España resiste pese a los miedos (y sesgos)
La economía cerró el año con la creación de 280.000 empleos y un crecimiento del 5,5%, muy lejos del apocalipsis presagiado
Pensar es cambiar, decía Ridruejo, y en las últimas 48 horas a más de uno le ha tocado ponerse a pensar para terminar retrasando de mala gana el reloj del apocalipsis. Después de tres crisis mayores en apenas 15 años, que han dejado a las clases medias de Occidente con una mezcla extraña de resignación y cólera, 2022 pintaba como un cuadro de El Bosco con resaca. El año de la guerra a 3.000 kilómetros de Madrid, el año de la vuelta de la inflación, el año de la energía y de las materias primas por las nubes, ese año sacado de los cuatro jinetes del apocalipsis, España capeó una situación de esas en las que el capitán del Titanic parece un hombre afortunado. La economía cerró con la creación de 280.000 empleos y con un crecimiento del 5,5%. Hace apenas seis meses, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, hablaba de “prequiebra” para describir un futuro azuloscurocasinegro; ese discurso catastrofista ha desaparecido.
Aún hay una extensa literatura de dudoso rigor científico que nos atemoriza con toda clase de desgracias, aunque también es cierto que el otro flanco comete el pecado de hybris, la arrogancia o desmesura que lleva a dibujar un horizonte de radiantes colores. La realidad es más prosaica y parece estar más cerca del vaso medio lleno: España asimiló mejor de lo esperado los shocks que se sucedían (en especial el energético) y el mercado de trabajo ha funcionado como una suerte de estabilizador automático. La segunda mitad del año flojea, eso es impepinable, pero se ha evitado la recesión en medio de toda la niebla que dejaban el final de la onda expansiva de la covid, la subida de tipos, los problemas de cuellos de botella y el encarecimiento de las materias primas. Con un PIB, además, mal medido: es más que probable que el INE corrija la serie y coloque la economía varios cuerpos por encima del nivel actual.
¿Qué nos espera en adelante, en año electoral para más inri? De la espesa niebla va sacando la cabeza un año normalito tirando a bueno en el que España crecerá en torno a su potencial, entre el 1% y el 2% si nada se tuerce (los condicionales son una maniobra de distracción, pero al chamarilerismo de las previsiones le sientan estupendamente). La inflación irá hacia abajo pero puede volver a repuntar a mitad de año. Los tipos de interés subirán algo más; no mucho. Emerge un patrón dual: familias con renta disponible cada vez más ajustada y empresas sólidas con buenos márgenes y que ya se benefician de los fondos europeos. El empleo es hoy el mejor indicador, y apunta a mediopensionista: a situar a la economía en esa llanura mesetaria del crecimiento potencial del 1% o el 2%. Los fondos europeos serán un chute de adrenalina si los gastamos bien, pero quizá lo esencial sea ponerle bridas a esa mezcla de miedo —lógica con tres grandes crisis a las espaldas— y sesgos —también explicables por el ciclo electoral— que nubla el horizonte. Toca confiar en que a Putin —y al BCE de Lagarde— no se les vaya la mano. Y en el plano doméstico toca dejar de lado el filibusterismo con los datos: esa querencia por poner en duda las estadísticas que les ha entrado a los analistas más patrióticos cuando las cifras han desmentido el apocalipsis. Pensar es cambiar: más nos vale cambiar eso, y pronto.
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