende —”a mí también me ha pasado y ahora tienes la ventaja de que tengo todo el tiempo del mundo”, bromea— y quedamos al día siguiente. Lo que sigue es un resumen, editado, de ambos encuentros. Seguro que lo comprende. De edición sabe un rato.

A los 62, aún no le toca jubilarse. ¿Por qué se va?

Por una mezcla de cosas. Mi empresa [RTVE] me lo pone fácil para que me vaya y me veo un poco obligado. Profesionalmente no quiero irme, pero también es cierto que tengo los años que tengo, la cámara pesa lo que pesa y ya es complicado hacer lo que llevo haciendo 40 años.

Defina lo que lleva haciendo.

Moverme mucho con más de diez kilos a cuestas: la cámara, el chaleco, el casco, subir, bajar, coger posturas muy raras para coger planos diferentes, no parar en todo el día durante muchos días. No quiero que me dé un dolor de espalda o una ciática y convertirme en un lastre para mis compañeros o malograr una cobertura. En las guerras cada uno tiene una misión concreta y no puede fallar.

Creía que, diciendo que era un trabajo complicado, se refería a la parte emocional.

También. Hay una parte de vida personal que te dejas. Esto tiene mucho de idas y venidas, durante años, y acaba convirtiéndose en una forma de vida. Esto te atrapa, tiene mucho de adrenalina que tira de ti y te hace embarcarte en el siguiente viaje. Te da muchos disgustos, pero mucha felicidad también.

¿No le parte el corazón lo que ve?

Con la cámara, trabajando, no tengo corazón, solo cabeza: soy un killer de la imagen. Mi colega, amigo y hermano Arturo Pérez Reverte lo llamaba ir de shopping, yo siempre digo que nosotros salimos a pescar. Pescamos historias e imágenes para contar con ellas lo que sucede. Con la cámara, pienso en lo que está en plano y lo que me falta. En una guerra, tú no eres ni un soldado ni un turista. Pero sí un luchador: tienes una misión. Contar lo que no se quiere ver. Si te vas sin lo que has ido a buscar, tu presencia es inútil.

¿Y qué felicidad saca de eso?

El encontrarte bien contigo mismo cuando te das cuenta de que has estado en todo lo que ha pasado en el mundo en los últimos años. Nosotros somos un poco los que escribimos la historia. En unos años, nadie hablará de nosotros, ni de mí, ni del periodista que me acompañaba, pero la gente recordará las imágenes de esos horrores por las imágenes que conseguimos.

En una guerra, tú no eres ni un soldado ni un turista. Pero sí un luchador: tienes una misión

Alguna vez llorará.

Sí, he llorado intensamente cuando me ha tocado. Lo suelo reservar para la ducha. Es una especie de desahogo. Cuando estás muy atacado por dentro. Después de estar todo el día viendo gente despedirse de su familia en trenes o ancianos en sótanos, encender el agua caliente, sentarme en la ducha y dejar fluir las lágrimas es una necesidad de reconfortarte a ti mismo. Yo me pongo la canción Blinding Eyes [la pone en el móvil] y me abandono. Suena muy peliculero, pero es así. Óscar Mijallo, mi compañero de muchas coberturas, me llama Barbie Cameraman.

¿Ha pasado miedo real?

Sí, mucho. Y es una sensación, aunque pueda parecer raro, comparable a la de la primera fase del enamoramiento, mariposas en el estómago, ese sentir que hasta aquí has llegado. Es una adrenalina salvaje. A veces entras como en trance. Hay episodios en los que no sabes ni cómo has llegado donde estás, pero estás, y en una alerta total. Es difícil explicarlo, pero eso es lo que siento.

¿Qué le engancha de su oficio?

Todo: el viaje, la libertad de no pertenecer a nada ni a nadie, hacer nuevos amigos de todo el mundo. La amistad y el grado de unión que dan ciertas situaciones extremas, y también las enemistades y los cabreos, esa intensidad es adictiva. La compañía, llevarte bien con los compañeros en las coberturas de conflictos, es fundamental. Y no hay cosa más agradable que, al final del día, tomarte una cerveza, o dos, o tres, o cuatro y conjurar lo duro del oficio riéndote diciendo barbaridades. Muchas veces es humor macabro...

¿Y machista? En la mítica ‘tribu’ de corresponsales eran casi todo hombres. Desmónteme el tópico.

Eso es más leyenda que otra cosa. Lo ha podido ser, no digo que no, pero ya pasó ese momento. Es curioso, sí. Ya no se hacen chistes machistas. Creo que es algo generacional y también influye el hecho de que cada vez hay más mujeres reporteras en los conflictos. Ahora, a veces, es al revés. Ellas llevan la voz cantante y los demás tenemos que callarnos. Las mujeres son muy buenas reporteras, más compañeras, se ayudan entre ellas, van juntas a los sitios, en hombres es menos corriente. Son estupendas.

De la Fuente, de colega a colega, encuadrando al fotógrafo ante el acueducto de Segovia.

¿Qué quería ser de pequeño?

Me gustaban muchas cosas y ninguna. Me he matado a nadar, por ejemplo, he ganado algún campeonato, pero vi que no iba a vivir de eso y yo lo que quería era vivir otra vida, irme de casa, y lo hice a los 16 años. Vine a Madrid a buscármelas. Soy un buscavidas. Soy autodidacta y todo lo que sé lo he aprendido en la calle, a observar. Un día salía de una discoteca, me encontré con un amigo que trabajaba en una agencia y de prensa y hasta hoy. Empecé de paparazi. Fui en busca de Pippi Calzaslargas, y la encontré. Pacté desnudos con actrices, hice montajes para revistas del corazón, de todo. Hasta que empecé a sentirme incómodo y entré en Televisión Española. Aquello me enganchó. Aprendí de los mejores: los cámaras José Luis Márquez, Evaristo Canete, Jesús Mata; el reportero Arturo Pérez Reverte. Hasta ahora.

Tiene una hija, ¿cómo conciliaba su profesión con su educación?

La verdad es que no he conciliado bien. Al poco de ir de guerra en guerra me separé de su madre y mi hija no lo entendió muy bien. Espero que, con el tiempo, lo entienda [se emociona]. Si soy o no un buen padre lo tendría que decir ella.

Si te quitan lo que más quieres: tu casa, tu tierra, a los tuyos, y no tienes nada que perder, puedes volverte un monstruo. Todos podemos. Yo también

¿Qué imagen no se saca de la cabeza?

Más que muertos, sangre y horror, me descompone la de un niño caminando solo y llorando con una tableta de chocolate en Medyka, en la frontera entre Polonia y Ucrania. Condensa todo el desamparo de la guerra en una imagen. Los niños y los viejos son los grandes perdedores de las guerras. Los sótanos de Ucrania están llenos de ancianos que prefieren quedarse en su casa a ser una carga para sus hijos. Y las mujeres son siempre las que sostienen la vida mientras los hombres se matan en el frente. La guerra, como la vida, es un matriarcado.

¿Todas las guerras son iguales?

Se parecen bastante. Tienen que ver con lindes, con odios, con razas. El paradigma de lo que es una guerra civil es una casa familiar dividida a la mitad que vi en Sarajevo. Los hombres, no hablo de los militares, luchan por algo tangible, no tanto por la patria. Si te quitan lo que más quieres: tu casa, tu tierra, a los tuyos, y no tienes nada que perder, puedes volverte un monstruo. Todos podemos. Yo también.

Hay quien no quiere ver dramas y no ve las noticias porque se deprime. ¿Qué hacemos?

Eso son como los terraplanistas, o los negacionistas. Nos hemos dividido, formamos grupos, nos retroalimentamos y solo vemos informaciones que nos refuerzan en ese grupo, cada vez más pequeño. Por eso es tan importante hacer más periodismo, y más periodismo internacional. Y cuando digo internacional digo, incluso, fuera de tu barrio. Hablar de los otros, sean quienes sean y donde estén.

¿Y ahora, qué?

Aspiro a no convertirme en un agente de bolsa y cambio, o sea de ir de recados, ni en un friki. El otro día vi a Pedro Piqueras, que se acaba de jubilar, paseando por la sede del PSOE, como de incógnito, y saludando a una compañera de Telecinco y me hizo gracia, porque, en poco, yo estaré así. Tengo muchas aficiones: las motos, el golf, la natación. Me voy cuando estoy más preparado, cuando mejor sé hacer mi trabajo, porque a contar historias con la cámara se aprende con el tiempo. Aún no tengo mono, pero lo tendré, seguro. Pero, sea como sea, seguiremos informando.


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Bernardo Pérez
<![CDATA[La vida con filtros]]>https://elpais.com/opinion/2024-05-23/la-vida-con-filtros.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-05-23/la-vida-con-filtros.htmlThu, 23 May 2024 03:00:00 +0000Tina está en capilla de la vida. En unos días termina segundo de Bachillerato, le acaba de llegar el vestido de noche rojo rabioso que ha comprado para su graduación, a las cinco de la tarde en el patio de su instituto, y se lo está probando ante el espejo de su cuarto. Está impresionante. A sus 18 años recién cumplidos, es una de esas chavalas que mutan en mujeronas de un día para otro, haciendo que, a su vera, los chicos de su edad parezcan críos pequeños. Morenaza de rompe y rasga, Tina es guapa y rotunda y, desde fuera, parece tan segura de sí misma como para haber elegido el modelo más chillón del catálogo, sin complejos que valgan. Mentira. Ella no ve en el espejo lo mismo que ven los demás cuando la miran. Por eso se acribilla a selfis con esos filtros que le rebanan las caderas, le cinchan la cintura, le inflan los pechos, le chupan las mejillas, le engordan los pómulos, le agrandan aún más los ojos enormes, y le revientan los labios que se rellenó el año pasado con lo que ganó en un trabajillo de verano. Luego sube las fotos a sus redes y ahí, en línea, Tina es otra persona. Infinitamente más vulgar, más artificial, más fea. Pero más ella, según la estampa que de ella desea ofrecer al mundo, a imagen y semejanza de las falsas diosas a las que adora. Y dirán ustedes, qué pena. Y puede parecer penoso, en efecto. Pero Tina no es más que hija de su padre, de su madre y de su tiempo.

Periódicamente, nos escandalizamos del tiempo que los, y sobre todo las, adolescentes, pasan abducidas en las redes en sus móviles. Hipócritas. Se los compramos los padres para tenerlos constantemente localizados y resulta que nos los han alejado, a veces, para siempre. Qué tendrá esa droga para engancharles tanto, juzgamos los adultos, que nos pasamos cuatro horas diarias en línea, nos inflamos los morros, nos ponemos pelo y le pasamos el filtro Valencia hasta a las fotos del curro. Me temo que hay muchas Tinas ahí fuera. Todos conocemos a alguna. Y si no, igual la tenemos en casa y, o no nos enteramos, o no queremos enterarnos, o somos nosotros mismos con más años y menos futuro. Mientras, a solas en su cuarto, Tina se quita el vestido con la etiqueta puesta para cambiarlo por otro más discreto. Lo ha amortizado de sobra.

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<![CDATA[Belén Esteban: “Media España me quiere y media me odia”]]>https://elpais.com/television/2024-05-19/belen-esteban-media-espana-me-quiere-y-media-me-odia.htmlhttps://elpais.com/television/2024-05-19/belen-esteban-media-espana-me-quiere-y-media-me-odia.htmlSun, 19 May 2024 03:15:00 +0000A Belén Esteban —50 años de vida, casi 30 en el candelero social y televisivo— la están peinando, literalmente, para la presentación de Ni que fuéramos Sálvame. Estamos en la sede de su productora, Fabricantes Studio, un local a tiro de piedra del cuartel general de Mediaset, que sirve de plató para el nuevo formato, entre un follón de cables, luces, micros y jovencísimos profesionales pululando por doquier con los nervios típicos de un estreno. Esteban, con la inconfundible estampa y la voz inconfundible de la Esteban, parece, sin embargo, tranquilísima. Posa disciplinada para las fotos, pide permiso para fumar, pregunta mi nombre (“para dirigirme a ti, como si te conociera, que queda mejor”) y se pone a la faena con una curiosa actitud entre coleguita y resabiada. Tablas le sobran. Al día siguiente de esta entrevista, Mediaset exigió a Fabricantes Studio, que no usara la marca Sálvame en sus emisiones, y tuvieron que cambiar el título del espacio por Ni que fuéramos Shhh. El supuesto efecto disuasorio para la audiencia de la exigencia de la cadena fue nulo. El primer programa, presentado por María Patiño y con buena parte de la tropa del elenco original comentando la actualidad rosa y despellejando al prójimo en torno a una mesa, lleva más de un millón de visualizaciones en redes sociales y los vídeos de la segunda entrega superan los 1,6 millones. Pero, cuando hablamos, Belén aún no lo sabía.

¿Qué profesión pongo al lado de su nombre en la entrevista?

Entretenedora. Es lo que hago. Mi trabajo es entretener a la gente. Y me encanta.

Tengo colegas periodistas que presumen de no saber quién es usted.

Mentira. Por bueno o por malo, me conocen. Mis jefes dicen una cosa y tienen toda la razón: media España me quiere y la otra media me odia. Muchos periodistas dicen que no, pero ya te digo yo que todo el mundo sabe quién soy.

¿Y por qué cree que la niegan?

Pues porque a lo mejor, y yo lo respeto, por mi forma de ser y de hablar, no se sienten identificados conmigo, como que piensan que soy una friki. Me da igual. Sinceramente, lo tengo superasumido. Yo sé quién soy, que es muy importante. Pero, vamos, que cualquier periodista de España diga que no me conoce, miente.

O no ve sus programas.

Llevo desde los 25 años en esto, y no solo en la tele. Llevo casi 15 años saliendo a diario en Sálvame, y en el programa de Ana Rosa [Quintana], que estuve con ella nueve años, y le tengo un cariño inmenso. De hecho, fue su socia, Chelo Montesinos, quien me descubrió para esto. Por eso, cuando dicen que los de Ni que fuéramos... hemos venido a cargarnos a Ana Rosa, me duele, porque yo, desde luego, no quiero cargármela.

¿Qué ha aprendido de tele en este tiempo?

Mucho. Yo sé hacer tele, no sé decirte cómo, pero sé. Respeto a los periodistas, tienen una carrera y ejercen muy bien, bueno, unos mejor que otros, sinceramente te lo digo. Yo no lo soy. Me he equivocado 1.500 veces, pero otras veces, no. El otro día hablaba con mi amiga Mariví, que somos amigas desde los tres años. Siempre he dicho que me arrepiento de haber hecho algunas cosas en la tele. Pero, a estas alturas de la vida, creo que tenía que haber hecho más.

Exponerse más que usted es difícil.

Claro que es difícil. He contado mi vida muchísimas veces, pero la gente solo sabe lo que yo he querido contar, porque mi vida afecta también a otras personas. He callado mucho, y lo voy a seguir haciendo, por respeto a lo que más quiero, que es mi madre y mi hija. Pero también me he callado cosas que no me tenía que haber callado. A estas alturas de la vida ya no soy la ex de nadie, ni quiero ser más la princesa del pueblo. Soy Belén Esteban Menéndez, alias La patrona. Me lo llaman mis amigos, cariñosamente, y me lo he tatuado en el brazo, porque me representa.

¿Es la patrona de su vida?

Sí, siempre lo he sido, pero, sobre todo, desde que estuve bien. Y de eso hace 13 años. [Alude a la superación de sus adicciones, que confesó ella misma en Sálvame].

¿Celebra ese cumpleaños, además del biológico?

Nunca, esa es una puerta que he cerrado en mi vida y quiero que permanezca cerrada.

¿Quién la salvó de aquello?

Me salvé yo sola porque quería salvarme, con la ayuda de mis amigos y de mi familia. Soy una persona que tiene una familia normal, mis hermanos, mis cuñadas, mi madre, y mi padre, que murió hace 18 años, pero ha sido importantísimo en mi vida. Lo que más aprecio es la lealtad.

¿Qué cree que nos da para llevar tanto tiempo en el candelero?

Ser yo. Tienes que ser tú, no se te puede subir esto a la cabeza. Cuando me dicen lo de los egos, vale, habrá gente que tenga ego, pero yo no soy así. Siempre he procurado ser la chica que salió del barrio de San Blas, con unos padres obreros, como la mayoría de España. Tengo los mismos amigos que cuando era pequeña.

Ahora también alterna con aristócratas, como Eugenia Martínez de Irujo. ¿Se siente desclasada?

Nunca. Eugenia y yo tenemos una amistad muy bonita. La siento como alguien de mi familia y ella a mí también. Yo, cuando he ido a los sitios, me he sentido siempre muy querida.

En su primera boda, algún diseñador no quiso hacerle el vestido de novia. ¿Eso no es clasismo?

Aquello sí que me lo tomé mal porque yo nunca he pedido un vestido gratis. Los que quedaron mal fueron ellos, no yo. Está muy feo que a una chica como yo, normal, de barrio, de San Blas, que se va a casar y puede pagar un vestido porque quiere agradar a sus padres, a sus abuelos, no te cojan por ser quién eres. Yo puedo decir que Belén Esteban Menéndez ha pagado todos sus trajes de boda. Otras, más ricas, o más finas, o más lo que quieras, no pueden decir lo mismo.

¿Eso le hiere?

Antes sí; ahora, no. Tengo la suerte de que, luego, me he casado con Miguel, que es técnico sanitario y una persona maravillosa. Yo soy como la gaseosa, que exploto y luego no soy nadie. Pero Miguel me pone los pies en el suelo y me baja. Cuando me equivoco, me lo dice, y estoy muy agradecida. Este año casi que he pasado fuera de la tele me ha venido muy bien, me he reseteado a mí misma, he meditado cosas que me han pasado, qué he hecho bien, qué he hecho mal, y las he asumido. Vengo con otro rollo. Sé lo que quiero y quiero ser la Belén de siempre, la de casa, y si me equivoco, que mi gente, mi marido y mis amistades me lo digan. Y si lo hago bien, también.

Belén Esteban muestra su último tatuaje en el estudio desde donde se emite el espacio 'Ni que fuéramos Shhh'. Reza:

Hay mujeres que, a los 50, se empiezan a sentir invisibles. ¿Es su caso?

Yo no me siento así. Estoy ahora mejor que con 30. No daría marcha atrás. El otro día salí a cenar con mis amigas, iba con una camiseta y un vaquero y, joder, que ligué, tía. He perdido ocho kilos y me veo muy sabrosona, muy guapetona, superbién. Le enseñé mi alianza de boda y le dije que no.

No hacía falta. Según usted todo el mundo la conoce.

Este era italiano. Luego le dije a mi marido: “Cari, que he ligado”. Y se descojonaba. Me dio subidón, te lo digo, pero yo soy una mujer muy fiel. Mi marido apareció en mi vida en el momento que tenía que aparecer. Él me valora como mujer. Esta mañana me ha mandado un mensaje precioso [me lo lee y se emociona]. Me emociono porque me cuida, se preocupa de mí, y de las personas que más quiero. Cualquier hombre no lo acepta, cualquier hombre no acepta esa responsabilidad.

‘Ni que fuéramos Sálvame’ es un remedo de su célebre frase ‘Ni que fuera yo Bin Laden’. ¿Ha pedido derechos de autora?

Pues se lo dije el otro día, pero no les he pedido nada porque mis jefes, Óscar y Adrián, nunca me han soltado de la mano y yo soy muy leal a los míos.

Sus muletillas se han oído hasta en el Congreso. ¿Cómo se queda?

Mira, yo vivo en un pueblo que se llama Paracuellos [Madrid], donde soy superfeliz, y hablo con todo el mundo. Pues el otro día me dijo un chico de Canadá que vive allí, y juro que es verídico, me dijo que empezó a aprender español con mi programa, y parece una tontería, pero es verdad. Tengo primos en Australia que veían Sálvame y se meaban de risa. De eso me siento muy orgullosa. No soy una tía que tenga una carrera, soy consciente de quién soy y cómo soy, pero siempre estaré agradecida a mis jefes porque me he hecho con ellos.

¿De dónde saca esa chispa verbal?

Mira, yo siempre he sido muy tímida. Cuando acabé mi relación con el padre de lo que más quiero, que es mi hija y que no quiere que hable de ella, me daba vergüenza todo. Pero cuando me metí en la tele me tuve que espabilar. Y yo creo que me espabile muy bien. Sé que he hecho cosas que no han estado bien, que he podido hablar más de la cuenta, pero he hablado de lo mío. Cuando he hablado de otras personas es porque era mi trabajo, y hacer un programa de corazón es muy difícil.

¿Se ríe con sus memes?

Me encantan y me descojono, la verdad: “Ni que fuera yo Bin Laden”; “hasta luego, Mari Carmen”; “me aburro”. Esas frases son mías, pero yo es que estoy en la calle, salgo a andar con mis amigas y me descojono: una está harta de su trabajo, la otra está del marido que no puede más, la otra tiene cuatro niños y no le da la vida. Dicen unas cosas que me quedo alucinada, y alguna la utilizo. Pero, sobre todo digo: “Joder, qué suerte tengo de tener a mi gente”.

¿Le interesa la política?

De política he decidido que ya no hablo porque no me ha venido bien, según está todo.

¿Cómo está todo?

Pues mira, me saca de quicio que se peleen entre ellos y no hagan nada por el país, en vez de llegar a un acuerdo y mirar por esas familias desempleadas, que no pueden comprar los uniformes del colegio, ni pagar esas subidas del aceite, de la luz, del agua, de esos recibos de basura que parece que tienes un hipermercado en casa, coño, con la factura que te viene. Pero, perdona, de política no quiero hablar. No me conviene.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Cristina García Rodero, la chica sin dueño]]>https://elpais.com/opinion/2024-05-16/cristina-garcia-rodero-la-chica-sin-dueno.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-05-16/cristina-garcia-rodero-la-chica-sin-dueno.htmlThu, 16 May 2024 03:00:00 +0000De cría odiaba las fiestas populares como solo odian los críos aquello que aman sus padres. Hablo de esa etapa de la vida en la que empiezas a echar de más a tus viejos por estar vivos, a la vez que a echarlos de menos porque sabes que van a morirse. Sí, lo confieso. A la niñata redicha y repipi que no he dejado de ser nunca le salían ronchas purulentas con los desfiles de moros y cristianos, las verbenas de chundachunda y pasodobles, las procesiones de santos patronos, las romerías de bebercio y comilona, y las subidas y bajadas de vírgenes a sus respectivas ermitas a las que me llevaban a la fuerza. Qué mala es la soberbia. No sé explicarlo de otra forma. Una se sentía única, especial, distinta, y se moría de la vergüenza ajena ante tan vulgar exhibición de las pasiones del populacho. Quién iba a decirme entonces que, tantos años y tantas pérdidas más tarde, se me iban a caer las lágrimas de nostalgia de aquellos días felices viendo fotos ajenas. Fue en casa de Cristina García Rodero, mirando las imágenes de fiestas y ritos ancestrales de su libro La España oculta, una obra de arte publicada hace 35 años, que van a volver a exponerse por todo el país tras su presentación en el madrileño Círculo de Bellas Artes. Con todo, su gran obra de arte es ella misma.

Cristina, la Rodero para sus rendidos colegas, es una clásica viva a sus “taitantos” —74— años. La “chica sin dueño”, como la llamaban por ahí fuera porque iba sola, sin hombre que valga, por esos mundos de Dios y el diablo sin más equipaje que su cámara, su maletilla con dos mudas y sus “entre 40 y 100 palabras de inglés” en la recámara, es una ladrona buena. Nunca precisó de más balas para robarle el alma al prójimo. Donde iba mutaba en una más de la juerga, o del duelo, metiéndose en el barro, el agua bendita, o la mierda, hasta el cuello, gozando y sufriendo con los otros al retratarlos. Por eso sus fotos te llaman por tu nombre y te levantan los vellos a escuadra de pura emoción estética y de la otra, seas quien seas y de donde seas. Este año, más vale tarde, le han llovido todos esos prestigiosísimos premios que no hacen más que premiarse a sí mismos premiándola. Ella, coqueta, se deja querer mientras sigue soñando la foto perfecta y persiguiéndola. Ojalá la encuentre. Y nosotros que la veamos.

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<![CDATA[Carla Pereyra: “No soy ninguna hipócrita: la belleza me ha dado mucha agenda”]]>https://elpais.com/gente/2024-05-12/carla-pereyra-no-soy-ninguna-hipocrita-la-belleza-me-ha-dado-mucha-agenda.htmlhttps://elpais.com/gente/2024-05-12/carla-pereyra-no-soy-ninguna-hipocrita-la-belleza-me-ha-dado-mucha-agenda.htmlSun, 12 May 2024 03:25:00 +0000La vida es bella y sencilla un martes a las siete de la tarde en la terraza del lago del centro comercial de La Finca, en la zona pública de esta ultraexclusiva urbanización madrileña donde viven, blindados, futbolistas, artistas y magnates varios. Es el primer día de casi verano y alegres corrillos de señores y señoras con vaqueros, americanas ligeras y deportivas prohibitivas liban refrescos y gin tonics a discreción, ajenos al atascazo de curritos de vuelta del trabajo que satura la cercana M-40. En esas, llega Carla Pereyra, alta, guapa, esbeltísima, también con tejanos y chaqueta blanca, y nadie la mira especialmente, por lo que deduzco que debe de ser asidua. Viene casi directa desde Venecia, donde ha visitado la Bienal de arte en una escapada con Diego Simeone, entrenador del Atlético de Madrid, su pareja desde hace 10 años. De aquí sale pitando a recoger a sus dos niñas de un cumpleaños de una amiguita del cole, cuenta, apurada. “La vida misma”, añade, notando, quizá, la irónica mirada de la periodista que, a otro nivel, también lleva un día movidito. Pide un agua con un chorrito de limón y se ofrece a la charla con cero pamplinas mirando a los ojos con un hablar pausado, casi zen, pero sin esquivar preguntas. Parece más lista que el hambre.

¿Le gusta el fútbol?

Sí, y soy del Atleti desde antes de conocer a Diego, lo cual me honra un poquito. Ahora, el entendido es mi marido. Yo disfruto el momento del estadio, la afición. No era muy forofa, pero al final abrazas lo que hace tu pareja y el fútbol se ha convertido en una pasión familiar.

¿Qué quería ser de mayor?

Estudié algo parecido a perito de construcción por tradición, porque mi familia tenía una empresa constructora, pero yo era un alhelí: me encantaba bailar, la moda, soñaba con desfilar en París, Milán. Y lo hice. Creo que llegué donde llegué, sin ser una supermodelo ni tener un carrerón, por cabezota. Todo lo he conseguido un poco así. Aguanté ocho o nueve meses y me fui. Volví a Argentina y después a España.

¿Se le hizo duro?

Pasé baches de ánimo, de pensar en dejarlo. En aquella época, en Milán, para ser modelo de las buenas, tenías que ser una tabla, y yo no lo soy. Engordabas tres kilos y te quedabas fuera de todos los castings.

Eso no ha cambiado mucho.

Bueno, es la realidad. Hay que desestigmatizarla. Como modelo, vives de tu físico, como el futbolista, que se echa tres kilos y no juega el domingo. Tú estás en una industria y, al final, la industria también la marca el consumidor. Ahora, hay extremos que, si los cruzas, y te desestabilizan y te crean enfermedades o adicciones, son malísimos. Viví alguno, tristísimo, en alguna amiga. El caso es que vi que yo no iba a aguantar y lo dejé. Me quedo con lo positivo.

A saber...

No soy ninguna hipócrita: la moda, la belleza, me ha abierto muchas puertas y me ha dado muchos contactos, mucha agenda. Creo que yo tenía una inteligencia natural de saber con quién tenía que estar. A mí se me da muy bien la parte social. A todo el mundo le gusta la belleza. Las modelos eran invitadas a eventos, a galas, y vas conociendo a cierto círculo social que es atractivo y te facilita muchas cosas. Es así, y está bien decirlo y reconocerlo.

Tampoco tiene que pedir disculpas por ello.

Pero vamos, ni de broma. No lo he hecho jamás. Luego es verdad que también te llevas chascos.

¿Se ha sentido prejuzgada por su aspecto o su profesión?

¿Sabes qué pasa? Que el camino es tan propio, que cada uno hace el suyo. Tengo 36 años, pero siento que he vivido muchas vidas, y no me quedo con lo negativo que hayan podido escribir de mí. Hubo momentos en que sí me afectaba. Era más joven, tenía a mi familia lejos, en Argentina. Cuando hablaba con mi madre decía que todo estaba bien, para qué preocuparla. Pero me volví una cebolla, poniendo capas y capas de autoprotección. Y me pasó que, cuando, de repente, todo está bien, tienes que ir quitándotelas para volver a ser tú, porque te han hecho daño y te has vuelto dura.

¿Ahora va a cuerpo?

Pues mira, creo que, desde que conocí a Diego, perdí todos los pétalos. La seguridad del amor sano, consolidado, la familia unida hace que no te preocupes tanto por todo.

Cuenta que se toparon en un restaurante y ya no se separaron. ¿Lo suyo con Simeone ha sido una conjunción astral?

Pues un poco sí. Desde el punto de vista emocional, encuentras a una persona que cree y confía en ti, te da la mano y caminas juntos, te va quitando inseguridades.

Carla Pereyra, en un velador sobre el lago del centro comercial de la exclusiva urbanización La Finca, en Madrid, donde vive.

Me ha citado para presentar una recogida solidaria de alimentos en este entorno exclusivo. ¿Cómo se lleva esa paradoja?

Nunca pasé necesidad, pero tengo una familia muy humilde y trabajadora. Hoy me ha tocado estar aquí, pero sé de dónde vengo y no sé qué me tocará mañana. Claro que es más bonito vivir en un sitio maravilloso, con todas tus necesidades cubiertas, pero sé cuánto vale la cesta de la compra y cuánto el alquiler de un piso, porque he estado ahí. Tú ves a esta Carla empresaria que vive en La Finca, pero esa Carla salió muy jovencita de Argentina: llevo más años viviendo como una persona normal y currante, que es lo que soy, que aquí.

Cerca de los edificios que compra y rehabilita con su empresa My Location para después venderlos más caros hay gente durmiendo en la calle. ¿Los ve? Hay políticos que no los ven.

Claro que los veo. No me gusta la palabra pobres, pero veo a mucha gente con necesidad. Si no los ves es que eres ciego, o no los quieres ver porque tienes los ojos tapados y vivir en la belleza, mirando al cielo, es muy bonito. Pero, cuando has hecho una evolución personal, cuando se te dan estas oportunidades, siento que tengo un deber social, porque tengo hijas, tengo familia, tengo conciencia, me duele ver eso porque hay gente que le tocó nacer del otro lado y a mí me tocó nacer de este, y no soy ni mejor ni peor por ello. Con mis aciertos y errores, siento que no he cambiado. Por eso me implico en estos proyectos, no necesito salir a contarlo, si lo hago es para animar a otros a hacerlo.

Hay cierto entorno del fútbol adicto a los logos y el lujo.

No soy para nada de logos. Claro que me compro ropa cara, pero también cosas de franquicias. El dinero no te cambia. O bueno, no tiene por qué cambiarte. Para mí es una posibilidad para ser mejor persona y ayudar, y si no, es que no has aprendido nada. Para mí el lujo, palabra que me parece hasta vulgar, es estar con mi familia en un campo con un mate. La mejor fiesta está en mi casa con los míos.

¿Le preocupa que sus hijas vivan en una burbuja?

No lo hacen. No les cuento ningún cuento. Vienen conmigo a mis labores en la Fundación del Atleti, en la recogida de alimentos. Mis padres viven en la casa de mi infancia, en Entrerríos, Paraná, donde no llegaba el agua, y, cuando vamos, no vamos a un hotelazo, nos quedamos allí. Viven en la realidad.

¿Qué le sugiere Milei y su ‘motosierra’ social?

No me quiero meter ahí porque no soy política. Sí que creo que hay que aguantar y que va a haber un cambio. En los últimos 25 años, otros Gobiernos se han cargado el país, se vino muy abajo en educación y valores. Se ha empobrecido mucho y hay que acabar con la cultura del subsidio.

Hay compatriotas suyos que lo están pasando fatal por esos recortes.

Bueno, quiero pensar que esto es como un bache muy duro que hay que pasar para que todo vuelva a estabilizarse. Yo hago lo que puedo. Ayudo desde varias fundaciones en 15 ciudades. Hacemos cosas concretas, como arreglar colegios para niños. Con el dinero de mi boda construimos un espacio para que las mujeres vayan a trabajar. La semana pasada compré máquinas de coser. Tengo a mi hermana supervisándolo todo, porque quiero comprobar que las cosas se hacen. Soy de las que si no ve, no cree.

Simeone y usted: dos argentinos en casa, ¿se quitan la palabra el uno al otro?

Jajaja. No, la verdad es que yo soy más de hablar, él quizá menos. Diego es la persona que más admiro, y me ha hecho mejor a mí. Lo he visto transformar las cosas negativas en positivas, vive con pasión lo que hace, no le gustan los conflictos. Lo he visto quedarse seco y volver a florecer. Darlo todo, porque el fútbol es así: un año estás arriba y otro no, y no vale ni rendirse ni relajarse.

Diego Simeone y Carla Pereyra, en los Laureus World Sports Awards, en la Galería de Cristal de Madrid, el 23 de abril de 2024.

Parece que me habla de San Diego Simeone.

Pues un poco sí.

¿Usted también va partido a partido?

Ese dicho está muy trillado, pero es la vida misma. Un día no das el 100% y el otro nada, hay que ir de a poco. Yo me eduqué en un colegio religioso, el Juan XXIII, y allí nos decían: “Solo hoy seré feliz, solo hoy lo haré lo mejor posible”. Día a día. Es como un partido a partido, pero de la vida.

Parece la terapeuta de la familia.

Bueno, mi hermana es terapeuta allá en Argentina. Allí hay uno en cada familia. Y si no, un futbolista, o un abogado. O las tres cosas.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Ábalos, truhan y ‘señoro’]]>https://elpais.com/opinion/2024-05-09/abalos-truhan-y-senoro.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-05-09/abalos-truhan-y-senoro.htmlThu, 09 May 2024 03:00:00 +0000Hay una subespecie de barón español, con be y con uve, que me fascina, independientemente del ámbito en el que ejerza su baronía. Puede ser el trabajo, la política, la cultura, el bar de la esquina, el grupo de WhatsApp de la familia o las reuniones de la comunidad de vecinos. Da igual. Nuestro varón se cree el rey de esa selva y, a falta de corona, exhibe otros poderes que le funcionan con según qué súbditos. Es ese tipo al que se ve llegar a los sitios dejando un reguero de testosterona, saludando al público con cara de aquí estoy yo porque he llegado, y escaneando de arriba abajo a las mujeres, que por algo son regalo del Señor, menos su madre, su señora y sus hijas, que son unas santas. Ese sujeto rumboso, amiguísimo de sus amigos, a los que palmea siempre las espaldas, y archienemigo de sus enemigos, a los que no se las da nunca, no sea que lo apuñalen. Un machote, que no siempre un lince ibérico. Ese es nuestro hombre.

El penúltimo espécimen de esa estirpe en tenerme hipnotizada es José Luis Ábalos, exministro de Pedro Sánchez, suspendido de militancia por su PSOE de su alma tras conocerse los enjuagues de Koldo García, su escudero de confianza, y autodesterrado al Grupo Mixto. Ay, Ábalos, para lo que has quedado, con lo que has sido. Si lo viera Calderón de la Barca en los plenos del Congreso, lo fichaba para el Segismundo de La vida es sueño. Ahí está el tío, el gallo más chulo del gallinero, muerto de pena por él mismo, con esa pose de mirando al banco azul, soñé; ese rictus de ay, mísero de mí, ay, infelice; y ese ceño de si yo hablara, temblaba el misterio. Pero no habla, por ahora. Un hombre tiene derecho a tener sus secretos, sean de alcoba o de Estado, y llevárselos a la tumba, a sus memorias, o al banquillo, apuesto que piensa. Que solo le queda pasar por el tribunal de Dios, dijo el otro día en la mismísima comisión de investigación del Senado sobre el caso Koldo. Pues eso. Que el cielo lo juzgue si es que no lo juzgan antes los jueces. Él ya no tiene trono ni reina, ni nadie que lo comprenda, pero sigue siendo el rey de su jungla.

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Samuel Sánchez
<![CDATA[Javier de Benito: “Antes que cirujano plástico, soy médico: curo el malestar del paciente”]]>https://elpais.com/estilo-de-vida/2024-05-05/javier-de-benito-antes-que-cirujano-plastico-soy-medico-curo-el-malestar-del-paciente.htmlhttps://elpais.com/estilo-de-vida/2024-05-05/javier-de-benito-antes-que-cirujano-plastico-soy-medico-curo-el-malestar-del-paciente.htmlSun, 05 May 2024 03:40:00 +0000El instituto Javier de Benito en la acomodadísima calle de Serrano de Madrid bulle de actividad un jueves a las cinco de la tarde, aunque no se vea un alma fuera de sus silenciosos y elegantes cubículos. De eso se trata, de que no se vea a nadie que no quiera ser visto. Serán los clientes, después, quienes digan, si lo desean, si han pasado por las manos de este cirujano plástico. Como el ex molt honorable presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, a quien De Bentito le operó los párpados y las bolsas de los ojos. O la televisiva Carmen Borrego, a quien le intervino la papada en 2018. Pero estamos en la última semana de abril de 2024. El doctor se retrasa media hora larga de la hora de la cita y, por la expresión de apuro de la solícita colaboradora que lo disculpa, una se lo imagina enfangado en plena faena, dando las últimas puntadas a la sutura del enésimo lifting, o terminando de aplanar el puente de una nariz rebelde, antes de lavarse las manos y ocuparse de la entrevista. Cuando por fin aparece, alto y dinámico con su inmaculado pijama de manga corta, despliega su encanto, simpatía y caballerosidad de galán de vieja escuela y dice que tiene toda la tarde. Por él, aún estaríamos charlando.

¿Viene del quirófano?

Casi, esta mañana he hecho dos liftings, y mañana, otros dos. Pero ahora vengo de una consulta. La consulta es casi más importante que la intervención. Ahí es donde se ponen las cartas sobre la mesa.

¿Le eligen sus pacientes o los elige usted?

Las elijo yo. Y digo “las” porque las mujeres son más del 85% de quienes vienen.

¿En virtud de qué las escoge?

En virtud de si creo que me escuchan, que me entienden. De si tienen un concepto claro de su imagen y de lo que quieren conseguir, de si creo que puedo lograrlo, incluso si quieren arreglar algo que les han hecho en otro sitio. Ahora, si alguien me dice que no tiene novio porque tiene la nariz grande, por mucho que le haga, fracasaremos. Todo esto es una obra de psicología, además, o más, que de cirugía. Porque el problema de los pacientes no está en el físico, sino en cómo lo interpreta su cerebro.

¿Qué es un buen trabajo para usted?

El éxito, decía mi amigo y maestro Ivo Pitanguy, no depende tanto de lo que hagas, sino de lo que salga de la operación y cómo sea interpretado y vivido por la persona. Tengo pacientes que me han dicho que les he cambiado la vida. Eso es el éxito total.

¿Y el fracaso?

El peor fracaso es que una paciente, después de la operación, me diga: “No me veo”. Ahí hay poco que hacer. Tú la puedes ver fantástica, pero es ella quien tiene que verse.

¿Cuántas veces dice “no”?

Uy, muchísimas. No necesito el dinero. Si le digo que no a alguien, sigue viniendo mucha gente a la clínica, así que puedo decir la verdad a mis pacientes. Y se la digo cuando pretenden cosas que sabes que no puedes conseguir, cuando lo que buscan y de lo que se quejan solo lo ven ellas, cuando me piden que les quite arrugas que no tienen para evitar que les salgan. No puedes llevar a la tintorería la ropa limpia para evitar que se ensucie. Eso sí, si quieres lavarla, no esperes a que esté sucísima.

¿Reconoce una operación suya?

No, jajaja. Reconozco a la paciente, si no hace mucho que la he visto. A veces, me saludan efusivamente por la calle y me dan las gracias, y no recuerdo de qué las he operado. Entonces, le digo que está guapísima, y se toca la nariz, o saca pecho, y entonces, caigo. De todas formas, si reconociera una operación mía es que algo he hecho mal. Se supone que, si te opero, te voy a dejar mejor, pero no te voy a cambiar tanto para que no se te reconozca.

¿La arruga es bella?

La arruga es bella en el alma porque significa que has vivido mucho. Y las de fuera pueden ser bellas si estás feliz con ellas. Reír causa arrugas. Ahora, si quieres seguir riéndote y te molestan, puedo ayudarte.

¿Tenerlas hoy, con tanta oferta de medicina estética, es de pobres?

Ahí hay dos cosas. La medicina estética cuesta, claro. Todos conocemos a gente de 90 años en buenas condiciones que está a gusto con su aspecto, pero, ¿por qué no va a hacer algo, si puede permitírselo, para que su edad cronológica coincida más con su edad biológica y la idea que tiene de sí misma? Cuando la gente critica si alguna actriz se ha tocado mucho o poco, si ella está feliz y quería eso, dejadla en paz. Quiénes somos para juzgarla.

Usted tiene una pinta estupenda. ¿Lleva su catálogo puesto?

Me hice los párpados a los 50 años, porque los pacientes, a las ocho de la mañana, me decían que tenía mala cara y que si no había dormido, y un cirujano puede parecer de todo, menos cansado. También me hice un injerto de pelo para salir mejor en la tele y en las fotos: lo poco que ves es eso, el mío se me ha caído. Me hice un poco de liposucción en el mentón y, bueno, ahora tendría que volverme a hacer los párpados y un lifting. No lo descarto, porque tengo que estar bien, mi problema es el tiempo.

¿Los cirujanos son los médicos con más ego?

No es mi caso. Hay dos cosas que no he tenido en mi vida: ni celos ni vanidad. Cuando me muera, con toda la fama que pueda tener, la diferencia entre yo y un señor que barre las calles es que, igual, a mí, me sacan una foto en el periódico. Pero estaremos en el mismo sitio, hayamos hecho lo que hayamos hecho.

Bueno, sus manos no salvan vidas, como las de sus colegas de cirugía general.

Bueno, soy médico, antes que cirujano plástico. Se lo digo a mis residentes, que vienen a mi clínica a aprender de todo el mundo. En nuestra especialidad hemos llegado a un punto, a veces frívolo, en que tendemos a hablar de tetas, culos, párpados, barrigas, papadas, ojos. Les digo: “Nunca olvidéis que detrás de cada culo y cada teta hay un ser humano que tiene sus motivos, y vosotros, primero, quisisteis ser médicos para ayudarles”.

¿Tiene pacientes o clientes?

Pacientes. No están enfermos, a priori. Pero son pacientes por sus motivos y emociones: tienen un problema. No tienen un virus, o un cáncer, pero pueden tener un problema psicológico de interpretación de su imagen. No están felices con algo que tienen o no tienen, y, entonces, el verse bien hace que se sientan mejor. En ese sentido, curo, o intento curar sus malestares. Y no olvides que, en un quirófano, un paciente se puede morir. Tengo tres premisas: conservar la vida, conservar las funciones, y, solo la tercera, que esté más guapo y disfrute más de la vida.

Javier de Benito, cirujano plástico, posa en una de las cabinas de su clínica de Madrid.

He leído que tiene una niña de 18 meses con su segunda mujer, Irina, y eligió su sexo en un proceso de reproducción asistida. ¿No cree que eso va contra la bioética?

Para nada. Yo quería niña, tengo otra hija de 37 años y me han encantado siempre las niñas. Las niñas son más de casa, tiran más a los padres, se llevan al novio a casa. En Kiev, de donde es mi mujer, Irina, de la que estoy enamoradísimo, decidimos hacer el proceso, se puede elegir el sexo del embrión y lo hicimos. No es un bebé a la carta.

¿Qué ha aprendido de las mujeres, como reza el título de su libro?

Que sois el sexo fuerte. Tenéis ventajas enormes frente a los hombres. Sois más listas. No nos necesitáis tanto como nosotros a vosotras. Solo un par de días al mes que las hormonas os juegan una mala pasada, y eso si decidís que ese día queréis divertiros. Siempre he dicho que el hombre, para echar un polvo, necesita un lugar, y la mujer, una causa. Desde hace mucho, tampoco nos necesitáis económicamente, podéis vivir la vida que queráis, porque antes dependíais de un hombre, y ahora, no.

¿Cómo ha asistido a la eclosión del feminismo?

Mira, ahora los chicos están asustados. No saben cómo manejar a la mujer en muchos aspectos. Hemos pasado de un extremo a otro, y los extremos siempre se confunden. Me pasa hasta a mí. A mí me enseñaron a ser cortés y le abro la puerta a todo el mundo: pues el otro día una señora de 50 años me soltó un bufido por abrirle la puerta en un restaurante. Eso no es machismo, es urbanidad.

Dice que no es vanidoso, pero en el libro habla de cómo despliega sus “plumas de pavo real” ante las señoras.

Bueno, pero eso no es vanidad, eso son las armas que uno tiene. Todo eso de jugar al tenis, ser buen conversador, lo he hecho porque, si hubiera sido como George Clooney, solo con bajarme del coche hubiera pegado un polvo ahí mismo por guapo. Pero, al no ser guapo, he sido un trabajador, de eso y de todo, de los de agotar. Yo he picado montañas de piedra y, al final, me decían que sí por agotamiento.

Con tanta operación será usted megarrico. ¿Cuáles son sus lujos?

Pobre no soy. Tuve barco, pero lo vendí, porque comprendí que es mucho mejor tener amigos ricos que lo tengan. El lujo es ver salir el sol cuando me levanto. Estar con amigos en una cena y disfrutar. El lujo es como la belleza: para mí, la belleza no es una nariz ni un culo ni unas tetas perfectas, sino aquella armonía que, a través de los sentidos, nos deleita la mente.

¿Tiene miedo a la muerte?

No, creo en la reencarnación, he tenido experiencias muy fuertes con médiums. No quiero morirme, claro. Soy muy feliz y me lo paso muy bien. Como tengo esta educación judeocristiana, trabajaría hasta 20 minutos antes de morir y, cuando viera aparecer a la muerte, intentaría seducirla para operarle la nariz y que me dejara seguir viviendo para ver el resultado.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Siempre se van los mejores]]>https://elpais.com/opinion/2024-05-02/siempre-se-van-los-mejores.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-05-02/siempre-se-van-los-mejores.htmlThu, 02 May 2024 03:00:00 +0000Vaya día de perros el de ayer, 1 de mayo de 2024. Me entero por el móvil de que se ha muerto el escritor Paul Auster y lo siento en el alma. No por él, que también, no soy de piedra. Claro que me apena la marcha de un hombretón todavía joven a sus 77 años, según las ilusas cuentas que nos hacemos con la esperanza de vida hasta que nos mata, consumidito vivo en un año por un cáncer de pulmón, como tantos otros igual o más jóvenes en todo el mundo. Pero no. La muerte de Auster no me toca tanto la fibra por él como por mí misma. Leí su Trilogía de Nueva York a los veintipocos, cuando aún todo era posible, y, aunque no me preguntes por la trama, porque no me acuerdo, no olvido ese ansia de vivir, esa urgencia por seguir leyendo y a la vez porque no se acabara nunca el libro, esa sensación de que alguien, al otro lado del globo, hablaba tu idioma, te llamaba por tu nombre, te hacía compañía, te arañaba la conciencia y te leía la mente. Qué pena, Paul Auster.

Pero el día iba a ser aún más largo y más aciago. Hallábame llorando figuradamente por lo que pudo ser y no ha sido cuando me entero, por un wasap de un grupo de amigas, de que se ha muerto también Victoria Prego, a los 75 años, y, entonces sí, siento una lágrima asomando y un puñetazo en el estómago. No solo porque a Victoria, la Prego, con el la de las grandes por delante, la vi alguna vez viva, sino porque ella ya era, cuando descubrí a Auster, lo que yo quería ser de mayor en la vida. Una cronista que le metía el bisturí a la realidad y al prójimo mirándolos a los ojos y les sacaba el alma para contárnosla luego al resto. Qué pena, maestra.

Aunque lo parezca, esto no es ningún obituario. Ni de Auster ni de Prego. Es la constatación de que, cuando muere alguien a quien tantos admiramos tantísimo, muere algo de nosotros mismos y ellos siguen vivos en nuestra memoria. A la Prego no me hace falta revisitarla: sigue fresquísima. De Auster tengo un ejemplar de Baumgartner, su, esta vez sí, último libro, sepultado en la mesilla de noche bajo una montaña de novedades editoriales que nunca leeré porque no me da la vida. Esta noche lo empiezo.

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David Levenson
<![CDATA[‘¿To pa na?’]]>https://elpais.com/espana/2024-04-29/to-pa-na.htmlhttps://elpais.com/espana/2024-04-29/to-pa-na.htmlMon, 29 Apr 2024 12:49:13 +0000El pasado miércoles, a las siete de la tarde, la hora en que la gente vuelve a casa del curro y se dispone a desconectar la neurona hasta el día siguiente, Pedro Sánchez, cabreado y/o deprimido por el acoso a su esposa por parte de las derechas, decidió plantarse, hacerle ghosting a la ciudad, al país y al mundo y desaparecer del mapa hasta nueva orden. Escribió una carta de su puño y tripas con laísmos, redundancias y gramática de cinco pelado en un examen de Lengua de la ESO. La escaneó. La adjuntó a un tuit de su cuenta de presidente del Gobierno en la red social X. Le dio a publicar. Y se retiró a reflexionar sobre su futuro, y el de España, hasta el lunes dejando con tres palmos de narices a su partido, a sus socios de Gobierno, a la oposición y a todos sus compatriotas sin excepción, sin encomendarse a Dios ni al diablo. Vinieron entonces cinco días de vértigo, infinitas cábalas de los pedrólogos, esa ciencia imposible, intentando meterse en la cabeza de Sánchez, y cierta vergüencita ajena hasta de los más partidarios viendo a ministros y ministras llorando cual groupies suplicándole al líder que no les dejara solos e inermes ante el enemigo al grito del Pedropedropedropedropedropé de Raffaella Carrà y el Quédate de Quevedo.

Hasta las 11 en punto de la mañana de este lunes, en que el fantasma volvió a aparecerse por la puerta grande. “Buenas tardes”, dijo Sánchez a España en pleno, en un lapsus que denota que él marca sus propios tiempos hasta en los relojes ajenos. Desde los días de la pandemia, en los que comparecía cada sábado y concitaba al 100% de la audiencia para saber si podíamos salir a por el pan solos o en compañía de otros, no se veía tanta expectación en ese púlpito. E hizo lo que sabe hacer mejor que nadie: mantener la tensión narrativa, como un Jorge Javier de La Moncloa, sin aclarar si abandonaba o no la casa hasta el último segundo para mantener en vilo a la parroquia y que aquí no cambie de canal, ni de voto, ni el Tato. Que sigue, dijo, porque, si no, ganan los malos. Que sigue, dijo, porque sin él los suyos no pueden vivir solos. Que sigue, dijo, porque si se va, el caos. Lo malo, y lo bueno, es que todo eso es cierto, según para quien lo escuche. Lo bueno, y lo malo, es que al presidente se le ha visto todo estos días. Los rivales, han identificado su flanco débil, el sitio donde darle más fuerte. Los suyos, han constatado la amarga certeza de que no pueden depender del César hasta para levantarse por las mañanas, no sea que los deje a su suerte sin avisarles.

Y sí. Todo eso es compatible con que el presidente sea un hombre sensible y enamorado que las esté pasando canutas con el acoso a su esposa. Con que un político pueda quebrarse y contarlo, pararse a pensar, caer y levantarse una y cien veces por el camino sin pudor por mostrar sus heridas. Pero, si de verdad estaba hundido, si de verdad no podía con la vida, podía haberlo mandado todo al carajo y decir ahí os quedáis que yo me piro con mi señora y mis niñas, o rumiar en privado su dilema hasta haberlo resuelto sin necesidad de tenernos a todos con el alma en vilo. Pedro se queda. Y yo que me alegro. Pero de imprescindibles están los camposantos llenos. Los políticos y los otros. Hay un refrán manchego, como hay un tuit de Sánchez, como hay un diálogo de los Simpson, para cada ocasión de la vida. Desde el miércoles al lunes, ese dicho fue: ‘Ni se muere padre, ni cenamos’. Desde hoy, día en que muchos cenaremos a gusto porque padre no se ha muerto, es “To pa na”. Porque sí, hoy rugirá la marabunta de reacciones entre la euforia y la rabia de partidarios y detractores. Pero mañana, a las siete de la tarde, la misma hora en que empezó todo, arranca el macropuente de mayo en Madrid, o sea en la España que manda en los medios, y el lunes, ya de vuelta, comidos, bebidos y descansados, cada cual volverá a su respectiva carga. Ojalá me equivoque.

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Samuel Sánchez
<![CDATA[Marta Sánchez: “No se me valora como compositora lo que se debería porque no llevo una guitarra colgada”]]>https://elpais.com/cultura/2024-04-28/marta-sanchez-no-se-me-valora-como-compositora-lo-que-se-deberia-porque-no-llevo-una-guitarra-colgada.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-04-28/marta-sanchez-no-se-me-valora-como-compositora-lo-que-se-deberia-porque-no-llevo-una-guitarra-colgada.htmlSun, 28 Apr 2024 04:05:27 +0000Hay entrevistas que se tuercen nada más empezar, no se sabe muy bien por qué, y que no acaban de enderezarse del todo, dure lo que dure encendida la grabadora, pese al empeño de ambas partes por conseguirlo. Esta es una de ellas. La cita con Marta Sánchez es a las seis de la tarde, a local cerrado, en Kabuki, un exclusivo restaurante madrileño de moda participado por su pareja, el empresario canario Federico León, Fede para ella y sus amigos, que recibe y charla simpatiquísimo con la periodista hasta que llega la entrevistada. Sánchez saluda correcta, pero con aire más frío, quién sabe si por timidez o reserva, y se ofrece al trámite sin más ceremonia. Ya a solas, instaladas frente a frente en la mejor mesa del local, se impone romper el hielo. El éxito del intento es relativo.

Sospecho que no le entusiasman las entrevistas. ¿Qué son para usted, después de casi 40 años de carrera?

Pienso que las entrevistas son una especie de recordatorio a la gente de que estás ahí. Una ventana importante para los artistas. Necesito de mi público, que da sentido a mi carrera. Hay que regar la planta para que siga sana y creciendo, seguir dándole cuerda a la maquinaria. Pero, sí, a veces en las entrevistas se demandan una serie de curiosidades del entrevistador, datos personales, que no son tan necesarios.

¿De qué le gustaría hablar en esta?

Estaría muy bien hablar del trabajo de uno. Explicar en qué estás, qué presentas, qué quieres que la gente sepa profesionalmente de ti, o de aspectos de la vida, de todo un poco. Menos de política, porque de política no se puede hablar en este país

¿Por qué?

Porque no se respeta tu opinión.

¿No se ha sentido respetada con algo que haya dicho?

No. Pero no me saques ese titular, por favor te lo pido. Es como el fútbol, si eres del Atleti, los del Real Madrid se enfadan, y si eres del Real Madrid, se enfadan los del Atleti.

No me saques ese titular, por favor te lo pido. Es como el fútbol, si eres del Atleti, los del Real Madrid se enfadan, y si eres del Real Madrid, se enfadan los del Atleti”

¿Cree que eso influye a la hora de que la gente vaya o no a sus conciertos?

No. A mis conciertos se va a verme cantar y a disfrutar de mi música. Pero, volviendo a lo de las entrevistas, si me la vas a liar con ese titular me haces polvo, y no me ayudas, porque la gente se toma los titulares muy a pecho. Lo puedes poner en el texto, pero no titulando.

¿Tanto le afectan las críticas?

Hay un dicho que dice que el periódico de hoy envuelve el pescado de mañana. Entonces, siempre pienso un poco en eso. Todo pasa. Todo pasará. Pero, en el momento, sí que me provocan molestia.

Fui a verla cuando cantaba con Olé Olé, con 20 años, y se comía el escenario. ¿Cómo ve hoy a aquella Marta?

Esa Marta tenía clarísimo desde los cinco años que quería cantar, porque era la profesión de mi padre, y lo que me hacía feliz. A los 20 años, sabía que quería ser especial. Yo. Única. Y, sí, puedo presumir de no haber copiado a nadie. Mi padre, que era cantante de ópera, decía: “Hazlo lo mejor que puedas y, sobre todo, nunca copies a nadie”. Influencias sí he tenido. Es ley de vida. Nos alimentamos y retroalimentamos de lo que hemos oído. La Jurado, Ana Belén o Luz Casal son artistas que admiro mucho y que me han inspirado.

Y al revés, ¿se ha sentido imitada?

No lo sé. Igual, después de tantos años de música, a lo mejor he dejado alguna huella en mis colegas en mi forma de ejecutar y de interpretar un estilo. Sí, pero no te voy a decir un nombre concreto.

Marta Sánchez, en el teatro Albéniz de Madrid, donde ofrecerá un concierto el próximo día 19 de junio.

¿Cree haber alcanzado su plenitud profesional?

Llevo 40 años casi cantando y creo que domino mi instrumento, he aprendido muchísimo de él y lo he hecho mi aliado. Hay algo que juega en mi contra y es el tiempo. Las cuerdas vocales envejecen, como el cuerpo, y se pierden en agudos. Tengo que recolocar mi voz. Igual ahora no estoy en plenitud de números 1 en las radios, pero si en serenidad, objetividad y selección. Ahora es cuando más controlo mi carrera.

¿Se sigue emocionando con sus canciones?

Con algunas, claro. Y cada vez más, porque, cuando estás con el meollo, de promoción, en plena vorágine, es un poco el día a día. Pero cuando pasan los años y las vuelves a escuchar, dices: qué bonito canté esto, qué interpretación más lúcida y con más gusto.

¿Se canta mejor cuando se es feliz o cuando se sufre?

No hay que mezclar. Yo he sentido un dolor insoportable trabajando por cuestiones personales, de rupturas, o de pérdidas, o de decepciones, la emoción te saca todo a flor de piel. Pero también cuenta mucho tu educación, y mis padres me enseñaron que hay que contenerse. Mi padre cantó una ópera el día que murió mi abuelo.

¿Se ata corto a sí misma?

Sí, soy muy exigente conmigo misma, pero también muy disfrutona. Soy muy tauro, muy pasional, visceral, pero también muy terrenal, muy hogareña, muy de lo mío, y defiendo lo que considero que tengo que defender con uñas y dientes.

¿Ve venir a la gente?

No, me cuesta mucho, soy muy confiada. Demasiado. Aunque, después de muchos machetazos y tropiezos voy aprendiendo, pero, aun así me sigo equivocando, porque la gente sabe fingir muy bien y yo soy pésima fingiendo, se me nota todo. Y eso, en esta civilización, trae más problemas que beneficios.

¿Qué la saca de sus casillas?

Sobre todo, la mala educación, la mediocridad. También la falsedad, la no empatía, la gente sucia.

¿Desaseada?

Sí, sucia. En costumbres, en el orden, en el aseo, todo.

¿Se considera conservadora?

En muchas cuestiones, sí, en otras soy muy moderna, pero, sí, tiendo a ser más conservadora. Hay cosas que no me gustan estética o moralmente, o de costumbres. Pero, vamos, que soy respetuosa con que el prójimo haga lo que quiera en su vida.

¿Religiosa?

Sí, a mi manera. Tuve una época, cuando murió mi hermana [Paz Sánchez, su melliza, murió de cáncer a los 38 años] que me sentí cabreada con Dios y con el mundo, pero he vuelto. Tengo mis ideales, mis valores y mis creencias.

Su canción Soy yo es un prodigio de autoafirmación. ¿La escribió por una ruptura?

Esa canción la escribí en mi cocina y me salió del alma. Fue tras una ruptura, pero no era yo la abandonada. Había dejado yo a una pareja y, sí, es un I Will Survive español. Pero, vamos, he escrito canciones muy buenas en todos mis momentos anímicos.

¿Qué siente al escuchar ese himno?

Pues mira, cuando escucho mis letras, y han sido éxitos, creo que, de alguna manera, no se me valora como compositora lo que se debería quizá, sobre todo, porque no llevo una guitarra colgada, que es la imagen con que se asocia a las cantautoras en este país.

Todas tenemos un pasado. A veces me horrorizo de algunos ‘looks’ que llevaba, pero también creo que he sabido rectificar a tiempo y corregirme”

Su imagen ha sido también su seña de identidad, y 40 años dan para mucho.

Todas tenemos un pasado. A veces me horrorizo de algunos looks que llevaba, pero también creo que he sabido rectificar a tiempo y corregirme. Ahora ya no me la juego tanto porque, con el tiempo, las facciones de la cara no lo permiten. Con la edad hay que tener más comedimiento.

Me encanta que se autorreivindique como autora. No es frecuente en nuestra generación.

Bueno, mujeres que valen mucho ha habido siempre. Es verdad que la diferencia de derechos y de posición y de oportunidades ha dejado mucho dolor. Desde Cleopatra, Marie Curie, Marilyn Monroe, la Thatcher, Juana de Arco. Siempre ha habido mujeres poderosas. Lo que pasa es que hay que seguir luchando, pero yo creo que se nos ha dado muchísimo sitio a lo largo de esta lucha.

¿Ha sentido machismo en su gremio?

En el sentido de que los puestos de mando, la mayoría eran hombres, pero también es verdad que soy la niña mimada del pop español.

Le dijo a su amiga Vicky Martín Berrocal en su podcast A solas que no deja que la menopausia entre en usted. ¿Tiene síndrome de Peter Pan?

A ver cómo te lo explico.

Inténtelo: yo también soy menopaúsica.

Me parece una hipocresía alabar la menopausia como algo bello o una etapa maravillosa. A ti te puede parecer que es una etapa estupenda, pero yo creo que el 99,9 por ciento de las mujeres no les parece eso. No tengo problema en cumplir años. El 8 de mayo cumplo 58 y pienso celebrarlo por todo lo alto, y cada vez más.

Me daría miedo una vejez sin llevarme bien conmigo misma. Miedo a la soledad mal llevada”

¿Le da miedo la vejez?

Me daría miedo una vejez sin llevarme bien conmigo misma. Miedo a la soledad mal llevada. El peligro de acabar sola es muy probable. Que mi pareja no esté porque me deje, o le deje, o fallezca antes que yo. De mayor me gustaría llevarme muy bien conmigo misma, con la naturaleza, apreciar cada minuto de mi vida. Y me estoy preparando para eso.

¿Cómo?

Hago terapia y mi terapeuta me recomienda practicar dos cosas muy importantes: la aceptación y el mandar a la mierda al inconsciente, a tu Pepito Grillo malo. Lo estoy logrando después de mucha terapia.

Su hija tiene la edad que usted tenía cuando empezó, ¿Cómo lleva su pavo?

Bueno, mi hija, que tiene 20 años, es mayor que yo cuando empecé y nuestro pavo fue muy distinto al de nuestros hijos. Creo que es por nuestra culpa: antes las cosas eran de otra manera, se educaba de otra forma, mucho más efectivo. Antes había cosas en las que no se protegía al menor, pero entre eso, y lo de hoy hay un término medio, y creo que una educación más estricta viene bien.

¿Se puede enamorar una a cualquier edad?

Claro, hasta los 89 años. Es más, creo que a estas edades nuestras, los 50 y los 60, tenemos un momento de apertura al amor incluso más inteligentemente, a sabiendas de lo que quieres y lo que no quieres. Estás preparado para recibir, a lo mejor, el amor más grande de tu vida.

¿Es consciente de su imagen de diva estirada ahí fuera?

Sí, y no lo entiendo, porque soy todo lo contrario.

Igual es porque no se muestra como es en las entrevistas.

Es que creo que no hace falta saberlo todo de un artista, ni de nadie. Yo admiro muchísimo a Meryl Streep y no sé nada de ella.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Letizia destaconada]]>https://elpais.com/opinion/2024-04-25/letizia-destaconada.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-04-25/letizia-destaconada.htmlThu, 25 Apr 2024 03:00:00 +0000El otro día, a mis 57 añazos de vida y treinta y tantos de carrera, fui a trabajar en zapatillas deportivas por primera vez en la historia. Tenía en puertas un viaje de esos de patearte una ciudad a destajo y quería domarlas antes de que me mataran ellas a rozaduras. Y dirán ustedes: a nosotros qué nos importa. Razón no les falta. Pero dejen que me explique, a ver si logro que se entienda mi problemática. Ese día no era una jornada de trámite, de esas en las que no levantas el culo de la silla y da igual que vayas en pijama. Al revés, tenía un par de entrevistas: una con un actor en un local de moda y otra con un pez gordo en su pecera, y, calzada de tal guisa, a ras de suelo, me sentí baja, torpe, fea y gorda, y pensé que todo el mundo lo notaba. Por supuesto, tamaña paranoia solo estaba en mi cabeza. Hace lustros que colegas de toda edad y pelaje, de becarias a directoras, van a trabajar con calzado plano y las veo tan profesionales y tan monas. Pero, personalmente, soy incapaz de bajarme de la tarima sobre la que he edificado mi autoconciencia hasta el punto de llevar alzas hasta en las chanclas de playa. Y dirán ustedes: vaya inseguridad en sí misma la de una señora que depende de la altura de sus suelas para sentirse cómoda en su pellejo. De acuerdo. Pero no creo ser la única.

Por eso me enterneció tanto ver a Letizia Ortiz, reina de España, sentada en un escabel con su tiara, su banda y su vestido de gran gala en el besamanos de su viaje oficial a Holanda, por no poder aguantar de pie después de toda la vida subida a sus tacones de vértigo. Si a mí, que no me mira nadie, me incomoda bajar a tierra, imagínense a ella, con millones de ojos fiscalizándola, y al lado de una homóloga tan imponente como para ser llamada Máxima de los Países Bajos sin sonrojarse. Estoy segura de que Letizia, como yo misma, cree que la majestad, la profesionalidad y la dignidad se llevan puestas desde la cuna, y que el hábito no hace a la monja. Pero bien que la arma. Las deportivas, por cierto, me desollaron viva y he vuelto a subirme a los tacones con tiritas a la espera de montarme en las más cómodas cuñas de esparto del verano. Apuesto a que Letizia piensa lo mismo. No sabes cómo te entiendo, reina.

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<![CDATA[Tristán Ulloa: “Me sobrecoge verme como el padre de Asunta”]]>https://elpais.com/television/2024-04-21/tristan-ulloa-me-sobrecoge-verme-como-el-padre-de-asunta.htmlhttps://elpais.com/television/2024-04-21/tristan-ulloa-me-sobrecoge-verme-como-el-padre-de-asunta.htmlSun, 21 Apr 2024 03:15:00 +0000Las entrevistas de promoción son frías por definición. Y esta con Tristán Ulloa en vísperas del estreno de El caso Asunta, en Netflix, no iba a ser una excepción. He aquí a dos desconocidos que se encuentran por primera y puede que última vez en su vida para hablar de personas y personajes, de intimidades propias y ajenas. Ulloa —el intérprete que clava a Alfonso Basterra, padre y asesino, junto a su exesposa Rosario Porto, de la niña Asunta, según sentencia firme judicial— llega a la cafetería del barrio de Malasaña de Madrid donde hemos quedado acompañado por una asistente de comunicación y se pone a disposición, correcto y cordial, pero sin poder disimular cierto nerviosismo, midiendo cada palabra. Con el tiempo y la charla, va templándose y abriéndose quizá algo más de lo que pensaba. Hasta el punto de que, después, pide amablemente obviar ciertas partes de la conversación que considera demasiado personales. Aunque dice que, a estas alturas de su vida, “nada es tan serio ni importante”, se nota que sigue preocupándose, y mucho, por lo que de verdad importa.

Si digo: “Alfonso Basterra”, ¿qué le sugiere?

Un enigma.

¿Y Rosario Porto?

¿Sabes qué pasa? Que me cuesta hacer esto, porque es simplificar. Me he propuesto no juzgarlos. Más allá de lo que hicieran o dejaran de hacer. De si son inocentes o culpables. Nuestra historia, la que se recrea en la serie, tiene que ver con ellos, pero también con el movimiento social y mediático que se generó alrededor.

¿Siguió el caso en su día?

No, es más, cuando me lo propusieron, me tuvieron que refrescar la memoria. Tenía una idea muy vaga. Además de la documentación, entrevistas con policías, testigos, abogados, recibimos todo tipo de información, rumorología, cotilleos, de todo. En el rodaje, en Galicia, todo el mundo tenía una opinión al respecto. Tuvimos que separar el grano de la paja, abstraernos del ruido. Creo, sinceramente, que nunca se sabrá qué pasó exactamente. Como sociedad no estuvimos a la altura. Puedes tener enfrente a un monstruo, pero no te puedes convertir tú en otro peor.

¿Cómo se aisló de todo ese ruido?

Bueno, soy actor. Se trataba de encarnar a un ser humano. Ante la enormidad del reto, Candela Peña [la actriz que interpreta a Rosario Porto, la madre de Asunta] y yo acordamos ir escena a escena, plano a plano, uno detrás de otro. Ponemos preguntas encima de la mesa, pero no nos corresponde a nosotros contestarlas.

Como sociedad no estuvimos a la altura. Puedes tener enfrente a un monstruo, pero no te puedes convertir tú en otro peor.

¿Le sorprendió lo que vio de usted en el resultado final? Le confieso que me impresionó verlo.

Mucho. Me sobrecoge verme como el padre de Asunta. Fue complicado. De hecho, no quería hacer ese papel. No me encontraba muy fuerte como para afrontarlo. Venía de interpretar en la serie Berlín a un personaje muy lúdico, disfruté mucho y no me veía capaz de meterme en ese abismo. Mira, esa es la palabra que puede definir lo que me sugiere Rosario Porto. Un abismo profundísimo. Me tuvieron que convencer. Cuando vi el guion, unos mimbres muy potentes y entrelazados que podrían soportar ese peso tan pesado, hablé con mi familia y nos fuimos todos a Galicia durante ese verano para estar juntos en esto.

¿Le ha ocurrido otras veces? Sobrecogerse a sí mismo en pantalla, digo.

Ha sido de las pocas veces que he intentado tomar mucha distancia con el personaje. Soy padre. Tengo dos hijos: uno cumple 16 este año y la niña, 8. Imagínate interpretar a un supuesto asesino de su hija. Todo me resuena muchísimo. Llegaba por la noche y desconectaba, pero a mi hija le llegaban cosas, me oía hablar por teléfono... No deja de ser una niña y me preguntaba cosas de otra niña. Fue muy impactante.

¿Se arrepiente de haber aceptado el papel?

No, fue duro, pero creo que he crecido algo como actor, y seguramente como persona.

A los 53, ¿sigue creciendo?

Digamos que, a los 53, se sigue aprendiendo, pero ya le has dado la vuelta al jamón.

Tristán Ulloa, en Madrid, el 10 de abril.

¿Y cómo le sabe esa segunda parte?

Más sabrosa que la primera. Sigo teniendo miedos e inseguridades, que fue por lo que me metí en esto de la interpretación, pero tengo más conocimiento, más experiencia, estoy más armado. Para mí, la actuación es una terapia que no acaba nunca. Lo disfruto todo más, soy más consciente, no me tomo tan en serio. Todo eso son mantras que me digo a mí mismo, a pesar de que ahora esté midiendo mis palabras.

¿No le gustan las entrevistas?

Me dan pudor. Llevo 30 años en esto y todavía me pongo nervioso delante de un micrófono.

Siempre se pregunta a las madres, pero ¿cómo es para usted la paternidad?

Es un examen diario. Mi hijo tiene cosas de mí, de hecho estoy viendo cosas de mí que no me gustan tanto en él. Tengo la sensación de que el ejemplo que he querido ser para ellos se me ha venido abajo muchas veces. Haces cosas que no tienen que ver con eso. Te ponen a prueba, te cuestionan, es un examen diario y no siempre apruebas.

¿La familia puede ser el cielo o el infierno?

Bueno, no elegimos dónde nacemos. De adulto, tus compañeros de viaje son quienes tú eliges, pero a veces uno tiene que llevarse bien con gente que no ha elegido. El amor de los padres, mal ejercido, puede ser una losa muy grande. Y, entre las parejas, creo que es muy difícil juzgar una relación ajena y de tantos años. Yo, por ejemplo, llevo muchos años con mi pareja, y trabajamos la relación. No se trata de aguantar nada, sino de conocerse profundamente y llegar a acuerdos continuamente. Si quieres un compañero o compañera de vida, el amor solo no basta. Tiene que haber mucho más que amor en una relación larga para que se sostenga.

No sé cómo le va personalmente en esta etapa, pero profesionalmente, le va de miedo.

Estoy contento. Pero, hace nueve años, no las tenías todas conmigo: pensé que iba a dejar esta profesión. No me llamaban para cosas interesantes, empecé a hacer cualquier cosa y empezó a no gustarme esta profesión, perdí la ilusión, me sentía muerto como actor, había perdido el pulso. Hasta que conocí a alguien, Ana Belén Burgos, mi nueva representante, y me dijo: si me dejas, voy a hacer que tengas ganas de volver a trabajar.

¿Y lo logró?

Me doy una hostia. Ella fue mi Jerry Maguire particular. Encontré a una persona que confió en mí y me hizo empezar desde otro sitio, en inglés, y eso me supuso un aliciente, ganas de superar ese abismo que sentía. Me dio una lección de humildad. Recuperé el pulso. Y aquí estoy.

Nació en Francia, nieto de exiliados republicanos, e hijo de emigrante gallega, y se crio en Madrid. ¿De dónde se siente?

A veces, cuando me preguntan, tengo que pensarlo. Puedo decir que soy de Madrid, pero me reconozco mucho en la idiosincrasia gallega. Debe de ser mi gen dominante. Hay un gallego en la Luna, dicen. A los gallegos se nos da bien la melancolía, la tormenta, la lluvia, la bruma, la niebla, y también el humor. Reírme de mí mismo me ha salvado de mí muchas veces.

Tiene hijos pequeños y a su madre en una residencia de mayores. ¿Cómo se vive en medio del sándwich?

No sé cómo lo haré como padre, con la rebanada de abajo. Pero lo que sí sé es que con la rebanada de arriba tuve muy buenos cimientos. Mis padres me tuvieron muy jóvenes. Mi madre sigue siendo mi confidente, aunque ahora no me conteste, y siento que le debo todo. Me parece terrible algunas situaciones con los mayores en las residencias. La pandemia fue terrible. Una mujer vestida de astronauta te ponía delante a tu madre que, como no registra nada, gritaba como en un frenopático. No me entra en la cabeza que la gestión de las residencias no sea pública.

Hablaba antes de sus miedos. ¿Teme a la vejez?

No, no. Fíjate, mis miedos tienen que ver con cómo no descuidar a mis hijos, a mi madre, a la gente que tengo a mi cargo, con cómo aceptar que no puedo ser un tipo perfecto, impoluto, supereficiente, infalible. El miedo que puedo tener es a cagarla. A no estar. Por no seguir cuidando a los que tienes que cuidar. Por otro lado, dices, nadie es imprescindible y todos somos falibles. No sé, en esta segunda parte del jamón estoy intentando quitarle la grasa, no perder tanto tiempo, quitarle peso a la vida. Estoy en ello.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Nosotras lo valemos]]>https://elpais.com/opinion/2024-04-18/nosotras-lo-valemos.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-04-18/nosotras-lo-valemos.htmlThu, 18 Apr 2024 03:00:00 +0000En 1971, hace la friolera de 53 años, Ilon Specht, una joven creativa recién contratada por la poderosa agencia McCann en Nueva York, parió uno de los eslóganes más memorables no ya de la historia de la publicidad, sino de la historia a secas. Cuentan las crónicas que la brillante Specht, de 23 años, cabreada con su situación de última mona en una firma y un sector dominado por hombres, y asqueada con el papel decorativo de las mujeres en los anuncios creados por ellos, aprovechó esa rabia para tirarse de cabeza a la piscina, arriesgándose a rompérsela, con su propuesta de lema para un tinte del gigante mundial de la cosmética. Como era más caro que los de la competencia, Ilon propuso arengar a las potenciales clientas a comprarlo al grito de Because you’re worth it. O sea: porque tú lo vales. El éxito fue fulminante. Cientos de millones de mujeres en el mundo se sintieron aludidas. Claro que lo valían. Ya bastaba de sentirse culpable por todo lo que no fuera ponerse las últimas en su lista de prioridades. Más de medio siglo después, ese porque nosotras lo valemos sigue siendo el mantra con el que nos apela no solo L’Oréal, sino cualquiera que quiera vendernos algo. Incluidas nosotras mismas. Pero el carácter puramente comercial del asunto empieza a ser historia. Las señoras no solo compramos. También vendemos. Y empezamos a pregonarlo.

El goteo es constante. El pasado noviembre, Úrsula Corberó ya se iba tras agradecer a los suyos el Premio Ondas cuando volvió al estrado, cogió el micro y dijo: “Me lo dedico a mí misma, por ser tan trabajadora y tan valiente: estuve a punto de decir que no este papel, pero me lancé y aquí he llegado”. La comunicadora Henar Álvarez y la politóloga Verónica Fumanal acaban de declarar desde estas mismas páginas que sí, qué pasa: son muy buenas en lo suyo y, si no se lo dice nadie, ya se lo dicen ellas. Algo impensable hasta hace nada sin que te contestaran “esta quién se ha creído”. No solo los hombres, también las congéneres. Yo, la primera. Pero eso se acabó.

Basta de quitarnos importancia. Tenemos tan interiorizada la modestia que ni nos permitimos pensar que pueda ser falsa. Corberó, Álvarez, Fumanal y tantísimas otras se lanzan cada día a la piscina y claro que hay agua. Pero aunque no la hubiera. Ellos se tiran al cloro, haya o no haya, y luego, además, el rollo. No tengo ni idea de si, después de aquel pelotazo, Specht llegó a jefa en McCann, si la fichó la competencia, si montó su propia agencia o se dedicó a vender helados en el Polo. Lo que sé es que fue, es y será una jefaza.

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Quique García
<![CDATA[Anabel Alonso: “Ahora le digo a mi hijo todos los ‘te quiero’ que no le dije a mi madre”]]>https://elpais.com/cultura/2024-04-14/anabel-alonso-ahora-le-digo-a-mi-hijo-todos-los-te-quiero-que-no-le-dije-a-mi-madre.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-04-14/anabel-alonso-ahora-le-digo-a-mi-hijo-todos-los-te-quiero-que-no-le-dije-a-mi-madre.htmlSun, 14 Apr 2024 03:30:00 +0000Charlamos a media mañana en el ambigú del teatro Reina Victoria, en pleno centro de Madrid, donde la noche del 18 de abril se volverá a meter en el pellejo de La Celestina, después de haberla representado por toda España. Debe de gustarle su aspecto caracterizada como el personaje de la alcahueta más célebre de la literatura española, puesto que, durante un tiempo, su perfil de WhatsApp era una foto maqueada de tal guisa. Nada que ver con la actualísima imagen que luce hoy Alonso: traje pantalón extragrande de pana color hueso y zapatillas deportivas. Su voz y su presencia, reconocible para varias generaciones de espectadores que la han visto como la Pruden, de Los ladrones van a la oficina, la Diana de Siete vidas o la Benigna de Amar es para siempre, rol que acaba de dejar después de 10 años en antena, son los mismos. Alonso está de aniversarios redondos. Este año cumple 60 años de vida, 40 de profesión y 4 como madre de su, por ahora, único hijo, Ígor, con su esposa, la dramaturga argentina Heidi Steinhardt. Está que exulta.

¿Leyó ‘La Celestina’ en el instituto?

Sí, en segundo de BUP, con 15 años. Me pareció un coñazo. No me interesó nada. Primero porque fue por obligación y, cuando algo es obligado, te fastidia, aunque de mayor reconozcas que es un pedazo de libro. Y luego porque no entendía nada, ni el lenguaje, ni la acción, nada. Lo leí para aprobar y aprobé. Ahora lo he vuelto a leer, para enriquecer mi papel y el personaje, y he puesto mogollón de notas a pie de página. Es gracioso, hoy Celestina sería ‘Celestinder’.

¿Es muy de documentarse sobre el personaje?

No soy muy teórica, soy más de tripas. Los personajes no dejan de ser personas, sean reales o ficticios, de época o de ahora, y los paso siempre por mí misma. Creo que les da más humanidad y verosimilitud. En eso, este trabajo es una maravilla: cuantas más cosas te pasan, más abierta tienes la cabeza y más comprendes al personaje. Empecé muy joven, haciendo teatro aficionado, y fui aprendiendo a hostias, porque la vida me hizo así, como a Jeanette.

¿Rebelde?

También, pero con causa. Las hostias no son agradables, pero son lo que más enseña: a ser más fuerte, a sobrellevar los reveses, a no ahogarte en un vaso de agua.

Pero usted fue popularísima muy pronto. ¿No se puso insoportable?

No creas. Mi eclosión fue en el 93, a los 28. Me había puesto ese tope. Si para entonces no lograba vivir de esto, me hacía guía, que para eso estudié Turismo. Mis padres querían que estudiara algo serio, porque yo quería hacer teatro. A los 28 se me apareció la virgen y el santoral en pleno con Los ladrones van a la oficina. Imagínate, para una tía desconocida de Santurce, como yo, trabajar con Fernán Gómez, López Vázquez, Manuel Aleixandre, Agustín González, Resines, Fernando Rey, Lola Flores, Paco Rabal. Por allí pasó todo Dios de esta profesión. No me puse insoportable porque luego tenía que sacar al perro a pasear y recoger las cacas a mano. Y luego, hay que mantenerse.

Algo tendrá cuando la bendicen.

Pues mira, que soy una actriz ninini: ni guapa ni fea, ni gorda ni flaca, ni alta ni baja, ni canto ni bailo. Ser singular, que no haya nadie como tú, ese es el hecho diferencial. Y aquí sigo. Llevo 58 años cotizados, casi los que tengo, con eso de las duplicaciones y tal. No he parado de currar en la vida.

¿Su vis cómica ha sido un lastre para hacer otro tipo de papeles?

Hacer reír es un don, el mejor, y se tiene o no se tiene. Esa vis cómica me ha dado mucho trabajo. El 90%. Además, la comedia es un género con muchos estilos y muchas formas de hacer y muy gratificante. La gente me ve por la calle y me sonríe, eso no tiene precio. Me gusta lo que soy. Por dentro y por fuera. Pero, sí, aquí parece que la comedia es la hermana fea, la cenicienta.

Y no cosecha tantos premios como el drama.

No me quejo, yo me siento muy querida por el público. A mí, como espectadora, me cuesta mucho reírme. Yo lloro con los anuncios de turrones, pero la risa es insobornable. Normalmente, los actores de comedia pasan bien al drama, pero al revés es complicado.

Es querida, pero en Twitter también tiene ‘haters’. ¿Por qué se mete en tantos charcos políticos?

Porque soy una ciudadana y opino de lo que creo oportuno, a mi estilo. En las redes, a veces, dices “buenos días” y te responden “serán para ti, roja subvencionada”. Cualquier cosa que digas se te puede volver en contra. Intento encajar las críticas. Cuando me llaman “Charo”, o “vieja”, les respondo “cuñados”, o “Hulio”. No me ofenden. Ojalá lleguen a mi edad.

Anabel Alonso, repantingada en el sofá del ambigú del teatro Reina Victoria de Madrid, donde representará 'La Celestina'..

¿Cree, como algunos colegas suyos, que en los 80 había más libertad?

Bueno, cada uno cuenta la feria como le fue. Igual, si estabas en un entorno geográfico y social concreto podías hacer lo que te diera la gana, pero, en otros, no, esa es la historia del mundo. Igual recordamos el pasado como más bonito porque éramos más jóvenes, salíamos del franquismo y lo veíamos todo de otro color.

¿Usted, siendo lesbiana, se sentía más libre?

Nunca estuve en ningún armario y siempre he vivido como he querido. Pero ya digo que depende del ambiente en que te muevas. Yo ahora veo a chicos con chicos, y chicas con chicas de la mano, o besándose por la calle, aunque estemos dando pasos atrás. En mi época, desde luego, no íbamos de la mano, por más libertad que dijeran que había. Cada una tiene su momento para sentirse liberada y hacer visible su orientación. Yo he vivido y vivo mis amores con cotidianidad y normalidad. No hay por qué hacer un comunicado. Cada uno hace lo que puede y lo que le sale, y bien hecho está.

¿Sus padres sabían?

Sabían, pero no se hablaba de ello. Igual que nunca se hablaba de mi carrera. Para ellos siempre fui Ana, o la cría. Mi padre murió en 2015 y mi madre el año pasado, con 94 años. Afortunadamente, pudo conocer a mi hijo, pero poco tiempo. Lo que pasa es que yo he sido madre de mis padres durante mucho tiempo. Ser hija única no es fácil. Y menos en mi caso, que hubo tragedias familiares muy duras previas [murieron sus dos hermanos mayores]. Mi madre arrastraba muchas amarguras y, a veces, lo pagas con quien tienes delante, nunca estás satisfecho, no eres nunca lo suficientemente buena como hija. Ahora que soy madre, hago todo lo contrario con mi hijo.

O sea, que lo mima a base de bien.

Potencio todo lo que hace, le aplaudo con las orejas, trato de reforzarlo. Lo estamos educando sus madres, dos mujeres, y verlo crecer y aprender es algo fascinante y maravilloso. El otro día nos dijo que estaba “cansada”, porque, claro, nos oye a mi mujer y a mí decirlo cuando llegamos a casa, y lo reproduce. Es maravilloso. Ahora le digo a mi hijo todos los “te quiero” que no le dije a mi madre.

¿Nunca se lo decía?

Pero, qué dices. En mi casa nunca nos hemos dicho “te quiero”. Jamás, en mi vida. Somos vascos, tenemos esa especie de pudor por expresar los sentimientos, y más la gente de su generación. Pero, bueno, miento. Empecé a decirle “te quiero” a mi madre, bajito, fíjate lo que es el pudor, en la residencia, cuando perdió la cabecita. Pero en plena posesión de sus facultades nunca, jamás. Ni ellos a mí ni yo a ellos.

En septiembre cumple los 60. ¿Cómo se queda?

[Pone caretos]. Fíjate, yo nunca he tenido crisis, ni la de los 40, ni la de los 50, pero reconozco que ese 6, me impresiona. Igual porque está relacionado con la tarjeta dorada de Renfe y todo eso. Yo qué sé. Yo me veo muchísimo más joven que esas señoras y señores.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Saber irse]]>https://elpais.com/opinion/2024-04-11/saber-irse.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-04-11/saber-irse.htmlThu, 11 Apr 2024 03:00:00 +0000Hace tiempo, antes de que la pandemia terminara de encerrarnos en nuestros respectivos laberintos, hubo un compañero que se jubiló como está mandado: con su edad reglamentaria, sus trienios cotizados, su pensión máxima y sus 20 años de esperanza de vida por delante, pero que no acabó nunca de romper el cordón umbilical con el curro. Cada poco, se presentaba con cualquier excusa en la casa que había sido más que la suya, saludaba a sus estresados excolegas, que lo veíamos venir de lejos con una mezcla de envidia y fastidio, y, al poco, cuando se quedaba más solo que la una, se iba con su pachorra de desocupado y su escapulario de visitante a cuestas hasta la próxima. Así estuvo unos años, no muchos, hasta que, a la vuelta de unas vacaciones, supe que se lo había llevado un cáncer por delante, sin poder siquiera ir al tanatorio a despedirlo, y me reconcomió la conciencia los cinco minutos que tardó el jefe en endosarme el primer marrón de la temporada e írseme el santo al cielo. No estoy orgullosa.

Desde entonces, se han ido jubilando, más o menos jubilosamente o a la fuerza, docenas de camaradas, ellos y ellas, y cada cual se ha retirado a su estilo. Desde los que quedan a comer en el polígono con los amigos todas las semanas a los que desaparecen del radar y pasan, figurada y literalmente, a mejor vida. A algunos se los echa de menos. Otros se van sin pena ni gloria. Los menos llevan tanta paz como descanso dejan. Para mí, los peores, sin embargo, son quienes se creen imprescindibles, no aceptan pasar a un segundo plano, sea cual sea su idea del primero, y, en su soberbia, creen que, después de ellos, el caos. Me irritan tanto como me conmueven. No debe de ser fácil irse del sitio donde has pasado tres cuartos de tu vida y has sido todo, sobre todo si lo de fuera no basta para saciar tu sed de protagonismo y reconocimiento, seas el gran jefe o el último indio. Personalmente, aspiro a hacer un discreto mutis por el foro, disfrutar de la bolsa y de la vida que me queden y dejar un buen recuerdo en la gente a la que le di, y me dio, lo mejor de mi trabajo. Espero que para entonces, sea mañana o a los 95 tacos, según amenazan los gurús del ultraliberalismo, me quede vivo algún colega de los que te dicen las verdades a la jeta que me lo recuerde. Y, si no, que me pegue un tiro.

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ÓSCAR CORRAL
<![CDATA[Henar Álvarez: “Soy muy buena en lo mío, me revienta la falsa modestia”]]>https://elpais.com/cultura/2024-04-07/henar-alvarez-soy-muy-buena-en-lo-mio-me-revienta-la-falsa-modestia.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-04-07/henar-alvarez-soy-muy-buena-en-lo-mio-me-revienta-la-falsa-modestia.htmlSun, 07 Apr 2024 03:30:00 +0000Quedamos a salto de mata, digo a salto de la endiablada agenda de Álvarez, en la sede de Onda Cero, en la periferia de Madrid, donde acaba de ser entrevistada por Julia Otero, y donde los colegas de la competencia nos ceden amablemente una sala para la charla. La vida de Henar Álvarez, cómica y podcáster, es últimamente una yincana de trabajo, viajes para promocionar su segundo libro, Ansia, y treguas en casa con su hijo, de 7 años. Así que, como el fotógrafo la retrató al vuelo en la estación de Atocha durante uno de esos tránsitos, hoy no se ha complicado la vida y se presenta sin más artificio que el pelo enrollado en un moño sobre la coronilla y dos rabillos en los ojos sobre la cara lavada. No hace falta romper el hielo, aunque no nos conozcamos. Es vernos, y sonreírnos, cómplices. Hace años, ella puso un tuit en el que decía que estaba en el Vaticano, le habían obligado a cubrirse los hombros para entrar en la basílica, pero que lo que no sabían los vigilantes es que no llevaba bragas en tan sagrado templo. Una turba de tuiteros, entre ellos yo misma, se lanzaron a afearle esas formas y ella tomó nota. De formas y fondos va esta conversación. Y la vida.

Ya no se mete en tantos charcos en las redes.

No, me quité de Twitter (ahora X) y ahora solo lo utilizo para difundir mi trabajo. A ver, que yo critico mucho, opino de todo, y me encanta cotillear sobre otros, pero con mis amigos en los bares o en privado. Como sé lo mal que se pasa cuando de repente te llega un aluvión de mierda en las redes, hace tiempo que no escribo nada personal en ellas.

¿Por qué cree que nos enzarzamos tanto?

Porque nos aburrimos, y nos apetece un drama. Es como cuando te levantas con ganas de discutir con tu pareja, o con el primero que se te ponga por delante, pero a lo bestia. En redes estamos demasiado excitados, sobreinformados, consumimos mucha más información de la que necesitamos, y nos pasa como con la droga. Cada vez desarrollas más tolerancia y necesitas más, más rápido, más fuerte. Yo, antes de quitarme, si tenía 3.000 mensajes, los veía todos.

¿Le afectaban más los buenos o los malos?

Antes, los malos. Ahora me da igual. Igual de malo es leer mil comentarios llamándote puta que otros mil llamándote diosa, porque no soy ni una cosa ni otra.

¿Ha tenido el síndrome de la impostora?

Nunca. Te lo juro. Creo que tiene que ver con la cantidad de peña mediocre que he visto trabajando a mi alrededor. Pienso, si a este tío, porque la mayoía son tíos, no le da vergüenza hacer eso, por qué la voy a tener yo, que soy mejor que él, aunque sea por comparación. Sé que soy muy buena en lo mío, me revienta la falsa modestia. Mucho. Hasta darme ganas de abofetear a la gente que dice con la boca pequeña que no es brillante, o guapa, cuando sabe que lo es.

¿Esa seguridad en sí misma es genuina o conquistada?

La verdad es que también hay mucho de política en ella. Tengo muchas inseguridades, si hablaras con mis amigas te lo dirían. Mi libro, por ejemplo, se lo di a leer a mucha gente, y les hacía millones de preguntas. En el fondo, solo me muestro segura cuando estoy trabajando. Ahí no me gusta mostrarme vulnerable, no porque no lo sea, sino porque me parece que ya tenemos muchos referentes femeninos de ese palo. Entonces, hostia, me sigue mucha gente, y siento que tengo una responsabilidad con ella.

O sea que gasta coraza gruesa

Sí, la verdad.

No será de maquillaje, aunque su protagonista, Natalia, se pincha bótox a chorro.

Eso es una crítica al sistema. La estética es una forma de tenernos a las mujeres controladas. Cuando era pequeña, se llevaban las modelos de delgadez extrema y veíamos gorda a Kate Winslet en Titanic, tía, que la veo ahora y digo madre mía. Es que hasta yo, que soy una persona humana, he caído en la trampa. He dejado de usar filtros en mis redes, porque vi el peligro. No puede ser que yo, que soy guapa, tengo una cara armónica, cuando dejaba de usarlos, veía a un monstruo. No critico a quien lo haga, pero ves a chicas de 20 años que se quitan las líneas de expresión y parece que tengan 30. Es una locura.

Henar Álvarez, con camiseta con mensaje, fotografiada en la estación de Atocha de Madrid.

Su novela se titula ‘Ansia’. ¿Cómo es de ansiosa?

Mucho, pero fíjate que esa ansia mía la relaciono más con el placer que con el estrés. Soy muy pasional y, como el sistema nos quiere produciendo todo el rato, lo que me gusta, me encanta y lo devoro. Me gustó jugar con esa idea. A Natalia el ansia se le va de las manos, y, al final, no hace las cosas por placer, sino para controlar ese ansia.

Natalia es infiel, ve porno, usa a los hombres...

Pero no encuentra placer en ello. Como no controla su vida, controla su cuerpo. Usa el sexo más como instrumento de poder que de placer. Leí en alguna parte que nos vamos a la cama con nuestro cuerpo y nuestros roles de género a cuestas. No puedo estar más de acuerdo. Aquí y ahora, una tía que hace lo que quiere sexualmente hablando sigue siendo una puta a ojos de mucha gente. Yo veo en TikTok a chicos muy jóvenes diciendo que para que una mujer les guste no tiene que tener un body count (relaciones sexuales con personas distintas) elevado. Cambian los tiempos y las jergas, pero en el fondo es el mismo modelo machista del sexo que cuando yo era joven.

¿Cuánto de usted hay en Natalia?

Natalia no soy yo, pero tiene cosas de mí. Todos los personajes lo tienen, incluso los más repulsivos. Cuando escribo, cuando creo mis monólogos, rebusco en lo más repugnante de mí porque creo que la gente se puede identificar con algo de eso. Todos tenemos nuestras sombras.

¿Cuáles son las suyas?

Pues, por ejemplo, cuando las madres del cole insultan a Natalia llamándola puta por ser infiel o por escribir de su sexualidad, tengo que reconocer que yo también lo he hecho. Ahora tengo más conciencia, pero, de más joven, he insultado a otras mujeres por hacer lo mismo que yo. Nosotras también somos machistas porque vivimos en el mismo sistema.

Pero usted presume de ser libre.

No te creas que me considero muy libre. Tengo mis esclavitudes. Ahora que soy madre, me rayo pensando en que los audios y vídeos míos que hay por ahí puedan provocar que se burlen de mi hijo en el cole. Hay uno, por ejemplo, en el podcast Estirando el chicle, donde digo que he ejercitado tanto el suelo pélvico que puedo partir nueces con el coño. Te reirás, pero me da por pensar que lo usen para reírse del niño. Que a mí me da igual, pero ahora entra otra personita en juego. Eso me trastoca mucho.

¿Cree que eso le pasa a los escritores varones?

Por supuesto que no. No se nos mide por los mismos parámetros. El honor y la decencia de las familias recaen sobre el comportamiento de las mujeres. No hace falta irnos a personajes populares, en cualquier familia, se juzga más y más duramente a las madres que a los padres.

¿Qué otras cosas de usted no le gustan?

Te lo digo abiertamente: soy muy envidiosa.

¿Qué le da envidia?

La gente que tiene mucho dinero y mucho poder. Me da envidia el confort, la tranquilidad. No tener que preocuparte por nada. Para mí la felicidad es que nadie te toque los cojones ni te tosa. Para mí, el mayor cambio vital que he tenido en la vida fue no tener que pensar en no llegar a fin de mes. Y eso pasó hace solo seis o siete años. Y tengo 39.

Hablando de confort, ¿qué cosas le incomodan?

Uf, tantas... Desde que alguien no se duche en una sala cerrada, a que no se paguen los mismos sueldos en una empresa por el mismo trabajo y que estemos viendo un genocidio en Gaza, o que mi novio se meta en la cama sin lavarse los dientes. Tengo épocas en que me da todo más igual y otras en las que estoy más crispada.

Hay quien la llama ordinaria. ¿Le ofende?

No. Soy una persona ordinaria en base a lo que se espera de una mujer aquí y ahora. Hablo alto, digo tacos, me siento como caigo, no cruzo las piernas. No hago por caber en el molde que se nos ha impuesto y que es el que se premia y se bendice.

¿Ese feminismo que “nos une y no nos enfrenta” del que hablan algunos?

Qué pereza. Los movimientos sociales vienen a transformar las cosas, y cuando transformas la realidad, hay gente que sale perdiendo. Entonces, tienes que molestar. El feminismo que no molesta no es feminismo: es marketing.

Por cierto, ¿lleva bragas?

Hoy sí [ríe], pero podría no llevarlas.

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bernardo perez
<![CDATA[Invitadas de más de 50]]>https://elpais.com/opinion/2024-04-04/invitadas-de-mas-de-50.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-04-04/invitadas-de-mas-de-50.htmlThu, 04 Apr 2024 03:00:00 +0000Me han invitado a una boda hiperpija, de esas de asistencia obligatoria, y me han hecho el año. Aquí y ahora, una boda de compromiso es una putada como pocas y bastante más cara que muchas otras, dentro de esas problemáticas del primer mundo con que nos tiene distraídos el sistema para que no nos rebelemos exigiendo lo importante. Total, que aquí me tienes, haciendo cuentas y devanándome los sesos. A los 300 pavos del óbolo de rigor para contribuir al menú de ocho platos y el circo de diez pistas organizado por los novios con fines recaudatorios para su luna de miel en las antípodas, hay que añadir tu viaje y tu noche de hotel en el marco incomparable de marras; tu maquillaje y peluquería, y tu modelito para no desentonar con la flora y la fauna del convite, que una es muy rebelde de boquilla, pero tiene su amor propio. Menos mal que la revista Elle vino en mi auxilio.

“Meryl Streep lleva el escote ideal para mujeres de más de 50 años que buscan vestidos de madre invitada”, rezaba la alerta que me saltó ayer al móvil, y, por lo que sea, me sentí a la vez indignada y concernida. Que dices tú: con más de 50 palos, en una boda, una mujer puede ser la madre, la hija, la amante o la novia propiamente dicha, y cada una se pone el escote que le da la gana tenga los años que tenga. Vale. El caso es que pinché el enlace y le fiché el modelazo a Meryl, por si las dudas. Conste que menciono el medio, no por señalar a la competencia, dado que, en esta casa, publicamos cosas parecidas, sino porque soy puro público objetivo y el algoritmo, que me conoce mejor que mi ginecóloga, me bombardea con engañabobas y sacacuartos de ese estilo constantemente. Diez cortes de pelo para mujeres de más de 50. Seis pantalones que hacen tipazo pasado el medio siglo. Hasta lencería para menopáusicas, con tejido inodoro e ignífugo, se supone que para no te huelan la data ni salir ardiendo con los sofocos, tengo vistas en alguna firma. En fin. Diréis que suspiro por la herida. No lo niego. Pero igual las señoras estamos hasta ahí mismo de que nos estabulen y clasifiquen por añadas como al ganado. A los señores no se lo hacen, y yo que me alegro. Si se lo hicieran, no les venderían ni Viagra. Y os dejo, que me acaloro. Menos mal que en la boda seguro que regalan abanicos y alpargatas a las señoras y podré airearme el canalillo y bajarme de los taconazos que le voy a copiar a Meryl. Diosa.

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Michael Buckner
<![CDATA[El herpes de Brasero]]>https://elpais.com/opinion/2024-03-28/el-herpes-de-brasero.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-03-28/el-herpes-de-brasero.htmlThu, 28 Mar 2024 04:00:00 +0000A Roberto Brasero, el hombre del tiempo más popular de España, le brota un herpes como el rosetón de la catedral de su Toledo natal en el bigote todas las vísperas de Semana Santa. Son los nervios que le provoca la responsabilidad de acertar con el pronóstico justo en la época más inestable del año, sabiendo que todo el país le escucha como quien escucha el Evangelio antes de tomar decisiones trascendentales: procesiones o chiringuitos; playa o montaña; maletas y escapada o sofá y mantita. Este año, las maquilladoras de la tele han tenido que camuflarle la calentura bajo capas extra de maquillaje porque la previsión ha sido especialmente ingrata, con varios frentes abiertos arruinando las ganas de anticiclón generalizado. Aun así, hay quien ha seguido con sus planes contra viento y marea, rezando para que se equivocara. No ha sido el caso. Las lágrimas de los cofrades que no pueden sacar a sus santos a la calle después de un año de espera y las caras entre el cabreo bíblico y la resignación cristiana de quienes pasean muertos de frío por las mismas playas donde, probablemente, el lunes próximo luzca un sol que raje mientras ellos vuelven a galeras acreditan que la fe quizá mueva montañas, pero no borrascas. Benditos sean. Al menos, habrán cambiado de aires.

Otros pasarán estos santísimos días su particular vía crucis encerrados, si no en sus casas, en sus propios laberintos, por no decir infiernos, sin ni siquiera la esperanza de resucitar el domingo. Por no hablar de quienes cuentan las horas para que se acaben porque los pasarán más solos que la una viendo a otros disfrutar de la fiesta, aunque sea pasada por agua. Hoy es Jueves Santo, uno de los días grandes del año, se sea o no cristiano. Seamos por lo menos amables con el prójimo, nadie sabe la cruz que lleva a cuestas bajo la coraza de la buena educación y el amor propio. Menos Brasero, que, aunque la lleva impresa en el rostro, se va con viento fresco esta noche de vacaciones y, con la tranquilidad del trabajo hecho y un buen pegote de aciclovir en el labio, se le quitará el calentón del estrés hasta el puente de mayo.

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Carlos Álvarez
<![CDATA[José Andrés: “Dar de comer al prójimo no es darle limosna, sino dignidad y respeto”]]>https://elpais.com/gente/2022-05-29/jose-andres-dar-de-comer-al-projimo-no-es-darle-limosna-sino-dignidad-y-respeto.htmlhttps://elpais.com/gente/2022-05-29/jose-andres-dar-de-comer-al-projimo-no-es-darle-limosna-sino-dignidad-y-respeto.htmlSun, 29 May 2022 03:30:00 +0000Recluido con un par de colaboradoras en un abigarrado salón de un hotelazo de lujo madrileño, el cocinero José Andrés parece un oso enjaulado, dicho sea con todo respeto a él, y a los osos. Los relaciones públicas de Disney Plus, la productora del documental Alimentando al mundo, le han agendado un apretado día de entrevistas de promoción, esta es la enésima —y las que le quedan—, y él solito confiesa de plano estar deseando quitárselas todas de encima y salir pitando de vuelta a las cocinas de World Central Kitchen (WCT) en Ucrania. Así que cumple con el trámite, cordial sin exagerar, se disculpa por su cansancio, y a otra cosa. De cuando en cuando, sin embargo, cierto brillo en los ojos revela la pasión que lo consume.

¿Qué ha desayunado hoy?

Todavía nada.

Son las doce del mediodía.

Bueno, he tomado un par de cafés con leche en un bar aquí al lado, La asturiana. Me gustan los bares, no solo en España, también en mis expediciones por el mundo. A veces, la mejor manera de verlo es tomar un café escuchando y mirando a la gente, ahí empiezas a entender lo que pasa alrededor.

Los de La asturiana se habrán quedado locos al verle, supongo.

Bueno, es divertido cuando te reconocen. La verdad es que la alimentación no es problema para mí, lo que tengo que vigilar es el exceso. Podría estar 24 horas comiendo. Lo tengo muy asequible y, aquí en España. todo el mundo me pone siempre un vaso de vino y un plato de comida delante.

Lo mejor de lo mejor, claro.

Sí, pero lo mejor de lo mejor no es siempre el caviar más caro o la trufa blanca más exquisita, que me encantan. También unos espárragos o unas fresas de Aranjuez, o un simple huevo perfectamente frito.

¿Qué es dar de comer a la gente en una guerra o en una emergencia, aparte de llenar estómagos?

Es difícil ponerte en el cuerpo de quien lo sufre, pero mi sensación es que no solo estás cubriendo una necesidad física. Dar de comer no es caridad ni limosna, sino dar dignidad y respeto al prójimo. Sobre todo, cuando les dices que mañana también estarás y no les vas a dejar solos en el momento de reconstruir sus vidas. Sigue habiendo hambre en el mundo porque seguimos lanzando demasiado dinero a los problemas puntuales, pero no aportamos verdaderas soluciones donde son necesarias. En WCK sabemos que solo somos una tirita en un mar de necesidad, pero hacemos que al menos el alimento no sea un problema más.

¿Qué ve en los ojos de las personas a las que ayudan?

En esos ojos hay siempre un atisbo de esperanza. Es gente que podría estar muy cabreada, y no pierden ni su fe en el futuro ni en el prójimo. En situaciones realmente complejas se siguen levantando y dando lo mejor que tienen para sacar a sus hijos adelante. Nosotros solo intentamos ayudar a canalizar esa energía. Por eso me llenan tanto esas misiones. A veces, son mis ojos los que se llenan de lágrimas.

¿Usted no se levantaría?

No sé, no sé. Para mí es mucho más fácil. Recuerdo el huracán María de Puerto Rico, por ejemplo. De repente, una tarde empezó a llover en medio del caos y fue una bendición, porque, al menos, los más afectados podrían beber agua limpia de lluvia. Yo, sin embargo, por las noches me tomaba un ron y me fumaba un puro y podía llamar a la recepción del hotel para quejarme si no había agua caliente. Ahí la vida te pone en tu sitio y te guardas al cascarrabias que llevas dentro.

¿Ayudar puede ser adictivo?

Sí. De hecho, creo que para mí ya lo es. Es difícil ver ciertas situaciones en las que crees que puedes hacer algo, y no hacerlo.

Si es adicto, tendrá ‘mono’.

¿No me ves? Ahora estoy contigo y preferiría estar ya en Ucrania. Hoy me estoy quitando entrevistas que me venían pidiendo hacía meses, pero mañana me voy pitando. Será la cuarta vez que que cruzo la frontera. He estado unos 40 días entre entradas y salidas en la misión.

¿Tan imprescindible es allí?

No, yo podría desaparecer y esto seguiría en marcha de una u otra forma. Pero WCK es una organización joven, las semillas aún se están plantando y para mí es importante que dentro de 25 años, cuando ya no esté activo, siga con el mismo espíritu.

Usted emigró de Asturias a Barcelona a estudiar. Y de España a EE UU, a trabajar. ¿Deja uno de ser emigrante alguna vez?

No, yo soy y seré emigrante toda mi vida. Por eso intento también trabajar por ellos. El otro día acogí a senadores republicanos y demócratas en mi casa de Washington para hablar de Ucrania y de lo que sigue siendo una pequeña posibilidad de una reforma migratoria en Estados Unidos. Vinieron muchos más de los que pensaba. Los políticos están para ayudar y servir a la ciudadanía y encontrar consensos. Esa debería ser su ambición.

Aprendió con Ferran Adrià en ElBulli. ¿Cómo convive en usted el gran chef vanguardista con guisar para 20.000 personas? ¿Está desentrenado con el sifón?

Bueno, creo que cada día soy mejor cocinero en el sentido de que entiendo mejor el fuego y los productos. Me puedo enfrentar a todo. Cocino mejor que nunca para cuatro amigos. Ahora, la gente que repite algo todos los días lo hace mejor que tú, claro. El pincho de tortilla de Casa Dani, aquí en Madrid, por ejemplo, es mejor que el mío. La paella de otros sitios, no es tan buena como la que yo hago, eso sí. En la vida no he hecho nada excesivamente bien, solo un poquito de todo. Y ahora mismo, a mi edad, lo que tengo es ansiedad, porque cuanto más ves, más lees y más vives te das cuenta de lo poco que sabes.

¿Crisis de la mediana edad?

Sí, pero yo prefiero hablar de oportunidad. La oportunidad de decir: déjate de crisis y ponte a trabajar, deja de perder el tiempo y aprovéchalo.

Otros, a sus años, cambian de esposa, de casa, de coche y se ponen pelo.

Pues yo me he quitado el coche y trabajo cada día para que no sea mi mujer quien me cambie a mí. Jamás me hubiera ido la vida así si no fuera por ella. La familia es un tema muy interesante. Nunca me llevé muy bien con mis padres, por diferentes motivos, pero soy lo que soy gracias a ellos. Eran enfermeros, ayudaban a los demás. La familia la damos por hecha, y nos la tenemos que ganar cada día.

En Estados Unidos le llaman Mr. Spain. ¿Ejerce el cargo?

La verdad es que lo mío no ha sido de la noche a la mañana. Ha sido granito a granito. Cuando llegué, a los veintipocos, ya había comida española en Nueva York, y luego en Washington también. Pero luego van pasando cosas, vas conociendo gente y el círculo se amplía. Me tocó a mí como le podía haber tocado a cualquier otro. Yo solamente soy una más de esas cosas que tienen que pasar para que el mundo avance. Pero, sí, mis hijas bromean con eso, con que el presidente del país me cite en un discurso, con que mi vida parece una película de cachondeo: en un día me pasan 20 cosas extrañas y bonitas, y, a veces, te tienes que reír.

Después del Princesa de Asturias de la Concordia, solo le queda ser canonizado como San José Andrés de Mieres para ser profeta en su tierra. ¿Es religioso?

Soy un chaval que siempre me he considerado católico, pero tengo amigos y comparto mesa con gente de otras religiones. Y sobre los premios, la gente de mi equipo sabe que me da mucha vergüenza recogerlos. El Princesa de Asturias me hizo ilusión, claro, por ser de donde yo nací, porque estaban los Reyes, y por lo que significa para España y para la organización. Pero te ves ahí, dando un discurso en una habitación cuando podrías estar al lado de la gente que lo está necesitando, y me cuesta.

Amén.

Qué mal he estado, ¿no? Perdona, pero es que hoy estoy que no estoy.


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<![CDATA[Alicia Borrachero: “Ahora soy mejor actriz: he perdido arrojo, pero he ganado sutileza”]]>https://elpais.com/cultura/2024-03-31/alicia-borrachero-ahora-soy-mejor-actriz-he-perdido-arrojo-pero-he-ganado-sutileza.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-03-31/alicia-borrachero-ahora-soy-mejor-actriz-he-perdido-arrojo-pero-he-ganado-sutileza.htmlSun, 31 Mar 2024 03:15:00 +0000Sucede con Alicia Borrachero algo que ocurre con las actrices a las que se ha visto madurar en pantalla más o menos a la vez que una misma fuera de ella. Pareciera que la conoces de toda la vida, aunque sea la primera vez que las ves en persona, y te invade una sensación de familiaridad que no tiene por qué ser correspondida por la otra parte y que puede, bien contribuir a una complicidad inmediata, o bien cargársela para siempre. Con Borrachero (Madrid, 56 años), sucede lo primero. Llego al lugar de la cita, un restaurante madrileño de moda, pared con pared con el teatro Fernando Fernán Gómez, donde estrenará Un delicado equilibrio, y me la encuentro charlando con Manuela Velasco, coprotagonista de la obra, que ya se está yendo y me la deja en suerte. Al quedarnos solas, Borrachero —la redactora Ana Ruiz en la teleserie Periodistas y la doctora Cruz Gándara en Hospital Centrales, o parece, tal como una se la imagina. O no tanto.

Igual se me escapa llamarla Ana o Cruz, espero que me perdone.

Qué bonito eso que dices. En la tele de entonces, que no en la de ahora, nos metíamos en las casas a la hora de la cena y éramos parte de la vida cotidiana. Había compañeros que venían del cine o del teatro, y nos miraban a los de la tele como algo menor. Pero yo tenía otra sensación. Mientras ellos despertaban en el espectador una admiración desde la lejanía, a mí me veían como su hermana. De hecho, me he reído muchas veces con compañeras actrices, cuando fantaseamos con que nos iban a llamar para hacer publicidad. Yo tengo claro que no me van a llamar, pero si me llamaran, sería para anunciar algo muy casero, tipo caldos, porque la tele me ha hecho muy popular en ese sentido.

Algo habrá hecho usted para eso.

Sí, también hay algo en mí, en cómo entiendo mi trabajo. Yo me hice actriz, sin saberlo, porque tenía necesidad de comunicar y de recibir el impacto de esa comunicación. No solo por el aplauso, que también, sino por la comunicación en sí misma. Y con los años me he dado cuenta de que mis mejores trabajos han sido aquellos en los que aparecía algo muy mío, aunque fuera transformado en personaje.

O sea que, en Periodistas sacó a la reportera que lleva dentro.

Ese ejemplo es bueno porque ese personaje fue de los primeros y lo hice con menos conciencia de nada, por puro instinto. Entonces, sin comerlo ni beberlo, aquella Ana Ruiz, tan ambiciosa, tan contestona, tan reivindicativa, tenía esa parte mía de querer comerme el mundo, de decir lo que pensaba y de no dejarme pisar por nadie por ser mujer. Todo eso me resonó y me lancé sin red. Ahora tengo otra edad y hago otras cosas.

¿Qué ha ganado y perdido en este viaje tan largo?

He perdido arrojo, confianza, seguridad. Cada vez soy más insegura. Yo antes llegaba a un teatro y me lanzaba en plancha; ahora todo me da más miedo que cuando empezaba. Pero también he vivido, tengo experiencia y he ganado sutileza, calma y herramientas. Pero me gustaría recuperar ese arrojo.

¿Eso cómo se hace?

Primero estoy en fase de reconocerlo, porque no me había dado cuenta hasta ahora, en vísperas del estreno de esta obra. Llegué al teatro y me di cuenta de que estaba asustada y me sorprendí a mí misma. Me pregunté: “¿No es esto lo que te gusta? ¿Qué te pasa?”. Se me había olvidado que esto es lo mío y que, aparte de la responsabilidad, lo puedo disfrutar.

Igual es porque ahora tiene más que perder.

Tengo más que perder porque tengo más construido. Es la primera vez que me meto a contribuir a la producción: hemos estado seis meses mi marido, Ben Temple, y yo traduciendo el texto. Teníamos ganas de invertir en teatro. Seguro que no soy la primera actriz que te lo dice: el lugar del actor es el teatro. Según va evolucionando la industria, estamos tan a merced de las modas, de las relaciones, de la suerte, que yo cada vez necesito hacer más teatro para estar viva como actriz. Ojalá no deje de trabajar y, gracias a Dios, aún sigo trabajando en cine y televisión, pero mi amor está en el escenario.

¿Ha pasado alguna travesía del desierto?

Sí, y las mías, porque no ha sido una sola, no han sido muy largas, pero han sido terribles, porque me encontraba, no sé ni cómo decirlo, como si me hubieran quitado la identidad. Es una sensación de mucha soledad, de miedo, de incertidumbre, por supuesto, pero es algo más íntimo. Hay un dolor, algo horrible. Nadie te puede comprender.

Su marido sí: es actor.

Sí, pero incluso con él hay una especie de pudor de hablar de esas cosas. Nosotros somos más que una pareja. Somos un equipo. A veces es como si fuéramos la misma persona. Yo le ayudo en sus proyectos, él a mí con los míos. Unas cosas nos han salido bien; otras, no. Él es más paciente y tiene más confianza en sí mismo que yo, y eso que él, en sus épocas de desierto, lo tiene más difícil porque es un actor americano en España. Y, aun así, se ha hecho su hueco. Hizo Upon Entry, la película revelación del año. Lo conocí cuando yo tenía 19 años y él 18. Fui a Estados Unidos a estudiar arte dramático, pero en realidad fui a encontrar el amor de mi vida. Por eso creo que no controlamos lo que nos pasa en la vida, tanto lo bueno como lo que nos ocurre a nuestro pesar.

Alicia Borrachero, fotografiada en el centro Fernando Fernán Gómez, de Madrid, donde el 4 de abril estrena la obra 'Un delicado equilibrio'.

¿Cómo se pasa de interpretar a una señora de clase alta, a Reme, la tata de los Bosé, y viceversa?

Bromeo con las compañeras con que he hecho de todas las clases sociales. He tenido mi época de profesionales: periodista, médicos. Luego tuve mi época de reinas: la de Narnia, Isabel la Católica en una serie inglesa, la reina de Granada en la tele. Luego empecé la época de Las criadas, en teatro. Esa es una de las cosas más bonitas de nuestro trabajo. A nivel íntimo, una va conociéndose cada vez más a través de sus personajes. En el caso de la tata de Bosé, meterme en la piel de alguien con una mentalidad y un entorno tan distinto, pero con una sabiduría y un amor innato, fue una experiencia brutal. Lo hice todo a través de la comprensión de ese amor, de esa devoción de esa mujer por esa familia.

Habla mucho de sus compañeras actrices. En su generación son muchas y muy buenas. ¿Se pican entre ustedes?

Cuando realmente tienes confianza y afecto sincero, es importante ser sincero con todo lo que puede ser útil y constructivo, como un ejercicio de cariño y admiración. Nos han pasado muchas cosas. Mira, hay una frase que se dice en Un delicado equilibrio y que me encanta: “El tiempo sucede, le sucede a la gente”. Pues eso, a cada una nos ha sucedido lo nuestro.

El tiempo también pasa por el rostro. Amparo Larrañaga me dijo que había plantado a un cirujano plástico en el quirófano. Usted, ¿cómo lo lleva?

Recuerdo cuando a René Zellweger, una actriz estupenda, se la criticó salvajemente por aparecer transformada, y una articulista americana escribió: “Vosotros, alimañas, que la criticáis, si apareciera en la alfombra roja con arrugas y tripita, la criticaríais aún más”. Es exactamente lo que yo pienso. Todo tiene que ver con una locura que no es nuestra, sino de la sociedad, y que, desde los medios, casi se espera. Si lo haces, te critican, y si no, también. Yo respeto a todo el mundo. Si una actriz, o actor, pasa por un quirófano no la voy a criticar, yo no lo haría, pero igual porque yo nunca he vivido de mi físico, porque nunca lo he tenido. A unos les pareceré más mona, a otros menos, pero soy una señora normal. Me lo dicen por la calle: es usted más joven de lo que parece. ¿Me está usted valorando por joven, o por vieja, por guapa o por fea? Mire, no, yo soy actriz.

¿Se siente recompensada en su profesión?

Hay una parte que sí, y otra que no. Hay una parte en esta vida que es un misterio, también en la profesión. Cuando a veces una se pregunta: por qué Fulanito hace estas cosas que podría hacer yo también. Yo, por ejemplo, me fui a Estados Unidos y soy bilingüe. He hecho cosas allí, he tenido proyectos gordísimos que se cayeron por cuestiones ajenas a mí. Ha habido siempre algo con Estados Unidos que no acababa de cuajar y muchas veces me pregunto por qué. Es un misterio. Antes me dolía, me frustraba, pero estoy empezando a entender que mi vida va por otro camino. O no. A lo mejor todavía puede pasar algo. Pero ahora ya no tengo espinas. Lo que sí tengo es cada vez más amor por mi trabajo. Cuando empecé tenía más ambición, ahora tengo más amor.

¿No es eso la vocación?

Exacto, no hay otra palabra. Cuando he estado en el desierto me he dado cuenta de que la única manera para mí es continuar atravesándolo, no dar marcha atrás, que es una opción legítima, pero yo no puedo. Cuando comprendí que en el fondo yo esto lo hago por amor a lo que hago empecé a sostenerme mejor como actriz en las épocas duras. Hay algo de mí que necesita esto. Lo que te decía de la identidad. No es solo la cuestión económica, el reconocimiento, el ego, que también está, claro. Es amor, vocación. Por eso, cuando alguien me pregunta sobre si lanzarse o no a esto, solo le digo: ¿hay algo que te guste, que te haga feliz y que no sea esto? Hazlo. Si no, esto es lo tuyo, sin remedio.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Abraham García: “Soy omnívoro y tengo un hijo vegano: eso es como tener diez dedos en las manos y amputarse uno”]]>https://elpais.com/gastronomia/2024-03-24/abraham-garcia-soy-omnivoro-y-tengo-un-hijo-vegano-eso-es-como-tener-diez-dedos-en-las-manos-y-amputarse-uno.htmlhttps://elpais.com/gastronomia/2024-03-24/abraham-garcia-soy-omnivoro-y-tengo-un-hijo-vegano-eso-es-como-tener-diez-dedos-en-las-manos-y-amputarse-uno.htmlSun, 24 Mar 2024 04:27:00 +0000Abraham García cita a las cinco de la tarde, en la sala circular del hotel Palace de Madrid, la legendaria rotonda, mítico punto de encuentro de ciertas élites económicas e intelectuales, donde se acudía a ver y a ser visto, que conoció tiempos mejores y pugna de nuevo por encontrar su sitio. Llega, grandullón e imponente, inconfundible con su sombrero, su fular, su camisa blanca y su pantalón de cuero color calabaza, provisto de un suculento presente a la periodista y el fotógrafo en forma de vermut y trufas firmados con su nombre. Pide un café y se entrega a una amenísima conversación, más océano que río, que, por él, y por nosotros, hubiera durado toda la tarde. Hace solo tres meses que echó el cierre definitivo a la obra de su vida, el restaurante Viridiana y, jubilado jubiloso, dice no echarlo demasiado de menos. Todavía.

¿Qué ha comido hoy?

Pues mira, algo elemental. He ido al mercado de Maravillas, he encontrado una morcilla de ibérico buenísima y he puesto una sopa de ajo, lo más grande y sencillo que se puede hacer.

Muy ligerito.

Bueno, de segundo he puesto una caballa asada, que ahora, en los albores de la primavera, empieza a estar en su punto. Hay que aprovechar, porque llegará el día en que todo el pescado sea de piscifactoría. El mercado es una ventana a la belleza. Para un cocinero, el mercado es el diccionario.

¿Y para un escritor?

Escribir tiene muchas analogías con la cocina. Yo, en el mercado, ya he visto el plato. Escribiendo, con el folio en blanco, también tiras de tu memoria y de tus musas. En este libro que he escrito sobre los maquis, tenía el paisaje, que es el de mi infancia en los montes de Toledo. Y el habla, que es la de mi pueblo, que se te queda grabada de niño para siempre. Cuando se me atacaban los diálogos, tiraba de ellos. De ahí, con suerte, sale un relato afortunado, como puede salir afortunado un plato.

Le dedica el libro a su madre, Dionisia, que, de noche, “zurcía la desdicha”. ¿Pasó hambre de niño?

Eso es porque éramos tan pobres y había tanta miseria que mi madre zurcía los calcetines y cardaba e hilaba la lana de las ovejas antes de tejerla. No soy un niño exactamente de posguerra, nací en 1950, pero la posguerra duró mucho tiempo. He visto casos de cretinismo, esa palabra horrible para describir el raquitismo. He visto a mi madre comer pan solo para que sus hijos comiéramos mejor. Salí de mi pueblo hacia Madrid con 13 años. Esa noche, salieron las vecinas a despedirme con un candil, como si fuera una alfombra de luciérnagas. Esa luz me ha guiado de por vida.

¿Cuánto ha leído para ponerse a escribir?

Yo en el pueblo era pastor y solo fui al colegio de los 9 a los 13 años. Ha sido luego cuando he leído muchísimo, primero en las bibliotecas, porque no tenía para comprarlos, luego ya eligiendo las lecturas y escuchando a los escritores que venían al restaurante y se convirtieron en amigos. Para mí los libros, desde crío, han sido una ventana abierta al infinito, y una guarida, como la de los maquis, en la que refugiarse del mundo en los momentos malos. También he leído mucho sobre cocina. No comparto lo de quien presume de autodidacta. Cuando alguien presume de tonto, en cualquier campo, es que no sabe lo que se ha perdido.

¿Por qué le fascinan tanto los maquis?

Mi pueblo está en una encrucijada de montes y caminos. Hoy los maquis se refugiarían en la gran ciudad, pero entonces se echaban al monte. La represión fue terrible, casi hasta los años 60, y todo el mundo sabía de alguno. La mayoría de esas historias se contaban al calor de la lumbre, en voz baja, el crepitar de las brasas contribuía a que no se escuchara fuera. Hubo mucho miedo durante muchísimo tiempo. Entonces, teníamos la lengua atravesada por un palillo, como las berenjenas de Almagro. Dos de mis cuatro abuelos estuvieron en la guerra, ambos en el bando republicano, y jamás hablaban de eso, quizá porque les constaban que hubo tropelías de ambos lados. Una cosa muy grande es que no nos traspasaron el rencor.

¿Cómo se hizo cronista de carreras de caballos?

Mi amor a los caballos también viene de niño. En mi pueblo había animales de labor y mi abuelo tenía una yegua. Me fascinaba ese animal bellísimo, hasta el punto de que me parecía impropio de su porte que bebiera en la misma fuente que las mulas y los burros. Las carreras de caballos son al deporte lo que los relatos a la literatura. Y cuando pude, me aficioné a ir, y a escribir sobre ellas. Un Derby de Kentucky, por ejemplo, se dirime en dos minutos y medio. El frenesí de una carrera equina no tiene parangón. Qué belleza. Quizá por eso siempre me ha producido repelús la carne de caballo.

¿Tiene otras manías en la mesa?

No, yo he comido y he servido de todo en mi casa. Luego, ya ves, me salió un hijo vegano.

Lo dice como si fuera un garbanzo negro en la familia.

[Ríe] Bueno, yo soy omnívoro y tener un hijo vegano, es como, teniendo la fortuna de tener diez dedos en las manos, amputarse uno.

Hace tres meses que cerró su restaurante, Viridiana, ¿tiene mono?

Llevo cocinando de los 13 a los 73 años. No echo de menos las sartenes y los fogones porque cocino para mi familia y amigos. Pero sí, tengo un mono pequeñito. Un monito. Una especie de síndrome de Estocolmo, sobre todo por lo que tenía de sitio de encuentro. Cuando cerré fue un día grande, dije que me iba a beber el estanque del Retiro de champán para celebrarlo, y aún me quedan motivos y botellas para brindar por eso. En esto hay cosas buenas y cosas ingratas. A veces querías irte y no podías, porque la gente, en estos tiempos de culto al cocinero, a mi pesar, quiere verte allí. Otras, no te querías ir nunca. Imagínate tener a García Márquez en la sobremesa, pues lo he tenido varias veces.

Ahora hay sitios que no sirven cafés para rentabilizar las mesas.

Un restaurante sin café es pura barbarie. Es cierto que este es un oficio duro. Pagaras lo que pagaras, pero sobre todo porque la gente lo que quiere es tiempo, lo cual es perfectamente comprensible. La gente vive en el quinto coño, qué haces con cuatro o cinco horas, pasear por el Retiro, La hostelería se ha quedado sin público.

Abraham García, cocinero y creador del restaurante Viridiana, fotografiado en el centro de Madrid.

Para no gustarle el culto al cocinero, cultiva una imagen muy particular.

Eso es porque me hago a la idea de que todos los días voy al Derby. Y me pongo una flor en el ojal por eso. Empecé a vestirme de una manera determinada porque así se me localiza con facilidad. Para dandi, mi abuelo Alejo, que vivió hasta los 101 años. Cuando iba en el autobús de línea y se iba a bajar, se quitaba la boina y decía: “Señores, yo me bajo en la próxima, queden ustedes con Dios”. Eso es la suprema elegancia.

Cuénteme algún secretillo divertido de Viridiana.

Camilo José Cela era el cliente más divertido. Venía los miércoles, y al final, era un apasionado de la cocina y de la conversación. Una vez me dijo: ¿te atreves con una cabeza de vaca? Le dije que encantadísimo, imagínate; una cabeza de vaca, el paraíso para un viejo cocinero, una locura con sus carrilleras, sus sesos, su lengua, las orejas. Podías estar cocinando un plato distinto cada semana. Le pregunté cuántos iban a venir. Y me dijo: “nada, nada, mi mujer y yo”.

¿Qué hace un cocinero estrella jubilado? ¿Va a pasear al Retiro, o a mirar obras?

Pues mira, ayer me cogí un AVE y me planté en Tarragona exclusivamente para comer calçots, que se me iba a escapar la temporada sin probarlos, y de paso descubrí un sitio que es una maravilla, uno de los más bonitos de España, fíjate qué privilegio. Por fin puedo ir al cine o al teatro, que antes nunca podía cuando quería. Y voy a restaurantes de vez en cuando, pero eso para el nivel de exigencia de un cocinero es una tragedia, no es fácil dejarme contento.

¿Cuál cree que es su legado? ¿Tiene un archivo o una ‘egoteca’ en casa?

En la vida de un cocinero, por mucho que se prolongue, quizá valga la pena rescatar dos o tres platos. Además, jamás he usado recetas. Quizá salvaría el gazpacho de fresas, que viene de esa infancia en la que se le echaba lo que hubiera al guiso porque no había otra cosa. O los huevos con trufa, que el día que los puse ya pensé que se me había aparecido la virgen. Me llaman el padre de la fusión, pero, si acaso, sería el abuelo. Eso me viene de mis viajes por el mundo, me abrió otros productos y otros mercados, pero todo viene del origen y del azar. La imaginación es memoria fermentada. A cierto nivel, la diferencia entre lo bueno, lo muy bueno y lo sublime es muy escasa, y ahí está también la clave.

Otros tienen fundaciones y doctorados ‘honoris causa’.

Bueno, cada uno es cada uno. Me gusta decir que no comulgo con hostias esferificadas, ni con las otras. Siempre he sido un detractor de ese tipo de cocina, lo cual me ha costado mis buenas enemistades. En este país tenemos una despensa privilegiada, es el paraíso del producto, y todo eso de hacer barbaries irreconocibles y pirámides de humo... No puedo, no puedo.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Salsa piri piri]]>https://elpais.com/opinion/2024-03-21/salsa-piri-piri.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-03-21/salsa-piri-piri.htmlThu, 21 Mar 2024 04:00:00 +0000A la caída de la tarde de un sábado, el Alcalá Magna, un centro comercial urbano con su Bershka, su Décimas, su Druni, su Llao-Llao, su Tagliatella, su gimnasio en la azotea y su Mercadona en el bajo, bulle de adolescentes que lo usan como centro de operaciones a 22 grados todo el año. Da gusto verlos desplegar las plumas del pavo. Ellas, con sus vaqueros altísimos, sus tops cortísimos y sus larguísimas melenas partidas por el hachazo de la raya en medio. Ellos, con sus sudaderas clónicas, sus sienes rapadas y sus frondosas crestas enhiestas a mayor gloria de ese crimen capilar llamado mullet. Todos, móvil en ristre, buscándose y encontrándose, como desde que el mundo es mundo. Desde enero, se les han añadido refuerzos. Grupitos de chicos altísimos, esbeltísimos y de tez oscurísima vestidos con chándales y deportivas de cuarta mano con los que se cruzan sin hablarles. Tienen su misma edad, sus mismos sueños, pero el azar de su nacimiento y la injusticia de los mayores les mantienen en planetas diferentes.

Son los más jóvenes de los mil y pico migrantes africanos llegados en cayuco desde sus países a Canarias y realojados, se supone que temporalmente, en el cercano cuartel Primo de Rivera de Alcalá de Henares. Las ONG estiman que al menos un 10% son menores. Críos grandes muertos de aburrimiento, más solos que la una aunque sean cientos, encerrados mano sobre mano en barracones de los que solo pueden salir un rato por la mañana y otro por la tarde. Para ellos, privados por ahora del derecho a la educación y el trabajo, el planazo del finde es ir a jugar al baloncesto o deambular por el Magna haciéndose la ilusión de ser uno más de la chavalada. Pero no lo son. Y lo saben. El sábado pasado, uno de ellos, solísimo entre familias llenando carros y chavales pillando hielo y priva para el botellón de la noche, pululaba por los pasillos como buscando algo sin encontrarlo. Finalmente, cogió una botellita de cuello largo llena de un líquido rojo rabioso. Salsa piri piri, un condimento de origen portugués, por el que pagó uno de los 50 euros mensuales que les dan como dinero de bolsillo. Lo imagino ahora mismo echándole unas gotitas de piri piri a los macarrones del rancho para sentirse un poquito menos solo, más en casa. Qué pena.

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Jaime Villanueva
<![CDATA[‘Podcast’ | Bertín Osborne: ¿puede un padre renunciar a serlo? ]]>https://elpais.com/podcasts/hoy-en-el-pais/2024-03-19/podcast-bertin-osborne-puede-un-padre-renunciar-a-serlo.htmlhttps://elpais.com/podcasts/hoy-en-el-pais/2024-03-19/podcast-bertin-osborne-puede-un-padre-renunciar-a-serlo.htmlTue, 19 Mar 2024 04:45:00 +0000

Famosos como Bertín Osborne han dicho, abiertamente, que renuncian a la paternidad de su último hijo dando argumentos que la sociedad no suele admitir para una mujer.

Según los datos que recoge el Instituto Nacional de Estadística, el 24% de las familias en España son monoparentales y, de ellas, el 81% son mujeres. Entre esas están incluidas madres solteras por elección, viudas, separadas. No se especifica cuáles lo son porque el padre no quiera ejercer. Pero todas tienen una cosa en común: el 54% de las familias monoparentales están en riesgo de pobreza.

Disponible en todas las plataformas de podcast: Podium Podcast | Podimo | Spotify | Apple Podcasts | iVoox | Podcasts de Google | Amazon Music | Alexa | RSS Feed

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<![CDATA[Fátima Diame: “Saltar un centímetro más me cambia la vida”]]>https://elpais.com/deportes/2024-03-17/fatima-diame-saltar-un-centimetro-mas-me-cambia-la-vida.htmlhttps://elpais.com/deportes/2024-03-17/fatima-diame-saltar-un-centimetro-mas-me-cambia-la-vida.htmlSun, 17 Mar 2024 04:15:00 +0000Son las cinco en punto de una tarde nublada, pero agradable de marzo, y un bullicioso tropel de escolares de Primaria irrumpe en las pistas de atletismo del estadio Fuente la Niña de Guadalajara, se cambian y empiezan a trotar dándole vueltas al circuito. En esas llega Fátima Diame —vaqueros oscuros, camiseta blanca, plumas amarilllo pollito, bolso de Fendi y deportivas de Adidas, la firma que le patrocina—, reluciendo entre la chavalería. Los críos ni se inmutan. Están acostumbrados a compartir tartán con las estrellas. Aquí, además de Diame, entrenan otras medallistas, como Ana Peleteiro-Campoaré, supervisadas por el saltador cubano Iván Pedroso, que ha establecido aquí su escuela. Diame, coqueta, ha cambiado hoy por lentillas sus gruesas gafas de miope de siete dioptrías, que se operará cuando pueda permitirse el lujo de reposar el tiempo necesario para entrar al quirófano. Trae consigo para lucirla en las fotos, además, la medalla de bronce de Glasgow. Este fin de semana se la llevará a Valencia, a casa de sus padres, donde guarda todos sus diplomas y trofeos desde que empezó a despuntar de niña. Al irnos, el mismísimo Pedroso, que anda pululando por la cafetería del estadio, ha dejado pagadas las consumiciones.

¿Cuánto dura un salto de 6,78 metros?

Un suspiro.

¿En qué piensa cuando salta?

En nada. Antes, en el calentamiento, rumio el salto, lo visualizo y miro a Iván, que me da las últimas instrucciones: los brazos, el péndulo, la caída. Pero, cuando empiezo la carrera entro en un estado y un espacio donde solo estoy yo. Soy solo yo.

¿No piensa en cómo superar a sus rivales?

No, yo compito conmigo misma. No pienso en quitarle a esta o a la otra la medalla. Saltas por ti, porque sabes que, saltando por ti, contra tus propios límites, vas a conseguir lo que quieras.

¿Qué es para usted un centímetro?

Un mundo. Saltar un centímetro más me cambia la vida. En Glasgow gané el bronce porque superé a la cuarta por uno. Salté 6,78 metros en pista cubierta y mi marca personal en aire libre es de 6,81. Esos tres centímetros de diferencia, el hecho de que me haya acercado tanto a mi tope, me dan muchísima energía para los Juegos. Eso quiere decir que voy a superar mi récord sí o sí. Lo tengo clarísimo.

Entonces, para usted, saltar 7 metros es como escalar el Everest en plano.

Ya he hecho algún salto de 7 metros entrenando en este estadio.

¿Perdón? ¿Y no se muere de impotencia por no gritarlo al mundo?

No, dije: guau, qué bien estoy. Eso quiere decir que, si lo he hecho, puedo volver a hacerlo en competición. Es más, en los Juegos voy a por los siete metros. Otra cosa es que lo consiga.

¿Esa determinación es de siempre?

Qué va. Es desde que entreno aquí en Guadalajara con Iván. En Valencia, donde entrenaba antes, el grupo era más joven y no tenía tanta competencia. Aquí, somos todas del mismo nivel, Iván aprovecha para picarnos unas con otras, y con otros, porque también nos pica con los chicos. Iván ha hecho que cambie mi forma de afrontar las competiciones internacionales. Decir: tú puedes, eres como ellas. Si te muerden, muerde. También me ha ayudado mucho a disfrutar de la competición. Me ha dado estabilidad. Antes, en los campeonatos, me hacía pequeñita. No me creía que pudiera ser tan buena como las otras. Iván me ha abierto el mundo. Ahora, por fin, disfruto saltando.

También le echará broncas.

Muchas. Fíjate que iba a irme a Nueva York a celebrar el bronce de Glasgow y decidí no ir porque, para cinco días, no iba a disfrutar y luego, a la vuelta, con el jet lag y el descanso, me iba a machacar en el entrenamiento. Iván es como una mosca cojonera, pero la necesito [ríe].

Fátima Diame muestra su medalla de bronce en salto de longitud de los Mundiales de atletismo de Glasgow sentada en la pista del estadio de Guadalajara, donde entrena.

¿Cómo lleva una valenciana el silencio de Guadalajara?

Me costó adaptarme. En Valencia, no paraba, estaba todo el día de un lado para otro, esto es muy tranquilo, y, al principio, pensé que me iba a volver loca con tanto tiempo libre. Pero te acostumbras. Ahora estoy mejor: hago pilates, estudio inglés, iba a matricularme en Criminología, que era mi segunda opción después de Enfermería, que es la carrera que estudié, porque para mis padres, estudiar era necesario sí o sí. Pero no me da la vida. Llego muy cansada de entrenar.

Yo me canso subiendo una rampa. Defina usted “cansancio”.

Depende del ciclo de entrenamiento, de si estás en pretemporada o temporada. Pero, vamos, para mí, cansancio es no poder levantarte de la cama. Tener ganas de llorar. Sentirte hinchadísima. No poder dormir de lo agotada que estás. Y tener que seguir entrenando. Cuando llegas de vacaciones y vuelves a entrenar, las primeras semanas estás K.O. No tienes agujetas, sino cuchilladas. No puedes con tu vida.

¿Cuándo empezó a gustarle esa tortura?

Empecé a correr y saltar desde niña. En Valencia, vivía frente al cauce del Turia, veía a otros niños hacer deporte y me llamó la atención. Mis padres me apuntaron a atletismo, más como un juego que como otra cosa. Al principio, era muy pequeñita y delgadita y era una más, pero, a los 14 o 15, desarrollé y empecé a destacar. A los 16 gané el campeonato de España absoluto en dos categorías, y eso no lo había hecho nadie antes. A los 19 empecé a ir a campeonatos internacionales absolutos, y hasta hoy.

¿Alguna vez ha notado racismo dentro o fuera de la pista?

Tengo que decir que no, nunca. Ni mi hermana, tampoco. Sí tengo amigas a las que les han dicho cosas desagradables o han tenido miradas extrañas en el autobús o por la calle, pero yo, no. Quizá porque mi entorno no ha sido nunca racista.

Entrena a diario con Ana Peleteiro. Ahora, las dos son bronce mundial. Ella en triple salto y usted en longitud. ¿Cómo van de piques?

Y vivimos en la misma manzana. Y dormimos juntas siempre en las competiciones: ella al lado de la ventana y yo en el de la puerta. Somos como una familia. La admiro muchísimo. Ana no es tanto mi referente, sino mi amiga. Cuando gana, no me sorprende en absoluto. Sé lo buenísima que es porque la veo entrenar. Ahora ha sido madre y ha demostrado que se puede volver a competir y ganar. Yo, de momento, no me lo planteo, pero es un ejemplo.

Tiene medio millón de seguidores en Instagram ¿Qué les da?

Imagino que les gusta mi estilo. En competiciones lo uso mucho para enseñar mi vida deportiva. Si hago una marca, comparto las imágenes. Cuando voy de viaje, me gusta compartir cosas bonitas. Me gusta mucho la ropa y supongo que a la gente le gusta lo que hago y lo que transmito.

¿Se considera bien pagada? ¿Cobra lo mismo que sus colegas varones?

Nunca he sentido sexismo en mi carrera. En atletismo cobramos lo mismo, por medallas, resultados y becas. Y los patrocinios depende de tus resultados deportivos y de tu popularidad, en redes y fuera de ellas, claro, pero tengo que decir que quizá las mujeres tenemos ventaja en ciertos sectores. Yo ahora estoy recibiendo material y ofertas de marcas de belleza, y, eso, para los hombres es menos frecuente.

A sus 27 años ¿en qué momento de su carrera se encuentra?

Estoy en mi mejor momento. Una de las mejores de mi especial tiene 34 años, pero ella tiene un físico portentoso. Creo que en torno a mi edad es cuando más se salta, aunque luego hay atletas, como Concha Montaner, otra valenciana, que se retiró a los 37, ya iremos viendo.

¿Cuál es su ídolo fuera de la pista?

Fíjate, más que un ídolo deportivo, desde siempre me ha encantado Naomi Campbell. Por todo. Por su belleza, por todo lo que ha conseguido, por la manera en que ella modelaba. El triunfo de una mujer negra en esos años era raro de ver y para mí es un referente.

Condiciones de modelo no le faltan. Igual ahí tiene su plan B.

No estaría mal. De momento, me voy este fin de semana a Valencia a encender la mascletá del domingo desde el balcón del Ayuntamiento vestida de Fallera. He renunciado a Nueva York, pero las Fallas no me las pierdo ni loca.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Kate mate]]>https://elpais.com/opinion/2024-03-14/kate-mate.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-03-14/kate-mate.htmlThu, 14 Mar 2024 04:00:00 +0000Andan los guardianes de las esencias monárquicas británicas contrariadísimos por un hecho ciertamente extraordinario. Resulta que la divina Kate Middleton, esposa del príncipe heredero, era humana. Que la etérea princesa, capaz de lucir los rígidos abrigos de la misa de Navidad de Sandringham con la naturalidad de quien lleva un salto de cama, tenía vísceras. Que la muchacha de la eterna sonrisa y la lustrosa melena al viento podía atravesar horas bajas. Que la regia consorte y madre modelo, capaz de portar las opulentas tiaras de la Casa como quien lleva una diadema de playa, tenía ideas propias. Y que ha decidido que sus circunstancias médicas, más allá de comunicar en enero que se sometía a una cirugía abdominal y permanecería de baja hasta Pascua, son asunto suyo. Vaya con Kate. La princesa salió rana.

Desde que dejó su plebeyo anonimato para casarse con el príncipe Guillermo, Middleton ha cumplido escrupulosamente su parte del trato. No ha dado un ruido. Ha parido a tres hermosas criaturas asegurando la línea sucesoria sin perder sus caderas de colegiala. Ha salido maravillosa en todas y cada una de las fotos oficiales. Ha tragado con todo sin que se le notara nada. Y resulta que, justo ahora, con su suegro, el rey Carlos, retirado por un cáncer inespecificado; su suegra, la reina Camila, viniéndose a cazar a España, agotadita de tanto sustituirlo; y sus cuñados, Enrique y Meghan, gozando de su exilio californiano sin perder ocasión de dar por saco, Kate es el problema por no dejarse retratar y demostrar que sigue viva. Hay que joderse, digo, fuck you.

Seamos honestos: nos priva un drama. A mí la primera. Me encantaría ver el informe médico de Kate con pelos, señales y triglicéridos. Pero quiere reservárselo y está en su derecho: no es la jefa del Estado. En las fotos que hemos visto desde que desapareció del mapa, aparece siempre sentada, lo que sugiere que su dolencia puede ser lo suficientemente seria como para precisar una convalecencia larga y delicada. Por no hablar de que puede estar tocada anímicamente hasta el punto de querer hacerse bola y no mostrarse al mundo así y ahora. Las princesas también lloran. Que se lo digan a Masako de Japón, Charlene de Mónaco y a su mismísima y difunta suegra, Diana de Gales. Por eso, me sorprende tanto que sean los más monárquicos quienes más se lo echan en cara. Vive a cuerpo de reina a costa del erario público, de acuerdo, pero es humana. Quizá por eso soy republicana.

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<![CDATA[Raúl Tejón: “Hay señoras machistas y ‘señoros’ gais”]]>https://elpais.com/television/2024-03-10/raul-tejon-hay-senoras-machistas-y-senoros-gais.htmlhttps://elpais.com/television/2024-03-10/raul-tejon-hay-senoras-machistas-y-senoros-gais.htmlSun, 10 Mar 2024 04:15:00 +0000Tejón llega en su coche “de 14 años” desde Getafe, donde reside desde siempre, pensando en tirarlo en cierto aparcamiento de Madrid y llegar con tiempo para acudir puntual a la cita en el Ateneo. Pero, en el último minuto, se encuentra con la calle cortada al tráfico, tiene que internarse en el laberinto del centro y, como buen habitante del extrarradio, va avisando por teléfono a quienes le esperamos de cómo y de cuánto se retrasa. Cuando llega, por fin, se disculpa, se desprende del plumífero extralargo con que lidia con el frío que pela hoy en la Meseta y se le queda una pluma adherida a la camiseta. Se la quito, se la enseño, me mira, lo miro y ambos nos reímos sin reírnos. Las carcajadas, y alguna que otra lágrima en puertas aguando sus ojos, vendrán luego, en una charla generosa y amena de la que lo que sigue es solo un extracto. Gran conversador, da gusto escucharlo.

¿Cuánto ha tardado en venir?

Nada, 20 minutos. La gente que vive en el centro se cree que Getafe está en el más allá, lejísimos, y muchas veces tardan más que yo en llegar a los sitios. A quienes vivimos en la periferia no nos da pereza las distancias, ¿a que no? Tenemos el plano del Metro y el del Cercanías grabados en la cabeza. No me vendría al centro a vivir, aunque pudiera comprarme un piso, que no puedo.

¿Por?

Porque me gusta Getafe y lo que me da Getafe: que voy a entrenar todos los días con mi amigo Eduardo, que me paso por la óptica de Sergio, mi amigo del cole, y nos vamos a tomar la cervecita al bar de mi amigo Use. Imagino que hay barrios de Madrid donde se puede hacer eso, pero, con la gentrificación es todo más desalmado. Para quedar con alguien tienes que agendarlo a tres semanas vista. Y eso no va conmigo.

¿Es un chico de extrarradio?

Del todo. Yo puedo salir de Getafe, que Getafe no sale de mí. Ni puedo ni quiero negar el sitio donde he crecido, donde me he hecho. En mi colegio, en los 80, arrasó la heroína. Los críos huíamos de los pobres yonquis que estaban dispuestos a quitarnos las pesetas que nos daban de paga. Mis abuelos son emigrantes manchegos. De aquí voy a probarme un traje de Pedro del Hierro para un evento, porque los actores también vendemos ilusión. Pero soy un currante, clase trabajadora, y eso no me resta conciencia de clase.

¿Defina ‘conciencia de clase’?

Saber que no hay justicia social, que la meritocracia no existe, que son los padres. Que, por mucho que a mí me vaya bien, mi obligación es devolver con mis impuestos a la sociedad que me lo ha dado todo, incluyendo las becas con las que me saqué dos carreras en la universidad de mi pueblo, la Carlos III. Derecho y Administración de Empresas. Los pago encantado y agradecido porque son para la ciudadanía, no para el Gobierno. Cuando pago mucho, me alegro, porque eso significa que he ganado una pasta. Cuanto más pago, más gano. Yo en los sitios he estado siempre por derecho. Nunca he tratado de ser lo que no soy.

O sea, que, en su perfil de Instagram puede poner “emprendedor”.

Jajaja, podría, lo que no voy a poner nunca es entrepreneur, ni bon vivant, ni wanderlust ni esas mierdas que nos vende el capitalismo. Un respeto.

Está triunfando con su personaje en la serie ‘Machos alfa’. ¿Es usted más macho, o más alfa?

El alfa de mi casa es mi perro, Roque. Me lo dijo el otro día Jaime, su rehabilitador, y me encantó. El macho alfa, en los perros, es el que equilibra. Y yo, según Jaime, soy el “chocolate”, el que mantiene unida a la manada a base del juego. Me hizo gracia, porque mi forma de estar en la vida y el trabajo es jugar. Yo llego a plató, o a cualquier sitio, y se me acerca la gente, los perros, los niños. Soy chocolate.

¿Siempre le ha pasado?

No, eso me pasa desde que decidí no estar enfadado con el mundo.

¿Antes lo estaba?

Sí, estaba muy enfadado con la vida. Supongo que tiene que ver con una situación complicada en mi infancia. Mi padre se fue de casa y fue una separación traumática. Sentí el abandono y me pasé casi 20 años cabreado. De los 17 a los 35. Hasta que dije: hasta aquí.

¿Qué pasó para que se plantara?

Pasó que me volvieron a abandonar. Un amor. Y entonces, dije, basta, tengo que cambiar de pantalla, esto lo soluciono, se acabó el tango. Se acabó el enfado. Y me cambió la vida. Recuperé la relación con mi padre. Acepté que no podía cambiarle. Que mi madre también era como era. Entendí que a la gente hay que aceptarla como es, no como queremos que sea. Cuando aceptas eso, se acaban las expectativas y los malentendidos y la vida se coloca. Llevo 20 años en terapia. He decidido ser consciente. No ser feliz, ser completo.

¿Le ha salido cara la terapia?

Carísima, pero me parece mucho mejor eso y estar bien que poder comprar un piso en la Gran Vía.

¿Esa consciencia coincide con su despegue profesional?

Sí, aunque en los años del cabreo, aproveché esa energía. He hecho todo el abanico de cabrones: violadores, pederastas, asesinos, policías corruptos, todo el mundo machirulo. En los castings me cogían solo para eso. Nadie vio que yo podía ser comedia, que puedo ser, que soy, de hecho, un cascabel dentro de mi cabreo. Hasta que llegaron los hermanos Caballero [los productores de Machos alfa] y lo vieron.

Raúl Tejón, actor en la serie 'Machos alfa' fotografiado en el Ateneo de Madrid.

¿Es usted machista?

Claro que lo soy, lo que me toca, y no me doy cuenta, porque he sido criado en el patriarcado. He tenido la suerte de crecer entre mujeres poderosas. Mi tía abuela se tiró al tren y perdió las piernas antes de que la pillaran con el estraperlo, con dos ovarios. Mi madre tiró adelante sola con mi hermana y conmigo, pero igual aguantaba cosas que no debía aguantar. Eso me ha hecho entender que las mujeres pueden ser tan poderosas como quieran ser, pero que ellas también han sido criadas en el patriarcado.

O sea, que hay mujeres machistas.

Pues claro. Hay muchas señoras machistas y muchos señoros gais, porque el patriarcado es transversal a toda la sociedad. Pero hay cosas por las que no paso y no estoy siquiera dispuesto a debatir. Esos que dicen que la violencia no tiene género, por ejemplo, es que ni discuto. Línea roja total. Chico, vete a terapia, yo ya llevo 20 añitos. Los que niegan genocidios, por ejemplo, otra línea roja.

¿No hay de esos en ninguno de sus chats de familia, por ejemplo?

Pues claro, mira lo que te he contado de mi tía abuela, por ejemplo. Mientras no haya justicia y restitución, va a haber dos Españas, claro que las hay. He roto algunas relaciones por esas cosas, no tengo por qué aguantar determinadas cosas que me hacen daño.

¿La homofobia es una de ellas?

Pues claro, si tú no me aceptas como soy, ya está: no hay más que hablar. Yo no obligo a nada a nadie. Cásate con un hombre, una mujer o un caniche. Pero no me digas lo que puedo o no hacer con mi vida.

¿Todavía hay homofobia en su oficio?

Pues claro, dime un actor explícitamente gay que haya ganado un Goya como protagonista. Me dirás que Javier Cámara, y, sí, es una excepción. Pero históricamente los ganan actores perfectamente heterosexuales haciendo de machos ibéricos. A mí me han intentado sacar de algún reparto por ser homosexual, ¿hola? ¿Alguien intentó sacar a Tom Hanks de Philadelphia por ser heterosexual? Por eso, considero que es un acto de reivindicación y militancia decir quién es uno. La orientación sexual no forma parte de mi vida privada.

¿Está a favor del ‘outing’?

No, porque cada uno tiene su lucha personal, su proceso, y tiene derecho a decirlo cuando quiera, si quiera. Pero tampoco entiendo que nadie se ofenda porque digan que es gay. Nadie se ofende porque digan de él que mide dos metros, o que es bajito. No deja de ser homofobia interiorizada.

Ahí, ahí, haciendo amigos en el colectivo.

A ver, el colectivo es tan diverso como la sociedad, y ha cogido algunos vicios deleznables. Hay un edadismo brutal. La pluma está vetada en ciertos sectores. Parece que todos tenemos que ir al gimnasio, machacarnos para tener bien marcado el six pack y gustarnos el Benidorm Fest. Vete a la mierda. Llevamos toda la vida peleando porque nos dejen ser, sentir y decir lo que nos dé la gana y ahora el colectivo nos va a decir quiénes somos. Seamos sensatos. Hay que hacer un esfuerzo por informarnos y deconstruirnos.

De deconstrucción masculina se habla mucho en ‘Machos alfa’. ¿Usted ya venía deconstruido de casa?

Bueno, tengo mis lecturas, y mis cosas. Llevo un esfuerzo de muchos años, y esto va a sonar mal, no tanto por ser feminista, sino por ser mejor persona.

¿Es feliz?

Pues mira, sí. Y tengo motivos para estar triste. Mi madre murió este verano. Voy todas las semanas a ver a Itxaso, mi psicóloga. Es un trabajo diario. Y lo hago porque es lo que me alimenta como persona, y como actor. El único consejo que doy a quien me lo pide es que saber quiénes son, y abrazarlo, es lo que te hace diferente, lo que te va a diferenciar del resto.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Mi 11-M íntimo]]>https://elpais.com/opinion/2024-03-07/mi-11-m-intimo.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-03-07/mi-11-m-intimo.htmlThu, 07 Mar 2024 04:00:00 +0000El 11 de marzo de 2004 mi hija mayor tenía seis mayos y la pequeña dos abriles. Esa mañana, como todas, pero como ninguna, habiendo escuchado ya la noticia, las arranqué de la cama, les di el desayuno, les hice las coletas, las até a sus sillitas de mi Ibiza negro, dejé a la mayor en el cole y a la pequeña con mi madre, y salí disparada al periódico con las lágrimas cayéndoseme a plomo mientras escuchaba en la radio cómo iba subiendo el recuento de muertos en los trenes. El resto está en los papeles. Me eché a la calle, me puse las gafas y el casco de periodista, y la adrenalina hizo el resto. Fue un día eterno y, a la vez, un suspiro. No sé ni cuándo llegué a casa, exhausta, pero sí que las niñas llevaban horas acostadas y que corrí a mirar cómo dormían como si hiciera siglos que no las viera. La mayor había traído un dibujo del cole. Un lazo negro pintado a rotulador en una hoja de su cuaderno de Plástica. Se lo había puesto de deberes su maestra porque a una niña de su clase le habían matado a su tía preferida en el Cercanías. La pequeña no se enteró de nada, bendita sea. Y eso que vivimos en la ciudad donde los islamistas subieron a los trenes con las bombas tras aparcar su furgoneta frente al gimnasio donde la llevábamos a aprender a flotar sin manguitos. Nuestro pequeño homenaje a las víctimas fue tener el lazo colgado en la puerta de casa durante años, hasta que las chicas se cansaron de repintarlo, y seguir viviendo.

Estas vísperas del 11-M de 2024 me he bebido los documentales de las teles por el vigésimo aniversario de los atentados, pero, más que a la pantalla, miraba el alucinado rostro de mi pequeña, hoy veinteañera, viendo con ojos nuevos las imágenes y testimonios de esos días de horror, traición, dolor y amor al mismo tiempo. Solo recordaba, si acaso, la brocha gorda. Mea culpa. En casa de la cronista, memoria de ameba. Pero ni ella preguntaba ni el mal es algo de lo que se hable en familia a la hora de la cena. Esos trenes son los que ella coge ahora en la estación de Alcalá de Henares para ir a sus prácticas universitarias. Fuera, en el atrio, una escultura que ni mira porque para ella lleva ahí toda la vida, recuerda a los 192 ausentes. Hombres, mujeres y niños varados por siempre en las vías Bien que mal, mi hija tiene un futuro. A ellos se lo robaron.

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Samuel Sánchez
<![CDATA[Lola Cabrillana: “Me mata que el pueblo gitano no valore la formación”]]>https://elpais.com/educacion/2024-03-03/lola-cabrillana-me-mata-que-el-pueblo-gitano-no-valore-la-formacion.htmlhttps://elpais.com/educacion/2024-03-03/lola-cabrillana-me-mata-que-el-pueblo-gitano-no-valore-la-formacion.htmlSun, 03 Mar 2024 04:30:00 +0000Lola Cabrillana (Málaga, 51 años) llega a la Redacción de EL PAÍS a primerísima hora de la mañana. No le importa madrugar. Está acostumbradísima a levantarse al alba de lunes a domingo. Llegó anoche a Madrid para recoger el Premio a la Solidaridad que le ha concedido la Fundación Secretariado Gitano y aprovecha a fondo los billetes y la estancia para promocionar su libro, que escribió animada por sus casi 40.000 seguidores en X, la red social antes conocida como Twitter, donde cuenta su vida cotidiana como maestra de Infantil en un colegio de un barrio pobre de Málaga y como ayudante de su hermana en su puesto de bolsos en el mercadillo ambulante de fin de semana en los lujosos distritos malagueños de Puerto Banús y Estepona. De diversidad sabe un rato. Y de contar historias: aparte de enseñar a leer y escribir, escribe novelas.

¿De dónde le viene su vena de narradora?

Escribo desde chiquitilla. Fui una niña muy fantasiosa. Mi primer cuento lo escribí a los cinco años. Se llamaba Las ventanas mágicas, mi padre aún lo tiene guardado. Seguí escribiendo y le regalaba los cuentos a mis amigos, hasta que como vi que había pintores que vendían sus cuadros en la playa, empecé a vender yo también mis cuentos. Me saqué la carrera de Magisterio con lo que ganaba como cuentacuentos, y muchos de los que contaba eran míos. Conseguí mi trabajo como maestra porque fui a contarles cuentos a los niños de un cole y me enamoré del proyecto. Es un colegio concertado en La Palmilla, uno de los barrios más pobres de Málaga, y de Europa.

¿Por qué le sedujo ese centro y no otro?

Tiene el 90% de la población gitana. Llevo allí 20 años dando clase, primero en apoyo en Secundaria y, los últimos 13, a niños de Infantil. He tenido alumnos de dos generaciones, he dado clase a los padres y a los hijos, date cuenta de que hay chicos y chicas gitanos que tienen hijos con 13 y 14 años.

El Secretariado Gitano cifra el abandono escolar de los niños gitanos en el 87% antes de Bachillerato. ¿Lo constata a pie de aula?

Sí. Y me mata que el pueblo gitano no valore la formación, hay que aferrarse a ella, porque es la llave de nuestro progreso y libertad. También es verdad que la escuela no es acogedora para el niño o la niña gitana, que tiene sus circunstancias en casa. Hay mucho que transformar. Llevo 20 años en la educación y no se ha avanzado casi nada. También tenemos nuestra responsabilidad. Hay que abrir los ojos. Pero es difícil salir de ciertos círculos, como el de la pobreza. Habría que ir caso por caso y apoyarles.

En su libro recrea una ceremonia de pedida, con prueba del pañuelo incluida, de una niña gitana de 15 años, y a la narradora no le gusta. ¿A usted tampoco?

Ahí tengo el corazón partido. Mi cultura tiene cosas buenas, pero los gitanos no estamos evolucionando a la velocidad que me gustaría y el papel de la mujer gitana no tiene la relevancia que tendría que tener. Respeto las tradiciones, pero la prueba del pañuelo me hace arder la sangre. No es una tradición, es una costumbre, y debería evolucionar, sobre todo porque a los hombres no se les pide demostrar su virginidad. Lo único que me consuela, y me ha costado entenderlo, es que es voluntario por parte de la mujer someterse a ella.

Pero si no se somete, se la aparta y se la estigmatiza.

No, eso no es así. Eso es un prejuicio, como tantos que circulan sobre nosotros. Tengo alumnos que se escapan con su novia, una práctica aceptada, y se van a vivir con él, con 10 o 15 años, y a las chicas ni se les pide la prueba del pañuelo ni se las aparta de nada.

¿Por qué cree que las mujeres gitanas no avanzan como deberían?

Son muchos factores. El principal es que los gitanos no estamos integrados en la sociedad. Vivimos muy encerrados en nosotros mismos, y, luego, la gitana sigue siendo una sociedad machista. No diría que los gitanos sean más machistas que el resto. Mi padre siempre nos animó a estudiar a sus hijas y friega los platos y cocina. No tengo ese ejemplo en casa. Pero evolucionamos con muchísima lentitud.

Sostiene que España sigue siendo racista con los gitanos. ¿Cuál fue su primera experiencia personal al respecto?

El día de mi sexto o séptimo cumpleaños, era nueva en el cole e invité a toda la clase a merendar, aunque mi maestra me había dicho que no sabía si vendrían los niños porque no querían meterse en casa de un gitano, y no vino nadie. Mi madre se quedó con los bollitos sin tocar, y yo llorando a mares. Mi padre se sentó conmigo y me dijo: “Lola, no se puede amar lo que no se conoce”. Aquello se me quedó grabado y desde entonces me empeño en que la gente me conozca, a mí y a los míos.

¿Y logró que sus compañeros fueran a sus cumples?

Sí. Hace poco, en la presentación de mi libro, un amigo de la infancia me dijo que lo que más recordaban eran mis cumpleaños. Empezaron a cambiar en el momento en que me conocieron, conocieron a mis padres y a mi entorno, y empezaron a apreciarnos.

¿Por qué es tan difícil eso, conocernos?

Porque no nos dejan mostrarnos. A muchas personas no las cogen en los trabajos porque son gitanas. Lo he visto con mis propios ojos. Madres de alumnos míos que quieren trabajar en un supermercado, pasan todas las pruebas y, cuando llega la entrevista presencial, las echan, o no las vuelven a llamar por ser gitanas, no se lo dicen así, claro, pero no hace falta decirlo. Así no se puede conocer a nadie ni comprobar si son o no buenos trabajadores. Mi salvoconducto para no sufrir ese racismo, por ejemplo, es que soy rubia.

¿Y eso?

Porque no parezco gitana. A mí me han pedido madres y padres de niños del cole que fuera con ellos a que les alquilaran un piso, y se lo han alquilado al verme. Me pasa hasta con mi hermana. Ella es morena y sí parece gitana. Cuando voy con ella, me leen como gitana y me meten en el saco. Si voy sola, no. Fíjate, ella tiene un puesto de bolsos y complementos en el mercadillo, y tiene mi libro expuesto. La gente le pregunta que por qué lo vende. Ella dice que lo ha escrito su hermana, o sea, yo, y no se lo creen. Como si una gitana no pudiera escribir un libro.

Lola Cabrillana, maestra, fotografiada en la madrileña estación de Atocha.

Es rubia, está soltera y no tiene hijos a sus 51 años. ¿Es usted un ave rara en su comunidad?

Para nada, la comunidad gitana es más diversa que todo eso. Yo he tenido varias parejas, no me he casado y ahora estoy soltera. Tenemos la imagen del gitano que se casa a los 13 años y tiene hijos a los 15, que existe, claro que existe, pero hay mucho más que el estereotipo. Eso es de las cosas que más ha cambiado en estos años. Lo de que la pareja es para siempre. La libertad personal. En eso sí que hemos evolucionado.

¿Le gustó el exitoso reality televisivo Gipsy Kings?

Me provoca una sensación de ridículo, porque esa no es la realidad, son estereotipos que ayudan a perpetuar los prejuicios sobre nosotros. A lo mejor representan a un 1% o un 2% de la población gitana. Es una caricatura de nuestra cultura y me duele. Como me dolió la película Carmen y Lola, donde se retrata a los gitanos como homófobos. No lo somos. No todos. Eso ha cambiado muchísimo, para bien, en los últimos años. Y las redes sociales ahí han tenido un papel importante de normalización de la diversidad.

En el mercadillo tiene vecinos de puesto negros, marroquíes y de otras etnias. ¿Los gitanos son racistas con los otros?

Creo, sinceramente, que no. Es más, en el cole, cuando uno de mis niños ve que se meten con su amigo magrebí o negro, sale a defenderle, porque ellos saben lo que es eso. Creo que, más que racistas, somos todos clasistas. Se es racista con el gitano pobre, no con el rico. Igual que se es racista con el moro o el negro pobre, no con el rico. Fíjate, una vez, en el mercadillo de Puerto Banús, una señora muy pija vestida me oyó decir: “Qué calor que hace”. Se me encara y me dice: “Haber estudiado”. Preferí reírme, pero al final le dije que tenía dos carreras, que cuántas tenía ella. Se quedó seca.

¿A cuánto están las bragas en el mercadillo de Puerto Banús?

Jajaja. Creo que en el de Puerto Banús no venden bragas. Ahora, los mejores bolsos, y los más bonitos, son los de mi hermana.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[29 de febrero]]>https://elpais.com/opinion/2024-02-29/29-de-febrero.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-02-29/29-de-febrero.htmlThu, 29 Feb 2024 04:00:00 +0000Con el de hoy, si llego, porque escribo estas líneas ayer y nadie ha vivido mañana, llevo 14 días 29 de febrero vagando por este valle de risas y lágrimas. Un momento como otro cualquiera para hacer balance de daños. De mis dos o tres primeros años bisiestos, los de la más tierna infancia, solo recuerdo lo bueno porque, aunque seguro que también hubo malo, tenía dos pararrayos llamados papá y mamá para evitármelo. De los dos o tres últimos, los del cenit de la edad madura, tiendo, sin embargo, a retener lo malo, quizá porque, aunque también ha habido muchos ratos muy buenos, he tenido que atravesar los peores a pelo. De los de en medio —esa montaña rusa de ilusiones y desengaños, amores y rupturas, éxtasis y calvarios que llamamos vida—, tengo que hacer esfuerzos para rescatar del maremágnum otros fogonazos imperecederos, además de los del nacimiento de mis hijas y la muerte de mis padres. Así de rápido pasa el cuento cuando lo estás viviendo.

Así que, llegado el aniversario de mis primeros 14 años bisiestos, me debato, a días y a ratos, en el día, entre la urgencia por comerme el mundo y el bajonazo de saber que le di la vuelta al jamón hace tiempo. Debe de ser esa inconsciente consciencia de estar en primera línea de tanatorio que nos embarga a tantos coetáneos. Porque seamos realistas sin ser cenizos. Con su poquito de potra, mi historial genético y las estadísticas de esperanza de vida en la mano, me pueden quedar ¿cuántos cuatrienios?: ¿cinco? ¿seis? ¿diez, Dios no lo quiera? No adelantemos acontecimientos. Vayamos día a día, como Rambo. Mientras otros tienen programado y pagado hasta su entierro, yo sigo pagando el gimnasio sin ir porque el lunes empiezo sin falta, continúo sin abrir el buzón por si hay una orden de ingreso inmediato en prisión sin fianza y vivo con los cuadros por colgar apoyados en el suelo desde la última mudanza, hace un cuarto de siglo. Hasta el próximo 29 de febrero. Igual entonces he progresado en el empeño de aprender a vivir por mí misma y no dejar que la vida me viva. Ilusa.

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<![CDATA[Yurena: “Yo sí que cambié: ya no me torea nadie”]]>https://elpais.com/television/2024-02-25/yurena-yo-si-que-cambie-ya-no-me-torea-nadie.htmlhttps://elpais.com/television/2024-02-25/yurena-yo-si-que-cambie-ya-no-me-torea-nadie.htmlSun, 25 Feb 2024 04:30:00 +0000Se la ve llegar de lejos, como en un travelling, atravesando parsimoniosamente la plaza de Santa Ana de Madrid. Alta y esbelta, con la altura y la esbeltez resaltadas por un moñazo sobre la cocorota y los ondulantes andares que le imponen unos altísimos tacones de aguja recamados de pedrería, destaca como un ave rara entre los uniformes de batalla de los turistas que atestan la plaza a la hora del aperitivo. De cerca, sin embargo, lo que más llama la atención de Yurena, además de la inefable chaquetilla de presunto zorro que lleva bajo el abrigo de paño, es su níveo y tersísimo cutis, más blanco aún por contraste con el rojo de los labios reventones, el pelirrojo del pelo, y el negro de las pestañas postizas y la raya con que subraya sus ojos. Que no pasa desapercibida, vamos. Saluda, extremadamente educada, y se entrega a la charla con un discurso detalladísimo que hipnotiza hasta al gato, la mascota del club donde hemos quedado, que se pasea tranquilamente entre sus piernas. Ella, encantada. Vive sola con dos mininos en casa.

¿Cómo prefiere que la llame: María del Mar, Tamara, Ámbar, Yurena?

Yurena, por supuesto. Tamara y Ámbar fueron nombres a los que renuncié porque me demandaron por estar ya cogidos, y, aunque gané, preferí no dar esa batalla. Pero Yurena es mi nombre artístico oficial, registrado en la Oficina de Patentes y Marcas desde 2005 y publicado en el BOE, o sea que Yurena forever.

¿Nadie la llama Marimar, ni siquiera sus amigos?

No, ni mi madre, que siempre me llamó “nena”. En el cole, sí, pero lo que más me llamaban era “gorda, ballena, o cuatro ojos”. Sufrí bullyng desde niña. Me destrozaron la autoestima. Me daba vergüenza decírselo a mi madre y pasé años encerrada en mi cuarto escuchando música: Spandau Ballet, Culture Club, Bowie, Duran Duran. Ahí descubrí que quería dedicarme a esto, hablé con mi madre y empecé a pelear como una leona y no he dejado de hacerlo toda mi vida.

Es hija única. ¿Sus padres la consentían mucho?

Mis padres daban la vida por su hija. Él era oficial de primera de albañil en Altos Hornos de Bilbao. Mi madre trabajó en una imprenta hasta que se casó. Cuando vine a Madrid, mi padre se quedó y mi madre se vino conmigo. Nunca nos separamos. Yo lo era todo para ella, y ella, todo para mí. Llegué a Madrid sin malear y me enfrenté a un mundo de fieras.

Imagino que se refiere a su polémica época de broncas con otros personajes digamos peculiares en programas de televisión. Pero usted misma ha reconocido que se inventó un noviazgo y un embarazo.

Y me arrepentiré toda la vida, de esa mentira, porque va en contra de mis valores, mis principios y de mi forma de ser. Fue él quien me convenció diciéndome que aquello me ayudaría a que me conocieran más como artista, y yo me dejé porque creí en esta persona [Paco Porras], confié en él, y me traicionó. Si de algo puedo presumir es de tener memoria de elefante. Por eso ni olvido ni perdono. Mi madre decía que el perdón sin olvido no era perdón del todo. Hay cosas inolvidables e imperdonables.

¿Como cuáles?

Lo que han hecho conmigo chupópteros y garrapatas a los que se dio pábulo en los medios de comunicación, con la colaboración de gente de esos medios, para decir verdaderas barbaridades sobre mí.

Usted siguió ese juego. ¿Qué la distingue de ellos?

A mí me han dicho de todo y nunca he perdido los papeles. Me he enfadado, me he defendido, pero tengo mi ética profesional y personal. Y he tenido un trabajo, no como otros que no tenían oficio ni beneficio, y vivían de hablar mal de mí. Nunca he tenido un pelo de tonta. Igual sí que era ingenua, en el sentido de que creía en la gente. Pero nunca he sido ni tonta, ni ridícula ni mamarracha, como se me ha vendido durante tanto tiempo. Ni lo he sido, ni lo soy, ni lo seré.

¿Y qué sentía al oírlo?

Me intenté suicidar dos veces. Me tomé muchas pastillas. No quería morir, quería dejar de sufrir, necesitaba descansar. Peleaba con uñas y dientes, pero no podía contra esa campaña de linchamiento. Fíjate si sufría que ni pensé en el daño que le iba a hacer a mi madre, que era y es la persona que más he amado en el mundo. Y fue ella quien me salvó. La segunda vez, por minutos. Ella me ha salvado siempre la vida, hasta que se fue.

Y ahora que no tiene ese clavo ardiendo, ¿qué la salva?

Mi fuerza mental. Parece contradictorio, Pero, desde que murió mi madre, el 21 de octubre de 2019, ayer hizo cuatro años y cuatro meses, vivo por su memoria. Me arrancaron el alma cuando murió. Aún no he aprendido a vivir sin ella.

Hay quien piensa que es usted un juguete roto.

Igual lo dicen para extender esa idea. Un juguete roto no tiene actuaciones casi cada fin de semana y las llena. Ni publica discos en las plataformas digitales y en pocas horas suben al número 1 sin promoción. Llevo toda mi vida viviendo de esto. Siempre hay gente dispuesta a intentar hacer daño. La envidia no es buena compañera de viaje.

¿Cómo logró superar la depresión?

Nunca se me han caído los anillos. En la peor época, abrí un pub en Madrid y dejé la canción. Me alejé de todo. Hasta que un día me planté, dejé la noche y me dediqué a mí misma unos años de introspección para sanarme. Me dije, yo no soy empresaria, soy cantante, esa es mi vida, y volví, en 2012. Aquí está Yurena. Cogí al toro por los cuernos. Desde entonces, vuelo sola. Sí, tengo mi repre, directores de vídeo, asesores de imagen, tengo mi equipo, pero la que manda soy yo.

¿Qué sintió al recibir la llamada de Los Javis para producir una serie sobre usted?

No me lo creía, pero supe desde el principio que es un regalo que me mandaba mi madre, que en paz descanse, para que se haga justicia conmigo. Llámalo justicia cósmica, pero es así.

¿Cree que su vida merece ser contada?

Creo humildemente que, si la vida y trayectoria de algún artista merece ser contada, es la mía. He sido un fenómeno musical y social sin precedentes. Causé una revolución nunca vista, un movimiento llamado Tamarismo que ha hecho historia. Y he sido la artista y persona que ha sufrido un acoso moral y profesional como nadie con todo lo que me rodeó. Sin olvidar mi lucha incesante contra viento y marea, totalmente sola. Mi vida podría dar para más de una temporada de la serie. Nadie imagina por todo lo que he tenido que pasar. No se lo deseo ni a mi peor enemigo.

María del Mar Cuena Seisdedos, Yurena (antes Tamara y Ambar) fotografiada en el club Argo de Madrid.

¿Cuánto tarda en maquillarse?

Hoy, dos horas. Si solo voy de tiendas o a tomar un café con amigos, igual algo menos, pero yo voy siempre maquillada y con tacones, hasta para tirar la basura.

¿Cómo lleva tener que envejecer?

No me he hecho nada más, que, en su día, un aumento de pecho y de labios. El cutis es mío. A base de cuidados de alta gama desde los 12 años y la genética de mi madre. Cuando me vea mal, no tendré ningún problema en ponerme ácido o botox.

Ha contado que, en su primera relación sexual, de adolescente, fue violada. ¿Ha vuelto a sufrir abusos o agresiones sexuales?

No, la verdad. Lo que he tenido han sido muchas proposiciones para ser escort (prostituta de lujo), y muchas, a través de redes sociales, para acostarse conmigo pagándome mucho dinero, pero siempre dije que no. No soy ninguna estrecha, pero en eso siempre decido yo.

¿Tiene pareja ahora?

Ahora no. He tenido varias, pero siempre he tenido muy mal ojo para los hombres. Me fijaba en los guapos y los altos, los buenorros, pero luego no tenían conversación, estaban vacíos y me aburría, porque a mí me gusta conversar de todo. Ahora, he bajado ese listón. Para estar con alguien me tiene que gustar, pero necesito que haya una química brutal entre los dos para poder continuar. Estoy soltera porque soy muy exigente.

¿Por qué cree que, en todo este tiempo, no ha vuelto a dar otro pelotazo como con la canción ‘No cambié’?

A ver, Luz, yo he hecho una gira por China, llenando teatros hasta la bandera, y me volvieron a llamar. He actuado en Ifema, en el Wizink Center, en auditorios. Desde que me autoproduzco, sin promoción, cada single ha sido número uno en redes. Siempre, siempre, he vivido de mi trabajo. Estoy muy orgullosa de mí. Muchísimo.

‘No cambié’ sigue sonando y cantándose a gritos en bodas y karaokes, pero creo que usted la odia.

Sí, después de mis intentos de suicidio, durante mucho tiempo la odié porque me recordaba al linchamiento que sufrí, pero la gente me la pedía tanto que la adapté a mi nuevo estilo, más dance, y ahora la canto. No me encanta, pero ya no es solo mía, sino de la gente.

O sea, que, al final, sí cambió.

Yo sí que cambié: cogí al toro por los cuernos ya no me torea nadie.

Muchas gracias, Tamara [me equivoco de nombre, involuntariamente].

Yurena, Yurena, desterremos el pasado. Yurena forever.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Topuria o revienta]]>https://elpais.com/opinion/2024-02-22/topuria-o-revienta.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-02-22/topuria-o-revienta.htmlThu, 22 Feb 2024 04:00:00 +0000El domingo, David, un chaval madrileño de 19 años, se puso la alarma del móvil a las seis de la mañana habiéndose acostado a las tres tras salir de fiesta con los colegas. Quería ver en directo una pelea televisada desde California antes de tener que salir escopetado a su currillo de fin de semana como pollero en un supermercado. El responsable de semejante milagro es Ilia Topuria, un joven de 27 años, nacido en Alemania de padres georgianos y afincado en España desde los 15, que se jugaba el título de campeón del mundo de peso pluma de la UFC, una violenta especialidad de lucha en la que vale casi todo menos “morder y pegar en la nuca y en los huevos”, según me explica David con paciencia de santo ante la ignorancia de la boomer de turno. Él y sus amigos, y una legión de chavales y no tanto en todo el mundo, son fans de Topuria. Un tipo que se autodenomina El Matador, se declara más español que el toro de Osborne y ha retado al grito de “no hay pelotas” al rey de su disciplina a batirse con él en Madrid, a lo que el otro ha contestado que las tiene “enormes”. Bravuconadas y testosterona a chorro. Nada nuevo en ciertos deportes. Lo inédito es que a tantos jóvenes, como a David, les “motive” que Topuria no tenga “miedo a nada, se esté forrando y logre cuanto se propone”.

David es mi sobrino y asesor en asuntos de la generación Z, esos marcianos que habitan entre nosotros y a los que tantas veces les perdonamos la vida sin saber cómo viven. Le pregunté quién era Topuria al ver que todo el mundo hablaba de él en las redes. No me entero de nada, de acuerdo, pero hago por enterarme. En un mundo en que los adolescentes venden su iris, o sea sus datos, o sea su vida, por 70 euros en criptomonedas, y les flipa ver a dos tíos reventarse a hostias, es lo mínimo. Topuria, hamaquero de playa y portero de discoteca en Alicante antes que ídolo planetario, ganó 400.000 dólares por ganar el combate y el título mundial el domingo. David, 650 euros al mes por filetearles las pechugas de pollo a las “marujas del barrio”. Este diario no informa de boxeo para no contribuir a la difusión de un deporte violento. Pero desde que se fundó ha pasado medio siglo y quizá ya no funcione el hacer como que ciertos fenómenos no existen cuando están en boca de todos por otros medios. Igual habría que abrir ese melón antes de que nos corran a melonazos por estar a por uvas. David ya me ha corrido.


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Armando Arorizo
<![CDATA[Inés Hernand: “Más amigas y menos bótox”]]>https://elpais.com/television/2023-12-03/ines-hernand-mas-amigas-y-menos-botox.htmlhttps://elpais.com/television/2023-12-03/ines-hernand-mas-amigas-y-menos-botox.htmlSun, 03 Dec 2023 04:15:00 +0000Inés Hernand llega con retraso al bar del centro de Madrid donde quedamos, caminando desde su casa, pero avisa cada cinco minutos por WhatsApp de por dónde va y lo que le falta, y, cuando al fin aparece, apuradísima, se deshace en disculpas. Viene radiante, recién maquillada por un profesional a domicilio para las varias citas de trabajo que tiene hoy por delante, pero se ofrece generosa y sin prisas a la conversación. Ha estado al otro lado y sabe que una entrevista no sale bien si una de las dos partes no se entrega. Es una comunicadora nata.

Yo podría ser su madre. ¿Cuántas veces le ha dicho a alguien de mi edad: “Ok, ‘boomer’?

Mira, soy milenial porque nací entre 1982 y 1997, pero la edad solo es un dato. Ser joven es un prisma, una óptica que resulta de ser contemporáneo en la época que vives. Decir ‘ok, boomer es como decir que te calles, y yo no lo digo: quiero escuchar.

A sus 31 años ya no es tan joven, también le digo.

Depende lo que evalúes. Me siento absolutamente juvenil, sobre todo en el ámbito emocional: todos somos unos niños y debemos saberlo disfrutar. Lo que ha cambiado mucho es cómo se nos conceptúa socialmente. Somos hijos de una precariedad perpetua. Estamos en una sociedad líquida, entonces, lo queremos todo fast: fast food, fast fashion, fast relationships. Antes, el compromiso te llegaba a los 30, ahora, ahora eso no pasa: o porque no puedes, o porque no quieres o por las dos cosas. Y nada de eso es gratis ni económica ni emocionalmente.

También hay jóvenes rezando el rosario en Ferraz [sede del PSOE en Madrid] contra la amnistía. Igual lo de las generaciones tiene que ver con la clase, además de con la edad.

Has dado con la caja de Pandora. Nos quieren vender que hay una clase media porque tengas un iPhone, y no. Tú eres tu contexto. Ellos ven amenazados sus privilegios y salen a lo que creen que es defenderlos. Está bien que hayan descubierto los movimientos sociales, pero creo que no salen tanto a a manifestarse, sino a desahogarse y a hacer unas risas.

¿Se iría de copas con ellos?

Por supuesto. Yo salgo de copas con absolutamente todo el mundo. Soy humanista y me gustaría que todos nos pudiéramos conciliar a través de la palabra. A los de Ferraz los miro con una mirada como de zoológico. Claro que saldría con ellos, no solo por las risas, que también, sino porque quiero entenderles y que me entiendan.

O sea, que no ‘cancela’ a pijos.

Los pijos son mi tribu urbana preferida. Saben divertirse como nadie. Yo ahora mismo estoy en una posición económica privilegiada, después de haber vivido la precariedad desde que me fui de casa a los 18 por discrepancias con mis padres, pero no soy una desclasada. Ahora, cuando voy a uno de esos restaurantes hiperpijos, me encantan, y digo ¿cómo no vais a querer blindar esto, cabrones?

¿Por qué no es desclasada?

Porque a mí me importa el resto del tejido social y uso mi altavoz para seguir poniendo en la palestra del debate público cosas que me parecen importantísimas. Lo que es clasista es que te sude los cojones el resto.

¿No se cansa de tanto activismo?

No, lo llevo en la boca del estómago. También va por épocas. Después de las elecciones acabé desfondada. Pero no puedo renunciar, tiene que ver con mi personalidad. Me resultaría imposible no denunciar algo injusto. Eso sí, el fin de semana hablo de trapos, o de tíos, o de una serie. Pero siempre hay algo que te hace saltar. Yo misma, a veces, me digo: ya estoy dando la puta chapa. Ya lo siento.

Inés Hernand, al manillar de uno patinete eléctrico de los que proliferan en el centro de Madrid, donde vive.

De 0 a 10, ¿cuál es su grado de adicción al móvil?

No te puedo decir un 10, porque lo uso mucho para estar conectada profesionalmente, pero sí un 6 o 7. Ahora somos esclavos de él, domina nuestro deseo porque el algoritmo está diseñado para ofrecerte doritos cerebrales, y engancharte. Por eso nos muestra cuerpos aspiracionales, bienes aspiracionales, relaciones aspiracionales. Lo revolucionario es vernos, quedar, tocarnos. Yo ahora mismo, que estoy soltera, en cuanto compruebo que alguien me puede interesar en una aplicación o red social, prefiero quedar, porque entre eso, el bótox, y los filtros nos estamos perdiendo los unos a los otros.

¿Cuánto le importa la imagen?

No soy ajena. El yugo de la estética es muy falaz. Siempre ha habido guapos y feos. Yo soy culona, y por mucho que me opere, no voy a poder tener determinado cuerpo. Pero soy defensora de la estética y también te digo, que si a ti te molesta el entrecejo, o el rictus, pínchate bótox, o ácido, antes de dejarte 50.000 pavos en terapia, pero no dejes la terapia si la necesitas. Ni el bótox ni el ácido te van a arreglar. Más amigas y menos bótox.

¿Ha hecho buenas migas con Mercedes Milá, su compañera en ‘No sé de qué me hablas’, pese a sus 40 años de diferencia de edad?

Buah, Mercedes tiene un aura muy fuerte. Es inteligentísima y, a la vez que hace un escáner implacable de lo que tiene enfrente, es cariñosa y generosa. Más allá de esta unión profesional en Televisión Española, a Mercedes me la voy a llevar puesta como amiga para toda la vida.

Bueno, siempre tendrá el título de Derecho como ‘plan B’.

Ahora mi carné de colegiada es como si llevara un posavasos del Toni 2 [célebre local de copas de Madrid] en la cartera. Me sirvió para comprender a los chicos de Ferraz, porque conviví con ellos en la facultad, y para saber leer la realidad y la sociedad, todo el mundo debería dar algo de Derecho en todas las carreras..

¿Ahora que es mayor, se lleva mejor con sus padres?

La verdad es que no. En etapas tempranas de mi vida hubo situaciones de abandono, de sentir que yo no era su prioridad, y he tomado la decisión que me parece menos dolorosa para mí: no tener ningún contacto con ellos, desde hace 7 años. Tengo que preservarme y alejarme de algo que me es nocivo. No quiero tener nada que ver con esas personas ni ahora ni el futuro. Cuando envejezcan y llegue el bajón fuerte, a ver cómo hacemos para abordarlo de la forma más aséptica posible. Suena horrible tener que hablar así de unos padres pero es la realidad, porque ellos no hicieron lo propio con su responsabilidad con su hija.

Me entran ganas de llorar al escucharla.

A mí también me entrarían. El ser humano es egoísta, hay que autoanalizarse, estas personas no se lo trabajaron y creen que todos son culpables menos ellos. . A cambio, he tenido una abuela de puta madre. Y me he construido una familia de amigas desde la infancia hasta la fecha.

¿Cuánta terapia le ha costado?

Unos 6.000 euros y cuatro años, desde que empecé a ganar dinero cuando me contrataron en TVE, y hasta ahora. Fue lo primero que hice, antes de cambiarme de piso: pagarme la terapia y un tratamiento de radiofrecuencia para la celulitis.

Vivan las contradicciones.

Me apetecía darme ese lujo. Soy absolutamente imperfecta y eso es lo que yo creo que me da cierto valor. Es imposible no incurrir en hipocresía en el capitalismo. Todo es superhipocrita, todo es asqueroso, y reconocerlo, al menos, te pone en el camino de intentar cambiarlo.

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Bernardo Perez
<![CDATA[Carmen Calvo: “Las mujeres tenemos útero, eso no es voluntario”]]>https://elpais.com/espana/2024-02-18/carmen-calvo-las-mujeres-tenemos-utero-eso-no-es-voluntario.htmlhttps://elpais.com/espana/2024-02-18/carmen-calvo-las-mujeres-tenemos-utero-eso-no-es-voluntario.htmlSun, 18 Feb 2024 04:40:00 +0000Llega a la cita de media tarde en la cafetería de un hotel del centro de Madrid de buenísimo humor y mejor semblante. No levita, pero casi. El Consejo de Ministros acaba de nombrarla presidenta del Consejo de Estado, y aunque a estas alturas de su vida política y de la otra dice estar de vuelta de honores y oropeles y seguir siendo “una chica de Cabra” (Córdoba), no puede evitar traslucir su gran satisfacción al respecto, hasta el punto de mostrar a la periodista dos o tres de los “cuatrocientos y pico” whatsapps congratulándose por su nombramiento. Pese a todo, advierte, no desea hablar de ese asunto, ni de ningún otro pollo político, ni nombrar a nadie en particular en esta entrevista, acordada con anterioridad para hablar de su libro. A eso viene. Pero, aunque no hable expresamente de nada, se le ve casi todo en los ojos.

Cuenta que se hizo feminista a los ocho años, al ver a las niñas pobres entrar por otra puerta en su cole de pago.

Aquello fue mi despertar político. Fui socialista antes que feminista, en el sentido de que me rebelaban las injusticias y la desigualdad. El feminismo vino después de forma natural, al constatar la desigualdad de las mujeres.

También hay mujeres machistas.

Claro, el machismo es una capa que todo lo tapa, de una transversalidad total, por tanto, hay mujeres que no lo discuten, pero ellas también sufren esa condena que, o no la ven o no la quieren ver. El patriarcado, que es la madre de todos los corderos, te atrapa y puedes no darte cuenta, incluso darte un tiro en el pie. Eso no implica que la lucha del feminismo no sea para todas, porque también las afecta a ellas. No es que yo vaya a liberar a nadie, pero voy a seguir trabajando por todas nosotras.

¿Por qué se abstuvo en la votación de la ley trans del Gobierno siendo diputada del mismo?

Porque, antes de legislar, deberíamos haber aprendido de lo que ha ocurrido en otros países que legislaron antes que nosotros y que han tenido que rectificar algunas cuestiones, sobre todo las que protegen a los menores. Entiendo que haya, las ha habido siempre, personas que tengan problemas con su identidad en su cuerpo. No tengo nada contra eso. Lo que no entiendo es que, viendo cómo esas leyes han fallado en otros sitios, hayamos seguido los mismos parámetros. Tendremos que volver a reflexionar sobre la ley en algún momento. Lo tengo clarísimo.

¿Una mujer trans es una mujer? ¿Sí o no?

Yo no sé lo que sentirán. ¿Trans, qué? ¿Transexual o transgénero? No es lo mismo. El feminismo al que pertenezco lucha contra el género. Venimos de una historia de 200 años de lucha contra las desigualdades que atraviesan a las mujeres. Yo quiero que el género no exista. Yo no quiero que nadie se opere ni haga lo que no quiere hacer. Yo quiero seres humanos que nazcan en las circunstancias que nazcan y puedan evolucionar en sus proyectos individuales en igualdad de condiciones, derechos y parámetros de ayuda y dejar de encasillar a la gente en géneros, y mucho menos por aspectos externos.

¿Qué es ser mujer?

Yo. Yo soy mujer.

¿Le ofende que la llamen tránsfoba?

Por supuesto que me ofende. Te lo dicen en el minuto uno para no razonar contigo. Para ahorrarse sus propias reflexiones. ¿Tránsfoba, yo? He sido la primera ministra de Europa en salir con la bandera arcoíris a la calle. Pero también formo parte de las mujeres que mueren en los paritorios, de aquellas a las que están comprando sus vientres para gestar porque tienen útero, de las que asesinan porque son mujeres. El útero no es un aspecto externo, y las mujeres tenemos útero, o lo hemos tenido, el útero no es voluntario.

Y la canción Zorra, ¿le ofende?

Sí, pero, vamos a ver: el feminismo no se va a discutir en el festival de Benidorm. Eso es un tema puramente comercial. No voy a entrar en un debate que quiere generar una canción que quiere venderse. Mi feminismo no es ese, sino el que tiene que enfrentarse todos los días a los asesinatos de mujeres a las que les llaman eso antes de matarlas.

Carmen Calvo, presidenta del Consejo de Estado, en el despacho de Manuel Azaña en el Ateneo de Madrid.

Dice en el libro que, para ser feminista, hay que haber leído sobre feminismo. ¿Y las que no?

Mi madre no leyó a Simone de Beauvoir y era feminista. Se puede tener un sentimiento profundo de dignidad e igualdad, pero el feminismo político tiene un cuerpo teórico y una historia, y si no la conoces, tu feminismo cojea. Eso es como que alguien quiera ser economista sin haber leído sobre economía.

Acaba de ser nombrada presidenta del Consejo de Estado. ¿Le sangra ya la lengua de tanto mordérsela?

No, porque sé perfectamente cuál es su cometido y el papel constitucional que tiene. Mi trabajo es que todo esté ordenado y funcionando. Tengo los adentros más serenos de lo que nadie se imagina. Pero tengo energía. A mí no me tumba casi nada en este mundo.

¿Cuántas veces se ha tragado sus palabras?

En el tema del feminismo, no me he tragado ningún sapo, soy difícil de doblar. En las relaciones personales, alguna vez, nadie es perfecta. Y en política, digamos que he tenido mis lances y mis flexibilidades y mis heridas. Tengo mis cicatrices.

¿Algunas de esas puñaladas han sido de mujeres?

Claro. La política es un mundo de confrontación de ideas y de lucha por los espacios, y las mujeres podemos ser tan cabronas como los hombres, si el tema lo merece: no tengo la ingenuidad de pensar que somos todas unos angelitos y lo hacemos todas juntas. Pero creo que las mujeres venimos de una historia común y tenemos otro bagaje. Por eso soy feminista, porque creo que estamos más cerca de avanzar cuando hay una feminista poderosa.

Algunos intelectuales hablan de “terror feminista” en los medios, la calle y la política.

Creo que, a determinada edad, los hombres ya no quieren dar esa batalla. El mundo ha cambiado mucho, las mujeres tenemos libertad y perspectivas diferentes, estamos en actitudes que ellos no se esperaban nunca de nosotras. Cuando ven que una mujer pelea a muerte por el poder, como han peleado ellos toda la vida, y que el mundo te viene a contramano, no quieres perder tus privilegios. A los jóvenes les pasa lo mismo: les interesa el sueldo de su pareja, que puede que gane más que él, pero quieren un fenotipo de tía guapísima, o perpetúan relaciones sexuales basadas solo en su placer. Los hombres tienen que escucharnos, respetarnos y mirarnos de frente, y, si no, no se enteran de lo que somos.

¿Les cuadra el neologismo ‘señoros’ a algunas viejas glorias de su partido?

Eso es tremendo. El machismo lo abarca absolutamente todo, nadie se escapa de esto, pero, sí. Últimamente, los señoros se han liberado lo suficiente como para explicarnos qué mujeres tenemos que ser y lo que es el feminismo y cómo de feministas tenemos que ser. Terrible

Ahora, ciertos machistas llaman ‘charos’ a las mujeres de cierta edad, feministas y sin pareja. ¿Se lo han llamado alguna vez?

¿En serio? No. O no me he enterado. Debe de ser que no me ven amargada, porque además no lo estoy. Estoy feliz con mi vida.

Le contó al periodista Aimar Bretos que la monogamia se le queda pequeña.

He tenido dos matrimonios, varias parejas y lo que venga. Aunque, a esta edad, solo se liga por casualidad [ríe].

También hay quien cierra ese quiosco. Bibiana Fernández me dijo que, llegada a una edad, prefiere los bolsos a los hombres.

No es mi caso. A mí me gustan los hombres y los bolsos. De eso no voy a jubilarme. Pienso morir con los tacones puestos y el quiosco abierto. No me voy a morir por adelantado

Hay quien define al Consejo de Estado como un cementerio de elefantes. Supongo que discrepa.

Ni voy ningún cementerio ni soy ningún elefante. Voy a asumir mi papel y trataré, como siempre, de hacerlo lo mejor que pueda con el respeto inmenso que les tengo a los órganos constitucionales. Voy a dejarme los ovarios en eso.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Tejado caído]]>https://elpais.com/opinion/2024-02-15/tejado-caido.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-02-15/tejado-caido.htmlThu, 15 Feb 2024 04:00:00 +0000Hay una bomba de relojería con la cuenta atrás activada en muchas casas, y sus moradores lo saben sin poder o querer desactivarla. Puede que sea en la de tus vecinos de rellano, o de adosado, o de casoplón en la urbanización más pija de tu zona. Puede, incluso, que sea en la tuya propia, aunque el sinvivir de ese tic tac inverso martilleando en tus sienes y tu estómago no llegue a salir nunca de tus labios ni de tu puerta de la calle porque el explosivo lo lleva dentro alguien a quien quieres. Un hijo, un padre, un sobrino, un tío, un amigo del alma. Alguien con un cable pelado que puede provocar una descarga en cualquier momento, no se sabe por qué, ni cómo ni cuándo, y dejar quién sabe cuántas víctimas, además de él mismo. Adicciones, trastornos mentales, altibajos, vaivenes emocionales, maldad pura y dura. Las pilas de la bomba pueden ser variadas. Lo que no cambia es la angustia y la impotencia de los allegados al sentirla y no poder descargarlas.

Además de los anónimos, hay toda una estirpe de juguetes con el mecanismo averiado en nuestro imaginario colectivo. Hijos de, hermanos de, yernos de, sobrinos de. Adultos sin más oficio ni beneficio que el parentesco con una celebridad de cuyo prestigio viven y a los que les cuesta labrarse la existencia a la sombra de esa torre. No todos son iguales, claro. Los hay simpáticos, macarras, con luces y sin ellas, trabajadores y vagos redomados, pero no son pocas las balas perdidas. Antonio Tejado, sobrino de la cantante María del Monte, ha sido enviado a prisión por, presuntamente, proporcionar la información necesaria para robar en casa de su tía y su esposa con ellas dentro, y quedarse con parte del botín, en el que había joyas de su propia abuela. Desde entonces, un alud de memes ha sepultado las redes. Jo jo jo, qué sorpresón, la caída de semejante fanfarrón era cuestión de tiempo, sentencian. Ha trascendido que, al ser detenido, Tejado, un tío como un castillo, se puso a llorar como un niño de pecho. Quizá nunca dejó de serlo y la vida le vino grande en cuanto se le acabó el chollo de los realities, los montajes y los focos para desollar al prójimo y se trató de doblar el lomo para pagarse su tren de vida. No me da pena. Tampoco risa. Mientras el resto nos debatimos entre el horror y el morbo ante el espectáculo del Tejado caído, en casa de los suyos, y en otras muchas, si no es también en la nuestra, la bomba sigue en el aire.

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Antonio Quilez
<![CDATA[Pino Montesdeoca: “Yo me gusto y me da miedo no gustarme si me retoco”]]>https://elpais.com/gente/2024-02-11/pino-montesdeoca-yo-me-gusto-y-me-da-miedo-no-gustarme-si-me-retoco.htmlhttps://elpais.com/gente/2024-02-11/pino-montesdeoca-yo-me-gusto-y-me-da-miedo-no-gustarme-si-me-retoco.htmlSun, 11 Feb 2024 05:04:29 +0000Cita en el pequeño ático madrileño donde vive, sola, con Pink y Floyd, dos perros bodegueros andaluces rescatados de un río donde los abandonaron de recién nacidos, y que le montan la gran escandalera a la visita hasta que su ama los apacigua. No me extraña. Pino Montesdeoca, esta mujer menuda de 61 años, larga melena blanca, magnético rostro sin gota de maquillaje y voz grave tamizada por un zumbón acento canario y una amabilidad extrema, produce paz inmediata. Quizá más de la que siente ella misma después de unos años convulsos. Después de vivir durante décadas en Suecia y luego en Bahamas, donde estuvo al borde de la muerte por la picadura de un mosquito, y de la reciente muerte de Bo Linné, su marido desde los 18 años, esta profesora, modelo por accidente pasados los 50, confiesa hallarse en plena reconstrucción. Y se explica.

Con esa cara y ese esqueleto, ¿nunca pensó dedicarse a la moda?

Nunca, jamás pensé que pudiera ser modelo de nada para nadie. Desde niña creí que no le gustaba a la gente.

Ahora me dirá que se sentía un patito feo.

Tampoco. Siempre me sentí diferente, pero lo vivía como algo negativo. No impresionaba, sino que imponía a los tíos. He salido toda la vida con mis amigas, y los moscones se acercaban a ellas, no a mí. No tengo sex appeal. No es lo que emito.

¿Qué cree que emite?

Ahora, fíjate la paradoja, cercanía. Mi belleza, si la tengo, que claro que la tengo, como todos y todas, es de dentro afuera. Cada vez soy más yo. Con los años eliminas porquerías, complejos, pretensiones. Te vas quedando más limpia y eso puede hacer que haya gente que se identifique contigo.

¿Qué porquerías llevaba encima?

Engreimiento, prepotencia, soberbia. Como entendí pronto que no encajaba, me llené de mí.

Qué imagen más gráfica y más potente.

Es así. No le gustaba a nadie, pero yo sí me gusto, me llené de mí enterita y eso me llevó a la soberbia, que es uno de mis pecados más feos. Me fui de Canarias a Suecia a los 18 años por amor, con mi novio sueco. Fui madre a los 19. Luego estudié y me hice profesora. No quería ser mal ejemplo para nadie, ni para mis hijas ni para los alumnos. Tenía que ser la esposa perfecta, la profesora perfecta, la madre perfecta, la mujer perfecta. Siempre he sabido de mi soberbia, pero solo ha empezado a molestarme de verdad cuando me he ido quedando sola.

¿Sola? Tiene dos hijas.

Mis hijas son mayores y vuelan solas. Mi marido murió hace año y medio, y, cuando me quedé sola, me di cuenta de que tenía que estar conmigo misma y que no me aguantaba. Ya no tenía que ser esa mujer con dos cojones, entonces empecé a quitarme cosas de encima. Creo que ahora gusto porque ahora soy pura esencia y eso se percibe.

¿Cómo lleva esa soledad?

Mi marido, Bo, era abogado y trabajaba para el Ejército sueco. Viajaba mucho, y yo también. Igual él estaba destacado en Ucrania y yo en Bahamas, donde trabajé un tiempo como asesora de un empresario y donde casi me mata la picadura de un mosquito. Pero siempre nos juntábamos. Murió de la recaída fulminante de un cáncer que había superado anteriormente. Nos habíamos visto dos semanas antes y estaba animado y bien [muestra fotos de ambos, maravillosos, en el móvil]. Volví a España a trabajar. Mi hija, que es cirujana en Suecia, me avisó de que la cosa se ponía fea en vísperas de los desfiles de la semana de la moda de Madrid de 2022. Cogí un avión, pero no llegué a tiempo.

¿Eso la traumatizó?

Allí la muerte se acepta y se vive de otra forma. Pude despedirme de él en una ceremonia preciosa con nuestros amigos. Cero dramas con eso, pero sí que me queda un poco de rabia y de cabreo. Por eso salgo a andar todos los días muy temprano, con mis auriculares, y le hablo, grito, lloro, pataleo. Luego llego a casa y me pongo a funcionar. El trabajo me ayuda mucho. Cada uno lleva el duelo como puede.

Pino Montesdeoca en su casa de Madrid, con sus dos perros, 'Pink' y 'Floyd', dos bodegueros andaluces, hermanos de camada, a los que adoptó en Huelva.

¿Por qué cree que la llaman los diseñadores para desfilar con su ropa?

Porque encajo, ahora sí, fíjate, con la idea que quieren transmitir. Y porque supongo que hay mujeres de mi edad que, al verme, compran la marca. Seamos realistas. Una puede estar mona, pero esto va de money.

Trabajando en un mundo tan esclavo de la imagen como es la moda, ¿ha tenido tentaciones de retocarse el rostro?

Me gusto y me da miedo dejar de gustarme. Mi hija, la cirujana, hizo también cursos de medicina estética, viene a Madrid a pinchar bótox a una clínica y me dice que puede ponérmelo, no puedo tenerlo más fácil. Veo a amigas y amigos que lo hacen y quedan estupendos, pero otros, no. Lo que me hace gracia es quien se lo hace y te dice a la cara que no se ha hecho nada. ¿Perdona? Estás divino, pero algo te has hecho.

Igual ese es su éxito, que se nota que no se ha hecho nada.

Hemos llegado al absurdo de que te llamen descuidada si no te lo haces. Entonces, salgo yo y digo: “Señores, es normal que una mujer de 61 años tenga arrugas”. Mira tú la reivindicación de lo que es lo más normal del mundo, hay que joderse. Cumplir años es guay, es ok. Cuidarse es moverse, comer bien, intentar ser feliz. He tomado la decisión de ser yo. Tengo cosas más importantes en la vida de las que preocuparme que por cómo se me ve el ojo o el pescuezo.

Carolina Herrera dijo que, a partir de los 50, el pelo largo no es elegante. ¿Qué le dirían usted y su pelazo largo?

Ay, mija, yo creo que ahí se equivocó, la muchacha. No se lo voy a tomar a mal porque no sé lo que quiso decir en aquel momento, ni tampoco la quiero excusar. Evidentemente, yo me considero una mujer elegante, pero a lo mejor para ella la elegancia es otra cosa.

¿Y para usted, qué es?

No tengo ni idea, pero sé reconocerla. Vi en un documental a una mujer africana sentada en el suelo haciendo algo con las manos con una parsimonia, una dignidad, un aplomo y un orgullo y, a la vez, una humildad de ser quien era que traspasaba la pantalla. Me pareció la mujer más elegante del mundo.

¿No se siente, a veces, la cuota de mujer mayor en los desfiles, como la de mujeres más allá de la talla 42 o de discapacitadas?

Ay, cariño, qué difícil eso. Sé cómo soy. Las y los modelos, digamos, estándar, son supernecesarios en los desfiles. Son los que llevan la obra del diseñador a un estatus, digamos, sublime. Yo veo a esas niñas con esas medidas casi insultantes, por imposibles para casi todo el mundo, y me cortan el aliento. Las ves caminar y parece que flotan. Joder, son un espectáculo, lo siento. La diversidad es una maravilla y creo que pueden convivir las dos cosas.

Se llama Pino Montesdeoca, no puede negar que es canaria.

Es lo que me queda de mi tierra, porque ahora ya no me queda nada. Murió mi marido. Murió mi madre esta Navidad. Mis hijas viven fuera. Mi hermano querido vive en Bahamas, tuvo un accidente y ya no es el mismo. Soy yo la que me ocupo de su hija, que la hemos criado juntos. Se me murió todo el mundo, pero eso también está bien. Una vez lo aceptas, es lo que hay. Otro peso menos que llevo a cuestas, qué quieres que te diga.


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Bernardo Pérez
<![CDATA[Sí, pero ya no]]>https://elpais.com/opinion/2024-02-08/si-pero-ya-no.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-02-08/si-pero-ya-no.htmlThu, 08 Feb 2024 04:00:00 +0000Los asuntos de sexo son privados si todo va como es debido. Lo que hacen dos adultos con sus cuerpos es asunto exclusivamente suyo, siempre que se realice voluntariamente y con el acuerdo expreso del otro. El consentimiento recíproco no tiene por qué implicar el mismo grado de entusiasmo de ambas partes, por supuesto. Sé que no hablo solo de mí misma si afirmo que muchas mujeres, por no decir todas, hemos consentido, incluso propiciado e iniciado activamente, relaciones sexuales de todo tipo sin desearlas en absoluto. Por probar, por darle gusto al otro, por arreglar un disgusto, por tener la fiesta en paz, por evitar ciertas guerras, por aburrimiento, por diversión, por interés, porque sí, ¿por qué no?: nuestro cuerpo es nuestro. Luego, una vez comenzada, el cómo continúe la fiesta es un misterio incluso para una misma. Puede que, en su transcurso, la desmotivada se motive lo suficiente como para acabar más excitada y satisfecha que su pareja. Que desconecte y active el piloto automático con el único fin de llegar a la meta que persiga: aquí, que se manifieste quien no haya aceptado, incluso buscado, un polvo rapidito y fingido orgasmos volcánicos para que el otro acabara cuanto antes y poder dormir tranquilos. Pero también puede ser que, por lo que sea, una consienta el acto sexual, deseándolo o sin desearlo, deje de consentirlo en cualquier momento y pida pararlo sin que ello tenga que conllevar asumir el riesgo de que el otro continúe a la fuerza aduciendo el supuesto débito de que todo lo que se empieza, se acaba.

Se llama libertad sexual y estoy convencida de que ellos opinan lo mismo, porque me niego a pensar, como muchos varones y no pocas mujeres, que los hombres son como esos primates que piensan con el pene y son incapaces de controlar sus instintos cuando se les provoca. Cuando eso sucede, estamos hablando de agresión sexual y, entonces sí, el sexo pasa a ser asunto de enorme interés público. El año pasado, una madrugada, una chica entró voluntariamente al lavabo de una discoteca con el futbolista Daniel Alves sabiendo a lo que iba, según su denuncia, pero luego se arrepintió y, cuando quiso parar el asunto, él siguió a lo suyo. Él aduce que fue todo consentido, pero que iba hasta las trancas, por si acaso. El caso se está juzgando en Barcelona con 270 periodistas de todo el mundo como testigos. La ocasión lo merece. Sea cual sea, la sentencia del “sí, pero ya no” será polémica, pero así se cambia la historia.

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POOL
<![CDATA[Ana Oncina: “Me cuesta considerarme artista: cuento la vida en viñetas”]]>https://elpais.com/cultura/2024-02-04/ana-oncina-me-cuesta-considerarme-artista-cuento-la-vida-en-vinetas.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-02-04/ana-oncina-me-cuesta-considerarme-artista-cuento-la-vida-en-vinetas.htmlSun, 04 Feb 2024 04:30:00 +0000Llega a la Redacción de EL PAÍS directa del tren que la trae desde Alicante, donde vive y trabaja junto a su pareja, el también ilustrador Álex Giménez, a quien conoció hace 10 años mientras ambos estudiaban Bellas Artes en Valencia. Tímida, amable y un poquito nerviosa ante la entrevista, a las que no está acostumbrada, Oncina trae de regalo una bolsa de lona y un cuaderno de notas de Croqueta y empanadilla, la saga inspirada en sus vivencias juntos, con la que comenzó a despuntar, y a vender cómics como churros en 2014. Hoy vive de ellos, despachándolos en librerías y en su propio canal de suscriptores a un público que espera su próxima entrega como ella esperaba la de sus autoras favoritas cuando era niña.

Es la primera española premiada por sus cómics manga en Japón, la cuna del manga ¿Cómo se queda?

Ha sido una sorpresa total. Tampoco creí que Croqueta y empanadilla iba a gustar tanto. Era como nos llamábamos entre nosotros mi novio y yo, una broma privada. Dibujo y escribo lo que me gustaría leer a mí, y sigo flipando con que guste a la gente.

Mujer, algo tendrá su obra cuando la bendicen.

Lo de obra me suena demasiado grande, me cuesta considerarme artista. Soy una narradora. Me gusta contar historias, pero no concibo contarlas sin ilustrarlas. Cuento la vida en viñetas.

¿Por qué eligió hacer manga siendo usted alicantina?

De niña, fui muy lectora de manga, sobre todo de autoras mujeres. Me encantaba el género fantástico y el romántico. Y cuando empecé a hacer cómic seguí esa senda de forma natural. Me gusta crear atmósferas, sensaciones, que el lector se meta en mi mundo. Mi obra me define mucho. Es honesta, y eso es lo que creo que atrae. El 90% de mis lectoras son mujeres porque se sienten reflejadas.

Frente al manga más sexualizado, sus parejas son muy románticas, casi cursis.

Yo soy cursi. Cuando empecé, veinteañera, aún lo era más. Pero debajo de esa cursilería hay otras cosas. Mis personajes han crecido conmigo y cada edad tiene sus vivencias y vicisitudes. Ahora les pasan otras cosas. Croqueta y empanadilla es, digamos, mi zona de confort, pero hace tiempo que exploro otros temas. En F*cking 30, hablo de la crisis de la edad, en Just Friends de amistad y diversidad y en Planeta, de salud mental, que es algo que también afecta mucho a mi generación.

¿Cómo es ahora la crisis de los 30 de toda la vida?

Veo mucha frustración a mi alrededor. Somos la generación frustrada. Ha habido un salto generacional muy heavy con nuestros padres. Ellos pudieron trabajar y cobrar sueldos dignos. Ahora mucha gente muy bien formada no tiene trabajos bien pagados y eso frustra muchísimo, porque la vida sigue avanzando y tú quedas estancado en una indefinición eterna.

Pero a usted le va muy bien.

Ya he dicho que soy afortunada por poder vivir de esto. Antes tenía que trabajar también en otras cosas. Pero, aun así, te planteas el poderte comprar o no un piso, el ser o no ser madre. Y también te metes la presión de creer que tienes que tener ya hechas cosas que no te has planteado si realmente quieres hacer. Es complejo.

Ana Oncina, primera española en ser galardonada en el Premio Internacional de Manga de Japón.

¿De qué fuentes bebe para sus historias? ¿Ve las noticias?

Miro mucho dentro de mí, y a los demás. Me nutro mucho hablando con amigas. Antes comía con el informativo de la tele puesto, era como que lo necesitaba, pero ha llegado un punto en que huyo de eso. Me crea ansiedad. Lo hablo con mis amigas y también les pasa. Demasiados desastres, demasiadas crisis.

¿Cómo está su autoestima?

He tenido mis más y mis menos, pero ahora mejor.

¿Antes estaba mal?

Bueno, he tenido esa crisis de no creerme lo suficientemente buena, de ser una impostora, de pedir mucho perdón, de auto justificarme por todo.

¿El premio le ha ayudado?

Sí, que te digan que vales, sin que nadie te haya regalado nada, ayuda. Pero a veces sientes que consigues las cosas por un golpe de suerte, y que no va a volver a pasar. No eres consciente de la cantidad de horas y del trabajazo que hay detrás,

Eso es muy de mujeres, ¿no?

Sí, y no. También es una cuestión de carácter. Tengo compañeras muy empoderadas, igual con menos logros que yo, y me da como envidia esa forma de ser. Yo quiero ser así, pero no acabo de creérmelo. Estoy en ello.


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Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[Terror feminista]]>https://elpais.com/opinion/2024-02-01/terror-feminista.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-02-01/terror-feminista.htmlThu, 01 Feb 2024 04:00:00 +0000Envejecer en un oficio en el que para brillar se precisa de la aceptación del público no es sencillo. Lo sé porque lo vivo. Creerte, con razón o sin ella, en plenas facultades, y ver cómo te pisan los callos y te comen el terreno jóvenes promesas que criaste a tus pechos, e incluso otras que vinieron de fuera y podrían ser tus nietos, mientras constatas que ni tu energía ni tu influencia son las que eran, no es plato de gusto. Es humano revolverse. Pensar que tú eres distinto. Único, singular, imprescindible. Que hiciste y haces las cosas antes y mejor que esos advenedizos que no te llegan ni a las suelas. Puede, incluso, que sea cierto. Da igual. Toca asumirlo, seguir haciéndolo lo mejor que sepas y vivir con el hecho de que hay otras voces, incluso otras primas donnas, en el coro que antes dominabas. Se puede hacer con elegancia, afinando tu instrumento en la discrepancia. O cogiéndote una pataleta y llorando por las esquinas con que todos desafinan menos tú, y lo que pasa es que el jefe te tiene manía. Obsérvese que no hablo de hombres ni mujeres, sino de vacas sagradas del oficio, independientemente de su sexo. Pero, visto lo visto y oído lo oído, parece que a ciertos toros bravos les escuece el doble si quienes constriñen su hegemonía en la dehesa son hembras.

Según la última encuesta del CIS, el 44% de los hombres cree que los avances feministas han llegado demasiado lejos y ahora los discriminados son ellos. Me sorprendió lo justo. En la última semana, Fernando Savater y Félix de Azúa, veteranos e ilustrísimos columnistas de este diario, han causado baja y han deplorado en otras cabeceras la alta cantidad y la baja calidad de las señoras periodistas de esta casa. Hablan de mediocre “invasión femenina” y de “terror feminista” en una Redacción que hace lustros que no pisan. Están en su derecho. Lo de la mediocridad va en gustos, y quizá prefieran a colegas que no les molesten, que les rían las gracias, que protesten, pero bajito. Con su puntito feminista y canalla, vale, pero dentro de un orden, y, sobre todo, sin tocarles a ellos sus atributos ni rebatirles sus tribunas. Lo del terror puedo entenderlo. El mundo ya no es ni será como era, y algunos, o no se han enterado, o, peor aún, para quien aspira a interpretarlo, no quieren enterarse. Qué pena.

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Claudio Álvarez
<![CDATA[Lamine Thior: “El humor es mi mejor arma antirracista”]]>https://elpais.com/television/2024-01-28/lamine-thior-el-humor-es-mi-mejor-arma-antirracista.htmlhttps://elpais.com/television/2024-01-28/lamine-thior-el-humor-es-mi-mejor-arma-antirracista.htmlSun, 28 Jan 2024 04:15:00 +0000Cuando llego al café donde hemos quedado, cerca de la Gran Vía madrileña —en cuyas aceras suelen instalarse grupos de varones africanos vendiendo bolsos falsos hasta que los espanta la policía— Thior se está zampando una tarta de chocolate con helado que no se la salta un... Basta de tópicos. O no. Pese a haberle visto, y oído, anteriormente en el podcast No hay negros en el Tíbet, una no deja de sorprenderse cuando este imponente hombretón negro se levanta y saluda con un acento andaluz que ríete tú del de María Jesús Montero. De prejuicios y otras taras, propias y ajenas, hablamos en esta entrevista.

En sus redes sociales se define diciendo: “soy negro natural”. ¿Seguro?

Sin colorantes ni conservantes. 100% senegalés. El único de mi familia, además.

Me está vacilando.

No, mi madre nació en Senegal y es negra, con nacionalidad española. Mis tres hermanos nacieron en España. Yo llegué a Huelva con dos años y podría ser español, pero, al no poder tener la doble nacionalidad, preferí mi pasaporte senegalés por el arraigo, para tener algo de allí.

Pues he leído que, de niño en Andalucía, no quería saber nada de su país ni de sus paisanos.

Sí. En Algeciras, yo era uno de los dos o tres únicos negros del instituto y tenía los mismos prejuicios que los blancos. No quería que me confundieran con los que estaban por las calles. Le pedía mi madre que me dejara alisarme el pelo o teñirme de rubio. El racismo te afecta independientemente de tu color de piel y yo también he sido racista. En España, el negro guay es el americano, tipo Will Smith, no el africano. Fue luego, al pasar un año en Senegal, jugando al baloncesto, y después, al instalarme en Madrid y conocer a otras personas negras, leer y reflexionar, cuando me caí del caballo. Dejar de ser racista lleva un curro.

Mi madre, mayor y enferma, no quiso que la cuidara una persona negra. ¿Eso es ser racista?

Eso es un comportamiento racista que tiene que ver con una estructura mental, unos prejuicios y una narrativa de décadas. No todo el racismo implica odio. Me pasa cada día, por la calle. Notas que generas tensión. Ven al negro antes que a la persona. No siempre para mal. Recuerdo,hace años, estar con mis hermanos en la playa y que una señora cogiera en brazos a la pequeña, que era bebé. Cuando le llamé la atención, me dijo que es que era monísima y no había podido evitarlo. ¿Perdona? ¿Tú coges a un bebé desconocido por la cara? Los negros somos eso, negros, como si fuéramos de atrezzo, y activamos otra serie de lógicas y de comportamientos en los demás. Por no hablar de los tópicos sexuales.

Imagino que se refiere al dicho de “no hay mujer completa...”

”..hasta que un negro te la meta”. Exacto. Que puede ser halagador, en un momento dado, no lo niego. Pero es que, de ese refrán, y lo de que los negros la tienen grande, a que los negros roban hay un paso. La lógica es la misma. Y te lo digo yo, que me han llegado a parar la policía varias veces en un día, y a quien le han dicho en Tinder, en la primera frase, que les gustan las berenjenas negras, y yo he contestado que se vayan al Mercadona. [muestra la conversación en el móvil].

Para algo es usted humorista.

Es que el humor es mi mejor arma antirracista. Me espanta la superioridad moral, porque cada persona tiene sus procesos y vivencias, y no te puedes poner en su piel. Entonces, trato de hacer un humor que neutralice esos prejuicios. Tengo un chiste en el que digo que estoy supernervioso porque tengo una prueba para hacer de Rey Mago en un anuncio y no sé para cuál. Ese chiste funciona porque nos desnuda a todos. Resulta que un blanco puede pintarse de negro y ser Baltasar, pero yo, negro, no puedo pintarme de blanco y ser Gaspar. Te tienes que descojonar.

¿Qué chistes le ofenden?

Creo que se puede hacer humor absolutamente de todo. Pero, si lo vas a hacer de algo que no te atraviesa, infórmate primero. Hacer humor de caca, culo, pedo, pis, o de gafotas y orejones es fácil, lo hacen los niños en el jardín de infancia. Lo difícil es hacer humor de temas sensibles sin ofender a nadie y hacer gracia, incluso riéndote de ti mismo. El que más me gusta de mi show, Españul, es uno en el que recreo una cita con una chica blanca. Cuando llegamos a su casa, ella, sugerente, me dice: ¿es verdad lo que dicen de los negros? Yo le digo que sí. Entonces, me quito la camisa voluptuosamente. Me quito el cinturón y la ato a la cama. Y me llevo la tele y me piro. La gente se ríe porque se ve retratada.

Lamine Thior ante un graffiti en la plaza de Tirso de Molina de Madrid.

En ‘La ley del mar’ hace de migrante de patera. ¿Le costó meterse en el papel?

Cuando recibí el guion, mi primer impulso fue decir que no. Fue mi representante la que me dijo que leyera bien y menos mal, porque mi personaje, Barack, tiene toda una historia y un arco argumental: un padre que emigra por sus hijos. Normalmente, a los negros se nos llama para hacer de Inmigrante 1. Y yo no tengo ningún problema, el problema es que, como normalmente esos papeles tienen la profundidad de un charco, no puedes demostrar lo que vales y te llaman todo el rato para hacer de Inmigrante 1. Es muy difícil poder tener una carrera. No te dejan desarrollarte.

¿Qué siente al ver malvivir a los ‘manteros’ de Gran Vía? Muchos son paisanos suyos.

Tengo amigos que han pasado por eso. A veces, son personas cualificadas que igual llevan cinco años desde que salieron de su casa, cada uno con sus motivaciones y que, al llegar, tratan de pasar dos años malviviendo en España hasta poder trabajar legalmente. Son personas que tratan de ganarse la vida de la mejor manera que pueden, cuando lo fácil sería ponerse a robar móviles.

¿Qué piensa de quienes vinculan inmigración y delincuencia?

Que es el mismo patrón. Ese tipo de lógica de primero de propaganda de echar las culpas a otros. Los migrantes, negros o no, no somos ni ángeles ni demonios, somos como los demás.

Creo que vive en un piso compartido con otro africano y un búlgaro. Su casa es como la ONU.

Y mi casero es chino, quizá por eso no nos puso problemas cuando llamamos para alquilarle el piso, hace tres años. Estoy orgulloso del grupo que hemos creado. Ya he dicho que nadie es perfecto. Uno de mis compañeros de piso, Michael, es de Ghana, y era uno de esos dos o tres negros que iba conmigo al instituto en Algeciras. Pues bien. Es gay. Y yo, de pequeño, era de los que le rompían las muñecas con las que jugaba. Aquí tenemos que revisarnos todos.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Te ves hermosa]]>https://elpais.com/opinion/2024-01-25/te-ves-hermosa.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-01-25/te-ves-hermosa.htmlThu, 25 Jan 2024 04:00:00 +0000Los días pueden ser muy largos y las noches muy negras cuando no se tiene quien te eche cuenta. No hablo de hijos ni de padres ni de hermanos, sino de alguien que te acaricie el lomo y el alma. Alguien a quien le importes y te importe más allá de los genes y los cuidados debidos. Alguien con quien puedas descansar de ti mismo. Hay quienes lo llaman amor. Dejémoslo en compañía y afecto profundo y recíproco. Cuando eso se tuvo y se pierde, o se anhela y no llega, ni el triste consuelo de constatar que otros están peor viendo desgracias ajenas en la tele compensa la sensación de haber sido excluido de la fiesta de la vida. Así que si, de repente, un día tonto, alguien te entra por una pantalla, te regala los oídos, y te desea buenos días y buenas noches a diario, puedes engancharte a esa droga y, cuando quieres darte cuenta, darle lo que te pida, lo tengas o no lo tengas, con tal de que te lo siga diciendo. Da igual que su foto no resista una búsqueda en Google. Que su español sea de traductor electrónico. Te lo crees porque quieres creértelo. Los llaman estafadores del amor. Dejémoslo en camellos del sentirse vivo por y para alguien. Un cebo que pican demasiados mujeres y hombres, aunque ellos denuncian menos porque les da más vergüenza. Más que la edad y la incompetencia digital, que también, es la soledad que les roe el ánimo lo que les convierte en víctimas de quienes les despluman la cartera y les rompen las aurículas.

“Te ves hermosa”, le escribió un mal día, desde algún ordenador en algún rincón del planeta, alguien sin escrúpulos a Amelia, de 71 años, la menor de los tres hermanos asesinados en su casa del pueblo madrileño de Morata de Tajuña. Igual era la primera vez que se lo decían, o hacía tanto que lo deseaba y no llegaba que Amelia cayó en una trampa que acabaría llevándoselos a los tres por delante. Dio igual que su foto fuera la de Wesley Clark, un general yanqui retirado después de liderar la OTAN durante la guerra de Kosovo. Que el piropo sonara a falso desde Kabul, donde el suplantador decía que estaba destinado. Amelia le creyó porque quería creérselo. Como se creyó la gitana al payo que le dijo “serás más que reina” en la mítica copla. Qué ilusa, Amelia, la juzgamos quienes presumimos de que jamás morderíamos tan burdo anzuelo. Pero de ilusión también se vive. Y se muere.

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<![CDATA[Hugo Silva: “No intelectualizo nada, simplemente actúo”]]>https://elpais.com/cultura/2024-01-21/hugo-silva-no-intelectualizo-nada-simplemente-actuo.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-01-21/hugo-silva-no-intelectualizo-nada-simplemente-actuo.htmlSun, 21 Jan 2024 04:15:00 +0000Nos vemos a media mañana del día de la cena de nominados a los Premios Goya 2024. Cita en una cafetería-panadería de esas con docenas de variedades de café y de masas madres, al lado del Rastro, cerca de su casa, donde le conocen y nadie se inmuta al ver al famoso del cine y de la tele. Enfrente, un imponente patriarca gitano está sentado al sol a la puerta de una de las típicas chamarilerías del barrio, presidida por el retrato de un anónimo caballero, procedente del desmantelamiento de un piso, y en medio de un trasiego de paseantes y furgonetas de reparto. Cuando aparece, Hugo Silva pide, antes que nada, poder, echarse un café y algo sólido al cuerpo. Viene del gimnasio, está muerto de hambre y se atiza una tostada con huevo y aguacate acodado en la ventana del chaflán, con vistas al paisaje y el paisanaje. Está en su salsa.

Sospecho que le aburren las entrevistas de promoción. ¿No?

Es mi trabajo y mi obligación es entusiasmarme con ellas, pero la mayoría del tiempo es responder a la misma pregunta muchas veces. Entonces, entro en piloto automático y tengo que tirar de reservas para no aburrirme.

¿Se evade con facilidad?

Sí, soy así de siempre. No es una cuestión profesional. Es una pulsión. Observo a la gente y me imagino cosas. Siempre me he divertido mirando, desde el cole. La realidad no me parecía divertida y me hacía mis propias películas. Me recuerdo bastante perdido.

Creció en San Blas, un barrio digamos duro de Madrid.

A mí no me parecía duro: era mi barrio y punto. No es que mi realidad me pareciera dura, sino aburrida. Es después, cuando comparas tu vida con la de otras personas, cuando tomas conciencia de lo duro que era aquello. Claro que había droga, pero yo no tuve casos cercanos. Y había muchísima desigualdad. Era un barrio obrero donde la gente trataba de sacar lo mejor de sí misma.

¿Cuál fue su ascensor social?

La potra. Estoy muy agradecido al destino. Cuando empecé a estudiar en la Escuela de Arte Dramático, en la que entré no por estudios, sino por una prueba, y luego, cuando empecé a ir a castings y me cogían, reconozco que he tenido mucha suerte en la vida.

Algo pondría de su parte.

Toda mi energía. Gasté toda mi juventud en eso. He trabajado como un bestia, pero eso no siempre funciona. Todo eso del pensamiento positivo y de si quieres, puedes, me pone nervioso porque no es justo. Lo que puedo decir es que yo puse el 100%, y lo demás fue suerte. Mi carrera, a pesar de haber tenido algún pelotazo, como Los hombres de Paco, ha sido lenta, gradual. Y muy divertida, también. No me quejo.

Aparte de dinero y gloria, ¿qué ha recibido a cambio?

Conocer a gente de mi profesión que me ha moldeado, me ha cambiado y me ha dado cultura, conciencia y empatía. He tenido una ventana a otro tipo de gente, con una pulsión artística y curiosidad por la cultura. Es lo que más agradezco a este oficio.

¿Tiene conciencia de clase?

Mucha. Mi familia es sindicalista, no lo olvido jamás y estoy orgullosísimo de donde vengo.

Mi padre llamaba a eso tener “complejo de pobre”. ¿Le suena?

Sí, yo, más que de pobre, que también, tengo complejo de chico ignorante, que entró sin estudios en la Escuela de Arte Dramático. Allí nadie me hizo sentir mal, bueno, igual algún idiota, pero no quiero acordarme. Pero sí, siempre he tenido ese complejo de chico que ha tenido potra y estaba ahí no sabía muy bien por qué.

¿Cómo lleva las vanidades de la alfombra roja de su profesión?

Es cierto que, a veces, hay mucha tontería en ellas, pero también la hay en el fútbol o en la tele, cualquier cosa que tenga exposición pública. Creo que esa vanidad esconde mucha inseguridad, miedo y ansiedad. Yo tiro de humor. Tengo la humildad de mirar a mi personaje desde abajo, no desde arriba. Es mi trabajo, y ahí no hay ninguna tontería. Lo otro es accesorio. Tampoco es que los del cine seamos tan importantes.

Pues algunos van de dioses.

Yo no. Me encanta cuando me ponen en mi sitio. La gente está a otra cosa. Se lo pasa bien con nosotros, quizá alguno de nuestros trabajos cale en ciertas personas, pero a lo máximo que podemos aspirar es a ser como el primo segundo de alguien que te ve, flipe contigo un rato, y a otra cosa.

¿Usted con qué flipa?

Con la música. Me puede salvar la vida. Ahora, por ejemplo, que estoy nervioso con todo esto de los Goya y demás, escucho mucho a Chet Baker. Hay músicas que te espolean, otras que te calman. Para mí es terapéutico.

Hugo Silva, fotografiado en una cafetería en El Rastro de Madrid, cerca de su domicilio.

¿Va a terapia, terapia, como casi todos los actores y actrices?

Sí, y no pasa nada. Debería ir todo el mundo. Yo he empezado hace poco. Pero no por mi oficio, sino por la vida. A medida que te haces mayor y te pasan cosas, necesitas herramientas y cierta perspectiva de la vida. Me ayuda.

A sus 46 años, ¿ha notado el clic de hacerse mayor en escena?

Sí, de forma natural, me ofrecen otro tipo de personajes más maduros y complejos, y me resultan mucho más divertidos. Estoy encantado con el cambio. Pero también te digo que, por dentro, tengo 23 años, aunque luego me miro al espejo y no subo de los 38.

Su personaje en Un amor es un manipulador emocional. ¿Se inspiró en alguien en concreto?

Alguno conozco, pero yo no soy un actor que esté con el personaje todo el día. Ahora, cuando dicen “motor y acción”, ya llevo un minuto concentrado y al toro: sé dónde está la marca y lo que tengo que hacer. Lo que más me gusta de mi profesión es ese momento. Esa otra realidad. Porque la realidad es aburrida para el cine.

Y se hace su propia película.

Exacto, como me pasaba de pequeño: igual que otros querían jugar al fútbol, yo quería hacer del protagonista de la serie del momento, Falcon Crest, por ejemplo.

Muchas veces ha hecho de poli. ¿Podría hacer de aristócrata?

Hay otros actores que lo harían mejor que yo. Sería un reto, porque mi energía va por otro lado. Pero podría, perfectamente.

Todo el rato habla de energía.

Es que yo no intelectualizo: actúo. A veces, los directores me piden que diga una frase pensando en no sé qué. Les digo: dame toda la información del personaje y luego yo lo traduzco. Es que ni siquiera sé lo que busco, me sale. Hace tiempo que descubrí que no hay que darle muchas vueltas, no tiene más misterio. Pero vamos, que este trabajo no es tan complicado. No sé quién dijo que actuar o era fácil o era imposible. Estoy de acuerdo.

Le van a criticar sus colegas.

Sí, esto no es popular, pero también te digo que he visto a mucha gente que se pone delante de una cámara y no le sale. Esto es como dibujar. Tú puedes aprender a dibujar, pero si eres un negado, eres un negado.

Bueno, usted fue electricista, siempre puede volver a serlo.

Qué va, yo ya no sé hacer otra cosa. He sido hormiguita, eso lo aprendí de mi madre, eso sí se aprende en un barrio obrero. Y, además, a mí me dan igual las marcas, los coches y todo eso. Para mí el lujo es poder estar un martes laborable haciendo surf en Tarifa, y, eso, lo puedo hacer entre curro y curro.

Pues muchas gracias y mucha suerte en los Goya.

Gracias. Me hace muchísima ilusión estar nominado. Sobre todo por mi familia. A mi abuela le hubiera encantado. Mi madre está feliz, aunque mi padre ya no llega a tiempo. Murió hace poco. Ha sido muy desconcertante perder a la persona que me lo ha enseñado casi todo. Supongo que, con el tiempo, el cuerpo y la mente lo asumirán. Aún no lo he hecho.

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Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[Ya te vale, Rafa]]>https://elpais.com/opinion/2024-01-18/ya-te-vale-rafa.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-01-18/ya-te-vale-rafa.htmlThu, 18 Jan 2024 04:00:00 +0000No me gusta el tenis. Ni el fútbol, ni el baloncesto, ni la fórmula 1, ni las bicis, ni las motos. No es solo que no me gusten esos deportes de pelotas y máquinas; es que me resultan tan soporíferos que si, por lo que sea, me veo obligada a verlos un rato en la tele, entro en fase REM aguda. Quiero decir con esto, además de que soy un muermo de tía, que soy inmune a la pasión que despiertan sus ritos y a la adoración que suscitan sus ídolos. Con contadas excepciones. Rafael Nadal es —era— una de ellas porque, dándome igual sus puntos, sets y partidos, había conseguido colarse en mi vida desde que me tocó editar un reportaje sobre un chaval de Manacor (Mallorca), que prometía comerse el mundo a raquetazos. Verlo cumplir su promesa ha sido glorioso. Sus gestas en las canchas han formado parte del almanaque sentimental de este país, donde no se hacía verano hasta que Rafa no se rebozaba en la tierra batida de Roland Garros y mordía la ensaladera después de tenernos en vilo con sus caras de echar el bofe, sus bramidos de parturienta y sus pellizcos entre los glúteos para sacarse los calzoncillos del orto. Nadal era el novio de España, el hijo soñado, el yerno perfecto, el padre ideal, el hombre modelo. El héroe capaz de caer y levantarse mil veces sin dar una bola por perdida y el humano que se hace un trasplante capilar y sigue perdiendo pelo a ojos vista porque la vida curte y todo no se puede comprar con dinero, ni siquiera el saber retirarse a tiempo. La marca España en persona era Nadal, hasta el punto de que su perfil podría acuñarse en los euros.

Por eso, su decisión de aceptar ser “embajador” de Arabia Saudí, una dictadura teocrática donde se hostiga a los homosexuales y se tutela a las mujeres, cuando podría mantener a sus próximas cuatro generaciones sin dar un palo a una bola, no me sorprende tanto como me amarga la boca. No es el primero ni será el último, por supuesto. Anda que no hay notables blanqueando satrapías por el mundo, empezando por el rey Juan Carlos I en Emiratos Árabes Unidos. Nadal es uno más en eso. Y ese quizá es el chasco de quienes lo subieron a los cielos como santo sin ver que solo es un hombre. Nadie es perfecto, ni falta que hace, pero cuesta reconocerlo. Dicho esto: ya te vale, Rafa. ¿Qué necesidad tenías de romperme el mito?

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Jorge Ferrari
<![CDATA[Sofía Vergara: “Mis tetas me abrieron todas las puertas, pero sigo dentro porque no temo al riesgo y trabajo como nadie”]]>https://elpais.com/television/2024-01-14/sofia-vergara-mis-tetas-me-abrieron-todas-las-puertas-pero-sigo-dentro-porque-no-temo-al-riesgo-y-trabajo-como-nadie.htmlhttps://elpais.com/television/2024-01-14/sofia-vergara-mis-tetas-me-abrieron-todas-las-puertas-pero-sigo-dentro-porque-no-temo-al-riesgo-y-trabajo-como-nadie.htmlSun, 14 Jan 2024 04:30:00 +0000Los clientes que tomaban el cóctel de mediodía el lunes en el lobby del opulento hotel Four Seasons de Madrid no tenían ni idea de la coreografía que se ejecutaba una planta más arriba. Una corte de asistentes llevaba una hora preparando hasta el mínimo detalle el encuentro —sobre todo, la foto— de este periódico con Sofía Vergara (Barranquilla, Colombia, 51 años), hospedada en la casa y que se hacía esperar un poco más de la cuenta, como corresponde a una estrella internacional de su altura. Ahora, cuando por fin llega, la Vergara apabulla. Qué ojazos, qué pelazo, qué bocaza, qué vozarrón, qué risa, qué todo. Vestida con una camisa y un pantalón gris satinados, con el punto justo de tensión para revelar los volúmenes de la portadora sin estallar en el intento, Vergara no parecía tener prisa, pero tampoco pausa. Nos despedimos tan amigas sobre las tres de la tarde y, aunque no constaba si ya había almorzado, unas horas después, se cenaría vivo a Pablo Motos en el programa El hormiguero, toreando con sus ácidas respuestas las rancias preguntas del presentador. Intentamos recabar la opinión de Vergara sobre el asunto al día siguiente. No fue posible. La diva estaba ya a otra cosa. Antes, nos había dejado dicho esto.

En ‘Griselda’, encarna a Griselda Blanco, una jefa del narcotráfico. ¿Cuánto respeto le impuso?

Ahora están de moda las mujeres empoderadas, pero, cuando me llamó la atención la historia para producirla, hace 12 años, no tanto. Fue precisamente eso lo que me sedujo. Que la jefa fuera una mujer que tuvo que volverse peor que cualquier hombre para ser el mejor de todos ellos.

¿Eso es también empoderarse?

Griselda fue una mujer bien cabrona. Es que las mujeres no somos santas ni perfectas. Lo interesante y complejo es que esta mujer tenía hijos, amigos, empleados. Era leal con unos e implacable con otros. Fue degenerando con el poder, el miedo, la ambición y las inseguridades. Igual que un hombre. Ni más ni menos.

¿Preparaba a la malvada Griselda mientras interpretaba a la divertidísima Gloria Pritchett en Modern Family?

Sí. Tuve un éxito enorme con Modern Family. Desde el primer episodio me volví famosa en todo el mundo, pero soy una latina que no parece tan latina, y no tengo las mismas oportunidades que los actores americanos. No me estoy quejando, sería una ingrata, he hecho mucho más de lo que soñaba, pero me cuesta más encontrar papeles. No puedo hacer de científica, o de jueza tal como me veo. Entonces, decidí buscarme la vida.

¿No puede hacer de científica?

A ver, ser realista no tiene nada de malo. Cuando yo empecé en Modern Family, hace 15 años, aún me veía mucho más exagerada de lo que ves ahora. No digo que no haya científicas así. Pero esos papeles no están para alguien como yo. Cuando supe de Griselda, quise hacerla. Porque era colombiana, porque era mujer, porque viví el drama del narcotráfico, porque mi hermano Rafael fue parte de ese negocio y lo mataron en 1996. Por todo ello, supe que podía hacerlo. Y lo he hecho cuando conseguí que confiaran en mí para hacerlo. Conseguí que me dieran la pasta porque ya había sido Gloria Pritchett, ya era Sofía Vergara.

¿No teme que se interprete que la serie banaliza la violencia del narcotráfico?

No es que estemos inventando nada. Esa es la historia de mi país. Todo eso pasó. Los colombianos somos sobrevivientes. Vivimos una época y unas circunstancias terribles. Nadie se está riendo de nadie ni está justificando nada.

Sofía Vergara, en uno de los restaurantes del hotel Four Seasons de Madrid.

En Griselda, los hombres aluden a “las tetas y el culo” del personaje como claves en su éxito. ¿Le suena eso a usted, Sofía?

Pero, claro. Sería absurdo negarlo y que eso me hiciera sentir mal. Al revés, estoy agradecida con la vida. A mí estas tetas gigantes y este cuerpo me abrieron todas las puertas, fue mi pasaporte al mundo con 20 años, cuando empecé como modelo, pero hoy tengo 51 años y sigo dentro.

¿Cómo? ¿Por qué?

Porque no le temo al riesgo, trabajo como nadie, tengo personalidad, siempre he estado vigilante a lo que había fuera y no he tenido miedo. Hay mujeres más bonitas, más jóvenes, con más tetas y más cuerpo que yo, pero yo sigo dentro porque he demostrado que puedo quedarme. No hago neurocirugía, solo entretenimiento, y lo peor que me puede pasar es que digan que salgo fea o que esta burra no sabe actuar. Puedo soportarlo.

¿Cuándo se dio cuenta del efecto que su aspecto causaba en los demás?

Muy jovencita, desde el instituto, todos los chicos querían estar conmigo. No es que eso me hiciera sentir mejor, pero te das cuenta de que te tratan diferente. Desde muy joven sé mis fuertes y los aprovecho. Pero si solo ves mis tetas, entonces el problema es tuyo.

En Griselda actúa su compatriota Karol G., como parte de la banda de mujeres que monta la jefa. ¿Es usted también tan solidaria con sus congéneres?

Ahora está de moda que las mujeres se alíen, se ayuden, y se llamen unas a otras para trabajar. Yo lo llevo haciendo, igual inconscientemente, desde toda la vida. Mis primas, mi madre, mis amigas desde la guardería, son mi tribu desde siempre.

¿Cómo fue actuar en español y con actores latinos?

Amo a los actores americanos, y nunca he tenido un problema con ellos. Pero actuar con intérpretes latinos ha sido como estar en casa. En español todo me sale más fácil: el amor, la ternura, el cabreo, todo. Mi inglés no deja de ser un inglés a la fuerza. Para mí ha sido una bendición que me compensaba tener que ponerme todos los días los dientes y la nariz falsos de Griselda y aguantar la violencia de la historia.

¿Se llevaba la tensión a casa?

¿Cómo? Llegaba a casa loca perdida. No me extraña que los actores dramáticos se vuelvan locos y vayan todos al terapeuta. Ten en cuenta que yo venía de hacer comedia, Modern Family, que era como ir todos los días a una fiesta, a estar con mis amigos y pasármela superbién. Menos mal que Griselda fueron solo seis meses. Acabé muy afectada.

¿A los 51, plena mediana edad, en qué etapa de la vida se siente?

Ay, qué horrible suena eso. No: me siento muy completa. En mi carrera he hecho mucho más de lo que soñaba. Jamás soñé con ser actriz. Fue un accidente. Llevo cuatro años presentando America’s Got Talent, un show en el que me divierto muchísimo, estoy presentando esta serie en todo el mundo, tengo mi marca de ropa y de belleza. Ni se me ocurre quejarme de nada.

¿Y personalmente?

Bueno, soy una mujer recién divorciada de mi segundo esposo [el actor Joe Manganiello], con el que estuve 10 años. Mi matrimonio se rompió porque mi marido era más joven, quería tener hijos y yo no quería ser una mamá vieja. Siento que no es justo para el bebé. Respeto a quien lo hace, pero eso ya no es para mí. Ya tuve un hijo a los 19 años, que ahora tiene 32 años, y estoy lista para ser abuela, no madre. Así que, si se presenta el amor, tiene que venir ya con hijos. Yo ya estoy casi con la menopausia, es una ley natural de vida. Cuando mi hijo sea papá, que me traiga al bebé un rato y luego se lo devuelvo y sigo con mi vida, es lo que toca.

Su Instagram es una fiesta.

Soy muy disfrutona. Es lo que nos queda. Los colombianos hemos vivido tantas cosas terribles que siempre sabemos ver el lado alegre de la vida porque si no, no podríamos vivir. Yo, cuando me vaya, me lo voy a llevar todo puesto. El sufrimiento no hay que buscarlo, va a venir solo.

Igual ahora, al verla hacer de narcotraficante despiadada, la llaman para hacer de científica.

No te lo creas. No han cambiado tanto las cosas. Igual en 20 años, cuando me vea más vieja, sí que me creen como científica, pero ahora no me van a llamar. Y si me llaman, igual soy yo la que no quiero. Tendría que verlo.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Yo, ‘boomer’]]>https://elpais.com/opinion/2024-01-11/yo-boomer.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-01-11/yo-boomer.htmlThu, 11 Jan 2024 04:00:00 +0000Nunca fui becaria, porque jamás cobré una beca, ni de estudios ni de prácticas. Pero sí fui precaria antes de que se acuñara el término, porque durante años trabajé como la que más sin más convenio que el de “tanto haces, tanto cobras”, ni más colchón que el de mi camita de 90 en casa de mis padres. Lo normal en la época, vamos. Así hasta que, a los 25 años, ya calada y catada como los melones, firmé mi primer contrato en una categoría entonces conocida como “puta base”, y pude empezar a vivir por mi cuenta y riesgo. Ya está otra vez la boomer con sus batallitas de privilegiada, su buen trabajo, sus buenos trienios cotizados, su adosado en la periferia y su SUV etiqueta eco con el que comerse los 60 kilómetros de casa al curro y viceversa, dirán los jóvenes. Estoy de acuerdo, pero el problema es otro. El problema es que el sueldo que entonces correspondía a los puestos de entrada a los trabajos es ahora el de la clase media alta de los oficios, y eso, a veces, desata una guerra generacional absurda entre los veteranos del oficio que pudimos comprarnos una casa hipotecándonos 30 años al 17%, y los colegas con quienes trabajamos codo con codo, podrían ser nuestros hijos, y no pueden ni pensar en ello.

La periodista Ainhoa Pérez escribió esta semana una carta a la directora de este periódico en la que se lamentaba amargamente por seguir siendo becaria a los 26 años, seguir teniendo que vivir con sus padres e ir ya “tarde” para lograr el trabajo de sus sueños, comprar un piso y ser madre. Comprendiendo su desesperanza, no comparto el tremendismo de dar por finiquitada una vida antes de empezarla. No se trata de competir por quién es más pobre, quién picó más piedra de joven, a quien putearon más los patrones o quién tiene el futuro más negro, sino de luchar, juntos, por nuestros derechos. Sé de qué hablo. El otro día, pasé con mis herederas por una residencia de ancianos llamada Años Dorados y se me ocurrió bromear con ir reservando plaza. No pillaron la gracia. Así que, antes de liquidarla, ya estoy pensando en pedir una hipoteca inversa del adosado para poder pagármela. Estamos todos jodidos, Ainhoa, aunque hagamos como que no va con nosotros. Al tiempo.

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ULY MARTÍN
<![CDATA[Juan Ramón Amores: “Voy a dejarme la piel para aprobar la ‘ley ELA’ en 2024″]]>https://elpais.com/espana/2024-01-07/juan-ramon-amores-voy-a-dejarme-la-piel-para-aprobar-la-ley-ela-en-2024.htmlhttps://elpais.com/espana/2024-01-07/juan-ramon-amores-voy-a-dejarme-la-piel-para-aprobar-la-ley-ela-en-2024.htmlSun, 07 Jan 2024 04:40:00 +0000Quedamos en el Ayuntamiento de La Roda a la hora del aperitivo para hacer sin prisas la entrevista, porque el alcalde de esta localidad albaceteña quiere invitarnos luego a comer. Nos espera en el vestíbulo, instalado en su silla de ruedas, que maneja con un dedo, solo, y asistido para todo lo demás por su jefa de gabinete y su concejala de Asuntos Sociales. Luego, en el restaurante al que vamos andado por la calle, interrumpidos constantemente por vecinos que le desean felices fiestas al edil, es su esposa, Mónica, quien le da de comer la ensaladilla y los huevos rotos que ha elegido de menú. Con el habla notablemente afectada por la enfermedad, Amores participa en la tertulia expresando muchísimo más con los ojos y reservando las palabras para lo importante. Alcalde antes que fraile, antes de irnos insiste en regalarnos unos miguelitos, el dulce típico de su pueblo, del mejor obrador del lugar para que probemos las delicias locales en propia boca. Para él, trabajo y placer no es que sean incompatibles, sino que, a veces, son la misma cosa.

¿Cómo se encuentra, alcalde?

Muy bien. La enfermedad va haciendo su trabajo, pero tengo la mente cada vez más fuerte en lo fundamental. Mis piernas ya no me llevan a muchos sitios, pero mi mente no para quieta.

En 2015 le dieron tres años de vida, lleva ocho, y aún habla y traga solo. ¿Está sorprendido?

Y en casa dejo la silla y aún me manejo con el andador. Cada día que pasa es un día que gano. Según los médicos, llevo un año con la enfermedad parada. Soy un afortunado, gracias a Dios.

¿Es creyente?

Sí, siempre lo fui, pero me alejé, y ahora he vuelto y cada vez tengo más fe. En la Iglesia encuentro paz, reflexión y recogimiento. Un clavo al que agarrarme. Antes era una persona retorcida, débil, pasota, indecisa. Ahora vivo cada día como si fuera el último, como si fuera a morir mañana, que canta Leiva. No hay cansancio que se apodere de mí. Prefiero equivocarme a pasar desapercibido por la vida. La ELA me ha hecho mejor persona.

¿No se cabreó con Dios con el diagnóstico de un mal tan duro?

Sí, y pensé: por qué a mí. Pero cada día miles de personas se enfrentan a este diagnóstico, y prefiero ser yo que mi mujer, mis padres, mis hermanos o mis hijos.

No me creo que no tenga bajones.

Los tengo, y muchos, pero me agarro a la vida. Mira, ahí están las fotos de mis hijos: Iván y Jimena, de 10 y 7 años. A la pequeña, la tuvimos conmigo ya diagnosticado. Claro que tengo bajones. Estuve ingresado por Covid y lo pasé fatal. Pero, al salir, dije que si no se me ha dado una cuerda lisa, al menos que tenga nudos para ir agarrándome. Tengo mucha suerte.

Hombre, alcalde...

Lo soy: tengo una familia maravillosa, unos padres, unos hermanos, una mujer ejemplar. Si le hubiera tocado a ella yo no sé si hubiera estado a la altura. Ella pudo salir corriendo, la he convertido en mi esclava las 24 horas, siete días a la semana. La enfermedad nos ha unido más.

¿Tiene ayuda en casa?

Aún no. Tengo un buen sueldo público, y podría pagarla. Ahora mismo me puedo pagar, y me pago, un fisio, un logopeda, otros no pueden. En el Senado me ayudan dos asistentes y es otro nivel. Soy consciente de mi privilegio y me voy a dejar la piel para que nadie, en 2024, tenga que elegir morir por no poder pagar la atención que requiere la fase terminal de la ELA, cuando es necesaria la traqueostomía y una atención las 24 horas. Porque muy pocos mueren de ELA, sino de las complicaciones que lleva la enfermedad.

La ley ELA está empantanada, y su partido lleva ya cinco años en el Gobierno.

Se va a aprobar como que me llamo Juan Ramón Amores. Voy a mostrar en el Senado cómo es la ELA y no van a tener más remedio que aprobarla. Voy a ser muy pesado, no voy a dejar de dar la lata. No voy a rendirme ahora. En la ELA no hay ideología. Tengo amigos con la enfermedad de todos los partidos. Con Juan Carlos Unzúe, Jordi Sabaté, Jorge Murillo, José Robles y yo, tenemos un grupo en las redes sociales que nos llamamos “los 5 Jotas”, de enfermos de ELA, cada uno con nuestras ideas políticas, y, con todas nuestras diferencias, somos una piña. A mí, en vez de criticar, me gusta solucionar.

En las elecciones de mayo, ya muy enfermo, superó su anterior mayoría absoluta. ¿Qué les da a sus vecinos?

Mi equipo lo llama el “efecto Amores”. En las primeras elecciones imagino que valoraron que me conocían: yo era profesor de Educación Física y enseñé a nadar a medio pueblo. En estas segundas, imagino que los vecinos valoran el esfuerzo y lo que hemos hecho mi equipazo y yo por el pueblo, porque, luego, en las generales, gana PP y Vox de calle. Lo que sé es que, a mí, el trabajo me da la vida. El trabajo es mi mejor medicina. Sin él, ya estaría muerto.

¿Sus niños conocen el futuro que le espera?

Se trata con naturalidad, aunque a veces veo a Iván ver fotos mías de cuando estaba bien, y lo veo sufrir. Una vez, en un examen del cole, Iván, respondió que de mayor quería ser científico para encontrar una cura para su padre. No viven en otro planeta.

Y usted, ¿tiene esperanza en esa cura?

No, para mí no. No creo que la cura llegue tiempo. Somos pocos enfermos, ya no en España, sino en todo el mundo, y no se emplean recursos. Sí tengo esperanza para los demás.

¿Se olvida alguna vez de que tiene ELA?

Muchísimas veces. Necesito ayuda para casi todo, pero ayuda necesitamos todos. La primera vez, fue para abrir una botella de agua. Me daba apuro mostrar debilidad, no es plato de gusto que te tengan que ayudar a vestirte, a desnudarte, a comer, tener tantas manos alrededor, pero es lo que necesito. Y más quisieran mucho disfrutar tanto de la vida como yo. Antes de la enfermedad, no disfrutaba, todo se me hacía un mundo.

El alcalde acude a diario a su despacho del Ayuntamiento de La Roda. Para él, las vacaciones,

¿Va al psicólogo?

No, fui antes de la enfermedad, por alguna cosa, pero ahora no. Tomo una pastilla euforizante que me recetaron, me ayuda a estar mejor, como un ibuprofeno, pero nada más. Si lo necesito, iré. Es como ir al fisio o al dentista.

¿En sus sueños anda?

En mis sueños siempre estoy bien. Echo mucho de menos el agua, la bici, el ser independiente, algo tan simple como el no tener que pedir a alguien que te saque de algún sitio cuando quieres irte, por ejemplo. Eso es un lujo que no tengo.

¿Contempla recurrir a la eutanasia, si llegara el momento?

No, a día de hoy, nunca la usaría, pero respeto a la gente que lo hace. Prefiero una vida digna a una muerte digna. Tampoco quiero hacerme la traqueostomía para poder seguir respirando. Lo he decidido. No quiero vivir tumbado, no quiero tener a una persona las 24 horas pendiente de mí.

¿Y su mujer, y sus hijos?

No lo sé, cuando llegue el momento lo decidiré. O seguir o no hacer nada y cuando muera, habré muerto. Yo lo que quiero es vivir. Y si muero, que esparzan mis cenizas bajo un árbol del terrenito de mis padres en la sierra de Cazorla, aunque esté prohibido. Total, ya no tendré que pagar la multa.

Muchas gracias, alcalde.

Pasa a tomar café la próxima vez que pases por el pueblo camino de Alicante.

Prometido, pero no sé cuándo será eso.

Da igual, ¿Tú sabes el tiempo que te queda?

No.

Yo tampoco. Tengo más papeletas de irme de esta vida antes que tú, pero por eso trato de disfrutar el día a día. Nadie ha vivido mañana.


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Bernardo Pérez
<![CDATA[Los huevos de Bertín]]>https://elpais.com/opinion/2024-01-04/los-huevos-de-bertin.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-01-04/los-huevos-de-bertin.htmlThu, 04 Jan 2024 04:00:00 +0000Tengo un placer culpable: siempre me ha hecho muchísima gracia Bertín Osborne. No el cantante, que me aburre que me mata, sino el hombre, valga la redundancia. Porque Osborne chorrea testosterona. No debe de tener el cromosoma XY, sino el XYZ en el cuerpo. Es el viejo caballero español en persona. De esos que presumen de vestirse por los pies, venerar a la mujer, mujer, y de que no les cabe ni el pelo de una gamba por donde yo te diga, sin ser ellos machistas ni homófobos ni nada de eso, porque tienen madre, hijas y colegas mariquitas. De esos tíos simpáticos a rabiar; amiguísimos de sus amigos; padrazos de sus hijos reconocidos; ora truhanes, siempre señoros, que llegan a los sitios, se hacen con el cotarro y se ocupan de que no falte de nada a nadie y de que ningún culito femenino pase hambre. De esos de lágrima tan fácil como floja la risa, pero con un pronto de aúpa si se les deja de bailar el agua o de reírles las gracias. Y esa es la cosa. Que ya no hacen tanta. Y así anda nuestro hombre, enfurruñado y desnortado perdido por unas críticas que no entiende a lo que siempre han hecho los hombres de su estirpe sin que nadie les cuestionara en absoluto: lo que les da la real gana.

Porque resulta que Bertín, a sus 69 años, ha tenido un hijo con una mujer de 33, con la que mantuvo una relación hace meses. Y, coincidiendo con el natalicio, ha concedido una entrevista a la revista ¡Hola!, en la que se da por enterado, pero arguye que ha elegido “no ser padre”, como elige, qué sé yo, las camisas de flores o de flecos para las portadas de sus discos. Si la prueba de paternidad que va a exigir —porque él no duda de su expareja, pero por si acaso— confirma su ADN, ayudará a la madre con los gastos, dice. Pero los hijos son de las mujeres, que son quienes tienen que tomar precauciones, y no un tiazo como él, que no tiene por qué estar a esas chorradas. Esto no lo dice, pero apuesto a que lo piensa. Ya lo dijo él mismo el otro día muerto de la risa en El Hormiguero, ese programa de máxima audiencia al que van los pobres señores oprimidos a decir que ya no se puede decir nada en ninguna parte. Que va a sacar una marca de huevos, de gallina, con su nombre, porque el mercado se los demanda. Los huevos de Bertín va a llamarlos. Pues eso, Bertín; qué huevos tienes, De dos yemas.


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Fran Guerra
<![CDATA[Marta Flich: “2023 ha sido el año más feliz de mi vida”]]>https://elpais.com/television/2023-12-31/marta-flich-2023-ha-sido-el-ano-mas-feliz-de-mi-vida.htmlhttps://elpais.com/television/2023-12-31/marta-flich-2023-ha-sido-el-ano-mas-feliz-de-mi-vida.htmlSun, 31 Dec 2023 04:15:00 +0000Nos vimos hace un par de semanas, a última hora de la tarde, en un hueco de su endiablada agenda, en la que compaginaba la presentación de Gran Hermano VIP, su presencia en Todo es mentira y los ensayos y pruebas de la gala y el vestido con el que dará, esta Nochevieja, las campanadas de Telecinco. Como vamos las dos pilladísimas de tiempo y Madrid en Navidad es un atasco del demonio, quedamos en una cafetería bajo su domicilio y acordamos en que le aviso cuando llegue y baja. Así exprime los minutos que pasa con Berta, su bebé de un añito, que tuvo junto al cómico Edu Galán. Aparece, esplendorosa con el maquillaje de la tele, y no parece tener prisa. Es una profesional.

Me dicen quienes la conocen que es adicta al trabajo.

Totalmente. Soy muy apasionada y todo en la vida lo vivo intensamente. El trabajo también.

En el debate de ‘Todo es mentira’ no esquiva polémicas ¿Le van los charcos?

No especialmente, no me suelo meter por meterme, lo que me gusta es plantearme dilemas que me hagan pensar y reflexionar, pero no un charco por el charco. Digamos que no los propicio, pero si me tengo que mojar, me mojo, no me escondo.

¿Cuánto mide su coraza? ¿El grosor del maquillaje de la tele?

Tengo un autocontrol bastante grande, eso no significa que no sea una persona de verdad, pero me cuido mucho. El maquillaje también cumple su función. Para mí, ser profesional también es eso.

Estudió Economía y Comercio Internacional. ¿Siguen siendo las finanzas su plan B?

Espero que no. Ahora lo haría fatal. El oficio se hace haciéndolo y he perdido músculo. No me gustaría trabajar en un banco. Es un oficio súpercompetitivo, se trabajan muchísimas horas y te tiene que gustar. Y mi vocación no es esa, sino la comunicación, la creatividad.

Su blog sobre economía para todos los públicos en YouTube la lanzó a la fama. ¿Le sorprendió su éxito?

Bueno, no tanto. Aquello fue una forma de crearme una marca personal, de diferenciarme. Yo, de pequeña, estudié piano, y luego, ya trabajando en un banco, también iba a cursos de interpretación. Siempre he querido dedicarme a la comunicación y, para mí, no había medio pequeño para lograrlo.

¿Qué parte de su éxito cree que le debe a su aspecto físico?

No lo sé. Supongo que es un conjunto. Una imagen más o menos agraciada con un trabajo y un discurso sólido. A veces, mi aspecto jugaba a la contra. Cuando viajaba por Europa no me tomaban en serio. Por mujer y por joven, más que por el físico, aunque es cierto que a veces notaba miradas como si fuera un trozo de carne.

¿Ha sufrido por el machismo?

No, porque sé quién soy. Se retratan solos. En este país el machismo es muy heavy, pero no me ocurre solo a mí. No me quedé en eso y seguí adelante. Mi orgullo es que no he parado de hacer cosas y siempre han venido a por mí.

Marta Flich, periodista, fotografiada en las instalaciones de Telecinco en Madrid.

Empezó en la tele a los treinta y muchos. No es frecuente.

Y estoy súperorgullosa. ¿Tú sabes el subidón que da que alguien te vea en algo totalmente distinto a lo que has hecho siempre?

¿Cuánto dudó para aceptar presentar ‘Gran Hermano VIP’?

Cero. En absoluto. Me lo soltaron así, a bocajarro, en un despacho, y no me lo creía. Les pregunté si lo tenían claro, me dijeron que sí y, si ellos lo tenían claro, yo encantada. Siempre me lanzo a la piscina, y luego, si veo que tengo alguna carencia de formación, me busco la vida, pero nunca digo que no a algo que me apetezca. No sé lo que es el síndrome de la impostora ni la zona de confort. No he vivido ni un día de mi vida en ella.

¿Si se para, se oxida?

Dejo que la vida me lleve, me gustan los retos, siempre voy a más. Soy hiperperfeccionista, y me arriesgo con cabeza, eso sí.

¿Y no se ha dado golpes?

En lo personal, muchos. Me he equivocado muchísimo, pero es que yo también he cambiado muchísimo. Se llama evolucion, se llama madurar. Me espantan esas personas de una pieza. Pienso diferente desde que soy más adulta.

¿De joven era menos tolerante?

De joven no tienes paciencia, no escuchas. Ahora soy infinitamente más paciente, y eso que tengo menos tiempo. He aprendido a escuchar: por eso tenemos dos orejas y una boca, pera escuchar el doble de lo que hablamos. He aprendido a empatizar, ponerme en los zapatos del otro, soy menos radical, menos visceral, no pienso que tengo siempre la razón y me pongo a mí misma en duda muchas veces. Es superhigiénico y saludable.

¿Cómo era a los 25?

Pues súperinsegura. Siempre he sentido que la sociedad quería que fuera de una determinada forma. En casa me han educado y me han dado todas las herramientas para ser feliz, libre y poderosa, y, sin embargo, sientes esa cosa de que nunca eres suficiente, que no gustas lo suficiente. Eso se cura con la edad.

¿Ahora lleva bien las críticas? Porque le han caído muchas.

Sí, mucho mejor: también es verdad que no leo mucho las redes sociales, me quita mucho tiempo y es muy destructivo. Procuro rodearme de gente más inteligente que yo, y por supuesto que escucho lo que me tengan que decir, intento tomar nota y mejorar, porque no vale parapetarse detras de la imagen que tú crees proyectar. La autocomplacencia no vale para nada, pero tienes que elegir a quien escuchar.

Es famosa. ¿Entraría a concursar en Gran Hermano VIP?

Pues nunca puedes decir que no, vete tú a saber. Ahora mismo, no, porque lo estoy presentando, pero me parece un formatazo. Igual dentro de 10 años entro, me lo recuerdas y he cambiado de opinion. No sé por dónde me va a llevar la vida y qué decisiones voy a tomar.

¿Cómo serán sus campanadas de 2024? ¿Tiene algo pensado?

Llevaré un vestido fantástico porque es una noche especial, pero muy de verdad. Tanto Jesús Calleja como yo no somos personajes, somos personas, nos llevamos superbien y vamos a darlo todo y a dejarnos llevar. Ha sido un año malo desde el punto de vista global, a nivel planetario, pero es un bonito momento para hacer balance personal

¿Y cuál es el suyo?

Fantástico, 2023 ha sido mi año más feliz, el mejor de mi vida. Fui mamá a finales de 2022. La tuve con 44 años. He sido una mamá vieja y me costó mucho quedarme embarazada. Siempre quise ser madre, pero hasta el año pasado no había encontrado ni el momento ni a la persona con quien serlo. Berta ha sido un milagro.

Arturo Pérez Reverte, padrino de su boda con Edu Galán, sí que va de charco en charco en las redes. ¿Bromean sobre ello?

Arturo es maravilloso, un genio. El tipo que mejor se lo pasa en redes sociales, es un provocador, un librepensador, una persona generosa y un intelectual como la copa de un pino. Entiendo que, quien no le conozca, pueda tener otra opinión sobre él, pero yo le conozco y le adoro. Es como lo que te decía antes: no puedes controlar la opinión que la gente tiene de ti. No voy a frustrarme porque a alguien que no conozco no le gusto.Menudo estres. En ese sentido, ser madre, tener una persona que ocupa tu atención, te quita mucha tontería. La popularidad me da igual. Es una consecuencia de mi trabajo. Es bonito que te quieran, pero lo que a mí me gusta es trabajar.

Una vez, escuché a Esperanza Aguirre espetarle a la cara a su marido, Edu Galán, que no pegaban ustedes dos en absoluto. Qué fina y diplomática, ella, ¿no?

Jajaja. Nos pasa mucho. Ahí funcionan mucho los estereotipos. Edu hace chistes con eso todo el rato: te miran a ti y me miran a mí y no dan crédito a mi suerte, me dice, pero la suerte es mía. Edu es la persona mas increile que he conocido en la vida.

De 0 a 10, ¿cómo es de feliz?

Soy súperfeliz, estoy en el momento mas feliz de mi vida. 2023 ha sido un año fantástico y para 2024 lo único que pido es salud, amor y seguir trabajando.

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Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[‘Nocheviejuna’]]>https://elpais.com/opinion/2023-12-28/nocheviejuna.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-12-28/nocheviejuna.htmlThu, 28 Dec 2023 04:00:00 +0000La Nochevieja del año que cumplí los 18, la primera que mis padres me dejaron salir de fiesta sin hora de vuelta a casa, me agarré una rabieta de niña chica por un vestido de lentejuelas. Era divino: largo y estrecho cual funda de almohada, y con la almohada propiamente dicha confiriéndole envergadura de portera de rugby a las espaldas de quien osara calzárselo, por las hombreras típicas de la época. El modelito llevaba mi nombre escrito en la etiqueta. Llevaba semanas llamándome a gritos desde el escaparate de la boutique más cara del barrio hasta que, harta de llorarle sin éxito a mi madre que me sufragara el despilfarro, soborné a mi padre para que me adelantara la paga de los seis meses siguientes, me lo compré de tapadillo y lo dejé en la tienda para que le metieran el medio metro de bajo que me sobraba. Iba yo tan contenta a recoger mi tesoro la mismísima mañana de la noche de fin de año, cuando la vida me puso en mi sitio. La tienda tenía la persiana echada y un letrero de “Cerrado por defunción, perdonen las molestias” en la puerta. Seguro que en el duelo del finado se lloró menos de lo que lloré yo ese día por mi vestido de Cenicienta. Hasta que mi madre, harta de mis pucheros, me ciñó una de sus chaquetas bordadas de las bodas con un cinto de la mili de mi padre y me convirtió en la chica más original de una de mis noches más felices de todos los tiempos. Volví a las ocho de la mañana borracha de la barra libre de la vida y empachada de churros con chocolate.

Tantos lustros después, henos aquí de nuevo, preparando cada uno a su manera la Nochevieja de un año que, como las ferias, cada cual contará según le haya ido. Aunque, a estas alturas tengo, además del vestido de marras, que conservo cual reliquia aunque hoy me parece espantoso, no menos de una docena de pingos con lentejuelas, y podría comprarme el que quisiera, es probable que acabe la noche en pijama berreando las canciones de Cachitos en la tele mientras los jóvenes de la familia se acicalan para comerse el mundo. Ya está la boomer con sus batallitas y su Nocheviejuna, diréis algunos, y estaré de acuerdo. Cada edad tiene su qué, vale, pero la ilusión de estrenar la vida ni se compra ni se vende ni se alquila. Feliz 2024.

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Juan Naharro Gimenez
<![CDATA[Los Chichos: “Ahora, la droga es el móvil”]]>https://elpais.com/cultura/2023-12-24/los-chichos-ahora-la-droga-es-el-movil.htmlhttps://elpais.com/cultura/2023-12-24/los-chichos-ahora-la-droga-es-el-movil.htmlSun, 24 Dec 2023 04:15:00 +0000El legendario hotel Wellington de Madrid, en cuyas alcobas han pernoctado toreros, estrellas de cine y ricos de todo pelaje, exulta estos días con su opulenta decoración navideña. Encerrados en una de sus añejas salas de reuniones, Julio (J) y Emilio (E) González Gabarre, y Emilio hijo (EH), Los Chichos para el mundo, llevan todo el día despachando entrevistas para anunciar su enésima despedida de los escenarios, coincidiendo con su medio siglo en activo. Son muchas horas y los mayores acusan los achaques de sus 72 y 76 años, respectivamente. Julio ha aprovechado la pausa de la comida para acudir a una cita médica. Y Emilio padre confiesa que, hace no mucho, le dio una angina de pecho sin enterarse y tiene que cuidarse. Ambos, en diverso grado de vehemencia, están cansados de contestar a las mismas preguntas. Así que es Emilio hijo, que anda por los 54, más joven, profesional y diplomático, quien pone paz entre los hermanos cuando hace falta y ejerce de portavoz, cuando le dejan. Lo que sigue es un intento de captar el guirigay de este trío de gallos de la escena, en el mejor sentido de la palabra, que, además de artistas, son familia. Y las familias, ya se sabe.

Se supone que se habían despedido del escenario en 2014, para celebrar su 40º aniversario. ¿Por qué vuelven otra vez para irse?

(E): Porque nos lo piden los chicheros, nuestros fans, en las redes sociales, porque hay ganas de nosotros, porque los representantes y los empresarios son unos mercenarios que firman los contratos y nos obligan, y nosotros nos dejamos.

También importará la pasta.

(J): También, también, a rastras no vamos. Hemos vivido bien, pero somos una familia muy grande. Hijos, nietos, bisnietos. Y hay muchos gastos.

(E): Y luego, también está el mono del escenario. Sin el público estás triste y aburrido en casa a las ocho de la tarde.

Con 50 millones de discos vendidos siguen viviendo en Vallecas. ¿Y el chalet y el Mercedes?

(E): No sabría vivir en otro sitio. En Vallecas está nuestra gente. Me gusta salir a la calle y hablar con los vecinos. Yo, en mi bloque soy Emilio, no el mayor de Los Chichos.

(EH): Para mí, un lujazo es un jamón cinco jotas de vez en cuando, y eso puedo pagarlo.

Vallecas ha cambiado mucho. Ahora, hay menos chabolas que chalés adosados y urbanizaciones con piscina.

(J): Sí, hay zonas modernas y con dinero, pero también mucha gente de otros países y otras razas. El barrio se ha enmarronado.

¿Les molestan los migrantes? Ustedes también emigraron de Madrid a La Mancha a buscarse la vida antes de triunfar en la música.

(J): Si no se meten con nosotros, nosotros no nos metemos con nadie. Cada uno en su casa.

El tercer chicho de la formación original, Jero, murió en 1997, por problemas derivados de su adicción a la heroína. ¿Ustedes se asomaron a ese abismo?

(J): Jero era un fuera de serie. En cada concierto nos acordamos de él y nos arropa desde arriba.

(E): Yo sí caí en las drogas y solo me salvó Dios. Mi mujer me metió en el culto y vi la luz. Me costó mucho trabajo y mucha voluntad, pero salí de eso.

(EH): En aquella época no se tenía conciencia del peligro, y mucha gente se enganchó por eso. Yo ya tuve esa conciencia viendo lo que traía consigo y nunca he caído.

Ahora hay otras drogas.

(EH): Sí, por ejemplo, las salas de juego on line, donde se enganchan muchos jóvenes, pero la culpa no es de ellos, sino del Gobierno, por no cerrarlas. Ahora, la droga es el móvil, también. Antes estábamos locos por salir a la calle, vernos, ahora, muchos ni se ven, están todo el día con la pantallas.

De izquierda a derecha, Julio González, Emilio González hijo y Emilio González, Los Chichos, retratados en Madrid.

Son ilusiones. Ni más, ni menos. Muchos jóvenes aún cantan sus canciones en los karaokes.

(EH): Y en directo. La media de edad de nuestros conciertos es de 18 a 30 años, aunque también van ancianos. Se saben las canciones al dedillo, mejor que nosotros. Nuestros discos salían en casete, o vinilo, de 10 en 10, y se oían todas las canciones. No tenemos cara B. Todas nuestras canciones eran cara A.

Vendían millones de casetes en las gasolineras. ¿Tienen algún radiocasete en casa para reproducirlos?

(EH): No, ni tocadiscos. No hacen falta. Las llevamos en la cabeza y el corazón.

¿Cuántas veces les han confundido con Los Chunguitos?

(J): [molesto] Bah, musicalmente, puede que alguna. En persona, ninguna.

¿Les gusta Rosalía, o C. Tangana, que están triunfando versionando rumbas hoy?

(J): Eso no es rumba, eso es flamenquito. Mi hermano Emilio es más de Paco de Lucía y de Camarón. Yo más de Led Zeppelin. Pero Rosalía no me estorba, porque tiene pellizco y es original. Como lo fuimos nosotros. Ser original es ser artista. Nosotros no sabemos solfeo, ni escribir novelas, pero hemos hecho canciones eternas. Hace 50 años que sacamos Quiero ser libre, y sigue sonando en la radio y las discotecas. En las de los barrios y en las más finas. ¿Quién puede decir lo mismo?

¿Por qué creen que pasa eso?

(J): Porque nuestras canciones hablan de amor, de desamor, de la verdad pura y dura de la vida, de la calle. No conozco a nadie que no se identifique con alguna de ellas.

(EH): Pero si tuviéramos la fórmula de lo que funciona la venderíamos y nos forraríamos de verdad.

Hoy es Nochebuena. ¿Se reunirán todos a cenar y montarán después una buena?

(M): Qué va, hija. Ya no es como antes. Éramos nueve hermanos, siete hembras y dos varones, ya se nos han muerto tres. Hay muchas ausencias. Ahora, cada uno tiene su familia. Así que cada uno en su casa y Dios en la de todos.

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Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[¿Dulce Navidad?]]>https://elpais.com/opinion/2023-12-21/dulce-navidad.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-12-21/dulce-navidad.htmlThu, 21 Dec 2023 04:00:00 +0000Mi padre, Ángel por buen nombre, tenía azúcar. Como su madre y muy señora suya, mi abuela Gabina. Que eran diabéticos ambos, vamos, dicho en el habla, tan deudora de Don Quijote como de Sancho Panza, de su pueblo manchego. En las sobremesas navideñas, con el café y los dulces por testigos, bromeaban echándose el uno al otro la culpa de su desgracia, porque madre e hijo eran igual de galguísimos, o sea, golosos, y se les iban las manos al turrón en cuanto les quitábamos el ojo. La madre culpaba al hijo, un lechón de cinco kilos gestado a base de pan con pan en el año del hambre de la posguerra, que, al nacer, la dejó, además, cegata perdida y con un prolapso uterino que se sujetaba con las bragas apretadas hasta los sobacos. Y el hijo acusaba a la madre por lo de los genes que le explicó el endocrino cuando, después de desmayarse en la consulta con los resultados de los análisis, le dijo que lo suyo era glucemia —glu-ce-mia— y no leucemia, como había entendido. Total, que, a cuenta del mal que les acortó la vida, acababan muertos de la risa y la pena, porque en los refranes de su pueblo, y en los de todos, la pena y la risa son compatibles.

Pienso mucho en mi padre y mi abuela en estas hiperazucaradas vísperas de lo que se nos viene encima. Mi papá y mi yaya llegaron a tiempo al engañabobos de los dulces sin azúcar y de ponerse ciegos de esa metadona para lidiar con la implacable ley de vida que nos acecha a todos. Un diagnóstico fatal. El dolor de los tuyos. Una espada contra una pared. Duelos y quebrantos del cuerpo y del alma que casi nunca faltan. Hoy, ya vieja, soy yo quien me atrevo a recomendar la doctrina de los míos. Sentarse unos a la paz de los otros y reír y llorar juntos. Feliz Navidad, con o sin azúcar. Nada dura para siempre, el 7 de enero está a la vuelta de la esquina y, mal que bien, estamos vivos. De mi abuela me queda su retranca y sus gafas de culo de vaso. De mi padre, el verlas venir y la melancolía. Hubiera cumplido 84 años en 2024 y lleva 17 criando malvas. No me repongo.

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saquizeta
<![CDATA[Pedro Jaén: “Tu piel me cuenta tu historia”]]>https://elpais.com/sociedad/2023-12-17/pedro-jaen-tu-piel-me-cuenta-tu-historia.htmlhttps://elpais.com/sociedad/2023-12-17/pedro-jaen-tu-piel-me-cuenta-tu-historia.htmlSun, 17 Dec 2023 04:30:00 +0000Nos vemos en una de las seis clínicas, privadas, claro, que tiene el Grupo Pedro Jaén en Madrid. Un edificio minimalista en un barrio finísimo, sin rótulo alguno que delate a qué actividad se dedica. En la blanquísima recepción, entran y salen elegantes mujeres, aunque vayan en chándal de felpa, con la cara brillantísima de tan tersa, o enrojecida de tan exfoliada, y los ojos camuflados tras enormes gafas de sol, aunque fuera esté nubladísimo. El doctor recibe en su inmaculado despacho con vistas al skyline madrileño. Es un conversador amenísimo, y se le ve todo, todito, todo en los ojos azules. Otra cosa es que lo diga. La confidencialidad le va en el título y en el ADN.

¿Tanta discreción es por proteger el anonimato de sus clientes?

Nunca he tenido un letrero en la consulta, ni hecho publicidad. Los pacientes vienen a vernos recomendados por otros pacientes. Saben dónde estamos y qué hacemos. No hace falta pregonarlo.

¿Pacientes o clientes? ¿Las arrugas son un asunto de salud?

Pacientes, siempre. Antes solo se iba al dermatólogo porque algo te dolía, te picaba o te escocía. A veces demasiado tarde, porque el peor enemigo de la piel no es el sol, sino la ignorancia. Ahora, además, vienen a verse mejor. La medicina estética también es medicina. Las enfermedades de la piel afectan a la estética. Y la estética, a la salud. Un niño con alopecia, o un adolescente con acné, puede sufrir depresión, incluso suicidarse. Más del 50% de nuestros pacientes vienen por salud. Y también por las arrugas, claro.

¿Por qué hoy día tantos médicos jóvenes quieren ser dermatólogos?

Porque es una especialidad bonita, interesante y compleja, que permite hacer muchas cosas, facilita la conciliación familiar más que otras con más guardias y urgencias y, también, seamos francos, porque es muy interesante económicamente en la sanidad privada.

O sea, que quieren serlo para forrarse.

Seis años de carrera, un examen, otros cinco de especialidad: créeme, hay otras formas más fáciles de forrarse. La medicina exige sacrificio y vocación.

Son los que tienen mejores notas en el MIR.

Lo son. Mis residentes de primer año en el hospital Ramón y Cajal quedaron entre los primeros 80 del último examen del MIR, con 11.600 plazas. Son extraordinarios. Los dermatólogos españoles son los mejores de Europa y puede que del mundo.

¿No es un ‘desperdicio’ de cerebros para otras especialidades?

Bueno, aún hacen falta más dermatólogos: por eso hay tanta lista de espera para una consulta en la sanidad pública y, también, en la privada. Mi esperanza es que, con la práctica clínica, los que empiezan se vayan repartiendo entre la dermatología, digamos, de batalla, y la estética.

Y usted, ¿por qué es ‘derma’?

Yo quería estudiar medicina interna, pero me di cuenta que la piel es una manera de ser internista, porque la piel es el espejo del organismo, hasta el punto de que, en Francia, el dermatólogo es la puerta de entrada al sistema sanitario. Además, sufro de psoriasis desde siempre y, cuando un médico me alivió los síntomas de joven, quise ser como él.

¿Cómo lleva la psoriasis hoy?

Mucho mejor, gracias. En los 40 años que llevo en activo ha habido grandes avances en el tratamiento. Yo mismo he sido paciente cero de algún ensayo clínico en tiempos en que, no es que fuera peligroso, pero sí que se asumía cierto riesgo. Somos, como tantos enfermos autoinmunes, pacientes crónicos.

Pedro Jaén en la terraza de su despacho, en una de sus clínicas, desde la que se ve el 'skyline' madrileño.

¿A los 62 años, aún pincha y corta?

Pincho más que corto. Sí que inyecto bótox y sustancias de relleno en mis clínicas. Cortar, entendido como operar, opero menos: tengo en mi equipo a médicos que operan mejor que yo. Opero, sobre todo, en Tanzania, donde, a través de mi fundación, tratamos a niños albinos con gran riesgo de morir muy jóvenes de cáncer de piel. En Tanzania no pinchamos.

Paradoja. ¿En el primer mundo, hoy, tener arrugas es de pobres?

Bueno, digamos que mantenerse joven estéticamente cuesta dinero, pero, siempre que se pueda pagar, se puede conseguir una mejoría estética con una inversión razonable. Y, a veces, se consiguen resultados muy malos gastándose fortunas.

¿Por qué todas las personas retocadas acaban pareciéndose?

Tiene que ver con los rellenos. Las sustancias nunca se reabsorben del todo, dejan una huella difícil revertir. Sobre todo cuando se alteran bruscamente los volúmenes. Ahora muchas jóvenes lo piden. Y crea adicción. Además, no olvidemos que, cada vial de relleno, tiene un precio, y, a más relleno, más viales.

¿A sus pacientes no les pasa?

A veces hay que saber decir que no a lo que te piden. Cuando viene una paciente no pienso en su rostro hoy, sino en su rostro en 20 o 30 años. Y voy actuando en consecuencia. Una paciente estética es una paciente crónica: sabes que la vas a ver periódicamente. Tengo pacientes de décadas: alguna centenaria. He tratado a la abuela, a la madre y a la hija.

Ha dicho “una” paciente. ¿Las mujeres siguen siendo mayoría?

Sí, aunque cada vez vienen más hombres a hacerse tratamientos estéticos, capilares y faciales. Suelen ser profesionales cara al público que quieren transmitir una imagen dinámica y jovial en su trabajo.

Y verse más ‘guapos’.

Supongo que también, pero en eso ganan las mujeres de largo.

¿Cómo vamos de ojo clínico?

La piel me cuenta tu historia.

¿Y qué le cuenta la mía?

Que la tienes muy fina y sensible, que toleras mal el sol, que alguna vez te quemaste de joven y tienes que tener mucho cuidado.

¿Calcula la edad a ojo?

Sí. Son 40 años viendo caras.

¿Cuántos años tengo? No me he pinchado ni retocado nunca.

57.

¡Bingo! ¿Por qué no 56 o 58?

Me la he jugado, suelo tener un margen de error de un año

¿Y no se lleva chascos?

Alguno, el otro día, una paciente me despistó. Le eché 70, miré la ficha y tenía 85. Eso se logra con buena genética, cuidado y protección solar constante y buenos profesionales.

¿A los dermatólogos también se les mueren los pacientes?

Cada vez menos. Cada vez curamos más el cáncer de piel, incluso metastásico. Pero, sí. Se me ha muerto alguno. Recuerdo, con cara, nombre y apellidos a una chica joven con un melanoma metastásico que se me murió cuando yo estaba haciendo la especialidad [se emociona]. Un amigo hematólogo que trata leucemia infantil y, literalmente, cura y salva vidas, me dijo que, si alguna vez se le moría uno de los niños a los que había curado, dejaba la medicina. Los médicos son admirables.

Lo dice como si fuera usted, no sé, fontanero.

Yo soy médico y me siento médico, pero no me considero un gran médico. Admiro mucho a mis compañeros del Ramón y Cajal, grandes maestros, que salvan vidas todos los días. Los dermatólogos somos la infantería de la medicina: vemos, disparamos y, casi siempre, acertamos. Disponemos cada vez de más armas, más complejas y más eficaces. Hay varias especialidades dentro de la dermatología. Uno es bueno en cáncer, otro en enfermedades autoinmunes, otro en tricología, la rama que estudia el cabello...

Hablando de eso, y con el debido respeto: en casa del dermatólogo, cráneo alopécico.

Pues sí: llegué tarde a los tratamientos tricológicos, que hoy son eficacísimos, y evitan la calvicie.

Siempre puede reforestarse la zona, digo trasplantarse pelo.

Sí, podría, pero entonces sería otra persona. Tengo 62 años, no me reconocería en el espejo.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[El blues del Cercanías]]>https://elpais.com/opinion/2023-12-14/el-blues-del-cercanias.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-12-14/el-blues-del-cercanias.htmlThu, 14 Dec 2023 04:00:00 +0000A las 6.18 horas de un miércoles de diciembre tal que ayer mismo hace un frío que pela en la estación de Alcalá de Henares, ciudad madrileña a 30 kilómetros del despacho de Isabel Díaz Ayuso en la Puerta del Sol, y del de Óscar Puente en Nuevos Ministerios. A esa hora de la mañana aún es noche cerrada en esos inhóspitos andenes, atestados de pasajeros que se han levantado como mínimo una hora antes y se apresuran a picar su billete con la esperanza de conseguir, si no un asiento, un saliente donde apoyar los glúteos y cerrar los ojos un rato durante el viaje. Aunque es hora punta y los trenes salen cada cinco minutos, muchos no lo logran y tendrán que aguantar a pie derecho los 35 minutos de traqueteo hasta Atocha, o los 55 hasta Chamartín, fin de trayecto, antes de salir pitando a sus respectivos destinos. Fichar a las ocho en punto en el curro. Cuidar de un anciano durante toda la jornada. Someterse a un examen preoperatorio o universitario. Hacer una entrevista de trabajo. Conectar con un AVE a la otra punta de España. En plata: buscarse la vida. Porque nadie se mete por gusto cual sardina en lata en un tren a esas horas. Y se les ve en las caras, desencajadas por el madrugón bajo la luz de tanatorio de los fluorescentes, y en los cuerpos, cansados ya tan temprano, pertrechados con sus deportivas, sus vaqueros, sus plumas de batalla, sus fiambreras con unas lentejas para ahorrarse el menú del día, y los cascos y el móvil ocluyéndoles los tímpanos y los ojos y las ganas de mirar y escuchar al otro. Así, día tras día.

Imaginen el cuadro cuando, últimamente, día sí y tres no, el viaje se interrumpe sin previo aviso y sin margen de maniobra por descarrilamientos y averías varias. El milagro es que no haya algaradas. Por eso, el rifirrafe entre Ayuso, presidenta popular de la Comunidad de Madrid, y Puente, flamante ministro socialista de Transportes, echándose a la jeta el marrón de los Cercanías, se antoja especialmente indecente. Qué malota, qué malote, qué macarras. Porque mientras a ellos los viajeros les van en el cargo, a los pasajeros les va la bolsa y la vida en ello. Y aún les queda la vuelta a casa. Con suerte, será de día. Será de noche las más de las veces. Y mañana, vuelta a la rueda del hámster.


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Fernando Sánchez
<![CDATA[Pedro Piqueras: “Nadie sabe de qué voy y lo considero un triunfo”]]>https://elpais.com/television/2023-12-10/pedro-piqueras-nadie-sabe-de-que-voy-y-lo-considero-un-triunfo.htmlhttps://elpais.com/television/2023-12-10/pedro-piqueras-nadie-sabe-de-que-voy-y-lo-considero-un-triunfo.htmlSun, 10 Dec 2023 04:30:00 +0000Resulta raro ver y oír a Pedro Piqueras, con la despejada frente de Pedro Piqueras y la inconfundible voz de Pedro Piqueras, vestido de calle tomando tranquilamente un café a las 11 de la mañana, y no de traje y corbata dando las noticias de la noche en la tele. Charlamos en la cantina del Ateneo de Madrid y el fotógrafo lo retrata luego, para su deleite, en el despacho que tenía don Manuel Azaña en la casa. Le quedan dos telediarios, le digo al despedirnos. Ríe y precisa, “no, me queda, de lunes a jueves, de hoy hasta el 21 de diciembre”. Ese día llevará a la Redacción de Telecinco “salami húngaro, queso manchego” y vino para brindar con su equipo, y echará el cierre a 50 años de carrera en tele, radio y prensa. Sospecho que lo desea y lo teme en igual medida.

¿Por qué húngaro? El salami, digo.

Porque es muy bueno y porque quiero lo mejor para mi equipo, son los mejores y han sido años maravillosos juntos.

O sea, que es un ‘gourmet’.

Digamos que soy disfrutón, estoy más gordo de lo que me gustaría, y me pongo mucho a dieta, pero luego, muchas noches, voy a la máquina de la tele y me pillo una palmera de chocolate, la verdad es que el subidón del azúcar viene bien para el estrés del directo.

¿Por qué se va, por qué ahora?

Llevo dos años queriéndome ir. Notaba la edad empezando a pesar, como que te cambian el terreno que pisas, no estaba tan ágil para las decisiones rápidas que requiere este oficio, y pensé en ir marchándome. Lo dije en la cadena. Me pidieron que me quedara. Luego vino lo de Ucrania, el endiablado año electoral, Gaza, la investidura, y tú mismo te dices, ¿cómo te vas a ir? Me fui quedando por responsabilidad, hasta que, con la investidura resuelta y un nuevo jefe de informativos, dije: es ahora o nunca.

Iñaki Gabilondo se retiró, a los 80, por estar “aburrido” de oírse a sí mismo. ¿Lo entiende?

Yo usaré un símil taurino. Estoy como los toreros al final de temporada: atorao. No saben si torear con la izquierda o la derecha, lo hacen todo, correctamente, de oficio, pero llega un momento en que saben que deben parar. Además, llevo 34 años haciendo lo mismo, saliendo a las 10 de la noche, sin vida social. Tengo 68 años. No todo es trabajo.

Dicen que Borja Prado, presidente saliente de Mediaset, quiso entrar hasta la cocina para influir políticamente en los contenidos de la cadena. ¿Le consta?

En mi cocina no entró nunca. Ahí lo dejo.

Colegas suyos sueltan homilías cada noche. ¿Cómo editorializa usted?

No editorializo. No soy un evangelizador, sino un canal, un narrador de lo que ocurre. Nunca me pongo al lado de nadie, es fundamental mantener distancia. Aprendí joven, en Televisión Española, el periodismo de los hechos. Y de mi maestro, Jesús Hermida, a no levantar una ceja más alta que otra: de él, que no paraba de mover el flequillo. Claro que tengo mis ideas, soy progresista, pero solo opino cuando se cruzan fronteras antidemocráticas. Nadie sabe de qué voy. Todavía hay quien me lo pregunta a la cara, y lo considero un triunfo.

Tiene un hijo mayor, pero que también fue bebé. ¿Cómo conciliaba usted?

Mal, como todos los periodistas. Que tenga la suerte de que me hayan facilitado siempre la vida y que nadie me lo echara en cara, no cambia que haya sido un padre ausente a veces. En una época en que trabajaba en el matinal de TVE y madrugaba muchísimo, mi hijo, que tendría 6 o 7 años, le dijo a un albañil que estaba haciendo una reforma en casa: usted sí que trabaja, no como mi padre, que se pasa el día durmiendo.

Creo que eligió a su sucesor, Carlos Franganillo, en plan rey padre, o patriarca de ‘Succession’.

Jajaja. Bueno, digamos que ayudé a Paco Moreno, el nuevo director de informativos de Mediaset a decidirse. Franganillo me parecía el mejor. He coincidido con él en varias coberturas, que es lo que más me ha gustado siempre como periodista, pisar el terreno, y alguna vez se lo sugerí. Creo que, en cierto modo, nos parecemos. Mantenemos una distancia con la información. No nos mostramos. No sé de qué va políticamente, está en plena forma, habla idiomas, es el futuro.

Son célebres sus caras de póquer cuando le daban paso directamente desde el circo de ‘Sálvame’ a su informativo. ¿Cómo lo llevaba?

A mí me ha dado paso directamente la sobrina de Isabel Pantoja desnuda en la nieve, o Raquel Mosquera, a la que conozco y aprecio, mandándome “un besazo” en pleno covid, con cientos de muertos todos los días. Aquello no debió suceder nunca. Me enfadé mucho con la situación, pero luego llamé a Raquel para disculparme porque la historia no iba con ella, una cosa no quita la otra.

Pedro Piqueras, que se confiesa

¿Se va con la frente marchita?

Bueno, no tanto. Me voy con menos pelo, y blanco. Lo he ido perdiendo en esta profesión, sobre todo en los últimos años.

Creo que lleva mal la calvicie.

A ver, si la llevara fatal hubiera hecho algo al respecto. Mi padre era calvo, esto estaba cantado. Ahora incluso me gusta mi perfil de senador romano y me peino para atrás para que se aprecie más el efecto.

Siguiendo con el tango, ¿50 años de profesión no son nada?

Son muchísimo, y a la vez, un suspiro. He disfrutado mucho de esta profesión. También he sufrido lo mío, de ahí las canas.

¿Por qué ha sufrido más?

Por no llegar a una noticia, porque te la pisen, por no haber sido justo, sobre todo. Soy un gran rumiante y me llevo las preocupaciones a casa. Procuro hacer un trabajo muy honesto, no beligerante, contar las cosas como creo que son y si te das cuenta de que has fallado, lo pasas mal.

¿Por el dato de audiencia también sufre?

El dato no importa tanto cuando ganas como cuando pierdes. Cuando pierdes, te duele lo tuyo.

Pues estará bien dolido porque su telediario ha perdido audiencia.

Fui líder 11 años, que se dice pronto, y dejar de serlo jode. Pero el dato no depende solo de uno, sino de lo que tengas antes y después en tu parrilla, y lo de la de enfrente. Lo he llevado con la tranquilidad de hacer un buen trabajo con las circunstancias y los medios que tienes.

La información no es precisamente la prioridad de Telecinco.

Cierto: en la era de la realidad aumentada y los despliegues de medios, yo he tenido siempre detrás un hule con el skyline creo que de Singapur. A cambio de no tener inversión, he tenido libertad absoluta. Ahora que la información va a ser la gran apuesta de la casa, lo disfrutarán mis compañeros. Digamos que he sido como Moisés haciendo la travesía del desierto y ahora que se ve la Tierra Prometida me bajo. Le dejo a Franganillo la casa limpia y un equipazo de grandes profesionales como compañeros.

Ya no dará paso a más “apocalípticas imágenes”, como en un vídeo suyo que circula en Youtube.

Eso es algún gracioso que ha juntado las tres veces que lo dije, en plan bucle. Y luego, el cómico Raúl Pérez, me imitaba en su programa encadenándolas. En su momento me enfadé con él. Pero un día, en la Cadena SER, coincidí con él, hablamos y ahora somos tan amigos que hasta nos vamos de vacaciones juntos.

Creo que prepara unas paellas de escándalo, pese a ser de Albacete. ¿Quién le enseñó?

Y pongo el himno de Valencia cantado por Francisco a todo trapo. Una vez me dijo María José San Román, la chef del restaurante Monastrell, de Alicante, que el tiempo de cocción depende de la altitud del sitio donde cocines. Y, en la sierra de Madrid, donde vivo, ese es el tiempo justo desde que apagas el fuego hasta que lo sirves. Así, a mis invitados se les caen las lágrimas dos veces: primero con el himno y luego con el arroz.

Y ahora, ¿qué? Muchos toreros ‘atoraos’ acaban volviendo al ruedo.

Ahora, ir a cenar a los sitios que va la gente. Hacer yoga. Aprender piano, que es una forma de concentrarse en algo y dejar la mente en blanco. Tengo muchas cosas que hacer y ya tengo ofertas de dar charlas, pero antes necesito desintoxicarme. El problema será el primer día sin agenda. A ver con quién almuerzo. No quiero dar la paliza a la gente. Ya echo de menos la tele, y aún no me he ido. Sin la tele nada será lo mismo.

¿Se va con más pena o gloria?

Con pena, mucha. La gloria no me corresponde a mí decirlo.

¿Cómo se lleva leer las propias ‘necrológicas’ laborales en vida?

Jaja. Es curioso que la gente hable de ti en pasado. Y también agradable, porque los obituarios están siendo, en general, afectuosos. Como dicen en Amanece que no es poco: yo soy contingente y los demás, necesarios. Hice lo que pude con lo que tuve. Nunca he hecho el telediario perfecto. Eso se lo dejo a Franganillo.

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Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[Jaque a la reina]]>https://elpais.com/opinion/2023-12-07/jaque-a-la-reina.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-12-07/jaque-a-la-reina.htmlThu, 07 Dec 2023 04:00:00 +0000Voy a contarles un cuento. Érase una vez una reina de un país muy cercano que, tras 20 años de matrimonio con el rey, y con la heredera de la corona ya enfilada al trono, disfrutaba de la tranquilidad y espléndida madurez de sus 51 años, tras vadear a brazo partido y con el agua al cuello procelosos charcos. En esas, va un íntimo examigo y excuñado suyo, más despechao que Rosalía y Shakira juntas, y le canta unas supuestas idas y venidas sexuales de hace décadas entre ambos a otro resentido con pintas. Un relamido escriba que profesa desde siempre a la reina manifiesta tirria por no tener sangre azul en las venas. Como el correspondiente folletón, digo libro, no obtiene el eco que esperaban el vocero y el bocazas, un día de mal vino va el supuesto examante, se lía una pashmina al cráneo y se pone a echar todavía más leña a las redes, exponiendo su supuesta intimidad con la soberana justo cuando más daño puede hacerle a ella y sus circunstancias, tras haber estado callado durante lustros. El escándalo, golosísimo, salta a las portadas extranjeras.

Mientras, en el reino del cuento hay quienes piensan que lo mejor para proteger del ataque a la monarca y a la monarquía es hacer oídos sordos al asunto del que todo el mundo habla y esperar a que escampe. Discrepo. No sería la primera vez que, el día menos pensado, el silencio amigo torna en atronador estrépito de elefantes, y aún estamos pagando las consecuencias. En el ajedrez no existe el jaque a la reina propiamente dicha, pero sí al rey, amenazando su corona con un movimiento del contrario. Más que ignorarlo, igual convendría desenmascarar al peón despechado y averiguar si se mueve solo o utilizado por alfiles con más luces y aún menos escrúpulos. Mientras, yo que la reina, más allá de sus cuitas intramuros, seguía con mi vida y mi agenda más chula que un 888. La testa altísima y la espalda más derecha que el mástil de la bandera la lleva puesta tras dos décadas estirándola a diario antes de salir de palacio. Solo le falta tirar más de su sonrisa recién alineada con una de esas carísimas fundas invisibles. Dientes, dientes, que es lo que les jode.

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Claudio Álvarez
<![CDATA[Mis nuevos vecinos]]>https://elpais.com/opinion/2023-11-30/mis-nuevos-vecinos.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-11-30/mis-nuevos-vecinos.htmlThu, 30 Nov 2023 04:00:00 +0000En el bar donde desayuno hace ya semanas que se acabó la lotería de Navidad. Las mismas que llevo en la cartera el último décimo, que pillé por los pelos. El año pasado, por dejada, me quedé sin número, cayeron 200 pavos, que no te sacan de pobre, pero te alegran las fiestas, y me quedó un rencorcillo con el prójimo que no estoy dispuesta a sufrir este año. Aunque falta un mes para Nochebuena, ya empieza a notarse el ambiente navideño entre los parroquianos habituales y los de paso. Una fauna variopinta donde abrevan juntos, que no revueltos, desde cuadrillas de pintores, a operarios de limpieza y equipos de ambulancias del SAMUR, hasta jubilados sin más prisa que llegar a las lentejas de casa y, desde principios de curso, hordas de jóvenes policías, guardias civiles y militares que reciben clases de formación en un acuartelamiento cercano. Verlos es un espectáculo. Llegan, pertrechadísimos con sus uniformes y armas reglamentarias, colapsan la barra, se atizan sus churros, sus donuts y sus pinchos de tortilla con sus colacaos, sus tés y sus cafelitos y vuelven a defender España.

Desde ayer, tras los muros del mismo gigantesco cuartel donde estudian, tienen 274 nuevos compañeros con los que cohabitarán, que no convivirán, hasta que la vida los separe. Hombres jóvenes como ellos, con las mismas ganas de comerse el mundo, pero sin un chavo encima ni un agujero donde caerse muertos. Vienen de Canarias, adonde llegaron en cayuco desde sus países en África, y estarán en ese nuevo centro de acogida entre uno y tres meses antes de que los dejen a su suerte en la calle. Es improbable que tengan 1,50 euros para un café en mi bar ni, muchísimo menos, 20 para un décimo, pero, aunque los tuvieran, no hay lotería para ellos. Ni un mísero reintegro les tocó con el lugar y el tiempo en que nacieron. En mi ciudad vivimos casi 200.000 almas piadosas. Podríamos aplicar aquello de, en Navidad, siente un pobre a su mesa, siendo el pobre uno de esos migrantes. Sería un precioso cuento de Navidad, más allá de los hiperglucémicos anuncios de turrones. Pero todos sabemos que eso no va a suceder. Porque los nuevos vecinos son pobres y negros. Y los españoles no somos ni racistas ni xenófobos, pero una cosa es perdonarles la existencia y otra meterlos en tu casa, no sea que se te peguen algo. A mí la primera.

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Álvaro García
<![CDATA[María Vázquez, actriz: “Si dicen que no son machistas, son machistas”]]>https://elpais.com/cultura/2023-11-26/maria-vazquez-si-dicen-que-no-son-machistas-son-machistas.htmlhttps://elpais.com/cultura/2023-11-26/maria-vazquez-si-dicen-que-no-son-machistas-son-machistas.htmlSun, 26 Nov 2023 04:15:00 +0000Llega a la cita en el centro de Madrid caminando desde la estación de Atocha, procedente de otra entrevista promocional en Toledo, y, cuando acabemos, se irá pitando a la de Chamartín para volver en tren a Galicia, donde vive con su pareja y sus dos hijos de 11 y 13 años. No se queda. Va y viene. Ya vivió tres lustros la locura de la capital antes de volver a su tierra, mitad por añoranza, mitad por militancia. Resulta chocante verla así, tan urbana y cosmopolita, después de haberla visto en la película Matria. A pesar de que su rostro, su cuerpo, su pelo, su voz, son los de Ramona, su personaje, una mujer trabajadora de pueblo que cuida de todo el mundo menos de ella, esta mujer es María Vázquez, una actriz que lleva 25 años robando plano en escena.

¿Cuánto trabajo le lleva parecer tan natural en pantalla?

Mucho y, además, me gusta reivindicarlo. Para hacer Matria me tiré un año trabajando en las bateas del mejillón, hablando con las mujeres de las conserveras para aprender el dialecto gallego de la zona y empapándome de su carnalidad y de su espíritu. Con otros personajes no tienes tanto tiempo y tiras de oficio, pero este me lo he currado muchísimo.

Se echa usted la historia a la espalda.

Me siento coautora de la película. Queda muy místico, pero mi cuerpo es el canal para contar la historia, así lo siento. El director, Álvaro Gago, es el creador, pero es tan generoso, hemos trabajado tantísimo juntos, y tiene una manera de trabajar tan bonita que incluye a todo el equipo como cocreadores, y eso no es fácil.

¿Eso no es lo que sucede siempre?

Para nada, las actrices hemos soportado muchísimo maltrato, una forma de trabajar que se suponía eficaz, basada en gritarte, faltarte al respeto, creyendo que así iban a sacar lo mejor de ti. Yo he llorado muchísimo en los baños de los rodajes, y eso en esta profesión, donde se supone que hay libertad. Si te dicen que no son machista, son machistas, esa es la regla número uno del machista. Menos mal que las generaciones nuevas vienen con otra forma de trabajar, otro tipo de masculinidad, menos de “medirse la pirola”, como decimos en Galicia.

¿Cómo elige sus personajes?

Creo que los personajes me eligen a mí. Vivo en un pueblo, no necesito mucho para vivir, me encanta mi trabajo, pero no quiero currar todo el rato; entonces, dentro de mis posibilidades, elijo los que realmente creo que les puedo aportar algo. Con otra ofertas, no sé, hay algo que yo misma desprendo como de que eso no es para mí, y ni me los ofrecen.

Después de Ramona, ¿se ve haciendo de una pija millonaria?

Si lo que cuenta la película me interesa, sí. Pero... es verdad que tengo un prejuicio con ese mundo de los ricos, que igual me tengo que mirar... A veces pienso: si se han hecho tan ricos, por algo chungo será. Y seguro que no siempre es así. Pero sí, me gustaría meterme en ese mundo de esa gente que, en el fondo, creo que siempre salen de rositas.

¿Siempre fue tan peleona?

Sí, desde el cole. Me echaban de clase por feminista, porque reivindicaba poder jugar al fútbol, aunque no me gustara, porque a las chicas no nos dejaban. Eso también es un defecto, porque a veces soy brusca y no digo las cosas de la mejor manera posible. No hay que decirlo todo, hay que filtrar. Aún estoy aprendiendo.

Otra imagen de María Vázquez, posando en Madrid.

¿Cómo sentó en su casa que emigrara a Madrid a los 18 años a estudiar danza?

Había abierto el camino mi hermana, guionista, que vivía allí. La otra es restauradora. Cuando yo, que soy la pequeña, dije que quería ser actriz, el comentario de mi padre fue: “Ni una normal” [ríe]. Algo de culpa tendrá él también...

Luis Zahera, Luis Tosar, María Pujalte, Cristina Castaño, usted misma. ¿Qué tiene Galicia para dar tantos buenos actores y actrices?

No sé, pero sí, soy muy gallega. Esa conexión con la tierra, esa morriña, ese clima, esa especie de melancolía e hipersensibilidad que tenemos igual favorece la vena artística.

¿Por qué no es hoy bailarina?

Fui viendo yo sola que no era lo mío. Sacaba suficientes en técnica y sobresaliente en expresión artística. De niña, cuando me castigaban, me encerraban en el baño, y, allí, frente al espejo, jugaba a ser otras. Yo ya he ganado el Goya y el Oscar en ese espejo.

¿Y hoy, qué tal se lleva con el espejo? ¿Le gusta lo que ve?

Me cuesta. Es una asignatura pendiente. Tengo esa cosa de la sobreexposición de las actrices, la sensación de vivir bajo una lupa constante. Ahora me obligo a mirarme, gustarme y decir: quiérete.

Pero, si su cuerpo es su instrumento de trabajo, es su templo.

Sí, pero creo que tengo un poco de tara ahí. Vengo de la danza clásica, donde te vendaban los pechos, no comías antes de los exámenes... Y yo nunca tuve un cuerpo de palo. He sufrido un poco con ese tema y hay cosas de la infancia que te marcan. Durante mucho tiempo me sentí mal comiendo mucho, me castigaba por ello, y ahora aprendo mucho de mi hija, que es una disfrutona.

Ramona cuida de todo el mundo menos de ella. ¿Por qué?

Porque no se quiere, porque no le han dejado quererse, y le han hecho creer que no vale nada. Mi Ramona es un homenaje a todas esas mujeres que no llegan ni alcanzan a todo, que no pueden parar, porque si paran, se les viene la realidad encima. Y también a mi madre que se dedicó a cuidar a su familia y a personas con Alzheimer, y se merecen que las cuiden.

A pesar de todo, y de su marido maltratador, Ramona no renuncia a la alegría.

Es lo que le salva la vida. A ella, a esas mujeres que tiran para adelante y no se permiten ni quejarse. Su marido la maltrata y la viola, y ella no se va porque ella misma repite el patrón que ha visto toda la vida. Hasta que para, y piensa.

¿Qué les diría a quiénes dicen que Galicia es un matriarcado?

No, mira, eso es porque nos han cargado con la conciliación. Cuando dicen que nosotras mandamos en casa, como que no hubiera un poder más grande que ese, les digo: vaya morro. Mira, no, gracias, no nos deis esa parcela de poder, que a lo mejor no queremos mandar en casa, sino que lo queremos compartir; y de mandar fuera ya hablamos.

Se le avecinan premios. ¿Cómo lleva la alfombra roja?

Ahora mejor, con la edad. Antes fatal, me parecía una farsa horrible. Ahora intento no juzgarme mucho, porque si no, no lo haría. Me lo paso bien y hago unas risas con un vestido y unas joyas prestadas sabiendo que es un rato y una manera de vender tu película. Pero esa misma alfombra roja esconde mucha precariedad. Se oculta la miseria, y esa misma miseria te lleva a no posicionarte, y a fingir que te va bien. Si yo digo que me va mal, me va a ir peor todavia. Los poderosos lo saben y ejercen más poder sobre nosotros. Siempre hay alguien más fuerte que va apretar al más débil.

Usted sí se posiciona. En su Instagram hay fotos con Yolanda Díaz.

Otra gallega. Los gallegos somos muy de hacer redes. Con ella y otros gallegos, hemos hecho un grupo de emigrados en Madrid y nos vemos, nos llamamos, nos cuidamos. Me gusta su manera de hacer política, que es novedosa. Cuando dicen que es naif, les respondo que no hace falta gritar ni dar puñetazos sobre la mesa, sino que se puede hacer política y mandar desde otro sitio más amable, más de cuidarse y cuidar al otro. Discrepar está muy bien, pero no hace falta enfrentarse a ver quién la tiene más grande.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Irene de Arco]]>https://elpais.com/opinion/2023-11-23/irene-de-arco.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-11-23/irene-de-arco.htmlThu, 23 Nov 2023 04:00:00 +0000Tiene la recién defenestrada exministra de Igualdad, Irene Montero, un bello y aniñado rostro de natural dulzura, potenciada por la negra melena y el cutis blanquísimo, como de eterna Virgen María en la función de Navidad del cole. A cambio, se le ven los claroscuros en los ojos azabache. A veces, al borde de las lágrimas. Otras, poseídos por la furia feminista. Avivados siempre por una pasión desbocada, una terquedad de mula y un fuego interno que, a la vez que fulminan al adversario, le devora las propias tripas. Pareciera Montero eternamente enojada y no la culpo. Ha tenido que soportar los insultos más soeces, clasistas y machistas por ser la pareja y madre de los hijos de Pablo Iglesias, y sufrir el intolerable acoso de los indeseables que la llamaban “puta” a la puerta de su casa con sus tres niños pequeños dentro. Apuesto a que eso, más que hundirla, acabó de azuzar su cruzada contra todo aquel que le llevara la contraria, dentro y fuera de su partido. Hija de un mozo de mudanza y una maestra de escuela, apuesto a que conserva esa justiciera conciencia de clase que nunca te abandona del todo, aunque a nadie le amargue un chalé con piscina y pabellón de invitados. Su gran error ha sido no tender puentes y mantener y no enmendar, sin la menor autocrítica, la ley del solo sí es sí, echándole la culpa a la justicia patriarcal, o al empedrado, de sus dolorosos errores, llevándose por delante la legislatura progresista y dándole hecha la campaña a la derecha.

Víctima y mártir. Así ha sido hasta su mismísimo traspaso de poderes a la nueva ministra, acusando al presidente que la nombró de echarla, como si los cargos públicos fueran vitalicios, robándole el foco a su sucesora, y esparciendo sobre ella la sospecha de ser una vendida. Ahora que lo pienso, más que de Virgen María, a Irene Montero se le ha quedado cara de Juana de Arco, quemada en la pira por hereje con la leña y la chispa con que ella misma encendió el fuego amigo. Dijo en su despedida que España ya es otra, entre otras cosas, por su arrojo. Eso es cierto y hay que agradecérselo. Puede que la responsable del gran eslogan feminista “sola y borracha quiero llegar a casa”, y de poner el consentimiento en el centro de la libertad sexual de las mujeres, esté tocada, pero no hundida. Es joven y brillante. Que el fuego la purifique o la reduzca a cenizas políticas en la oposición al Gobierno dentro de la coalición de Gobierno depende de ella.

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Claudio Álvarez
<![CDATA[Víctor Manuel: “Soy más feminista que Ana Belén”]]>https://elpais.com/cultura/2023-11-19/victor-manuel-soy-mas-feminista-que-ana-belen.htmlhttps://elpais.com/cultura/2023-11-19/victor-manuel-soy-mas-feminista-que-ana-belen.htmlSun, 19 Nov 2023 04:30:00 +0000El salón del chalé donde Víctor Manuel y su esposa y compañera artística de medio siglo, Ana Belén, tienen su oficina está presidido por un retrato a carboncillo de Ana para el cartel de Divinas palabras (1988), una de las películas facturadas por Víctor en su época de productor cinematográfico, que casi lo llevó a la ruina. Lo cuenta él mismo, vestido de negro impoluto, con la única nota de color de la nívea pelambrera cortada a cepillo y el envidiable bronceado dorándole el rostro. Se lo alabo, el moreno, y me aclara que no es de ninguna playa, sino de andar por el barrio: un acomodado distrito madrileño donde abundan las banderas. Las de los países de las embajadas y consulados que menudean en sus elegantes calles, y las de España, colgadas de muchos balcones.

¿Camina para para bajar colesterol?

Qué va, lo tengo bajísimo: colesterol pediátrico, dice el médico. Camino porque me siento bien y porque así se me ocurren cosas, posibles melodías, versos. Además, me encuentro a mucha gente de mi edad y ya hasta nos saludamos.

¿Saben que es usted Víctor Manuel, Víctor Manuel?

Supongo. El otro día, uno se acercó y se me puso a defender a Rusia frente a Ucrania. Y no es la primera vez que me pasa, que me aborden para comentar o discutir sobre cosas de política. Es muy difícil escaparse de mi personaje público, pero, en cuanto bajas de la ratio de los 50 años, eso baja drásticamente.

¿Los jóvenes ya no le reconocen?

Pocos, aunque ha bajado la media de edad en mis conciertos. En esta gira hay gente que me ha dicho que sus hijos o nietos les regalaron las entradas. Y quien me vio hace 20 o 30 años y tiene el cuajo de volver a pagar para verme. Eso es la hostia, eso un milagro.

¿Qué hizo para merecer eso?

Las canciones. Alguien, alguna vez, oyó una canción mía, le tocó por dentro, y siente que merece la pena escuchar a este tío de vez en cuando. Cada generación tiene sus músicas, pero todo el mundo se enamora, todo el mundo tiene un abuelo...

... Aunque no fuera picador, allá en la mina.

Exacto. Hay quien se sabe mis canciones sin saberlo porque lleva toda la puta vida escuchándome. Ese es el poder de la música, el de instalarse en el disco duro de cada uno, y el misterio es por qué unas se quedan y otras, no.

También hay quien no le escucha por su ideología política. La suya y la de ellos.

Me consta. El otro día, en la calle, en Gijón, había dos mujeres a mi lado. Una le dice a otra: “ese ye Víctor Manuel”. Y la otra, responde: “no lu trago”. En mi cara [ríe]. Es cierto, pero nunca me ha afectado, porque, desde joven, entendí que no puedo gustar a todo el mundo. Una gente te tiene en consideración y otra no quiere saber nada de ti, eso es llevadero, otra cosa es que te pongan una bomba en casa. Que no les guste me parece normal. A mí hay tantas cosas que veo cada día y no me gustan...

¿Como cuáles?

Las masacres, las desgracias, claro. Y luego me repele profundamente la prepotencia de la gente, la que piensa que se puede arrollar a todo el mundo, esos que se ponen banderitas hasta en los huevos por exhibición, me caen fatal.

¿La bandera no es de todos?

Claro, también la mía, pero ellos ganaron la guerra, nos humillaron, se la apropiaron. Y, luego, también, en la izquierda, se ha hecho mal y nos la hemos dejado usurpar.

¿España se rompe?

Qué va a romperse. Eso, si es que alguna vez estuvo pegada. España es así y habrá que solucionar este lío. Y quienes no estén de acuerdo, que den alguna idea. Felipe [González] y [José María] Aznar se oponen a todo, pero no dicen qué harían ellos. Alguien ha de intentar solucionarlo.

Victor Manuel, en el jardín del chalé de Madrid donde tiene su oficina profesional.

¿Sigue escribiendo canciones?

Puntualmente, pero no de corrido. El último álbum fue en 2018, compuse mucho y cuando iba por 28 canciones, el productor me dijo que parase. Ahí hay semillas, ideas de las que tiraré cuando me ponga a escribir nuevos temas. Los cantautores somos un poco pesados.

¿Por los temas, o en general?

A todos los niveles. A veces hemos tenido vocación de sentar cátedra sobre los principios del pop y ponerlos encima de la mesa, y yo, en eso, ahora, soy muy destroyer. De joven, te crees que has escrito Yesterday, y yo, hoy, hay canciones mías que no escribiría. No diré cuáles, pero he escrito más de 600 y con el 10% bastaba.

¿Se escribe y se canta igual al amor a los 20, a los 50 o a los 75?

Claro que no. Cuando era jovencito era un torete escribiendo canciones. Ahora son más reposadas. Hoy, en vez del apasionamiento de Quiero abrazarte tanto, escribiría algo más pequeño, más cotidiano, como de estar en el sofá con alguien, convencido de con quién quieres estar en el sofá.

Acaba de hacer más de 100 conciertos por España. ¿Qué necesidad tenía, aparte de la económica?

Es que cantando me lo paso muy bien. Aparte de lo del colesterol, estoy hecho una moto, aguanto muy bien los conciertos. Hay amigos que lo pasan mal, tienen pánico escénico, pero yo prefiero un estadio con 1.000 personas a una cena con tres que no conozco. El escenario cura todo lo curable. Volver tras la pandemia fue un subidón. Me enganché como una lapa a la música. En ese furor escénico soy más como decían de Raphael, que prefería tocar 18 días por 1.000 euros que uno por 18.000. Me iré cuando la gente deje de comprar mis entradas.

Escribió Un corazón tendido al sol, en 1978. Ahora se lleva el nuevo hombre sensible, pero, entonces, ¿no le llamaban ñoño?

No, pero es cierto nunca escribí nada así, digamos, machirulo, y mira que algunos me lo ha buscado, canción a canción. Siempre digo que soy más feminista que Ana [Belén], pero eso es imposible. Nunca se me ha ocurrido escribir en una canción “eres mía”, o “me necesitas”, por ejemplo. Ni siquiera de joven, un poco por vergüenza ajena, y otro por las cosas que escuchaba uno. No me imagino a Aznavour o Brel cosificando a las mujeres, como se hace ahora.

Algunos hombres dicen que no saben cómo ligar, que van a tener que llevar un contrato encima para que la mujer firme el consentimiento.

Qué pesados. Me parece curiosísimo ese desconcierto que dicen tener algunos tíos con las tías. No sé en qué planeta viven, con quién se relacionan. Son muy antiguos, muy periclitados. Pero luego ves cómo se han escondido los futbolistas con el asunto del beso de Rubiales y te das cuenta de que falta mucho camino que andar.

Desde que se separaron Enrique Ponce y Paloma Cuevas, Ana Belén y usted son la pareja más longeva del candelero social, ¿por eso no son carne de prensa rosa?

Me contaron que, en pandemia, unos paparazzi estaban tan desesperados por la falta de noticias que pensaron, oye, y a estos se les podía hacer una fotillo y venderla, y les contestaron que estos ya solo tenían interés si se separaran.

Bueno, ahora hay cada vez más gente que se separa a los 75.

Y quien vuelve a pasar la vejez juntos. Debe de ser jodido dormir solo, después de toda una vida juntos, aunque solo sea por calentarse los pies en la cama, que los tengo muy fríos.


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Bernardo Pérez Tovar,Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[España, ña, ña, ña]]>https://elpais.com/opinion/2023-11-16/espana-na-na-na.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-11-16/espana-na-na-na.htmlThu, 16 Nov 2023 04:00:00 +0000El hemiciclo del Congreso de los Diputados es muchísimo más pequeño y menos apabullante de lo que parece en la tele. Casi como media mesa camilla en la que sentarse a departir con la familia. Desde el gallinero de la prensa, pueden verse los cráneos de los padres y madres de la patria en inmisericorde plano cenital revelando las calvas de ellos y la linde del tinte de ellas, y viceversa, en cruda y conmovedora metáfora de la inmaculada estampa que sus señorías desean ofrecer al mundo y las máculas que esconde su retaguardia. En eso, como en el lenguaje de los cuerpos, no hay distingos entre el arco parlamentario. Así, podemos contemplar a diputados de todo el espectro político ora aburridos cual ostras, ora cabreados cual monas, ora descojonados cual chanchos en charca rompiéndose las manos a aplaudir o los pies a patear el entarimado escuchando al orador en la tribuna y a la presidencia llamarles al orden como a parvulitos. Puro teatro, porque, como todo el mundo sabe, la política de verdad se hace en otros foros y allí no se va más que a proveer de canutazos a los telediarios y de zascas a las redes sociales atizándose de lo lindo, aunque luego, al salir, se besen los carrillos y se palmeen las espaldas hasta la próxima trifulca.

Escribo estas líneas mientras veo en la tele al socialista Pedro Sánchez pronunciar su discurso de investidura con el trombo de la amnistía a los golpistas catalanes ya disuelto por la euforia de otros cuatro años en La Moncloa. Nada menos que 85 minutos tardó el candidato en mentar a la bicha, “am-nis-tí-a”, como si le abrasara la tráquea. Cierto es que el país ha cambiado y que con estos bueyes hay que ararlo. Pero ni me creo la arcadia que promete Sánchez ni el averno que auguran los mismos Feijóo y Abascal que, llegado el caso, como los esquiroles en las huelgas, no renunciarán a los réditos ganados con el escarnio ajeno. De lo que estoy segura es que, aquí y ahora, mientras España, ña, ña, ña, se rompe o se refuerza, en las barras de los bares, los grupos de WhatsApp de amigos y familias, y las mesas de las casas se está acordando no hablar de política ni de coña para tener la fiesta en paz y no salir tarifando.

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Javier Lizón
<![CDATA[Clara Sánchez: “A los 60 una mujer ya no se deja mangonear emocional ni sentimentalmente”]]>https://elpais.com/cultura/2023-11-12/clara-sanchez-a-los-60-una-mujer-ya-no-se-deja-mangonear-emocional-ni-sentimentalmente.htmlhttps://elpais.com/cultura/2023-11-12/clara-sanchez-a-los-60-una-mujer-ya-no-se-deja-mangonear-emocional-ni-sentimentalmente.htmlSun, 12 Nov 2023 04:30:00 +0000La flamante titular del sillón X de la RAE cita en casa, es decir, la imponente sede de la Real Academia Española en Madrid, a las 6 de la tarde del pasado martes. Se nota que es nueva porque ella misma se pierde por las magníficas estancias por donde nos conduce una asesora para meternos, finalmente, en el barroco despacho con mucha madera y poca cobertura en el que charlamos las dos a solas. Al salir de esa burbuja, como fuera del tiempo y del espacio, nos topamos, a la vez, con la noticia de que Luis Mateo Díez acaba de ser galardonado con el premio Cervantes y con Luis Mateo Díez, propiamente dicho, acudiendo en carne mortal a la RAE a agradecerlo. Carambola.

Estrena novela y sillón de la Academia. ¿Qué le hace más ilu?

Las dos cosas. Pero el sillón de la Academia es una novedad, una sorpresa maravillosa, y novelas ya he publicado unas cuantas.

Además, el sillón es vitalicio.

Las novelas también. Los escritores podemos caducar, pero las novelas quedan. Yo misma he tenido la experiencia de que alguna mía no ha tenido el recorrido que yo esperaba, lo que me ha hecho sufrir mucho, y, de repente, ha resurgido en otro país. Siempre hay alguien en alguna parte que puede descubrirte en un libro tuyo.

¿Por qué caduca una escritora? ¿Ha tenido crisis creativas?

Claro que sí. Y se puede salir de una crisis, esperar que pase, esforzarse, tener fe en una misma, pero quizá lo peor de soportar para mí es la sensación de depender de todo el mundo. La fragilidad y vulnerabilidad de que dependes de gustar: a la editorial, a los libreros, a los lectores. Es agobiante. Cuando llegas a las librerías, ya estás hecha trizas.

Lo dice alguien que ha ganado el premio Nadal, el Alfaguara y el Planeta. Si eso no es gustar...

Pero, fíjate, yo no he tenido éxito siempre ni me he sentido exitosa nunca. Lo que he tenido siempre es ambición, empeño, abnegación. La ambición literaria de querer escribir algo mejor que lo anterior. Y, esto me ha hecho perder mucho tiempo, también la ambición de estar al nivel de otros.

¿Se compara con sus colegas?

Claro. No diré cuáles. Pero con contemporáneos míos a los que admiro y otros a los que no. Los escritores nos movemos en la comparación.

Otros no, o no lo dicen.

Pues qué suerte, porque nunca tendrán que renunciar a la idea del éxito, ni a la ansiedad que conlleva.

¿Tan ansiosa es usted?

Sí, soy débil en ese sentido. Todo me afecta mucho. No soporto mucho el mundo editorial. Este mundo mío tan apasionante, que me ha dado tanto, y que me hace sufrir. Tanto que, a veces, he pensado no volver a publicar nunca.

¿Y por qué sigue publicando?

Porque de un libro a otro se te olvida. Y te lo dice alguien a quien nunca se le olvidó el parto de su única hija y nunca más parió.

¿Siempre fue hipersensible?

Sí, empecé a escribir para anclarme al mundo. Mi padre era ferroviario. Vivimos en varias ciudades diferentes. De niña tuve que estar adaptándome constantemente, y escribir me daba estabilidad.

¿O sea, que el éxito, para usted, no son ni los premios ni las ventas?

Hoy por hoy, no hablo de hace 10 ni 20 años, para mí el éxito es una esclavitud. El éxito esclaviza a quien lo persigue denodadamente, mantenerlo es un esfuerzo tremendo, y te pierdes cosas mucho más importantes. El éxito es lo que ven los demás de ti, de tu vida. Pero no te están mirando a ti, no te ven, no te escuchan. Tú no existes.

Eso entronca con su protagonista, Marisa Salas, una escritora de 60 años que se siente invisible.

Los 60 son una edad extraordinaria para una mujer porque ya no te dejas mangonear ni emocional ni sentimentalmente por nada ni nadie. Marisa se da cuenta de que el éxito es mentira, de que es lo que los demás envidian de uno, pero no es lo que uno quiere hacer. Y decide hacer lo que quiere.

Pero se conforma con no estar muy enamorada del hombre con quien vive ni reivindicar la autoría usurpada de su obra con tal de no liarla y mantener una vida relativamente cómoda. ¿Eso no es vivir a medias?

Lo que creo es que la resignación y el conformismo están muy devaluados. Las pocas veces que estuve enamorada apasionadamente, la vida se me escapaba y estaba deseando que esa pasión desaforada desapareciera para empezar a vivir. La pasión te esclaviza y secuestra emocionalmente, no ves nada más que eso. No es que Marisa renuncie, sino que elige vivir como desea.

Y se resarce echando un polvo con su pareja en el bosque de vez en cuando para sentirse viva.

Sí, por él, y por ella, también. Ella crea esa fantasía, pero es perfectamente consciente de ella. Es una mujer que no ha tenido una vida fácil emocionalmente y por fin se ha hecho consciente de sí misma y de lo que realmente quiere [me mira]. Sé lo que estás pensando. Sé que esto se entiende mal. Me ha costado peloteras tremendas en charlas literarias, sobre todo con mujeres, defender esta idea. Incluso entre nosotras parece que tengamos que estar siempre enamoradas apasionadamente. ¿Por qué? ¿Y si no aparece ese amor? ¿Entonces tu vida queda coja? ¿No podemos apasionarnos con otras cosas? Las mujeres aún tenemos que conquistar mucha independencia emocional.

Clara Sanchez, el martes 7 de noviembre de 2023, en la biblioteca de la Real Academia Española.

Vayamos a su faceta académica. ¿Le gustan los monosílabos?

Me encantan. Mi nieta se llama Sol. Son claros, directos, como dardos en la diana, que decía Lázaro Carreter. Mar, sol, luz, pan, sal... Fíjate la cantidad de conotaciones. No cabe más en menos. Una palabra es como una bombona de butano, que si está contenida es inofensiva, pero si la mezclas con otras determinadas, puede estallar.

¿Cuál es su palabra preferida?

Tristeza. Porque no está de moda, porque es sonoramente muy bonita y porque define muy bien un estado de ánimo. Es redonda.

Estos días, un manifestante decía que salía a la calla a “putodefender” España. La RAE ha reconocido ese “puto” como un prefijo enfático. ¿Qué le parece?

Me gusta y me divierte muchísimo ese retorcimiento del habla. Todo lo que sirva a alguien para sacar lo que lleva dentro, que ayude a desahogarse, me parece perfecto. Ojalá tener más palabras para desahogarse. Mejor palabras que palos.

Otra gran palabra es señoro.

Tiene su gracia. Es un señor que va de señor, un ultraseñor.

¿Y se ha encontrado a mucho señoro en la RAE?

Jajaja. De momento, no. Estoy empezando, y lo que me he encontrado son señores magníficos a los que admiro. Entre otros, algunos de mis maestros, como José Manuel Blecua, o Emilio Lledó. Pero sé por dónde vas. Ya te contaré.


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Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[¡Viva España!]]>https://elpais.com/opinion/2023-11-09/viva-espana.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-11-09/viva-espana.htmlThu, 09 Nov 2023 04:00:00 +0000Anoche vi frente a frente a un español feliz y tranquilo. Reporto el prodigio en esta columna de última página, aunque, tal y como está el patio, debería ir a cinco y en primera plana. Fue de pura chiripa, en la sede en Madrid de la Real Academia Española, uno de esos solemnes lugares donde pareciera que nunca pasa nada. Salía de un despacho, desconectada del mundo un par de horas, cuando me topé con un revuelo de cámaras, micrófonos y colegas del oficio con la expectación de las grandes ocasiones impresa en el rostro, y me quedé a ver quién las provocaba. En esas, entró un caballero alto y flaco, barba y pelambrera canas, lentes montadas en varilla de plata y traje y corbata de los de ir a las bodas, y declaró estar encantadísimo de la vida y más contento que unas Pascuas. Era don Luis Mateo Díez, Quijote octogenario, según propio autorretrato, agradeciendo su flamante Premio Cervantes. Caí enamorada.

Lo que vino después fue el canto de amor a la vida y la escritura de un viejo narrador sin azúcar ni acíbar. Dijo que la edad es un cuento, pero que el cuerpo pesa. Que la vida es incómoda, pero merece la pena. Y que la felicidad constante no existe, pero su equivalente realista es gozar de la tranquilidad suficiente para dormir sin más reconcome que el de las propias tripas digiriendo la zozobra de estar vivo. Daba gusto escucharlo, dilatándose en las respuestas, gustándose al ver que gustaba, pidiendo más preguntas cuando estas se acabaron por las prisas, aunque nadie quisiera irse, él el primero. Apuesto a que, de haber sido la hora del vermú y no la del cierre de los periódicos y los telediarios, habría convidado a una ronda a los presentes para celebrarlo. Al salir del templo de las letras, templado el cuerpo y el ánimo por la alegría del premiado, el frío de la noche y el estruendo de un helicóptero me sacaron del hechizo. Era la Policía vigilando las violentas protestas contra las legítimas negociaciones del legítimo candidato a presidente del Gobierno para ser investido. Muchos iban envueltos en la bandera de España, como si fuera suya en exclusiva. No les cabe en la cabeza que España somos todos.



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Claudio Alvarez
<![CDATA[Ángeles Caballero: “Me han sobrado años de vida de mis padres por cómo se han visto cuando estaban enfermos ”]]>https://elpais.com/cultura/2023-10-01/angeles-caballero-me-han-sobrado-anos-de-vida-de-mis-padres-por-como-se-han-visto-cuando-estaban-enfermos.htmlhttps://elpais.com/cultura/2023-10-01/angeles-caballero-me-han-sobrado-anos-de-vida-de-mis-padres-por-como-se-han-visto-cuando-estaban-enfermos.htmlSun, 01 Oct 2023 03:30:00 +0000La entrevistada llega tardísimo al Ateneo de Madrid, donde quedamos, por un atascazo en el centro, al que la entrevistadora llega tras comerse otro, infernal, desde la periferia. Ni nos inmutamos. Colegas dentro y fuera del oficio, ambas sabemos lo nuestro de esperas, centros y extrarradios. Ángeles Caballero, periodista en EL PAÍS, ha ido más lejos en su afán por contar la vida y ha escrito un libro donde narra, sin ahorrar pelos, señales, sangre, sudor ni lágrimas, pero tampoco carcajadas, el viaje de sus padres, Manolo y Juli, de origen humilde, desde sus buenos tiempos de casa pudiente en Getafe (Madrid), a su enfermedad y muerte en un hospital y una residencia, completamente dependientes de ella. Y también su propia travesía por el dolor y el amor cuidándolos hasta el fin y enterándose, de paso, de algún secreto de familia.

¿Qué necesidad tenía de desnudarse y desnudar a los suyos?

Hay una parte de exhibicionismo y narcisismo. Mis artículos más leídos son los que tienen que ver con cosas que le pasan a la gente. Y esto, el tener que ocuparte de tus padres, o te ha pasado o te va a pasar. Mi familia, tan normal, tan sin épica, se parece mucho a España.

Cuidó sola de sus padres, teniendo una hermana. Su madre enferma la trató mal. ¿Hay también algo de ajuste de cuentas?

Cuando empecé a escribir, aún en vida de mi madre, absolutamente. He tenido que dejar pasar tiempo para darme cuenta de que criticaba a todo el mundo menos a mí, pensaba que me eché todo a la espalda mientras el resto del mundo me falló. Y no fue tan así. Ahora que he encontrado paz he escrito sobre algo muy duro y descarnado, sí, pero a la vez lleno de amor.

¿Su hermana ha leído el libro?

No. Y es de las cosas que más temo. Tener una sola hermana, 14 años mayor y que viva lejos desde mis 13 años, hace que sea casi mi madre. Ella no vino, o vino poquísimo durante el proceso, y me he sentido muy sola, pero luego pensé que cada una lo hizo lo mejor que pudo. Ella sabe que la quiero, y ahora de forma mucho más bonita que en esos cinco años de enfermedad en los que las dos estamos arrasadas.

¿Imagina leer este mismo libro escrito por un hombre?

No. Y no porque no cuiden, aunque en la residencia y en los hospitales veía sobre todo a mujeres: hijas, hermanas, nueras, sino porque los hombres no hablan de estas cosas, por vergüenza, por miedo. Y si lo hacen, serían más cautos a la hora de exponer y exponerse. Una vez, cuando trabajaba como periodista económica, un jefe me dijo que fuera a cubrir la cuenta de resultados de L’Óreal, que yo era graciosa y eso eran cosas de tías. Me encanta ser la graciosa, en mi estado de WhatsApp tengo el lema: “Lina Morgan vive, la lucha sigue”, pero también soy la seria, la que se cabrea. En los peores años de mis padres yo estaba destruida, pero lo disimulaba: seguí trabajando como la primera.

¿Cómo disimulaba, con antiojeras?

Con eso, y con el humor. El humor me sirve para tapar muchos dolores y muchas carencias. Eso lo exploto mucho también en el oficio. No intento pasar por quien no soy. Cuando no sé por dónde tirar, tiro de gracejo, que es mi manera de expresarme, pero creo que la ligereza no resta profundidad.

¿Qué opina de los colegas que dicen no saber quién es Belén Esteban o Jorge Javier Vázquez?

Que deberían ser expulsados de la profesión. Yo sé quién es Mahler y Maimónides. Se puede explicar casi cualquier cosa de la vida con frases de Belén Esteban y del universo del programa Sálvame, y con memes de Pedro Sánchez en el perfil de Twitter de Míster Handsome. Si no sabes quiénes son esas personas tienes un problema si quieres contar la vida.

¿Tratamos bien a los viejos en España?

Los tratamos como podemos. Me irrita profundamente que se les infantilice. Son viejos, no tontos, aunque, cuando mi madre perdía la cabeza, a veces los fogonazos de lucidez los tenía mi hija de 9 años. Tampoco voy a venir yo a decir cómo se tiene que cuidar. Cuidamos como podemos y también como tenemos nuestra cuenta corriente. Eso es evidente.

Tiene dos hijos adolescentes. ¿No teme su reacción cuando descubran, como descubrió usted, que su abuela era alcohólica?

Mis hijos ni me leen ni me escuchan como periodista. Para ellos soy la pesada de su madre, que les dice que se laven los dientes. Pero el libro lo leerán cuando quieran. Yo me enteré de que mi madre era alcohólica cuidándola. Cuando pregunten, les diré lo que me dijo en una entrevista el escritor Manuel Vilas y se me ha quedado grabado. Les diré que, probablemente, su abuela se hizo alcohólica por el miedo atroz a quedarse no ya sola, sin mi padre, sino reducida a la inutilidad absoluta en un tipo de España en que las mujeres no sabían ni conducir, ni salir solas, ni cuánto dinero tenían en el banco. Y también les diré que su abuela podía haber sido su madre, si yo, en vez de un vino, o dos, en lo peor de aquella época me hubiera tomado la botella entera, o me hubiera tirado a las tragaperras, o a las compras compulsivas. Un refugio barato para aplacar el dolor.

Duele leer también que llegó a desear la muerte de sus padres.

Vas a decir qué bruta soy, pero a mí me han sobrado años de vida de mis padres. La frase que más repetíamos mi marido en los peores días era: bendito infarto. Quiero que se me entienda. Cuidar de mis padres ha sido un regalo. Me han sobrado por amor a ellos, por cómo se han visto, por la mirada que transmitían de no querer que se les viera así. Y eso que mi madre tuvo la fortuna de no recordar cuando nos quería pegar a todos. Yo estaba deseando que se murieran cuando estaban así.

¿Se lo preguntó a ellos?

No. Pero una noche, estando con él de guardia en el hospital, oí gritar a mi padre: quiero morirme. No dije nada. Me he tenido que quedar con eso en la mente, como con las noches de los demonios de mi madre. No hubiera querido verlo, pero no por mí, sino por ellos. Por eso, en cuanto enterré a mi madre, que murió, además, en una residencia de Madrid, en plena ola de covid, sin poder despedirme de ella, tomé decisiones.

¿Hizo testamento vital?

Sí. He cambiado de opinión respecto a la idea que tenía de cuidar. Yo era de las que pensaba que las residencias son un aparcamiento de viejos. Todos esos clichés me los he quitado. Cuando murió mi madre me salió el orgullo de los Caballero y dejé por escrito que, si tengo tal deterioro cognitivo que no conozca ni me reconozcan, no quiero ver a mi familia ni que ellos me vean.

¿Me lo está diciendo en serio?

Totalmente. Me ha generado mucha tristeza y fragilidad ver como vi a mi madre. No a la mujer frágil, a la enferma, a la que he limpiado el culo mil veces, sino a la persona a la que no reconocía. No quiero que los míos me vean así, sino que se queden con la imagen de la madre graciosa, la madre-trueno, la de los parques de atracciones, la volcánica, la de los ataques de ira, la que no es tan maja como parece. Yo.

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Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[Aitana Sánchez-Gijón: “Estoy mudando de piel”]]>https://elpais.com/cultura/2023-11-05/aitana-sanchez-gijon-estoy-mudando-de-piel.htmlhttps://elpais.com/cultura/2023-11-05/aitana-sanchez-gijon-estoy-mudando-de-piel.htmlSun, 05 Nov 2023 04:30:00 +0000Nos conocimos hace 28 años, en 1995, un año redondo para la entrevistada, en el que presentaba las películas Un paseo por las nubes, Boca a boca y la serie de televisión La Regenta y se consagraba como una de las actrices más respetadas del país. Le muestro el resultado de aquella primera entrevista entre ambas: una portada de El País Semanal con una impresionante foto suya, de Jordi Socías, en la que aparece esplendorosa con un pañuelo a la cabeza anudado a la barbilla a la manera de las divas italianas. Sonríe. Claro que la recordaba. Ese año, esas obras, esa portada, significaron un antes y un después en su carrera.

¿Qué hay de nuevo, Aitana?

Pues hay una mujer que va a cumplir 55 años, que ha caminado mucho y sigue caminando en la vida y el oficio, que sigue teniendo vértigo y quiere ser mejor actriz cada día, no estoy satisfecha.

Entonces, a los 27 años, decía que empezaba a sentir el peso de la madurez. ¿Siempre fue tan precoz?

Sí, la verdad. Me da mucha ternura esa Aitana jovencita intentando dar imagen de cabeza bien amueblada. Me he pasado media vida intentando demostrar que era mejor actriz que chica mona.

Su amiga Maribel Verdú dice que ella, quizá, era la guapa del pueblo del grupo de actrices de su edad, pero que usted era la belleza chic.

Ay, Maribel. Ya me hubiera gustado ser más del pueblo en alguna ocasión. Esa cosa mía supuestamente chic ha sido un poco hándicap y un poco putada. Me quité esa presión hace 15 años, cuando empecé a tener una carrera teatral sólida. Ahí nació la segunda Aitana. En el teatro la belleza da igual.

¿El teatro le quitó la presión?

El teatro te da otra presión. En el escenario me siento en peligro de muerte: me quita la vida y me la da. Saca el bicho que llevo dentro. Yo, que parezco tan buena chica, tengo la venganza del teatro. Ahí me convierto en un bicho salvaje.

¿Lleva un alien dentro?

Absolutamente. En el cine no me ha dado tantas oportunidades de sacarlo a pasear. Otras actrices, qué se yo, Victoria Abril, una belleza increíble, puede hacer de duquesa y de merchera en El Lute. A mí no me han dejado tanto espectro: es algo que no depende de ti, sino de la mirada de los otros, Así que el teatro me resarce. Por eso, en cine, trato de elegir personajes que me permitan sacarlo.

En la película Que nadie duerma, hace de una productora teatral que le roba su historia a una taxista, Malena Alterio. ¿Es usted tan vampira?

Los creadores, aunque esté feo que me llame así a mí misma, somos un poco vampiros. Ahora mismo, aquí, tú me estás observando para reflejarme luego en la entrevista, y yo te estoy observando a ti, y al señor que se toma ese café ahí enfrente, inconscientemente, y todo eso se queda en el almacén de vivencias del que luego tiro en escena. Vivo de la observación. Por eso me gusta ponerme con la espalda a cubierto, para mirar sin ser mirada o, por lo menos, sabiendo quién mira.

Pero a usted la reconocen.

Sí, pero no te creas que tanto. Voy siempre en metro y, a veces, me dicen que me parezco mucho a una actriz. Yo les sigo la corriente y me callo.

¿Cuántas Aitanas se llaman así por usted?

Pues yo, como sabes, me llamo así por Aitana Alberti, la hija del poeta Rafael, que fue mi madrina. Pero sí, hasta entonces había muy pocas Aitanas en España, y ahora hay muchísimas, así que algo de culpa tendré de todo eso.

Sin embargo, su hija se llama Bruna.

Claro, porque ella es ella, no yo. Lo de poner tu nombre a los hijos lo veo una cosa rarísima. Es como si un hijo mío me hubiera salido ingeniero aeronáutico, que qué bien, pero hubiera sido exótico. Mi hija quiere ser actriz y yo estoy encantada porque no concibo una profesión más hermosa.

Hablando de hijos, ¿qué hay de nuevo en su vida de puertas adentro?

Pues también ha habido mudanzas. Hace tres años que me separé, mi hijo mayor se emancipó hace dos, con 20. Vivo mano a mano con mi hija, que tiene 19, casi como dos compañeras de piso y es, realmente, una etapa muy distinta. Incluso notas cómo las endorfinas del maternaje bajan, y con la menopausia, también, pero por otra parte también hay algo de ahora me toca a mí.

¿Como en la canción de Bebe? Según esas cuentas lleva ya un par de años volando sola.

Sí, pero aún estoy dando golpecitos en el nido. Aún no he completado el duelo que supone una separación después de 22 años de relación, por muy de acuerdo que haya sido la ruptura. Pensaba que el duelo era más corto y fácil. Estoy mudando de piel y siento que soy una crisálida en metamorfosis que aún no ha acabado de hacer la transformación completa.

¿Y le gusta esa tercera Aitana?

Bueno, me gustaría tener un poco más de paz interior que aún no tengo. Soy disfrutona, no de hacerme un ovillo en el sofá, entonces, no paro, y, a veces, me olvido de respirar. Me duele todo y me quedo rígida. He llegado a pensar que tengo fibromialgia, pero solo es ansiedad, mucha ansiedad.

Aitana Sánchez Gijón, en la biblioteca del Ateneo de Madrid.

Volvamos al teatro, y a su alien. ¿Qué se llevó puesto de actuar mano a mano con Mario Vargas Llosa?

Uf. Que te pase una cosa así es un privilegio. Él ganó el Nobel en medio de todo aquello. Tener a Mario a tu lado, de actor principiante, queriendo aprender tu oficio, con esa humildad y ese rejuvenecimiento que se le veía, cumpliendo un sueño, fue maravilloso. Ahora lo pienso y digo, joder, he tenido el cuajo de corregirle a un Nobel. Le montábamos unos numerazos... Pero él, disciplinado, venía el día siguiente con su texto mutilado si hacía falta.

Y usted, ¿se deja moldear por los directores?

Del todo: yo trabajo de dentro afuera, de afuera adentro, depende del director o directora que tengas delante. Me adapto y me divierte cambiar la forma de trabajar. Además, me he tenido que sacar las castañas del fuego sola muchas veces. Hay directores que no saben dirigir actores.

Ahí, ahí, haciendo amigos.

No digo todos, pero muchos, no tienen la sutileza ni la capacidad de dirigir actores, te lo habrán dicho cientos de actores.

No, pero igual porque son más diplomáticos. Y a usted, ¿le tienta dirigir?

No podría, no tengo ese talento, no tengo mirada, no siento la necesidad de contar historias. Yo solo soy un instrumento de los demás, por eso trato de embarcarme en proyectos que me remuevan, porque, como actriz, siento que estoy empezando cada día.

Algún fuerte tendrá...

La capacidad de riesgo, la confianza: confío mucho en los demás, soy muy disciplinada y aporto mucho. Parece que me estoy vendiendo, como Bette Davis: “Actriz de 55 años se ofrece...”, jajaja.

Y ahí fuera, ¿qué causas la remueven?

Me indigna y me altera muchísimo el tema de la censura cultural que estamos volviendo a sufrir. Me parece una estupidez muy peligrosa. Ahí me movilizo. También por el feminismo.

Tiene una carrera muy larga y empezó muy joven. ¿Ha sufrido acoso sexual?

Sí, digamos que no he tenido ningún episodio gravísimo ni violento, pero sí un goteíto fino.

¿Y cómo capeaba ese goteo?

Pues mal. Me ha pasado dos veces. Una vez, en un festival fuera, un director conocido me estuvo aporreando la puerta del hotel toda la noche y, al día siguiente, en el aeropuerto, me besó en la boca delante de todo el mundo, como para hacer ver: ‘me la follé’, como un trofeo. Y un actor francés, en Acapulco, me hizo exactamente lo mismo. Les tenía que haber dado un bofetón

¿Por qué no se lo pegó?

Pues por no ponerlos a ellos en evidencia, me parecía tan ridículo y tan infantil... Por eso me parece fabuloso el Se acabó de las futbolistas. No creo que a estas alturas me pase, pero si me pasara, le diría al tío baboso que está haciendo el gilipollas.

¿Por qué dice que ahora no le pasaría? ¿Se ha vuelto invisible?

El paso del tiempo sigue siendo más cruel con la mujeres, vamos ganando espacios, papeles, personajes interesantes, mujeres en la dirección y la producción, pero la cámara sigue prefiriendo jóvenes.

El hecho de que usted anuncie ahora mismo cremas de belleza es un dato esperanzador.

Sí, además nunca me he tocado la cara, ni me la voy a tocar. Me hago mis tratamientos, pero no voy a rellenarme ni a operarme. Hay también una especie de militancia en eso. Y no es fácil. No es nada fácil envejecer en pantalla por esa dictadura de las pieles eternamente lisas. Es una presión fuerte, pero nunca me lo he planteado como una posibilidad.

¿Por valentía o por miedo?

No sé si valentía. Me gusta la belleza del paso del tiempo. Me gusta la persona madura en la que me he convertido. Quiero ser una viejita, como Ángela [Molina], como Geraldine [Chaplin], como Charlotte [Rampling]. Ojalá parecerme a ellas. Me gustaría tener ese rostro que cuenta cosas.

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bernardo perez
<![CDATA[Leonor y Sofía]]>https://elpais.com/opinion/2023-11-02/leonor-y-sofia.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-11-02/leonor-y-sofia.htmlThu, 02 Nov 2023 04:00:00 +0000La que tiene una hermana tiene un espejo extra. Si es mayor, uno de aumento donde ver magnificados sus virtudes para emularlas, o sus defectos, para enmendarlos. Si es pequeña, un retrovisor en el que verse a una misma más tierna, saber lo que le aguarda a esa criatura y debatirse entre el afán de protegerla, la soberbia de guiarla y la tentación de martirizarla con el ya te lo dije. Una hermana puede ser una rival o una aliada. Un apoyo constante o un constante ajuste de cuentas. O todo eso a distintas horas del día, o de la vida. Quizá porque soy madre de hermanas, las fotos que más me atañeron de la jura de la Constitución de la heredera de la Corona fueron las de Leonor y Sofía de Borbón Ortiz, tan jóvenes, tan juntas y tan solas en medio de la multitud de adultos hiperconcernidos por la solemnidad del acto. Se llevan 18 meses. Un suspiro y una eternidad cuando, zarandeadas por distintas fases del terremoto de la adolescencia, una cruza el hito de la mayoría de edad bajo el escrutinio público mientras la otra surfea en relativa intimidad el oleaje de sus 16 años y medio. Ninguna es nueva en esto. Ambas han crecido sabiendo que la mayor es distinta extramuros por mucho que sus padres se desvivan por no hacer distingos dentro. Por eso me conmovió ver cómo se buscaban con los ojos, cómo se les iban las manos a la otra, cómo miraban las dos a sus viejos sabiendo que ellos saben. Ni princesa ni infanta ni gaitas. Dos hermanas cómplices frente al mundo ahí fuera.

Una, quizá, echando de menos el segundo plano de la otra. La otra, quizá, echando de más el primero de la una o pensando de la que se ha librado. Todo, a ratos, como todo en la vida. Quizá hubieran preferido pasar la noche del gran día viendo juntas una película de miedo en el sofá de casa, o desmadrándose en un fiestón de Halloween, en vez de en un ágape con su parentela, más que de dos ramas, de dos planetas. No lo sabremos, pero sí lo que decían sus ojos horas antes. Silvestres, pícaros, aún genuinamente asombrados los de la pequeña. Inocentes, pero no tanto, los de la mayor, ya lastrados por el peso de la responsabilidad en los párpados. Su futuro, el de ambas, es una incógnita. La vida da vueltas de campana. Pero se tendrán la una a la otra. Riéndose. Llorando. Consolándose. Picándose. Reconciliándose. Queriéndose, o no tanto. Pero hablando el mismo idioma que solo conocen ellas en España y que no es el español ni el inglés ni ninguna de las lenguas cooficiales.

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Ballesteros
<![CDATA[Fele Martínez: “Tengo una buena pedrada”]]>https://elpais.com/cultura/2023-10-29/fele-martinez-tengo-una-buena-pedrada.htmlhttps://elpais.com/cultura/2023-10-29/fele-martinez-tengo-una-buena-pedrada.htmlSun, 29 Oct 2023 04:30:00 +0000El entrevistado llega a la cita puntualísimo, pero el fotógrafo, a quien conoce de otras veces, tiene una prisa loca porque se le escapa la última luz de la tarde lluviosa y le azuza para resolver el retrato antes que la charla. Fele Martínez acata órdenes y se pone a tiro de cámara, disciplinadísimo, que para algo es actor y director y sabe que la iluminación importa, y mucho, en el resultado final del producto. Solo después de ser inmortalizado bajo el sirimiri con su gorra de rapado friolero, ofrece a cráneo descubierto a la grabadora una de las conversaciones más caóticas y divertidas que recuerdo.

Se estrena en la dirección teatral, pero antes dirigió cine, ¿no?

Bueno, alguna cosita, unos cortos para el sector audiovisual.

¿Y eso no es cine? ¿Por qué se baja usted mismo de categoría?

Por el síndrome del impostor, ni más ni menos.

¿A estas alturas de la película?

Uy, y lo que me queda.

Ese síndrome es más de mujeres. O, por lo menos, los señores, si lo tienen, no suelen confesarlo.

Pues seré Fela Martínez, pero ese síndrome me ha acompañado toda la vida, y es buen maestro, porque gestionarlo requiere un trabajito personal intenso y constante.

Igual es porque ganó el Goya demasiado pronto, a los 21 años.

Hostia, pude ser. Esto no lo he trabajado en terapia, se lo tengo que preguntar a Teresa, mi terapeuta, en la próxima sesión. Espera, que lo apunto, con permiso. [Saca una libretita de la mochila y lo apunta].

¿Me lo está diciendo en serio?

Absolutamente. Tengo una relación profesional intermitente con mi terapeuta, pero no la dejo, por la cuenta que me tiene. Ahora ella vive en Oregón, y lo hacemos online. Me pide que me acerque mucho a la cámara del teléfono para verme bien la cara y las emociones.

¿Y cómo se ve usted mismo a los 48 años?

Como un madurito interesante. Soy el mismo que el del Goya, con menos pelo y más entusiasmo. Se me ha quitado el estrés, un poco de tontería y banalidad y tengo más poso, una especie de sensatez que antes no tenía.

Como actor, le han dirigido Amenábar, Almodóvar y Medem. ¿Qué ha copiado y qué ha evitado de ellos ahora que es usted el director?

Uf, esto lo tendría que pensar bastante. Lo que he intentado es tener pensadas la mayor cantidad de respuestas y herramientas posibles para los actores. Quizá por una cuestión de empatía, de entenderlos, porque he estado ahí.

¿Y qué siente ahora que, con la obra estrenada, los actores se le han independizado?

Eso ha sido muy fuerte, porque, como actor, cuando acabas los ensayos, empieza todo, y ahora ha sido acabarlos, y hacerte tú a un lado. Sé que es lo que toca, y que la obra irá creciendo con ellos, pero llevo más de dos años implicado a muerte con este proyecto y esa separación está siendo un síndrome de nido vacío brutal.

¿Lo ha hablado con Teresa?

Hostia, todavía no. Mira, otra pregunta [saca la libreta y apunta].

¿Se contrataría a sí mismo como actor siendo el director del proyecto?

Sí, absolutamente.

¿Pues no decía que era un impostor?

El impostor es Fele, pero el actor, no. O sea, yo me peleo con el impostor de espaldas al director.

¿Por qué se autocontrataría?

Porque soy bueno. Porque soy un actor dúctil y maleable. Porque yo me lo curro por mi cuenta, pero con un buen director puedo crecer muchísimo. Y, sobre todo, porque soy un gran catalizador de rodajes y hago equipo. Eso te lo puede decir todo el mundo.

En la desternillante serie Machos alfa, su personaje era el menos chulo de una panda de machirulos. ¿Es usted así o eran exigencias del guion?

Era, es, porque la segunda temporada está por estrenar, una panda de desnortados donde mi personaje es el único que conciliaba y se deconstruía de verdad, pero que acompañaba a sus amigos a clase de nueva masculinidad por pura amistad. Me gusta mucho ese concepto de solidaridad entre tíos que tiene mi personaje.

¿Usted también lo tiene?

Tengo un punto gregario, pero me gusta tener mi punto de vista, mis absurdeces. No te voy a negar que tengo una buena pedrada.

Todos tenemos la nuestra.

Sí, pero a mí me gusta la mía. Es una manera de ver las cosas que ni yo mismo entiendo. Soy un compuesto de muchas cosas que me han ido conformando desde que era adolescente en Alicante.

¿Ser de allí imprime carácter? ¿Tiene que ver con la pedrada?

Muchísimo, lo levantino tiene esa cosa como para afuera, como expuesto hacia el mar, esa cosa de vivir en la calle, esa cosa de la pólvora, del boom. Pero no solo es eso. Mis años con Sexpeare, la compañía de teatro que fundé al llegar a Madrid con cuatro tíos, cada uno con su pedrada, fueron de los más creativos de mi vida. Y luego acuérdate que Extremoduro tiene una canción que se llama Pedrá y dura 30 minutos. Todo cuadra.

Su hijo se llama Otto. Imagino que por su personaje en Los amantes del Círculo Polar, de Julio Medem. ¿Tanto le marcó?

Mi hijo se llama Otto porque me gusta el nombre, porque me gusta la película y porque mi señora, en la Universidad, llevaba una camiseta que ponía “Julio Medem es Dios” y su trabajo de fin de carrera fue sobre la “simbología blablablá en la cinematografía de Julio Medem”, o algo así. Entonces, cuando buscábamos nombres, solté Otto, jugando sobre seguro. Ahora lo miro a la cara y no podía tener otro nombre.

O sea que Medem es su talismán.

Bueno, digamos que yo he tenido tres momentos cruciales en mi vida. Con Alejandro [Amenábar], Julio [Medem] y Pedro [Almodóvar]. El encuentro con cada uno de ellos me giró la vida.

¿Son su Santísima Trinidad?

Absolutamente.

Y usted su profeta.

Ya me gustaría. Digamos que he sido uno de sus apóstoles.

Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

Mira, me ha gustado eso. Ya te digo que yo mismo me contrataría.


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bernardo perez
<![CDATA[La pasión, según C. Tangana]]>https://elpais.com/opinion/2023-10-26/la-pasion-segun-c-tangana.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-10-26/la-pasion-segun-c-tangana.htmlThu, 26 Oct 2023 03:00:00 +0000Si algo he aprendido en 30 años de entrevistas jeta a jeta, además de que, frente a frente, todos tenemos miedo, es a reconocer el fuego de la determinación en los ojos del prójimo. Una de las veces que casi me quemo solo de verlo fue en el verano de 2016, en un piso de un humilde barrio madrileño, de esos construidos en el tardofranquismo con los techos bajos y las ventanas estrechas para que los trabajadores allí estabulados no tuvieran más vistas ni aspiraciones que el bloque de enfrente. Allí, medio siglo después, con un colchón en el suelo, la cocina de adorno y el salón tomado por ordenadores y teclados, vivía un chaval de 25 años, matándose a componer y a dominadas en el gimnasio, con la idea entre ceja y ceja de comerse el mundo con su música. Se llamaba, se llama, Antón Álvarez, Pucho para sus amigos, C. Tangana para la industria. El resto está en los discos y en los papeles.

Desde entonces, he seguido su carrera con el interés, y la ternura, de quien le ha visto las costuras al traje del ídolo. He bailado su Mala mujer en verbenas y cantado a grito pelado su Ateo en los atascos. He asistido a los eventos a los que ha tenido la gentileza de invitarme sin ser yo su público objetivo ni nada de eso. Pero no había vuelto a verle ese fuego abrasador en los ojos. Sospecho que vuelve a tenerlo. Quizá por eso, además de por no estropear la estampa de gallo que desea ofrecer al mundo, no se quitó la noche del martes las gafas de sol en un preestreno de Esta ambición desmedida. Dos horas de documental a mayor gloria, y miseria, de un tipo que, según su autorretrato, ni canta ni afina, pero que ha logrado vivir varias vidas artísticas a sus 33 años, la edad de Cristo al ser crucificado, en una comparación, que a él, estudiante de Filosofía, seguro que no le disgusta. Daba entre gusto y grima ver a hordas de palmeros bailándole el agua mientras él, saturado de sí mismo, rumia qué camino tomar obsesionado, como dice estar, con la trascendencia. Apuesto a que pronto tendremos noticias. Aunque aspira a ser un tocapelotas, de subversivo tiene poco. Lo dice él mismo en su película, en uno de los momentos que arrancan las carcajadas del público: “Igual ya he empezado la cuesta abajo hasta acabar de jurado de La Voz”. Nunca digas nunca, Pucho. Torres más altas han caído.


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Aldara Zarraoa
<![CDATA[Leo Harlem: “Un aburrido y un tonto es lo mismo”]]>https://elpais.com/cultura/2023-10-22/leo-harlem-un-aburrido-y-un-tonto-es-lo-mismo.htmlhttps://elpais.com/cultura/2023-10-22/leo-harlem-un-aburrido-y-un-tonto-es-lo-mismo.htmlSun, 22 Oct 2023 03:15:00 +0000Diluvia tras los cristales de la cafetería pecera del Círculo de Bellas Artes en el primer día de auténtico otoño tras el eterno verano madrileño. Dentro, en medio de la bulliciosa multitud, Leo Harlem apura un café antes de pedir, y obtener, del encargado del local, encantado de reconocerlo, permiso para retirarnos a una zona más tranquila donde poder hablar sin que la grabadora estalle. El entrevistado detesta el ruido, confiesa. Toda clase de ruido. Por eso, para evitar soniquetes e invasiones de su espacio lleva un Nokia antediluviano en el bolsillo y tiene otro en casa por si se le estropea. Es toda la conexión que necesita. Lo otro “es spam para hoy y hambre para mañana”, bromea. O no tanto.

¿Se cree muy gracioso?

No especialmente, me considero más ocurrente que otra cosa. Pero lo cierto es que desde crío he hecho gracia. Imitaba a los profesores, lo apostillaba todo, los amigos se reían y, como me gusta que la gente se lo pase bien, no escatimo. Pero en mi vida normal soy muy callado, puedo estar días sin salir de casa ni hablar con nadie.

¿Entonces, en quién se inspira para recrear a los personajes de sus monólogos?

A ver, no soy asocial. Paseo, voy al mercado, salgo a tomar vinos con los amigos, pero soy muy selectivo. No me gusta el postureo, ni los estrenos, ni estar permanentemente conectado, las redes sociales me la traen al pairo. Pero yo vivo de la observación. Me fijo mucho en todo y en todos.

¿Desde que era camarero?

Y antes, de panadero, donde trabajaba los veranos. Los años de camarero me convalidan Psicología. Desarrollas un instinto para calar al personal fijándote en cómo entra, cómo se sienta, cómo trata a quien sirve. Ahora que no hay mili, los jóvenes deberían trabajar un año de cara al público, donde te toque: una churrería en Toledo, una zapatería en Guadalajara, una tintorería en Sevilla. Eso educa más que muchos cursos universitarios. Ahora entra alguien y te digo de qué pie cojea.

¿Y nunca se equivoca?

Puedo equivocarme, pero el porcentaje es mínimo. Con 12 años detrás de una barra tengo la carrera y el máster.

¿Cuál cree que es su sello cómico?

La naturalidad. Que hablo de lo que conozco. Tengo 60 tacos, he vivido unos cambios espectaculares y mi humor se basa en mi estupefacción, en que ni me adapto ni quiero adaptarme a todo. Hay cosas fantásticas, pero también mucha tontería. Soy un anfibio que nació en la tierra y solo me meto en el mar digital de vez en cuándo, y cuando me interesa. Entonces, cuento lo que me pasa a mí, y eso conecta con lo que le pasa a la gente de mi edad, y se ríen. ¿Cómo no se van a reír?

¿Y los jóvenes, se ríen?

Pues algunos sí y otros no, supongo. Pero seguro que en mí ven a sus padres y se ríen de eso. Yo tengo muchos problemas con lo digital. Pero no solo de manejo, sino de concepto. Te compras un cacharro y lo primero que te pide es que lo actualices. Cómo lo vas a actualizar, si acabas de comprarlo. ¿Y las contraseñas? Para recordarlas y que no te las roben, tienes que tirar de cuaderno. Te tienes que poner tú la gasolina y no te descuentan ni un céntimo. No puedes hablar con un humano en ninguna centralita. Mira, me pongo enfermo. Yo voy por la vía de servicio, que me adelante quien quiera.

El crítico de cine Javier Ocaña le comparó como actor con el desaparecido Paco Martínez Soria. ¿Le ofende o le halaga?

Nunca me tomo nada de forma personal y, para mí, eso es un piropo, porque Paco me hace muchísima gracia. Abuelo made in Spain, por la temática, podría ser una película de Ingmar Bergman, luego todo está en los detalles. Entiendo que mis películas no son El séptimo sello, pero, para mí, el cine debería ir más por el Ministerio de Industria que por el de Cultura, por la cantidad de empleo que genera. El cine es un organismo. El cerebro, digamos, es la élite. Pero hay una parte nutricia: el estómago, los pulmones, el hígado, que cumplen funciones vitales para mantenerlo vivo.

Harlem, fotografiado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

¿Era muy empollón de niño?

Empecé Arquitectura y luego hice un par de años de Derecho, pero me puse a trabajar porque era buen estudiante, pero el horario me pillaba mal. Que era vago, vamos. Ahora, siempre he leído y leo muchísimo. Leer te da vocabulario, y eso te permite ser mas preciso. Las palabras importan, y mucho, en la comedia. Y el ritmo. En el humor, el ritmo lo es casi todo. El público es inteligente y soberano y no pasa una. La risa ni se compra ni se vende.

¿Es peor ser aburrido o tonto?

Un tonto y un aburrido es lo mismo. El tonto aburre y se aburre porque, por no tener, no tiene ni interés por las cosas. Humor e inteligencia suelen ir unidos.

¿Con quién prueba sus textos antes de representarlos?

Con nadie. A veces, he grabado directamente lo que he escrito la noche antes sin ni siquiera ensayarlo.

Eso es confianza en sí mismo.

Bueno, aparte de que lo dejo todo para el final, tengo una especie de radar. Me viene de no sé dónde, y funciona. Cuando actúo estoy muy concentrado, pero, a la vez, estoy pensando en otra cosa. Tengo en la cabeza varias opciones, y, según el público y, si no cuela una, cuela otra. Me disocio en dos. Uno me dice frena, otro, acelera.

Hay quien le tacha de cuñao en escena.

Sí, y no pasa nada. El cuñao tiene que existir. No todo son familias monoparentales. Soy un poco cuñado en el sentido de ayudar, de enterao, tú me dices que necesitas uno y yo te mando un fontanero que es un fenómeno. Y luego, soy muy mandón. En una cena, por ejemplo, alguien tiene que pedir las raciones. Yo te organizo una mesa de 12 personas para que ni sobre ni falte de nada y todos se queden contentos. Si eso es ser cuñao, lo soy.

También le llaman señoro.

En absoluto. Cada vez me gusta más trabajar con mujeres. Mis compañeras humoristas son espectaculares en directo. Igual que hay hombres que no me hacen ninguna gracia. Mi papel en algunos monólogos es hacerme el machito y hay quien no distingue a la persona del personaje. La exageración también es humor.

¿Se autocensura mucho?

Sí, claro. Hay cosas que se hacían hace 20 años y ahora no puedes, porque no tienen gracia. A mí no me importa renunciar a según qué cosas. Si alguien se pone tenso, para mí no es humor, y no me merece la pena. Pero luego está el extremo contrario, como no poder hacer un chiste de un accidente porque a alguien se le murió alguien en la carretera.

¿Qué no le hace gracia?

El humor cruel, cuando se ceba con personas que no se pueden defender. Y tampoco soporto la mala educación ni el ruido.

¿El humorista nace o se hace?

Hacer reír es muy difícil y, sinceramente, creo que es un don natural. De hecho, hay escuelas de actores, pero no de cómicos. No hace falta ser gracioso todo el rato, ni estar todo el día de cachondeo. Es tener la palabra y el gesto justos en el momento y el tono justo. Eso se tiene o no se tiene. El tío más gracioso que conozco es un carnicero que actúa en su carnicería y, si se lanzara al escenario, nos retiraba a todos.

Bueno, usted ya es el mayor del elenco de Mentes peligrosas.

Está todo calculado. En un par de años me jubilo.

¿No le toca esperar a los 67?

Llevo 42 cotizados, perdona. Y ya te digo yo que no me voy a aburrir. Tengo miles de cosas que hacer. Pero sin madrugar. Ya he pasado todo el sueño que tenía que pasar en mi vida.


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Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[El móvil, la vida]]>https://elpais.com/opinion/2023-10-19/el-movil-la-vida.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-10-19/el-movil-la-vida.htmlThu, 19 Oct 2023 03:00:00 +0000Álvaro Prieto —18 años, modélico chico, hijo modelo— salió una tarde de su casa en Córdoba a pasar una noche de fiesta en Sevilla con idea de volver en el primer tren de la mañana, pero se le quedó el móvil sin batería y acabó muerto, electrocutado entre dos vagones de un convoy averiado, tras colarse en las tripas de la estación de Santa Justa. La frase es larga a conciencia para dejar sin resuello a quien la lea. Porque la tragedia que ha conmocionado a España esta semana es así. Todo lo frenética, increíble, absurda e imprevisible que puede ser la muerte de un adolescente de los de aquí y de ahora para quienes el móvil es la vida. Al morírsele el teléfono, Álvaro se quedó él mismo en suspenso. Gripado. Sin billete. Sin dinero. Sin tarjeta. Sin contactos. Sin recursos. Completamente desnudo perfectamente vestido con su pantalón de loneta crema, sus deportivas último grito y su camisa de lino verde agua de niño bien de toda la vida.

No estaba solo. Lo rodeaban cientos de personas. Pudo pedir ayuda. Se la brindaron, de hecho, ofreciéndole un cargador, y la rechazó, en la primera de la serie de ilógicas decisiones que acabaron con su vida. Ese es el error. Aplicar la lógica adulta a un chaval quizá regido por la ley del yo puedo, yo controlo, yo soy mayor, yo me basto, yo tengo 18 años. Esa cantinela que escuchan a la vez orgullosos y horrorizados tantos padres a los que se les abren las carnes al ver salir a sus hijos por la puerta y no se les cierran hasta que vuelven a entrar por ella. Seguro que a los de Álvaro les dolía la boca de decirle que llevara efectivo, una tarjeta, una batería extra, algo, por si acaso. Nada que hacer frente a quien se cree inmortal y no ve más peligro que ser pillado en falta o haciendo el ridículo. Así murió el joven Prieto. Abrasado por la impaciencia de salir él solito del apuro. Para que no le echaran la bronca. Para que le dejaran volver a salir de fiesta. Para probarse a sí mismo. Así le recordarán los suyos. Eternamente joven, guapo y buen niño, como en el último selfi con su amigo en la discoteca y el último wasap a casa diciéndoles “tranquilos; estoy en camino”. Descanse en paz. Sus padres ya no podrán hacerlo.

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rafa alcaide
<![CDATA[Marisa Fernández Armenteros, productora de cine: “Vivo en un gabinete de crisis”]]>https://elpais.com/cultura/2023-10-15/marisa-fernandez-armenteros-productora-de-cine-vivo-en-un-gabinete-de-crisis.htmlhttps://elpais.com/cultura/2023-10-15/marisa-fernandez-armenteros-productora-de-cine-vivo-en-un-gabinete-de-crisis.htmlSun, 15 Oct 2023 03:15:00 +0000Llega a la cita diez minutos antes de lo convenido, se queda varada en la estrechísima acera de la calle Prado de Madrid, obligando a los apresurados transeúntes a esquivarla a caderazos y, de tan absorta como se halla con el móvil y los cascos, no se da ni cuenta de que la estoy observando a un metro. Al verme, casi chocándose conmigo en su soliloquio, se disculpa, apuradísima, y admite que está en otra película. La que puede que ella misma produzca y se estrene, o no, dentro de cinco años. Así, dice, es su día a día.

Nunca tengo claro qué hace un productor/a. ¿Me lo explica, por favor?

Busco guiones, historias que contar, y el dinero y las personas para llevarlas a la pantalla. Soy una facilitadora, una conseguidora, una malabarista, una gestora de emociones, una pastora de egos y una repartidora de mimos para sacar lo mejor de otros y que el engranaje funcione.

¿Y usted, cómo anda de ego?

Bien, gracias. Está claro que lo tengo, pero solo lo saco a relucir cuando alguien me viene con un problemita del primer mundo un domingo por la tarde. Entonces, suelo decirle que los del cine ya no somos tan importantes como creemos, que tenemos que competir con otras formas de ocio, y no siempre ganamos. Al recordarnos que hacemos cosas maravillosas, pero ni somos médicos ni salvamos vidas, nos calmamos todos un poco.

¿Los divos le sacan su propio divismo?

Somos humanos y todos queremos mimos. Somos muy intensos, trabajamos con las emociones. Lo que pasa es que a mí, después de 27 llamadas al día templando gaitas, nadie me pregunta cómo estoy. Esa, ahora, es una de las variables que mido al elegir una historia. Para mí el cine es con quién lo haces. Funciono por corazonadas. Con la edad solo te fías de la intuición, y, así, si te equivocas o aciertas, solo te lo reprocharás a ti mismo. Isabel Coixet, la directora de Un amor, por ejemplo, es de las mías. Tiene 27.000 cosas en la cabeza, pero, en medio de todo ese lío, es capaz de preguntarme cómo estoy al final del día.

¿Y cómo está, aparte de en otra película? ¿Duerme bien?

Honestamente, no. Lo que peor llevo de mi oficio es que no vivo en el presente, sino en el futuro. Hasta el punto de que puedo estar en una gala recibiendo un premio y no disfrutarlo porque identifico un problema y me boicoteo yo misma. Yo, ahora, estoy proyectando qué película voy a hacer en 2024. Vivo en un gabinete de crisis permanente y mi reto, ahora, es saberme reír de ello.

¿Qué quería ser de niña?

De cría, arqueóloga. De adolescente, en Santander, veía mucho cine, tenía cerca el festival de San Sebastián y me di cuenta de que quería estar cerca de ese mundo. También me fascinaba el ¡Hola!, la vida de los ricos, de las clases altas, contadas desde dentro, sin complejos. Con mi padre, en casa, leía el Diario montañés, para ver los funerales y las bodas de los vecinos. Luego estudié Literatura en Salamanca, queriendo contar historias, y acabé trabajando para que otros las contaran. Hay algo de aspiracional en ello.

¿Por qué historias se la juega e invierte dinero propio y ajeno?

Me interesan las contradicciones del ser humano, las grietas que tenemos todos. En este país se nos mete en cajones demasiado estrictos y estáticos. Lo miramos todo desde el punto de vista de nuestra clase social. A mí, por ejemplo, que tuve una educación absolutamente católica, en un internado cercano al Opus, que llevé babi hasta los 18 años, me interesa producir historias que me incomoden. Ni todas las historias ni todas las mujeres son luminosas. Sacarnos las vergüenzas es terapéutico. No hago pelis con tema, no tengo relato. Eso sí, me gustan las películas que, al salir de verlas, dan para una charla de sobremesa.

¿Ha dicho que llevó babi hasta los 18 años? ¿Cómo se sobrevive a eso?

Y daba clase solo con chicas, porque, aunque el centro era mixto, a las que éramos buenas estudiantes nos juntaban chicas con chicas. Todos mis amigos pertenecíamos a la misma clase social y a la misma ideología, y entonces no lo veía tan raro. Lo bueno es que luego, en Salamanca, me relacioné con otra gente muy distinta. Nunca he tenido unos postulados muy firmes. Mi padre nos decía que no fuésemos posesos de la verdad, y en las derechas y en las izquierdas estamos llenos de posesos de su verdad. Eso lo he visto en las distintas vidas que he llevado y me ha ayudado mucho a decidir qué cojo de unos y qué de otros. Pero, sí, es cierto que esa educación me ha pesado. He crecido en la culpa, en el tener que decir siempre que sí, en tener que ser siempre una dama. He pedido permiso y perdón muchas veces sin tenerlo que haber pedido. Sobre todo en el trabajo.

¿Cuándo empezó a decir “no”?

Hace solo tres años, cuando fundé mi productora, Buenapinta. El cine es un sector muy masculinizado, donde el poder estaba en manos de hombres. Claro que hay mujeres en el cine, pero la productora es quien decide qué proyecto se va a hacer, y yo dependía de otros. Hace tres años, me lancé. Usé mis miedos a mí favor, porque cuando fundas algo, el miedo es tu mejor aliado. Pensé: ¿qué es lo peor que me puede pasar? ¿Que tenga que volver a pedir trabajo? Sé hacerlo. Ahora me quedo con la culpa, pero no con las ganas.

¿Sigue notando el machismo, ahora que es la jefa del cotarro?

Micro, macro y mediopensionista. Pero, seamos claras. Volvemos a los estereotipos de las ideologías y de las clases sociales. No estés pensando en el tipo del puro y la chequera, esos ya se han muerto. Ahora, muchos señoros poderosos van con zapatillas Golden Goose o Nike y votan a la izquierda, pero en el fondo son igual de machistas, y ejercen.

¿Qué cree que hay detrás de la eclosión de productoras y directoras de éxito de los últimos años?

Eso ha tenido que ver con la política de cuotas. Con que, para recibir una subvención o participar en festivales, en los proyectos tenga que haber un porcentaje de mujeres. Si no, no habría habido esa eclosión. Aún hay mucha condescendencia con nosotras. Y nosotras hemos estado también algo perdidas. Los tíos dominan ese relato épico y heroico de que hay que ver lo que me ha costado levantar este proyecto. Nosotras siempre hemos sido de primero hacerlo y luego quitarnos importancia.

¿Como cuando te alaban un vestido y respondes que lo compraste en rebajas para no ofender?

Exacto. Las mujeres seguimos rodando por mucho menos dinero que los hombres. Tenemos que enfocar el relato de cómo nos construimos. Con Isabel Coixet he hablado de que vamos a dejar de decir en las entrevistas que hemos rodado Un amor en cinco semanas y con tan poco dinero. Nosotras lo valemos, sí, pero lo tenemos que valer con dinero, no con migajas.

Un amor es una película dura, con sexo y grietas humanas por un tubo. ¿La ha visto su padre?

Mi padre tiene 90 años y es muy bueno y mucho más flexible que mucha gente que conozco. Bromea con que los hijos les hemos salido rojos. Por su bien, creo que no la verá. Desde luego, no conmigo. O si la ve, sufrirá en silencio y no me dirá nada, porque en el norte nos queremos sin decirnos nada. Así somos.

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Bernardo Pérez Tovar
<![CDATA[El horror]]>https://elpais.com/opinion/2023-10-12/el-horror.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-10-12/el-horror.htmlThu, 12 Oct 2023 03:00:00 +0000Admitámoslo, por mucho que nos avergüence: hay algo en el horror que nos fascina tanto o más que nos repele. Vale, no a todo el mundo, no todo el tiempo, no del mismo modo. Abandono el presuntuoso plural mayestático para hablar de mí, la única persona que reconozco en el espejo, y no siempre. Cuando el pasado sábado, después de un día desconectada del móvil, volví a casa y me asaltaron las imágenes de los jóvenes israelíes bailando en un festival de música electrónica minutos antes de ser asesinados o secuestrados por milicianos de Hamás, ya no pude apartar la vista de la pantalla ni el recuerdo de mi mente. La estampa era, es, tan terrible como hipnótica. Sanísimos chicos y chicas altos, guapos, vestidos a la última, con las lustrosas melenas al viento y las ganas de comerse el mundo intactas, bebiéndose la vida a morro sin sospechar que tenían las horas contadas. Mi espanto, genuino, no era del todo inocente. Tenía algo de egoísta. Esas chavalas de las rastas de colores, los shorts minúsculos y las botas camperas podrían haber sido mis hijas desmadrándose en el Sonorama este verano, poniendo morritos a cámara para subir luego las fotos a Instagram.

Seamos realistas: el mal, cuanto más cercano y fotogénico, más nos golpea. Por eso, y no solo por la injusticia de su muerte, a tantos les impresionan más las imágenes de los bellos danzantes que las de los niños palestinos despanzurrados por las bombas israelíes llevados agonizantes en brazos al hospital por sus padres. No hablo de quién tiene la razón, quién oprime a quién, quién empezó primero. Hay algo profundamente obsceno en utilizar a las víctimas inocentes de un bando para arrojárselas a las del otro. Como si hubiera violadas de primera y segunda, bebés buenos y malos, vidas más valiosas que otras. Pero convengamos en que los dramas pobres, feos y lejanos son menos drama. Al día siguiente, salí al esplendoroso domingo de octubre y en la calle nadie hablaba ni de Israel ni de Gaza. Estamos anestesiados.


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<![CDATA[Carlos Vives: “No maldigo mi sangre española”]]>https://elpais.com/cultura/2023-10-08/carlos-vives-no-maldigo-mi-sangre-espanola.htmlhttps://elpais.com/cultura/2023-10-08/carlos-vives-no-maldigo-mi-sangre-espanola.htmlSun, 08 Oct 2023 03:30:00 +0000Charlamos hace unas semanas, aprovechando una visita de Vives a Madrid en la que, entre otras cosas, invitó personalmente al rey Felipe VI al 500º aniversario de su ciudad natal, Santa Marta, en Colombia, que se celebrará en 2025. Quedamos en un hotel de polígono, al que llega en la típica furgoneta de cristales tintados de estrella del rock, acompañado de tres asistentes y de su esposa, Claudia, que lo piropea y le atusa los rizos para la foto. En recepción, una turista colombiana no puede creer lo que ven sus ojos: el mismísimo Carlos Vives hecho carne mortal a miles de kilómetros de su casa. Azoradísima, le pide un selfi y ambos se enzarzan en una cháchara de cortesía en su florido español caribeño. Da gusto escucharlos.

Su último vídeo, con su amigo Juanes, es un homenaje a las mujeres. ¿Cómo es de feminista?

Me considero feminista, y creo que no es justo generalizar al hablar de machismo. No niego que hemos sido una sociedad machista, donde el hombre se ha creído más de lo que es, pero a veces me preocupa que haya un movimiento feminista que odia a los hombres. Ahí es donde la cosa no empieza a funcionar. Yo fui criado bajo la severidad del bolero, la mujer es lo máximo de la creación. No se toca ni con el pétalo de una rosa. En casa mandaba mi madre, y en mi casa manda mi esposa.

Bueno, igual las mujeres quieren mandar en la esfera pública.

El mundo estaría mejor si hubiera más mujeres líderes. Los problemas de países como el mío es que no cuidamos nada, y quien más sabe de cuidado y de valores es la mujer. No solo en lo doméstico, en todo: el planeta, la familia, los otros. Cuando se pierde el cuidado, y se pierden los valores, todo empieza a ir mal.

¿Y esa vena altruista?

Soy consciente de mi privilegio. Mi papá era médico otorrino y oftalmólogo y, cuando alguien no podía pagar la consulta, o las gafas, no cobraba. La mía es una sociedad muy desigual y heredé ese cariño. Me siento comprometido a trabajar por la gente. Estamos divididos en bandos y para mí la gente es una sola, sin apodos ni clasificaciones. No me interesa de dónde es, cuánto tiene, con quién se acuesta, a quién vota, en qué cree. ¿Cómo te llamas? ¿Luz? Te amo, Luz. Eres como yo, hijos de Dios, y te respeto.

¿Es creyente?

Sí, vengo de una familia católica y mi educación cristiana me ayudó mucho en mi vida. Cuando mis papás se separaron, y no me cuidaron, alguien tuvo que cuidarme. Llámalo como quieras, Dios es una fuerza que nos une. Hay gente divina, y no hablo de belleza, sino de luz, amor, bondad. Esas personas son divinas y yo quiero ser divino. Ser bueno es mi máxima aspiración.

Dice Juanes que cuesta lo suyo poner a bailar a un gringo. ¿Opina lo mismo?

Ja, ja, ja. En todas partes cuecen habas. He conocido a gringos muy rumberos y a otros para los que tiene más oído un ojo que ellos. De todas formas, en la propia Colombia hay varias culturas y mientras los bogotanos son duros de bailar, a los costeños, desde que nacemos, nos enseñan a sacudirnos el agua bailando.

¿Es musical el español?

A mí me parece el idioma más hermoso. Cuando oigo que el inglés, o el portugués, son más musicales, hasta me da rabia.

¿Es antes la letra o la música?

Cuando tengo una melodía, ella me está soplando la letra [tararea]. Si la escucho, me la dice. Y cuando uno la tiene: ¡eureka!, es como descifrar una fórmula.

¿Alguna vez no la ha oído?

Hace unos años, cambió la industria, llegó Internet, las redes sociales, cerró mi compañía, me divorcié de mi segunda mujer, cambió todo, me quedé sin trabajo y me puse a producir para otros artistas. Pero un día apareció un nuevo mánager, apareció mi mujer, Claudia, en mi vida, me encerré a escribir para mí, y volví a nacer. Eso fue hace diez años.

¿Cuántas vidas ha tenido?

Tres, por lo menos. Empecé a los 18 años en la televisión. A los 30, triunfé en las telenovelas y la música. Todas las épocas enseñan, también las embarradas que hice en mi vida, mis cagadas.

¿Ha tenido muchas?

Uf, muchas. Un poeta cubano decía que el hombre, lo que tiene de florido, le viene de lo que tiene sepultado. Muchas veces, esas cosas terribles nos hacen florecer.

¿Está hablando de sexo, drogas, reguetón?

No. Estoy hablando, por ejemplo, de que un matrimonio fracase, de que uno trate de ser buen padre y la cosa se complique. Fue muy difícil para mí [se emociona].

Los hombres también lloran.

Más que las mujeres. Son más fuertes, por eso son más sabias. Siempre ha habido una mujer que me ha salvado la vida.

Sus letras son muy románticas, frente a otras más explícitas.

Uno viene de esa escuela romántica que te decía y me extraño de ciertos lenguajes. Hay cosas del reguetón de sexo explícito que me espantan. Pero, en esta época, y en todas, se privilegia la contracultura.

El reguetón no es marginal, es omnipresente.

Porque se promueve para el manejo de masas. Interesa que la gente no se instruya, no lea. Cuando a la juventud se le dice que eso es la nueva poesía es porque antes no ha leído poesía. No me gusta, porque está hecho para que esa generación no piense, no se cuestione las cosas y no se rebele, para poder tener esclavos. Esa vulgaridad exacerbada, esa hipersexualización, son la manera de tenerlos controlados.

¿Tiene hijos adolescentes?

Tengo dos mayores y dos de 12 y 15 años. A los hijos les enseñas a leer y escuchar buena música de todas partes. Uno tiene que hacer que sus hijos se cultiven y sean exigentes en la calidad de las cosas, la poesía, la cultura y la música, para que tengan criterio

Igual un día los pilla perreando.

No, no, no. Claro que bailan, pero no perrean. No sé si sabes las cosas que pasan en ciertos círculos con muchas de estas músicas, que es ir más allá en todo. En esa vulgaridad no van a caer mis hijos. No toda esa música es mala. Hay artistas que no han caído en eso. En el fondo, el poder de esa música es que es ancestral, su origen está en las cumbias, en los vallenatos, lo que pasa es que ahora la hacemos con computadoras, y nos ponemos beisboleras y creemos que lo acabamos de inventar. Pero eso es muy antiguo y, no, no todo el mundo lo hace mal.

Va a actuar en pleno corazón de Madrid el Día de la Hispanidad. Algunos no lo celebran. ¿Los entiende?

No maldigo mi sangre española 500 años después. Vives es un apellido de Sitges; Restrepo, de Asturias. Hay que entender la historia y saber medirla en su momento. No todas las cosas que pasaron fueron terribles, y es muy triste querer tapar las cosas maravillosas que pasaron con las cosas terribles. Nos ha faltado sentirnos orgullosos de lo que somos. Nuestra tragedia es no haber valorado nuestra cultura indígena, africana y española. No puedo renegar de mí, ni de mi historia. No hay nada más valioso que el mestizaje.

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Samuel Sánchez
<![CDATA[Chao, Chiqui]]>https://elpais.com/opinion/2023-10-05/chao-chiqui.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-10-05/chao-chiqui.htmlThu, 05 Oct 2023 03:00:00 +0000El martes, a las siete de la tarde, el tanatorio de La Paz, en la localidad madrileña de Alcobendas, estaba ambientadísimo. Todas las cámaras mortuorias ocupadas, las salas de duelo llenas, el aparcamiento hasta la bandera y el bar a reventar de dolientes y compañía atizándose desde tilas a copazos, dependiendo del destemple de los cuerpos y las almas, y las ganas de celebrar no ser ellos los muertos. Un día cualquiera en una morgue de una gran ciudad española. La concurrencia a esa hora punta era variadísima. Así, a vista de pájara, una pudo ver al vuelo desde un exmagistrado del Constitucional bajarse trajeadísimo de un cochazo hasta una adolescente acribilladita a tatuajes hinchándose a llorar en una esquina. Risas y lágrimas. Luto y colorines. Visitas de todo corazón y de puro compromiso. Lo de todos los velorios, vamos.

En la cámara frigorífica de la sala 9, José Luis de la Fuente, Chiqui para todo el mundo, no se había visto en otra. Allí estaba el tío, de cuerpo presente a los 58 años, uno de los tipos más queridos de EL PAÍS de todos los tiempos. Apuesto a que, de poder escucharlos, se hubiera ruborizado —y descojonado— oyendo cantar sus alabanzas desde a varios directores de todas las épocas del diario hasta a alguna exbecaria alucinando con el glorioso pasado de ese Chiqui al que tanto adoraban sus colegas. Su velatorio era de los más concurridos, dolorosos y animados. Ganado se lo tenía. Anda que no se había comido él funerales de colegas antes del suyo. El último, el del gran Ramón Lobo, en agosto, la última vez que nos vimos y en el que nos dijimos, más o menos, lo que se decía en el suyo. Qué pena, qué mierda, qué injusta es la vida. Al salir e incorporarme al atascazo diario de vuelta a casa de los currantes pensé que un duelo es un duelo es un duelo. Y que, yendo a uno, te haces una idea de cómo será el tuyo. Chao, Chiqui. Fue maravilloso trabajar 30 años contigo. Nos vemos cualquier día en el tanatorio de Alcobendas, o el de la M-30, o el de la M-40, o al que me manden mis herederas. Supongo que irá la peña. En España enterramos de maravilla. Otra cosa es cómo nos tratamos en vida.

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Lorena Ruiz
<![CDATA[Ojos que no ven]]>https://elpais.com/opinion/2023-09-28/ojos-que-no-ven.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-09-28/ojos-que-no-ven.htmlThu, 28 Sep 2023 03:00:00 +0000En el bar donde tomo cada día el cafelito y el pulso de la barra antes de meterme en la burbuja del curro, han tomado una decisión que me tiene hablando sola: desintonizar de su tele de 85 pulgadas los programas de información y debate político mañaneros para poner a todo trapo Radiolé, españolísima emisora especializada en copla, pasodoble y ese flamenquito marrullero que te da entre subidón y vergüenza ajena en cuanto lo sacas del chiringuito de las playas de Cádiz. Así, estos días, al puntito de las nueve de la mañana, en vez de ver al candidato popular Alberto Núñez Feijóo y al diputado socialista Óscar Puente dándose cera en el debate de investidura, en el plasma del garito se oía a Andy y Lucas gorjear que tanto la querían, a Bisbal llorar las penas y a Rocío Jurado rogar al Señor que la ayude a caminar, entre la indiferencia general de la clientela y mi estupefacción ante el para mí insólito hecho de que nadie protestara. Se me dirá que de qué me quejo. Que, con cambiar de bar, todos contentos. Me temo que el asunto es más complejo.

La información, no solo la política, cada vez tiene menos público, y el periodismo, menos prestigio. Ni tantas niñas quieren ya ser princesas, salvo Leonor de Borbón Ortiz, a la que nadie le preguntó al respecto, ni tantos chicos y chicas, periodistas. Han bajado casi un 19% las matrículas. Quizá tenga que ver que la profesión esté para la UVI. Que sea perfectamente previsible lo que va a decir o escribir cada colega según la titularidad de su medio y las subvenciones que reciba. Que, más que titulares, lancemos cebos para que el lector pique y que, queriendo o sin querer, le colemos gato por liebre demasiadas veces. Las sobreactuaciones de los padres y madres de la patria, convertidos en troles unos de otros, dentro y fuera del Parlamento, tampoco ayudan a que la política interese a los ciudadanos. No tengo la solución a tan peligroso asunto. Lo que sí puedo decir es que del único Puente del que se habla este otoño en mi bareto es el del Pilar para quitarse de en medio unos días a tomar el sol a la costa o a una casa rural a coger setas. Dice el refrán que ojos que no ven, corazón que no siente. Otra versión añade: y hostia que te pegas, pero eso es demasiado ordinario para escribirlo en una columna. Así que lo diré de otra manera. Reza la máxima periodística que la ausencia de noticias es buena noticia. Discrepo: no news, bad news, que es más fino.

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Juan Carlos Hidalgo
<![CDATA[María Pérez: “Marchando soy un soldado”]]>https://elpais.com/deportes/2023-09-24/maria-perez-marchando-soy-un-soldado.htmlhttps://elpais.com/deportes/2023-09-24/maria-perez-marchando-soy-un-soldado.htmlSun, 24 Sep 2023 03:15:00 +0000La llamo a su móvil, sin intermediarios. Lo coge a la primera. Dice que sí a la entrevista. No hace falta ir a Granada, donde vive con su esposa, Noe. Viene ella a Madrid a otro asunto y aprovechamos. Se hospeda en casa de un amigo y llega en Metro a la cita en el mismísimo cogollo de la ciudad, frente a la tienda de zapatillas que la patrocina. Menuda y concisa, pero con un punto de dulzura asomándole siempre a los ojos, comenta que se ha pasado de parada y ha desandado 300 metros en el tiempo que otros tardamos en cruzar la infernal confluencia de la calle Alcalá con Gran vía. Así es, o así parece, María Pérez. La antítesis de una estrella deportiva, siendo, como es, la mujer que más rápido marcha del planeta.

Fue doble campeona mundial el día que lo fueron las futbolistas españolas y no le hemos hecho mucho caso ¿Cómo lo lleva?

Al final, el fútbol es lo que mueve España. Hubiera pasado lo mismo si hubiera ganado el Madrid o el Barça la Champions. El caso es que ese día tuvimos 24 campeonas del mundo. Las 23 futbolistas y yo. Y ni ellas ni yo lo pudimos disfrutar por un hombre, no voy a decir ni su nombre, que no tiene respeto, educación ni modales para ser portada de ningún medio.

¿Se considera afectada por la conducta de Luis Rubiales?

Faltada al respeto, como millones de mujeres. Pienso qué hubiese pasado si mi entrenador, con la euforia de las medallas, me hubiera dado un morreo. Son actos que han de acarrear consecuencias.

Hablemos de usted.

Vale, pero que quede claro mi apoyo a las mujeres del fútbol.

Clarísimo. ¿Se ha resignado a que sus gestas no tengan eco?

Creo que todos merecemos la misma recompensa, pero no compito ni por la gloria ni por dinero, sino porque me gusta. Tengo la suerte que de mi pasión hago mi trabajo. Soy feliz y hago feliz a la gente.

¿Puede usted vivir de esto?

Vivo en base de mi resultado deportivo. Las becas de la Federación son públicas, y no voy a decir que no están bien. Y luego están las becas ADO que, ahora, con el premio, son 60.000 euros. Da para vivir bien si se tiene alguien con quien compartir los gastos. Pero la inmensa mayoría no llega.

¿Cómo empezó a competir?

De casualidad. En una excursión escolar a Huesca conocí al gran Paquillo Fernández, que estaba preparándose para Pekín, 2008. Yo era buena en deporte y aquello me gustó. Lo primero que marché fue el puente de hierro de mi pueblo, Orce, de 200 metros...

¿Y siguió corriendo, como Tom Hanks, en ‘Forrest Gump’?

Ni corro, ni ando: marcho. Lo que hacemos es eso: marchar. Fui perfeccionándome y encontré lo mío.

Maria Perez posa ante una efigie de la diosa Minerva en el exterior del Círculo de Bellas Artes de Madrid.

¿En qué piensa al marchar?

En nada. Me quedo en blanco y solo me oigo la respiración y el corazón latiendo. Pensar me quita tiempo y energía. Ahora, ver, veo perfectamente. Sé dónde está cada persona que me interesa.

¿Marchando es usted misma?

Sí. Todo lo que he vivido, y aprendido se refleja en la marcha. Marchando soy yo en esencia.

¿Y qué es usted? Defínase.

Marchando soy un soldado. Me gusta cumplir, ser puntual, la rutina, que me aprieten las tuercas, que me busquen los límites.

¿Y obedecer al que manda?

Sí, pero depende de si respeto al jefe. Entonces, lo respeto mucho más que a mi padre.

¿Cuánto sufre en la carrera?

No te puede gustar la marcha si no eres masoquista, porque se sufre. Trabajas 365 días al año, 24 horas al día, haga frío o calor. Cuando te pones al límite, sufres, y si sufres es porque piensas que puedes superarte. Yo tengo el récord del mundo, pero estoy deseando batirlo, o que lo batan, para ver que se puede. Los récords están para batirse y avanzar.

¿Qué es lo peor?

Depende: el frío, el calor, el dolor. A los 15 o 16 años, en Sierra Nevada, cuando hice mi primer entrenamiento largo en montaña, se me helaron hasta las pestañas. Me tiré bajo la ducha caliente más de una hora. No estamos hechos de otra pasta, pero tenemos esa capacidad de sufrimiento porque entrenar es dolor. Empiezas la temporada sin dolores, pero antes de la mitad, ya convives siempre con él.

¿Y cómo lleva un dolor de cabeza?

Tiene que dolerme mucho algo para tomarme una pastilla, pero en atletismo aguanto el doble. Cualquier atleta te dirá lo mismo. Lo que pasa es que lo llevamos bien. Si la familia nos ve sufrir, sufre más que nosotros.

O sea, que les miente.

Mucho. En el Mundial de Budapest dije que estaba bien y estaba mal. Después de terminar los 20 kilómetros no podía ni caminar, pero sabía que me iba a recuperar y no dije nada. ¿Para qué preocupar a nadie? Mi dolor me lo como yo sola.

Nunca ha dicho nunca más.

Sí, pero a la hora de la verdad, vuelvo. Es una especie de adicción. La adrenalina es un chutazo. Ese momento de escucha a tu corazón en la línea de salida, antes del disparo... Es una droga.

¿Y vencer, un orgasmo?

Sí. En Budapest lo tuve más fuerte en los 20 kilómetros que en los 35. La medalla tiene mérito, pero lo tiene más por todo lo que hice para conseguirla, me lo puse como objetivo porque me lo merecía. Pero yo era la última que me lo merecía. Se lo merecía mi familia, los míos, los que me apoyaron.

¿De dónde le viene ese tesón?

Somos lo que hemos vivido de pequeños. Yo me forjé ayudando a mi padre en el campo y trabajando en bares y discotecas del pueblo desde los 15 años para ayudar en casa. No me siento ni más ni menos que nadie, pero he aprendido a valorar lo que es ganar dinero. Los niños de hoy lo tienen todo, no saben lo que es conseguir las cosas. Ojalá me equivoque, pero creo que en el futuro habrá pocos deportistas como Nadal, por ejemplo, porque los niños tienen cada vez menos ganas de sufrir, de sacrificarse, de perseverar. Esto es muy duro.

¿No ha tenido bajonazos?

Sí, tuve un bajón chungo cuando a mi mujer le detectaron un cáncer de útero, me volqué con ella, me olvidé de mí, de mi cuerpo, y lo pasé mal. Fue entonces cuando decidí empezar a trabajar con una psicóloga, porque antes tuve una lucha interna, quería lograr salir de ahí por mí misma y no pude. Ya no tengo miedo a pedir ayuda.

¿Nunca ha estado en el armario?

Jamás. He estado con hombres y con mujeres y estoy casada con una mujer. Nunca me he escondido. He hecho siempre vida normal. Normalizo las cosas haciéndolas de una manera natural.

Se llama María Pérez García, un nombre y unos apellidos muy comunes, pero es usted una supermujer.

No, soy una persona humilde y trabajadora. Cuando me dicen que tengo un don, yo no lo creo, lo que soy es muy trabajadora. Y que tengo unos valores. Nunca aceptaría el patrocinio de casas de apuestas, por ejemplo. Creo que tenemos que ser un referente para las nuevas generaciones.

La marcha es la disciplina que más medallas le da al atletismo español. ¿Se siente reconocida?

Somos los reyes, porque antes lo fueron otros, pero no nos tratan como reyes. Venimos de una disciplina que siempre ha dado buenos resultados y a la que siempre se les ha exigido, pero luego no ha tenido la misma repercusión que puede tener un velocista, por ejemplo. En cierta forma, creo que hemos malacostumbrado a ganar siempre. Ojalá estemos así siempre, pero es muy difícil.

¿Tiene plan B para la retirada?

Cuando mi mujer estuvo con el cáncer, tuve la oportunidad de ayudarla en la rehabilitación de su cicatriz y su cuerpo y me interesó mucho la fisioterapia oncológica. Como los niños son mi pasión, me encantaría dedicarme a los niños con cáncer.

¿Para cuándo será eso?

Tengo claro que esto mío tiene un principio y un final. Y ese será cuando tenga hijos o cuando no disfrute marchando. Mi primer plan B es disfrutar de mi familia. Tengo un sobrino de tres años al que nunca he llevado al colegio y no voy a estar siempre sin hacerlo. O estar en las fiestas de mi pueblo en agosto. O coger mañana a mi mujer de sorpresa e irnos una semana a Venecia. Todo eso que no puedo hacer lo haré cuando lo deje.




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bernardo perez
<![CDATA[Planchabragas]]>https://elpais.com/opinion/2023-09-21/planchabragas.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-09-21/planchabragas.htmlThu, 21 Sep 2023 03:00:00 +0000Andan ciertos caballeros españoles encabronadísimos con las libertades que se están tomando las señoras de un tiempo a esta parte. Y digo señoras porque señoras somos todas desde la cuna, y no princesas ni reinas ni caris ni churris, salvo para quien queramos que así nos llame. La firmeza de las campeonas del mundo de fútbol en su lucha por desterrar el machismo de su trabajo es la gotita de estrógeno que ha colmado el sagrado cáliz de la testosterona de estos señores, algunos muy principales. De qué van estas tías, qué se han creído, no se conforman con nada, berrean desde sus púlpitos, disfrazando su sexismo de tecnicismos. Ilusos. La cosa es más grave y más profunda. Las jóvenes futbolistas, las jóvenes a secas, han dicho basta, el mundo ya no funciona como estaban acostumbrados y así andan. Desorientados. Sonados perdidos. Buscándose, jaleándose y chocando torsos entre ellos denunciando semejante atropello. Son los que te dicen que no te dan dos besos al saludarte por si les denuncias. Los que pregonan que no se agachan si se te cae algo por si les llamas machirulo. Los que lloran con que van a tener que firmar un contrato para ligar sin que los lleven presos. Los que, si no tragas y tienes menos de 40 años, te llaman niñata. Y si tienes más, charo. Histéricas todas. Exageradas. Malfolladas, o no folladas en absoluto, pecado capital en el catecismo de su falócrata secta. Nada nuevo desde Atapuerca.

Lo inédito es que esos homínidos ya no tienen tanto público y ya no hacen tanta gracia. Algunos señores, tan principales, machotes y heterosexuales como ellos, incluso osan afearles la conducta en privado y en público. “Planchabragas”, les contestan ellos, en un alarde de sofisticación e ingenio. Mentiría si dijera que todo esto es un drama todo el tiempo. Estoy disfrutando cual gorrina en charca asistiendo a los estertores de los últimos de esa especie. Están muertos, pero, como los cornudos en las parejas, serán los últimos en enterarse. Por cierto, las bragas no se planchan, que encogen, como su influencia. De nada.

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<![CDATA[Vicky Martín Berrocal: “Me he quitado los trastornos”]]>https://elpais.com/gente/2023-09-17/vicky-martin-berrocal-me-he-quitado-los-trastornos.htmlhttps://elpais.com/gente/2023-09-17/vicky-martin-berrocal-me-he-quitado-los-trastornos.htmlSun, 17 Sep 2023 03:35:00 +0000Vicky Martín Berrocal —labios grandes, ojos grandes, pómulos grandes, gran presencia— entra como Vicky por su casa al bar del exclusivo hotel Wellington de Madrid, saluda al metre por su nombre, se pide un agua y empieza a charlar apasionadamente por los codos con los ojos, con los labios y con las manos, pidiendo cada poco la complicidad de la interlocutora con gran profusión de: “¿Es o no es?, ¿sabes lo que te digo? y ¿tú me entiendes?”. Viene peinada, maquillada y producida de una sesión de fotos previa en su tienda, donde vende sus imponentes diseños de mujer, como el traje sastre que luce con deportivas blancas y un bolsazo de marca. La imagen podría perfectamente figurar en su perfil de Instagram, donde concita a más de un millón de seguidores a compartir sus andanzas: una envidiable colección de viajes de ensueño, bodas del siglo, puestas de sol, modelitos y modelazos con su ancha sonrisa en primer plano. Sobre todo, el último verano.

Menudo veranazo se ha pegado.

Totalmente de acuerdo. Ha sido el verano de mi vida porque he estado mejor que nunca conmigo misma, he hecho, y lo he compartido, con quien he querido.

¿Tanta felicidad y tanto lujo no puede crear insatisfacción en quien no los tiene?

Es verdad que las redes sociales pueden crear insatisfacción, pero yo no te vendo nada. No quiero aparentar nada. Te enseño lo que hago. Este verano ha sido bueno, pero el día que sea malo, también saldrá.

¿Está como nunca, como en la canción de Lola Flores?

Absolutamente. Es la primera vez en 50 años que me he puesto un short, enseñando mi celulitis sin problemas. Hace poco, me he cortado el pelo por primera vez en mis 50 tacos, porque pensaba que era mi coraza. Antes me importaba lo que dijera la gente. Ahora no. De 0 a 10, ahora me gusto 10.

Qué alegría. Y qué envidia.

No te creas. Eso no significa que sea perfecta, sino que me gusto como soy. Ahora sé cuáles son mis prioridades. Me he vuelto quizá demasiado yo, yo, yo. He cerrado mucho el círculo. Antes, a mi cumpleaños, invitaba a 300 personas. Al último invité a 50. A mis 50 personas favoritas. Algunos de los que no invité se enfadaron, pero he hecho limpieza en mi vida. Hay que viajar más ligera de equipaje.

¿Y esa nueva Vicky?

Esa Vicky pequeñita estaba ahí, pero se la había comido la grande. Ahora ha salido a flote.

¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por un cumpleaños? ¿Una crisis? ¿Una ruptura?

Al escribir mi libro, La felicidad no tiene talla ni edad, me puse a rebobinar mi vida. Fue terapéutico, me di cuenta de que ya me conocía. Es cierto que mi historia de amor con Joao [Viegas, empresario portugués, su última pareja] fue una relación sana, me hizo entender que el amor no era angustia, ni ansiedad ni inseguridad. No es que mis anteriores parejas no me quisieran. Era yo la que no estaba bien. Vengo de donde vengo: de un padre que siempre se iba, de una madre que se sentía abandonada, de una pelea por tenerlo. Yo vivía con mil trastornos. Entonces, Joao, y su amor sano, me dieron paz. Sentía que me quería, no me lo tenía que repetir, ni yo preguntarlo, me hizo ser paciente, me he quitado los trastornos de encima. Y tú dirás, joder...

No me dicen pija porque no lo soy. No sé definirlo, pero sé lo que es y lo veo a la legua. El clasismo me jode.

¿Por qué rompieron?

Porque con él vivía en una jaula de oro y, aunque me gustaba el pájaro, me sentía encerrada. Yo necesito actividad, que me pasen cosas, aunque sean malas, a mi gente conmigo. Vivíamos en Portugal y en cuanto pasaba la frontera me bajaba la tensión. No tenía nada que hacer en todo el día. Pensé, igual a otra edad hubiera sido distinto, pero a los 48 no me iba a resignar a esa jaula divina.

¿Cuántas veces le llaman pija?

No me lo dicen porque no lo soy. No sé definirlo, pero sé lo que es y lo veo a la legua. El clasismo me jode. Y, sí, hay gente muy clasista, que necesita un apellido o estar con gente exitosa, porque parece que ellos no son nadie. Yo no. Yo no soy más que nadie. Me codeo con quien sea y cuando me gusta alguien me gusta por la persona. Lo demás me importa una mierda. Mi padre, que se codeaba con lo más grande, me enseñó que se debía tratar igual al guardés de su finca que a un príncipe. Para él todo el mundo era igual y eso lo saqué de él.

Su padre, el ganadero José Luis Martín Berrocal, tenía dos mujeres, e hijos con ambas, sin que unos supieran de los otros. ¿Eso es ser una privilegiada?

Nunca me faltó de nada. Soy una privilegiada, una niña bien. Pude estudiar en un internado suizo y en la Universidad Americana en España cuando muy poca gente podía, pero...

Pero...

Pero es la palabra más puta del español. Pero, sí, la mía fue una familia desestructurada, con muchas carencias, en la que vi sufrir a mi madre, en la que me perdí media vida con mi padre. Entonces, claro que he sido una privilegiada y fue un regalazo lo que mi padre pudo darme, pero, ya estamos con el pero, yo estaba llena de miedos e inseguridades. Tenía un trastorno alimentario. Comía para calmarme. Nada es blanco ni negro.

Ha contado usted misma que ha adelgazado 27 kilos. ¿Le da subidón meterse en la talla que se puede meter ahora?

Me lo he currado. Llevo tres años comiendo bien y haciendo ejercicio para perder esos kilos, que me limitaban muchísimo. Yo es que no podía ni cruzar las piernas. Me da subidón porque me encuentro muy bien, no por caber en una talla. Me he pasado la vida metiendo tripa y ya no la meto. Pero tengo y tendré siempre alma de gorda. Esa Vicky niña comilona y disfrutona sigue ahí.

Vicky Martín Berrocal, en la tienda de su firma de ropa Victoria, en Madrid.

Ahora que se gusta más usted, ¿gusta más a los demás?

Yo creo que esa nueva Vicky toca más a la gente. Noto más cercanía con los demás. Siempre he sido dicharachera, me paro a hablar con una farola, pero es verdad que creo que, al estar tan bien y en paz, también los demás lo notan. Me encuentro en mi plenitud. A los 50 estás arrancando todo.

Muchos señores las prefieren más jóvenes.

Eso ha sido siempre. Mira, cuando hacía el programa con Bertín Osborne en Canal Sur lo discutía constantemente. No entiendo cómo, un tío de 70, cuando una mujer lo ha querido, acompañado, dado la mano y aguantado en sus ratos buenos y malos toda la vida, resulta que ya no le vale y se va con una tía de 25. Y nosotras nos quedamos ahí en el olvido. O sea, ¿no os vale una compañera de vida y solo queréis que os reafirmen? O sea, ¿seréis hijos de puta? Mira, yo era muy amiga de Jesús Quintero, El Loco de la colina, y él quería sacar un libro que se llamara Queridos hijos de puta. Pues ese título lo tengo yo muy en mente.

Sin embargo, una pareja con la mujer mucho mayor que el hombre sigue siendo tabú. ¿O no para usted?

Escucha, a mí me encanta una mujer mayor con un hombre joven, debería haber tres o cuatro parejas así por metro cuadrado. No es mi objetivo ahora mismo, pero estoy abierta a lo que me pase. Y si me enamoro de un tío de 30, me enamoro. Mi vida es mía, y el día que me muera me voy a morir yo. Entonces, no voy a dejar de hacer nada que quiera. Mi lema es que prefiero pedir perdón a pedir permiso. Yo soy esta y soy libre. Y al que no le guste, que no mire.

En su vídeo de entrevistas ‘A solas’, sus invitados se le confiesan. ¿Qué les da?

Me pasa desde siempre que la gente me cuenta todo. Los amigos y los que no son tanto. La gente me cuenta todo. Se me pone a vomitar sus cosas encima. A veces, auténticas bombas de relojería. Me dicen que es porque sienten que me lo pueden contar porque soy una tía muy leal y muy legal y confían en que de ahí no va a salir. Y eso es lo que hago con mis invitados, provocar que me cuenten lo que me quieran contar sabiendo que detrás hay público. Sin guion y sin corsé. En chándal y ropa de estar por casa.

Su primera invitada, Isabel Díaz Ayuso, no deja indiferente a nadie. ¿Cómo ha reaccionado su audiencia?

Pues mira, en los comentarios, pocos, pero algunos me decían que les gustaba la idea, pero no iban a ver más entregas porque no les gustaba nada Díaz Ayuso. Yo, que contesto a todo el mundo, les respondí que todo el mundo merece una oportunidad. Igual no te gusta la presidenta de la Comunidad de Madrid, pero yo te voy a presentar a la Isabel mujer y, probablemente, te sorprenda.

¿Lo mismo pide usted: una oportunidad?

Sí, ¿por qué no? Si no me conoces, no sabes si te gusto. Lo que pasa es que, probablemente, yo no la doy. No las he dado nunca. Lo que me gusta, me gusta mucho. Y lo que no, no me gusta nada.


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bernardo Pérez
<![CDATA[Vida Bárbara]]>https://elpais.com/opinion/2023-09-14/vida-barbara.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-09-14/vida-barbara.htmlThu, 14 Sep 2023 03:00:00 +0000El sábado, con septiembre nunca se sabe, amaneció un día de escándalo en la isla. Ni frío ni calor ni lluvia ni viento. El tiempo ideal para que las señoras lucieran sus vestidos y los señores sus trajes y salieran todos guapísimos en las fotos. La abuela se levantó pronto, se dejó peinar la pelambrera recién teñida color violín Stradivarius y repintar las cejas nuevas sobre el surco de las viejas, antes de que fenecieran de tanto depilárselas de joven, cuando se estilaban tipo pata de mosca. Luego se puso de punta en blanco y negro con un pantalón y una blusa floreada en plan alivio de luto por su marido muerto hace un año y, genio y figura, un bastón pintado a juego. Menuda era. A los 87 años, el alzheimer que le dejaba en la punta de la lengua palabras y recuerdos aún le respetaba la coquetería y la sonrisa. Ese día la gastaba de oreja a oreja. Por fin se casaba su nieta con su novio y cristianaban a su niña de un añito en la misma misa, más valía tarde que nunca.

Quizá, mientras le tiraba un beso a su hijo, el padre de la novia, desde su banco de la iglesia, y firmaba en el libro de testigos, la abuela evocara las calamidades pasadas para sacar adelante cinco bocas deslomándose en su colmado de pueblo y que ahora su hijo pudiera convidar a amigos de todo el archipiélago y la península a una finca como las de las películas para brindar por la nueva rama de la familia. No debía de andar ya muy católica. No quería aguarle la fiesta a nadie, pero, a medio día pidió retirarse a casa. En el baile de la boda, lubricado por la barra libre, sonaba el Oye, mira hacia arriba, disfruta las cosas buenas que tiene la vida de Chayanne, cuando, con el sol poniéndose, la mala nueva disolvió la juerga. Un infarto acababa de romper el corazón de la abuela en Urgencias. Las flores del ramo de la nieta y la diadema de la bisnieta fueron las primeras del duelo, mientras los deudos se consolaban con que la finada había esperado a morirse a que acabara la ceremonia, en uno de esos cuentos que nos contamos los vivos para poder seguir levantándonos de la cama. Pero esto no es ningún cuento, sino un relevo generacional en directo. Sucedió en Tenerife el sábado pasado. La abuela se llamaba Bárbara y bárbara fue hasta el último día. Como la muerte. Como la vida.


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Claudia Casal
<![CDATA[Silvia Intxaurrondo: “Jamás me guardo una pregunta”]]>https://elpais.com/television/2023-09-10/silvia-intxaurrondo-jamas-me-guardo-una-pregunta.htmlhttps://elpais.com/television/2023-09-10/silvia-intxaurrondo-jamas-me-guardo-una-pregunta.htmlSun, 10 Sep 2023 03:30:00 +0000La colega Silvia Intxaurrondo (Barakaldo, Bizkaia, 43 años), codirectora y copresentadora de La hora de la 1 de Televisión Española junto a Marc Sala, llega a la redacción de EL PAÍS, en la que trabajó hace algunos años, conduciendo un coche familiar. Lleva todavía el maquillaje de la tele estucándole el cutis y unas deportivas, unos vaqueros y una camiseta bajo una chaqueta informal que la sitúan en las antípodas del cliché de presentadora de televisión. Antes, había bromeado con el fotógrafo pidiéndole: “No me dulcifiques, que soy una tía dura”. Durante la charla no lo parece tanto. Dura, digo. De hecho, al final, se quiebra con la pregunta menos pensada y, a grabadora apagada, cuenta sus íntimas razones para haberse descompuesto, antes de rehacerse y seguir con la tralla de la entrevista. Al salir, aprovecha la presencia de un mercadillo ambulante en las instalaciones para comprar una hogaza de pan ecológico y unas empanadillas para sus hijos. Es la hora de comer. Dura, no sé. Práctica y directa, desde luego. Que se lo digan a sus entrevistados.

¿Qué dato de audiencia hizo ayer?

Un 10,3% el programa, y un dos y pico por el Canal 24 horas. Prácticamente un 14%.

¿Eso es poco, mucho o regular?

Bueno, los he tenido mejores. No sé si se me entiende.

Perfectamente. ¿El dato importa? Se supone que en una tele pública no tanto.

A mí, sí. Es una forma de medir a cuánta gente llegas, medirte contigo misma y también mirar por el retrovisor y ver si la forma que propones está gustando. Pero me mido más conmigo. Los demás tienen sus circunstancias y yo tengo las mías.

Pelín competitiva.

Absolutamente, desde niña. Me conozco, convivo conmigo misma, me quiero como soy, sabiendo que esto es lo que hay e intentando hacer bien lo que me gusta siendo lo más feliz posible.

¿Qué sintió cuando en agosto superó en audiencia a su competencia en las televisiones privadas?

Pensé que sabía que lo podíamos hacer, que era cuestión de tiempo. Y sé que podemos llegar mucho más lejos. Es cuestión de recursos, de ánimo, de equipos, de que tú y tu gente seáis felices trabajando. De trabajar, trabajar y trabajar. Yo en la suerte creo lo justo.

¿Se ve reina de las mañanas?

No es mi rollo, lo siento. Para mí, María Teresa Campos, que nos acaba de dejar, fue la auténtica reina de las mañanas. Me gusta más el concepto de liderazgo. Llevar un proyecto a pantalla, sacar lo mejor de tu equipo. Y que todo eso brille. Es lo mejor de la tele: que brille el trabajo de tanta gente coordinada al unísono.

¿Cree, como algunos, que su inciso “No es correcto, señor Feijóo”, ante la falsedad que estaba diciendo el candidato del PP durante su entrevista, viró la campaña electoral?

Sinceramente, no sé si fue para tanto. Cuando acabé la entrevista pensé que no había pasado nada. Los periodistas tenemos que preguntar, escuchar y repreguntar. Jamás me guardo ni me callo una pregunta. Lo que demostró esa entrevista es que podemos y debemos hacer las preguntas que creemos que hay que hacer, con respeto.

No me diga que no notó el momentazo en directo. Se mascaba la tensión.

No. Acabé, me senté y seguí presentando. Es verdad que luego me costó arrancar la tertulia: a los analistas había que sacarles las palabras con sacacorchos, estaban como descolocados. Fue después cuando me llegaron las reacciones. Hice lo que tenía que hacer. Soy muy vehemente y honesta. Pregunto cosas lógicas y sin doblez alguno.

¿Qué político se le ha ido vivo de un plató?

Tampoco los quiero muertos. Está claro que ellos vienen a vender su libro, así de claro. Y tú tienes que hacerles las preguntitas del tuyo, que es el del interés general. Otra cosa es que no contesten y se te escapen. Eso sí me ha pasado. Yo insisto tres veces, y si veo que es imposible, dejo claro a la audiencia que no ha respondido.

¿Qué le preguntaría a Luis Rubiales si solo pudiera hacerle una pregunta?

¿Está preparado para afrontar sus actos y asumir las consecuencias?

¿Qué le saca a usted de sus casillas?

La mentira y la traición. Prefiero que me digas lo que piensas, aunque no me guste, a que vayas por detrás o me hagas la cama.

¿Las ha sufrido?

Sí, sobre todo en el terreno profesional. Mis padres me criaron en la idea de que no había techos de cristal, y, aunque luego algunos me los han indicado y señalado, yo sigo sin verlos. No hay techo para mí.

¿Ha levantado piedras en la profesión, como buena vasca?

Levantarlas, no, pero he picado toneladas, en los horarios más infernales, además. Nunca he tenido un turno de 8 a 16. Ahora me levanto a las tres de la madrugada y me acuesto a las nueve y media de la noche, un poco obligada, la verdad. Siempre piensas que hay algo más interesante que dormir. Dormir me aburre.

¿Adicta al trabajo?

No, aunque sin él no podría vivir. A ver, claro que puedo, he estado temporadas en paro, pero me cuesta mucho pasar sin el periodismo. Hay gente que muere por las exclusivas. Están bien, pero a mí lo que me encanta es contar la vida en directo. La cobertura de mi vida fue la de la nevada Filomena. Estuve 16 horas en directo y ves realmente la dimensión de servicio público de este oficio, que el trabajo sirve.

Intxaurrondo sigue siendo, dice, una periodista de calle. Aquí, posa en el parque de la Quinta de los Molinos de Madrid, cerca de su domicilio.

¿Con qué desconecta?

Con los amigos y con la familia, que me ponen en mi sitio y no me pasan una. Cuando empiezo a hablar de curro me cortan diciendo que ya vale, que me estoy poniendo muy intensa.

Es mítico su rostro impertérrito en las entrevistas. ¿Se puede editorializar sin mover una ceja?

Intento no editorializar. No doy homilías. No uso el programa para decir “esto es lo que ustedes tienen que pensar”. La vida no es así. Pero tampoco me guardo mi opinión si me preguntan sobre aspectos de la vida cotidiana. Si acaso, soy editorialista de la vida.

¿Cómo pasa de informar sobre un rifirrafe político a la ruptura de Rosalía sin despeinarse?

Con coherencia y respeto. Es que la vida es todo eso. Quienes creen que la política va por un lado y la actualidad por otro deben vivir en otro planeta. Hay una parte del mundo en cada una. ¿De qué se habla en un café? De todo eso. Pues lo mismo. No hay asunto menor: hay buen y mal periodismo en cualquier género.

¿Es más curiosa o más cotilla?

¿A tumba abierta y sin postureo? Un poco de las dos cosas.

Hay colegas que presumen de no saber quién es Belén Esteban.

Sí lo saben, pero no lo dicen.

Hay quienes no quieren leer ni ver las noticias porque les dan ansiedad y se deprimen. ¿Qué podemos hacer al respecto?

No dar solo las malas noticias. Si un día, a las nueve de la mañana, los niños están volviendo al cole después del verano, la noticia es esa, porque además tiene un montón de implicaciones: sociales, económicas, de consumo, psicológicas. Las buenas noticias también son noticia.

¿Tenía ganas de que sus hijos volvieran al cole?

Bueno, digamos que en este oficio la conciliación es una misión muy difícil, por no decir imposible. No solo por los horarios, sino, porque, además, cuando llegas a casa estás muy, muy cansada. No hay tiempo para ti. Yo lo que hago es que el poco tiempo que paso con ellos sea de calidad, de hacer cosas especiales, con mimo. Ahora empieza otra clase de estrés: estoy en cinco o seis grupos de madres y padres del colegio, y del waterpolo. Esa es también otra buena noticia: los padres también están ahí.

¿Con qué asunto le gustaría abrir el próximo lunes?

Sinceramente: con que se ha descubierto una cura contra el cáncer [se le aguan los ojos]. Enterarme en directo, como una última hora, y contárselo a la gente según me enterara yo misma.

¿Le cambiaría el gesto?

No, ante la cámara, no. O sí. La credibilidad no está reñida con la humanidad. Si tienes mucha credibilidad, pero eres muy frío, la gente creerá lo que cuentas, pero si quieres que te crea a ti, tiene que conocerte a ti. Y yo soy así.

¿Cómo? Deme una exclusiva.

Práctica. De andar por la calle y por la vida. Uso siempre camisas y pantalones para no perder tiempo en pensar cómo vestirme. ¿Ves estas deportivas? Igual esta temporada presento el programa con ellas. Se puede.


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bernardo perez