‘De un mundo a otro mundo’, las cartas de paz y reconciliación de Stefan Zweig y Romain Rolland
El pensador austriaco y el Nobel francés intercambiaron más de 1.000 cartas, en las que refrendaron que las artes y el humanismo eran el patrimonio de los verdaderos hijos de Europa y la guerra no podía sepultarlo
El escritor austríaco Stefan Zweig y el intelectual francés Romain Rolland se conocieron en 1910 y su amistad duró hasta el suicidio del primero, en 1942. En treinta años se cruzaron más de 1.000 cartas. Aunque se visitaron en varias ocasiones, la relación epistolar desempeñó un papel importantísimo en una amistad que se caracterizó por la comunidad de ideas y la honestidad recíproca. Zweig le escribió a Rolland con 29 años, cuando sus poemas, sus traducciones y sus primeros relatos ya le habían dado cierta fama en Austria y Alemania. Rolland era 15 años mayor que él, y ya célebre en Europa por varias obras, entre ellas, su ciclo novelístico Jean Christophe, cuyo décimo volumen estaba a punto de concluir en 1910. Este novelón en diez tomos causó sensación en aquel tiempo. Zweig lo descubrió con admiración y se encargó de que se tradujera al alemán.
El inicio de esta correspondencia data de esa época feliz y discurre durante los años de la I Guerra Mundial. Lo que en un principio iba a ser una amistad literaria se transformó en un activo y crítico intercambio intelectual sobre la catástrofe bélica y sus implicaciones. Ambos corresponsales pertenecían a naciones que, según el dictado de los políticos, debían odiarse a muerte. Pero los dos se negaron a aceptar que la guerra tuviera que separar a los pueblos europeos, y desde sus primeras misivas de 1914, planearon cómo divulgar —cada uno como pudiera— ideas pacifistas y de reconciliación. Frente a la crueldad de los acontecimientos y ante la brutal propaganda, que sembraba el odio azuzador de la muerte, los amigos creían en un continente unido por un espíritu supranacional, alimentado por el amor a la gran cultura común. Sostenían que las artes y el humanismo eran el patrimonio de los verdaderos hijos de Europa y la guerra no podía sepultarlo.
Rolland sabía alemán y el austríaco era un enamorado de la lengua francesa, que dominaba. En estos idiomas intercambiaron sus ideas
Los dos escritores tuvieron suerte de poder cartearse durante el tiempo que duró la guerra. Rolland, instalado en la neutral Suiza, colaborador de la Cruz Roja Internacional en Ginebra, podía recibir cartas desde Viena. Y a Zweig, que cumplía un cómodo servicio militar en la retaguardia, le estaba permitido escribirle sin demasiados impedimentos. Rolland sabía alemán y el austríaco era un enamorado de la lengua francesa, que dominaba. En estos idiomas intercambiaron sus ideas, que coincidían en lo principal: aunque no podían parar la guerra como individuos, al menos querían contribuir a que “espiritualmente” fuera más llevadera, por eso acometieron la tarea de recordarle al público cuanto unía a las naciones en conflicto.
En estas cartas, muy bien traducidas (las del alemán por Aníbal Campos y las del francés por Núria Molines), palpitan las ideas de dos lúcidos intelectuales. Ambos sufrieron el aislamiento y la incomprensión de sus compatriotas, beligerantes y zafios. Pero siempre se tuvieron el uno al otro más allá de las contiendas. Eran idealistas, serios y morales, como lo demuestras sus cartas, intensas, fervorosas, y a veces no exentas de controversias. Por eso pudieron resistirlo.
De un mundo a otro mundo. Correspondencia (1910-1918)
Edición, traducción y notas de José Aníbal Campos y Núria Molines
Acantilado, 2024
512 páginas. 26 euros
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