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El mayor estudio sobre el aprendizaje de los alumnos de secundaria muestra qué técnicas funcionan y cuáles no

Releer y subrayar no correlacionan con un buen desempeño educativo. Al 80% de los chavales nunca les han enseñado cómo estudiar

Estudio sobre el aprendizaje de los alumnos de secundaria
Dos estudiantes esperan para examinarse de Selectividad en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid, el 3 de junio.Jaime Villanueva
Ignacio Zafra

¿Qué técnicas funcionan a la hora de estudiar? La ciencia lleva décadas arrojando luz sobre esta cuestión, pese a que los sistemas educativos, al menos en países como España, rara vez lo transmiten al alumnado. La mayor investigación efectuada en España sobre la cuestión, y la más amplia realizada en el mundo específicamente sobre estudiantes de secundaria, con una muestra de 3.414 chavales, confirma que los métodos que implican elaborar ―tratar de dar significado propio a lo que se aprende―, y evocar ―la práctica de recuperar de la memoria lo estudiado, como en un simulacro del futuro examen― correlacionan claramente con un buen desempeño educativo. Mientras que otras técnicas, como releer los apuntes o el libro, subrayar o copiar contenido, o intentar memorizar al pie de la letra, dan poco resultado.

La investigación ha sido realizada por Héctor Ruiz Martín, director del International Science Teaching Foundation y autor de diversos libros sobre el aprendizaje, la memoria y el cerebro, Marta Ferrero, vicedecana de Investigación de la Facultad de Educación de la Universidad Autónoma de Madrid, y Fernando Blanco, profesor de Psicología Social en la Universidad de Granada. Y acaba de ser publicada en la revista estadounidense Cognitive Research: Principles and Implications.

El trabajo de campo se realizó a lo largo de 2023 en 27 centros educativos catalanes situados en entornos diferentes, desde distritos de la ciudad de Barcelona a pequeños pueblos. Todos eran concertados, por la dificultad de tramitar los permisos en la enseñanza pública, afirman los autores, que aseguran, no obstante que se seleccionó “una muestra altamente diversa en términos socioeconómicos”.

La mayoría de participantes fueron estudiantes de la ESO, aunque una pequeña parte cursaba Bachillerato. Los investigadores les pasaron dos encuestas en horas de tutoría. Una sobre sus estrategias de estudio, y otra sobre “sus actitudes y creencias” en torno al aprendizaje, en días distintos para evitar distorsiones atribuibles al cansancio. Al final de curso, los centros entregaron a Ruiz, Ferrero y Blanco, expertos en psicología cognitiva del aprendizaje, las calificaciones en todas las materias de los estudiantes ―preservando su identidad mediante el uso de códigos alfanuméricos―. Y los autores analizaron el efecto de diversas técnicas de estudio.

El 80% de los alumnos aseguró que nunca había sido formado en métodos de estudio, a pesar de ser su ocupación principal durante, al menos, 10 años —los que dura la enseñanza obligatoria, Primaria y ESO—, y generalmente, muchos más.

La principal conclusión del artículo es que las estrategias que resultan poco exigentes cognitivamente, y que son las más extendidas entre los chavales, como releer varias veces el mismo texto, subrayarlo o copiarlo, no correlacionaron con el desempeño. Tampoco mostró un resultado positivo la memorización al pie de la letra.

En cambio, las técnicas basadas en la elaboración y la evocación, dos estrategias respaldadas previamente por evidencias científicas, sí correlacionaron positivamente con el desempeño. La elaboración consiste en tratar de entender lo que se estudia, conectándolo con cosas ya sabidas, pensando ejemplos o explicándose uno a sí mismo, con sus propias palabras, los párrafos que acaba de leer.

La evocación consiste en rescatar de la memoria lo aprendido, y puede adoptar diversas formas: que alguien le tome la lección al alumno, o que se la tome él a sí mismo en voz alta o en silencio; explicarle el tema a un compañero; autoevaluarse con flash cards (tarjetas elaboradas por el estudiante que por un lado tienen una pregunta y por el otro la respuesta), o redactar resúmenes o hacer esquemas sin mirar la fuente, comprobando siempre después si ha acertado o no.

Una hipótesis no cumplida

Una tercera estrategia de estudio, que según las evidencias también es eficaz a la hora de aprender, la práctica espaciada, consistente en estudiar varias veces un tema dejando pasar cierto tiempo entre ellas ―el plazo depende de cuánto tiempo falta para el examen― no correlacionó, en cambio, con el desempeño. Ello contradijo una de las hipótesis de partida de los autores, aunque algunas investigaciones ya han sugerido lo mismo.

“En nuestra opinión, el problema es que la forma habitual de evaluar, de la cual derivan las notas, no permite discernir las cualidades del aprendizaje obtenido: ¿es duradero y transferible? Sabemos que la práctica masificada, que consiste en concentrar el estudio poco antes del examen, por ejemplo el día de antes (y que es lo contario de la práctica espaciada), es efectiva en el corto plazo, pero conduce a aprendizajes efímeros y poco flexibles. Esto es, poco transferibles a nuevos contextos. Por su lado, la práctica espaciada contribuye a un aprendizaje más largo plazo y más flexible. Sin embargo, la manera en que se suele evaluar el aprendizaje permite tener éxito masificando, de forma que las ventajas de la práctica espaciada no se aprecian. Las notas y el aprendizaje son cosas distintas”, afirma Ruiz.

La práctica espaciada no correlacionó con el desempeño medido con las notas. Pero la masificada tampoco. “Es decir, que hacerlo de un modo u otro no supondría gran diferencia ante los exámenes, por lo menos en secundaria”, señala el investigador, que advierte, no obstante, que los resultados podrían ser distintos en contextos más exigentes, como la universidad o la preparación de unas oposiciones. “En cualquier caso, todo dependerá de cómo se evalúe”.

Estudiar de forma espaciada, por otra parte, no correlacionó con las notas, pero sí con el hecho de que los estudiantes estuvieran interesados en aprender. “Es decir, que los estudiantes con mayor motivación por aprender presentan una mayor tendencia a espaciar la práctica, a diferencia de los que ponen mayor foco en las notas”. La ansiedad también mostró “una correlación negativa con la práctica espaciada”, esto es que se redujo, “sugiriendo que esta forma de abordar el estudio podría actuar como factor protector”, agrega Ruiz.

Confianza y control

Los resultados mostraron una asociación significativa entre evocar y elaborar y la llamada autoeficacia, que el investigador define como “la confianza de los estudiantes sobre su capacidad de aprender y superar los retos académicos”. Y también correlacionaron con las “creencias de control”, que se definen como la confianza del estudiante en que el éxito a la hora de aprender depende de sí mismo, y no de factores externos, como que el profesor le tenga manía.

La investigación confirmó que estudiar con música, algo que aseguraron hacer uno de cada cuatro estudiantes, no es aconsejable. Hacerlo correlacionó negativamente con el rendimiento educativo. El hecho de estudiar en “entornos libres de distracciones” se asoció, en cambio, con el desempeño y con una menor ansiedad hacia los exámenes. La música, especialmente si es relajante y sin letra, admiten sin embargo los autores del artículo, podría resultar útil a aquellos estudiantes que no tienen a su disposición un lugar tranquilo para estudiar, como forma de enmascarar ruidos más molestos.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.
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