Emilio Morenatti: testigo de la vida, la guerra y la resiliencia
El festival ‘Visa pour l’image’ dedica una retrospectiva al fotoperiodista español. Desde los conmovedores reencuentros en tiempos de pandemia hasta los devastadores escenarios de guerra, su obra nos recuerda el poder de una imagen para trascender barreras y contar historias que, de otro modo, podrían caer en el olvido
El día en que Agustina, de 81 años, y Pascual, de 84, se volvieron a encontrar tras 102 días de separación, tuvieron delante un testigo de excepción. Se trataba de la primera vez en 59 años que el matrimonio había permanecido separado. Así, mientras tuvo lugar aquel largo beso amordazado por las mascarillas y a través de una ingrata mampara de plástico, Emilio Morenatti (Zaragoza, 1969) apretó el obturador. “Fue ver cómo el amor penetraba una barrera”, recordaba más tarde el fotógrafo. Aquel instante formaría parte del reportaje que le valió su primer Pulitzer al autor, el primero que, a título individual, recibía un español. La imagen se convirtió en icono de aquellos inenarrables días, cuando el mundo permaneció en vilo bajo el desconcertante embate de un virus.
No era la primera vez que el fotoperiodista —cuya andadura comenzó como colaborador de El Periódico del Guadalete, el diario local de Jerez de la Frontera— decidía saltarse los impedimentos burocráticos para dar testimonio de una realidad. Sin embargo, a pesar de que el fotógrafo había cubierto algunos de los conflictos más peligrosos del siglo XXI, de haber sido secuestrado en la franja de Gaza y víctima de un atentado en Afganistán —en el que perdió la pierna izquierda—, Morenatti nunca se había sentido tan vulnerable. En esta ocasión el terror venia provocado por un enemigo que no tenía cara ni ojos. Aun así, su ambición por informar, por llegar a un lugar donde no dejan entrar, por ser uno de los primeros en presenciar un conflicto, y sin artificio ni manipulación, retratar aquello que ve, hicieron que estuviera allí, donde tenía que estar. Un impulso, cuya primera clara manifestación se remonta a 2002, cuando tras la ocupación marroquí de la isla de Perejil, el fotógrafo viajó por su cuenta a Ceuta, compró una barca hinchable que se hundió, y alcanzó el islote a nado, con el propósito de observar con sus propios ojos que estaba ocurriendo. Fue el único fotógrafo español que alcanzó el islote. La hazaña le abriría las puertas al mundo; pasaría a trabajar en la agencia Associated Press para convertirse en uno de los fotoperiodistas más relevantes del escenario internacional, el fotorreportero español más premiado de todos los tiempos y todo un referente para las generaciones venideras.
Así, el prestigioso festival internacional de fotoperiodismo Visa pour l’image dedica al autor una retrospectiva en su última edición: Emilio Morenatti. Parcours d’un photographe à travers le quotidien, les conflicts et la perte personnelle (El viaje de un fotógrafo a través de vida cotidiana, el conflicto y la pérdida personal). Son 41 imágenes las que nos trasladan desde las aldeas más remotas de Afganistán, donde en 2004 se celebrarían las primeras votaciones presidenciales; a los campos de refugiados de Peshawar, Pakistán; pasando por los hospitales públicos de Lviv, donde se recuperan los niños que han quedado mutilados (la cobertura de la guerra de Ucrania le proporcionaría su segundo Pulitzer al autor); a los desoladores paisajes que dejó tras de sí el volcán Cumbre Vieja en La Palma. Todo ello a través de la mirada concisa y espontanea del fotógrafo, cuya capacidad para empatizar con la profunda agitación de los sentimiento humanos se convertirá en su sello. De esta suerte, asegura que sus mejores fotos siempre parten de la emoción. “Me emociono mucho cuando ante una escena se da una circunstancia especial a la que sé que tengo que sacar mucho juego”, reconoce durante una conversación telefónica, que tiene lugar mientras cubre los Juegos Paralímpicos de París. “Es como una especie de catarsis que comparto con el sujeto. No solo se da en circunstancias trágicas, sino en otras como las que estoy experimentando aquí; en los momentos de esfuerzo y celebración de los atletas”. Aun así, el fotógrafo siempre intenta mantenerse al margen con el fin de no condicionar la escena. “Forma parte del ejercicio de la profesión. Uno tiene que saber cuándo bajar la cámara. Se trata de buscar esa invisibilidad que te acerque más y de igual forma te ayude a ser neutral y objetivo a la hora de cubrir los conflictos. Quiero pensar que la gran mayoría de las escenas que reflejan mis fotos hubieran ocurrido exactamente de la misma manera de no haber estado yo allí”.
“La capacidad de Morenatti de establecer primero una conexión con la realidad y luego un vínculo entre el sujeto y el espectador lo ha convertido en uno de los principales fotógrafos de su generación”, destaca Giovanna Dell’Orto en el texto que acompaña a la exposición. “Tiendo a recurrir a un método, o más bien diría a una función estética, para que la imagen sea digerible y entendible”, advierte el fotógrafo. De ahí que ponga su mirada en la luz, en la composición, en el saber mantener una distancia con el sujeto para que el espectador entienda de una manera más atractiva lo que está sucediendo allí. Consciente del dilema ético que implica el producir belleza de la tragedia, rechaza al apelativo de fotógrafo de guerra: “Me siento un fotoperiodista que cubre multitud de situaciones. Me gusta acercarme a circunstancias reales y dramáticas donde el fotoperiodismo cumple una función importantísima, que es mostrar esa realidad”, señala.
La búsqueda de una sola imagen poderosa, donde quede condensada toda una historia, es algo que ha obsesionado al fotoperiodista desde sus comienzos, cuando trabajando en la Agencia EFE pasaba horas observando las fotos que escupían los teletipos. “Algunas han quedado para siempre en mi memoria. Elegir la mejor foto que simboliza un momento es una tarea ardua y de oficio. Siempre busco una imagen que bien te descoloca, te emociona o te produce una emoción muy parecida a lo presenciado. Me obsesiona la perfección de conseguir concentrar todo en una sola imagen que camine sola”, asegura.
Existe un claro antes y un después en su vida y en su obra. Un cambio que se establece el día en que una bomba trampa, colocada en la carretera cerca de la ciudad de Kandahar, Afganistán, explota al paso del convoy en el que Morenatti viajaba empotrado en una patrulla estadounidense. Desde entonces lleva el peaje de la guerra en su propio cuerpo. “No he sido consciente de ese cambió en mi obra hasta que han pasado los años”, afirma. “Inevitablemente he desarrollado una mayor capacidad de empatía con otras discapacidades y vulnerabilidades del ser humano. Eso es lo que me trae hoy a cubrir los Paralímpicos por quinta vez, para ver esa discapacidad desde el tú a tú. Cuando de repente uno sufre un varapalo, de tal calibre que pierde parte de su movilidad, se plantea muchas cosas pero sobre todo si va a poder seguir haciendo lo mismo, y comienza a ponerse a prueba. Hay una parte del intelecto que se desarrolla más cuando pierdes un miembro; es de la que uno va a tirar para suplir esa discapacidad. Esto es una cosa que hablamos mucho los que somos cojos, de cómo compensar lo perdido y seguir sintiéndonos una persona completa. Es muy difícil tener esta conversación con alguien que no ha pasado por una situación similar”. Así, seis meses después del duro trago, Morenatti se fue a cubrir la Primavera Árabe para aprender a sacarle el gusto a la retaguardia, donde la función del fotoperiodismo es tan fundamental como estar en primera línea.
Morenatti ha sido también testigo de los cambios que ha experimentado el fotoperiodismo en los últimos años. “En esencia, la práctica sigue siendo la misma”, advierte. “Hago lo mismo que hace 30 años. Mi misión es seguir pensando en contar la verdad. Las cámaras son ahora más rápidas y tienen unas lentes increíbles. En contra está la pelea con las fake news, la desinformación. En este aspecto consideró que estoy en una situación privilegiada: gracias a mi experiencia he conseguido que el público crea lo que cuento. Pero el drama de la profesión está en que a los fotoperiodistas que no tienen ese aval no siempre se los cree”. “La fotografía es un arma muy bestia”, recalca. “De no ser así, en los regímenes autoritarios no se censurarían las imágenes. Y esto es importantísimo para entender la importancia de fotoperiodismo en el presente y en el pasado. En la actualidad, para desprestigiar al fotoperiodista se le acusa de producir imágenes falsas. Si no estás avalado por un medio y un nombre, las imágenes se transforman en un arma para hace dudar. De igual forma, necesitamos una sociedad crítica que exija que cada vez que nos enseñen algo sepamos su procedencia, quién es el autor y de dónde viene, para a partir de ahí creerlo o no”.
“En cuanto a la defensa del valor del fotoperiodismo en España, dependiendo de con quién nos comparemos lo hacemos bien o mal”, añade Morenatti, quien ejerce en la actualidad de jefe de Fotografía de AP para España y Portugal y de editor de contenido editorial para Europa. “Bien si nos comparan con lugares donde existe una dictadura. Mal en comparación con la prensa anglosajona, donde realmente se potencia la imagen, se busca preservar la independencia fotográfica y la figura del editor gráfico sigue siendo muy importante. Durante la transición del papel al digital, los medios de comunicación comenzaron a eliminar gran parte de sus editores, a esa persona capaz de defender por qué se utiliza una foto o no frente a los lectores”.
Un sueño para el fotógrafo sería “tener la máquina del tiempo para trasladarme a la Guerra Civil Española y poder cubrir las tomas de la grandes ciudades, los fusilamientos, ser testigo de una serie de acontecimientos que no se han contado bien en muchos casos, obviamente por censura. Cuando uno lee la historia se pregunta por qué faltan fotos y se imagina la imagen. Yo a veces le pongo quizás demasiada imaginación y pienso en cómo habría abordado cada situación. Habrían hecho mucha falta buenos fotoperiodistas como Robert Capa en sitios muy concretos”.
Y, cuando vuelve a ver sus propias fotografías, ¿recupera esa emoción de donde brotaron? : “No”, responde. “Me emocionaron cuando las hice. Soy muy inconformista, y una vez publicada la imagen, aunque soy capaz de recordar lo que sentí, paso a pensar que podría haberla hecho mejor”. En la figura de Morenatti se mezcla la intuición, la pasión y la perseverancia, en su obra la certeza de que una fotografía puede ser mucho más que una imagen; un puente que conecta realidades distintas y un testimonio duradero de nuestra historia compartida.
Emilio Morenatti. Parcours d’un photographe à travers le quotidien, les conflicts et la perte personnelle. Iglesia de los Dominicos. Perpiñán. Francia. Hasta el 15 de septiembre.
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