Cinco minutos de gloria
Las referencias al referéndum y la amnistía ensombrecen el pacto de investidura de Sánchez, pero el resto del discurso de ERC apunta a que hay partido
El nacionalismo perdió en Cataluña la friolera de 700.000 votos el 23-J, y más de 100.000 en el País Vasco. Pero las elecciones dejaron un puñado de impagables paradojas: tal vez la fundamental sea que pese a ese batacazo, los partidos nacionalistas son hoy más claves que nunca para una eventual investidura. Una vez que el PP admita definitivamente que tiene escasísimas posibilidades de llegar hasta La Moncloa salvo en el caso de repetición de elecciones, se verá claro que Junts y ERC ―junto al PNV, Coalición Canaria, BNG y un Bildu que ya ha ofrecido sus votos gratis― son las bisagras chirriantes de la puerta que conduce a la investidura de Sánchez. Desde las elecciones, Junts y Carles Puigdemont han acaparado casi todo el protagonismo, los famosos cinco minutos de gloria de Andy Warhol, tan importantes en las procelosas aguas de la política. Pere Aragonès, presidente de la Generalitat, ha salido a la palestra hoy para arrebatar espacio en el prime time a Puigdemont. Empezó por lo inasequible: Esquerra quiere “un referéndum para que la ciudadanía se pronuncie sobre la independencia de Cataluña”. Eso no va a suceder: el acuerdo no parece estar cerca si Aragonès insiste por ese flanco, sigue mirando de reojo a Puigdemont y percute una y otra vez en la línea argumental de “acabar con la represión”. Pero el resto de su discurso fue distinto. El president admite “contactos muy iniciales” con el PSOE, que hacen pensar que la investidura es viable. Habla del cambio del modelo territorial, del sistema de financiación, de la gestión de competencias: por ahí sí hay opciones. “El primero que tiene que moverse es Pedro Sánchez”, según Aragonès, que en eso, y en otras muchas cosas, se alinea al 100% con el PNV.
El nacionalismo deja claro que quiere una oferta inicial de Sánchez para arrancar la negociación. Y solo entonces contraofertará y se verá cuán alto es el precio de su apoyo: si ese precio es el referéndum, apaga y vámonos; el escenario más probable en ese caso es la repetición de elecciones, con la cocina de la política de nuevo despidiendo un calor insoportable. Pero si el nacionalismo está pensando en un cambio en el modelo territorial, probablemente a través de reformas estatutarias, hay partido. Por el camino puede haber algún traspaso de competencias adicional y, esto es seguro, una reforma del sistema de financiación, caducado desde 2014 y una de las promesas incumplidas del Gobierno de coalición. Y probablemente tenga que haber algo más audaz para satisfacer a Puigdemont y Aragonès: algún tipo de elemento que rebaje la tensión en el lado judicial, y que no puede ser una amnistía. Estamos en los escarceos iniciales; solo después de la oferta de Sánchez, que pretende que Feijóo se cueza primero en su propio jugo, se verá si sobre la mesa de negociación hay talento suficiente como para encontrar un encaje dentro del marco del Estado de derecho a los asuntos más peliagudos. Y un relato que lo sostenga: el Gobierno de coalición falló por ahí en sus pactos de investidura de la legislatura pasada, y debería corregir el tiro porque los efectos de ese error han sido venenosos. No se transforma un país sin ser capaz de contar una historia. Después de añadir varios capítulos a su manual de resistencia, esa es la tarea fundamental del famoso sanchismo en estos momentos.
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