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TRIBUNA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Banqueros con pasamontañas

Al acusar al Deutsche Bank, la Comisión Europea solo confirma lo que ya sabíamos: la moralina alemana tapaba un cenagal

Sede del Deutsche Bank, en Fráncfort.
Sede del Deutsche Bank, en Fráncfort.
Claudi Pérez

Durante la Gran Recesión “eran los banqueros quienes usaban pasamontañas”, según la feliz definición de George Soros, uno de los mayores delincuentes de aventuras financieras de los últimos tiempos, según la aún más feliz definición del nobel Paul Krugman. La crisis que explotó en Estados Unidos en septiembre de 2008 no fue un accidente: años de desregulación y de instituciones que miraban siempre hacia otro lado terminaron en una o varias burbujas jupiterinas que dejaron el mundo al borde del abismo aquel fin de semana de Lehman Brothers. En Europa, los bancos más salpicados fueron entonces los alemanes –especialmente los landesbanken, los bancos públicos regionales—y el Deutsche Bank, gran especialista europeo para meterse en todo tipo de líos, tanto legales como ilegales. La crisis del euro fue una especie de réplica de la crisis financiera de 2008: el problema no era de déficits públicos (salvo en Grecia), sino de fragilidad de los sistemas financieros.

Dio igual. Berlín y la entonces todopoderosa Angela Merkel —cuyas hagiografías pasaron por alto la dependencia alemana de la energía barata rusa y los lazos comerciales con China— transformaron aquello en una guerra cultural, también conocida como crisis del euro. Alemania impuso sus reglas: ordoliberalismo para toda la eurozona, con una sobredosis de normas absurdas, austeridad supuestamente expansiva y reformas, en un remedo político económico del “quien bien te quiere te hará llorar”. Aquello acabó con media docena de rescates asociados a durísimas condiciones. Y en una doble recesión autoinfligida por los recortes, en lo que los historiadores consideran ya uno de los grandes errores de política económica de la historia: “Fue el mayor gato por liebre de la historia”, resume uno de los mejores, Adam Tooze, en el insuperable Crash.

Todo lo que ocurrió en Europa fue extraordinario: una depresión inédita desde los años treinta en el sur, primeros ministros destituidos por Bruselas, Fráncfort y Berlín, auge de los nacionalismos, destrucción de varios partidos, y la UE obligada a pedir ayuda al FMI ante la falta de una respuesta solidaria. Sería injusto achacar todo eso a la Alemania de Merkel; pero no lo es atribuirle buena parte del daño. “Alemania fomentó deliberadamente la incertidumbre en los mercados para someter al resto de la eurozona a sus doctrinas”: de nuevo Adam Tooze.

Todo eso se sabía. Lo que no se sabía es que aquel empacho de ideología (“austeridad expansiva”, tendría uno que reírse si eso no hubiera condenado a millones de personas a sufrir sin motivo) iba acompañado con los tejemanejes del Deutsche Bank, el mayor banco alemán, que manipuló los mercados de deuda durante todos aquellos años en su propio beneficio. En abril de 2008, Merkel le organizó al presidente del Deutsche Bank una sofisticada cena (pagada con dinero de los contribuyentes) en la cancillería como fiesta de cumpleaños. Por aquel entonces, el banco ya “falseaba la competencia en la negociación de valores denominados en euro”, según desveló este martes Bruselas.

Lo siguió haciendo años después, cuando Merkel forzó a Rajoy a pedir el rescate y sus condiciones draconianas asociadas. Deutsche ha pagado en las dos últimas décadas miles de millones de euros en multas por conductas ilegales (e inmorales) en EE UU, en Reino Unido, en Bruselas, hasta en Rusia. Trapicheó con las cuentas falsas de Enron y Worldcom. Maquilló sus cuentas con las subprime estadounidenses. Trampeó con los tipos de interés en la City de Londres. Su copresidente Fitschen fue procesado por blanqueo y evasión fiscal al eludir el IVA en los certificados de emisiones de dióxido de carbono. Apostó a la baja y al descubierto (desafiando a su Gobierno) contra empresas españolas. Espió a periodistas y directivos, según las crónicas de por aquel entonces.

Y ahora, la guinda: “Infringió las normas”, según el relato de la Comisión Europea, para especular con bonos mientras media docena de Estados soberanos se veían abocados a duros rescates. Muchos de los pasamontañas del arranque de esta columna, en fin, eran alemanes: habría que rescatar las moralinas de Berlín de todos aquellos años. “Riesgo moral”, clamaban Merkel y compañía sin caer en la cuenta de la basura que tenían en su propio patio trasero.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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