Dinamita alemana en Bruselas
La historia se repite: Lindner trata de dinamitar el esfuerzo de Bruselas por conseguir que las reglas fiscales sean un poco menos idiotas
Desde el medievo se sabe que hay dos formas de subyugar a un país: por la espada y por la deuda. Salvo allá por los Urales, la modalidad preferida hoy en Occidente es la deuda. Hace 15 años, la respuesta de Berlín y Bruselas a la Gran Recesión fue una de las mayores operaciones de magia negra de la historia económica reciente: una crisis financiera de libro, con los bancos empachados de activos tóxicos, se gestionó como una crisis de deuda pública con aquel sindiós de la “austeridad expansiva”. Era una especie de dolor esperanzado, que se basaba en contraer la economía para facilitar la expansión posterior: un mal chiste. Fracasó, claro, como suelen fracasar las alucinaciones enajenadas. La canciller Merkel siempre pensó que la deuda era “inmoral”, “como robar a las generaciones futuras” (Davos, 2006). Y durante la Gran Crisis fomentó deliberadamente la incertidumbre en los mercados para someter a sus dictados a toda la eurozona, manoseando los usos democráticos cuando hizo falta: “Encontraremos maneras de organizar las decisiones parlamentarias de manera que cumplan con los mercados” (septiembre de 2011, en el Parlamento alemán). Su ministro de Finanzas, el inolvidable Wolfgang Schäuble, llegó a proponer que Grecia no celebrara elecciones; tiene una frase genial: “No se puede permitir que unas elecciones cambien la política económica”.
Eso fue hace ya 15 años. Durante el último lustro, en cambio, ha parecido que los europeos, y los alemanes en particular, habían aprendido la lección.
Pero la historia se repite: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. Acaba de aparecer otro Moriarty de andar por casa, el liberal Chirstian Lindner, ministro de Economía del Gobierno de coalición del canciller Olaf Scholz, para protagonizar esa farsa. Lindner trata de dinamitar el esfuerzo de Bruselas por conseguir que las reglas fiscales sean un poco menos idiotas. La Comisión Europea quiere reglas más flexibles, pactadas con los Gobiernos para todo el ciclo electoral, con margen para poder invertir en energías verdes y transición digital, y sobre todo quiere evitar que nunca jamás se repita esa charada de la austeridad expansiva. Lindner firma un documento que persigue cercenar casi todos los elementos de flexibilidad de la propuesta europea: quiere “restringir el margen de maniobra discrecional”, “limitar las excepciones”, “mantener los procedimientos de déficit excesivos”. Traducción bíblica: planea seguir manejando la tijera a su antojo. Y la guinda: asegurarse de que los socios del euro más endeudados reduzcan la deuda pública al menos un 1% del PIB al año. Llueva o haga sol: en fases expansivas y en recesión, el objetivo es siempre recortar. ¿Por qué un 1%? Nadie lo sabe. Hace una década se decía que cualquier país que rebasara el umbral de endeudamiento del 90% del PIB estaba condenado; el trabajo académico en el que se basaba esa cifra mágica era una hoja de Excel plagada de errores. Lindner ni siquiera dispone de esa hoja de Excel: el argumentario es un puro empacho ideológico, del mal llamado ordoliberalismo, una suerte de neoliberalismo basado en reglas-corsé que, curiosamente, siempre acaban beneficiando a Alemania. En lugar de reglas flexibles y adaptadas a cada país, Berlín diseña una vez más una camisa de fuerza de talla única. El pensamiento económico alemán recuerda al rasgo característico que se atribuye a los Borbones, ni aprender ni olvidar. Pero más al Sur es difícil no acordarse de aquel gato por liebre de 2008: miles de personas sufrieron sin motivo por las recetas equivocadas.
Los halcones vuelven a volar en círculos sobre la eurozona. Veremos quién gana esta vez, porque el triunfo de las ideas alemanas sería catastrófico. La jerga económica tiene una palabra que define ese tipo de ideas: con ellas volveríamos a tener políticas económicas “procíclicas”. Procícilicas es una manera fina de decir estúpidas.
Coda final: las palabras nunca son inocentes. Los alemanes utilizan la misma raíz léxica, schuld, para la deuda y para la culpa. Pero en italiano, en español y hasta en inglés, crédito viene de la raíz latina de creencia, credere. En ese cruce de etimologías están las dos concepciones de la UE: las dos almas de Europa.
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